III. Sorpresa
¿Conocen ese cosquilleo que uno siente en todo su cuerpo de repente? Como una corriente involuntaria que recorre todo tu ser. Esos segundos fueron claves. Sentí que nuestras miradas conectaron y que el tiempo se había detenido. Esa era la mirada que busqué dos meses atrás y no la conseguí. En cambio, la tenía aquí ahora, en medio del salón de clases rodeada de mis compañeros. Me quedé paralizada, algo no normal en mí. No lo podía creer. Escuché a lo lejos risas tímidas y algunos saludos de los demás. Yo solo había quedado petrificada.
—¿Mia?
—¿Sí? —respondí al escuchar mi nombre. Salí del trance en que me encontraba.
—Ya puedes girarte hacia el frente —dijo la profesora.
Trágame tierra, el espacio y todo lo que exista que me pueda tragar, pensé. Todos se habían volteado, menos yo.
Avergonzada, me giré, no sin antes ver el rostro de mi mejor amiga. Intentaba no reírse.
Estaba deseosa que la primera clase pasara tan rápido como una estrella fugaz. No sé qué me ocurría, pero me sentía nerviosa. Comencé a recordar el post que había creado dos meses atrás y lo viral que se había convertido. Ahora tenía a la persona más buscada a tan solo unos asientos más atrás. Las manos comenzaban a sudarme y sabía que ésta no era yo, no era Mia. No era la Mia decidida y coqueta. Mientras escuchaba a lo lejos a la profesora, solo pensaba en tranquilizarme. No pasa nada, él no tiene que saber que le llamaste pintura renacentista, ni que hiciste todo un espectáculo en las redes. Y ahora que lo tienes como compañero de clases, no sabes qué hacer.
Así que respiré hondo y me compuse. Tienes un gran, guapo y popular novio, Mia. Y este chico no tiene por qué saber que le atraes. No, no y no, me dije muchas veces. Seremos amigos, como todos los demás. Normal.
—¿Mia?
—¿Ah?
—Ya podemos ir a nuestra próxima clase —dijo Sara.
¡Y es que ya casi todos habían salido del salón! Y yo todavía en otro mundo.
—¿Estás bien? —preguntó mi amiga, ya un poco preocupada.
—¿Te digo? Acércate.
Sara se inclinó ahora con pura curiosidad. Sabía que había algo jugoso por contar.
—Es él —dije.
—¿Quién?
—O sea, él.
—Con él te refieres a... a.... ¿la pintura? —Sara abrió los ojos cayendo en cuenta sobre lo que le quería decir—. ¡No me digas! ¡Es él!
—Que sí, que es él. ¡El mismo!
—¡Genial! Lo has encontrado, Mia. Ahora tienes que hacer un nuevo postcon la etiqueta de #pinturaencontrada y publicarlo en tus redes.
—¡Graciosa! —repliqué—. Sabrás que ando nerviosa. Después de esa locura, ahora estoy como gallina.
—¡Pamplinas! ¡El niño en verdad está guapo! Entiendo tu reacción en su totalidad.
—¡Sí! Pero recuerda que ahora estoy con Seba.
Sara hizo un gesto con su rostro que dejaba más que claro que no aprobaba mi relación momentánea con Seba.
—Desde ahora soy del equipo de la pintura, ¿sabes? Seba y tú como que no encajan.
Sara y yo continuamos con nuestras otras clases como de costumbre. Esperaba ver en el almuerzo a la pintura, pero no fue así. Mejor para mí. Ya me imaginaba ponerme nerviosa otra vez, algo no muy usual en mi persona. Mientras, Seba se pasaba con sus amigos. Habíamos quedado de no estar tan empalagosos todo el tiempo, así que cada uno pasaba su tiempo con sus amistades. Ya llegaría nuestro tiempo de compartir.
En el recreo pude ver a mi otra buena amiga, Laura. A diferencia de Sara y yo, Laura era un año menor que nosotras, así que la veíamos con frecuencia en el almuerzo y en ocasiones, en las tardes. Claro, y cuando nos reuníamos en nuestras casas o en otros lugares de interés. En verano perdimos un poco de contacto pues se fue a viajar por todo Europa con su familia.
—¡Hola chicas! Tanto tiempo. Qué pena, hemos regresado a la normalidad —saludó Lau, como le decíamos de cariño.
—Lamentablemente —dijo Sara.
—Ni tanto, yo como que extrañaba algo la escuela —opiné.
—¿Ya saben a qué club se van a unir? —preguntó Lau.
Cada año teníamos la opción de pertenecer a algún club. El que deseáramos. En el pasado había experimentado pertenecer al club de deportes, danza y teatro. Ahora quería intentar la escritura. Ya de por sí me gustaba escribir ideas de vez en cuando, por lo que perfeccionar esa práctica no me vendría mal. Así que le respondí a Lau.
—Estoy pensando unirme al club de escritura. ¿Y tú?
—Ew. ¿De veras estás pensando en escoger el club de escritura con tantos otros que hay? —cuestionó Lau.
—No sé qué pensarás de mí al decirte que quiero pertenecer al de ajedrez —opinó Sara.
—¡Qué aburridas las dos! Yo obvio que voy para el de baile.
—Obvio —Sara y yo respondimos al unísono.
—Bueno al menos entiendo a Sara pues luego del boom de la serie de Gambito de dama en Netflix, habrá varios interesados. Pero en escritura, Mia, no lo sé. Puede que seas la única.
—¡Mejor! —respondí.
—Oye, Lau. ¿Y sabes la nueva noticia? —preguntó Sara.
—Cuéntame.
—Que Mia encontró a su pintura.
—¡No! —lanzó un pequeño grito sorprendida—. ¿De veras? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Aquí —respondí—. Aquí en la escuela. Aquí en nuestra clase. Aquí, de que es un becado, lo que muy rara vez ocurre en el último año escolar. ¡Increíble!
—Estoy anonadada —dijo Lau.
—Más yo, créeme, más yo.
—¡Genial! Este año como que va a ser interesante, ¿no creen? ¿Y saben? Omar, el de mi clase, ha dado un estirón en verano que me ha dejado boba.
—Escuché que ahora estará en el equipo de futbol junto con Seba —dije recordando algunas de las conversaciones con mi novio.
—Entonces ya le tienes el ojito echado a Omar, ¿Lau? —preguntó Sara.
—Ufff, ¡ya lo sabes!
Y así pasamos el recreo. Hablando de clubes y de chicos. El resto de la tarde no fue muy diferente. Para mi tranquilidad, no tuve más ningún encuentro así cercano con la pintura, hasta que llegamos a nuestra última clase, de regreso a nuestro salón. Allí estaba. Al pasar por al lado de mi escritorio hasta llegar al suyo, sentí que me miró. Lo sé, me miró. Sabía que yo no pasaba desapercibida. Sabía que era atractiva. Y me gustaba. Pero ¿por qué me ponía nerviosa?
En fin, nada impactante ocurrió. Culminó el primer día de nuestro último año escolar y ya era momento de dirigirnos a nuestras casas. Me despedí de las chicas y de Seba, quien tenía su primera práctica de futbol, ahora como capitán. Le tiré un beso y me fui.
Tomé el bus y llegué a casa. Mamá no estaba todavía en el hogar ya que se encontraba trabajando. Noté que había dejado una nota de que fuera con mi hermano a comprar unas cuantas cosas al supermercado. Tremendo, pensé.
Mi hermano Alberto odiaba ir de compras.
—¡Alberto! —grité—. ¡Tenemos que salir al supermercado!
—¡Ve tú! —gritó de vuelta. Estaba encerrado en su cuarto.
—¡No voy a tomar el bus y cargar esas bolsas sola!
—¡Haz lo que quieras!
¿Lo que quiera? ¿Seguro que sabe lo que dice? El no tiene idea de lo que soy capaz de hacer. Me dirigí a uno de los armarios de la cocina, donde escondemos una copia de algunas llaves importantes por si se necesitan en cualquier emergencia. Estiré la mano y agarré las llaves que buscaba. ¡Las del carro de mi hermano!
Con una sonrisa en mi rostro, me dirigí hacia la marquesina, encendí el auto y me fui. Ya tenía mi licencia, solo me faltaba adquirir un carro propio, por lo que estaba en total ley. Pero a mi hermano no le gustaba que yo usara su automóvil, tenía miedo de que tuviera un accidente y le dañara la pintura.
No todos los días hacía un sol tan brillante como hoy en la tarde. Y más, cuando uno está detrás del volante y se siente libre conduciendo con música alta. Libre,esa era la palabra. Pero la libertad no me duró mucho. Por estar en un viaje existencial y estar pensando en libertades, tomé la salida incorrecta y me alejé de mi destino. Ya no estaba en el pueblo pequeño que tanto conocía desde pequeña. Increíble, esto solo me pasa a mí, pensé.
Nada. Continué el camino buscando una salida donde pudiera virar y retomar mi camino. Era el plan perfecto. Excepto... que comencé a notar que la agujita que mide la temperatura del auto comenzó a moverse hacia el lado más "caliente".
Mi hermano me va a matar, pensé.
Andaba por un barrio que no conocía para nada. Pero no tenía opción; tenía que buscar a un mecánico con urgencia o me iba a quedar a pie sí o sí. Decidí hacer una parada en una farmacia pequeña que visualicé con rapidez y preguntar. Allí me dijeron que había un taller de mecánica a dos minutos.
Respiré hondo y me dirigí hacia el destino. Tal como me indicaron, el taller se encontraba en la esquina derecha al lado de una tienda de piezas de plantas eléctricas. Era uno pequeño, humilde y sin mucho detalle. Estaba construido con madera, planchas de zinc, varillas y tubos de acero. Pequeño, pero acogedor.
Nerviosa comencé a entrar el auto por el portón. Al menos había logrado llegar al taller sin quedarme a pie. Estacioné el auto y lo apagué para que bajara temperatura. Me bajé y un señor mayor, quien entendí era el mecánico, se acercó a mí.
—Buenas tardes joven, ¿cómo te podemos ayudar? —preguntó.
—Mi carro... la aguja de la temperatura está llegando a caliente —respondí.
—Uhh... eso no es bueno. Vamos a verificar ese bonete. Aléjate un poco del área, por favor, no quiero que tengamos un accidente.
Me alejé como indicado, mientras observaba de lejitos al mecánico intentar abrir el bonete con cautela. Estaba todo muy caliente.
—¡Lucas, dame una mano aquí por favor! —gritó el señor.
¿Lucas? Era la segunda vez que escuchaba ese nombre en el día de hoy. Entonces me acordé... no podía ser. No podía ser tanta la coincidencia.
—Hola Mia —escuché al chico pasar por al lado mío, saludar y dirigirse hacia el mecánico como si nada. Volví a sentir de nuevo esa corriente por todo el cuerpo.
Señoras y señores, ahí se encontraba la pintura renacentista en toda su gloria. Y yo, queriendo morir derretida porque me acababa de saludar por mi nombre.
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