EPÍLOGO. Y fueron felices y comieron perdices...
«La sociedad quiere creer que puede identificar a las personas malvadas o a las personas malas o dañinas, pero no es factible. No hay estereotipos».
Ted Bundy, asesino en serie,
(1946-1989).
Ninguno de los dos se hallaba preparado para el revuelo que se generó en los días posteriores a la captura sin vida de Brent. La emoción, los titulares y los comentarios que se produjeron solo podían equipararse a los extraídos de la contraportada de un thriller superventas o al júbilo que reinó cuando atraparon en el Lejano Oeste a Billy the Kid.
En primer lugar, porque con todos los datos del rompecabezas a la vista y sabiendo que el asesino era él, el FBI reconstruyó los pasos. Y llegó a la conclusión, con horror, de que había asesinado con brutal eficacia a ciento veinticinco chicas. A su lado Ted Bundy que había acabado con treinta y seis (confirmadas) parecía su aprendiz, aunque al principio cuando lo atraparon había afirmado que cien era el número real. Pero, aun así, su primo superaba con datos concretos a la siniestra imaginación de Bundy, que se había fugado de la Justicia y acabado en la lista de los más buscados para terminar siendo residente oficial desde los treinta y dos años del Callejón de la Muerte. Sin embargo, Brent lo eclipsaba. Y esto que al otro hombre lo habían ejecutado en la silla eléctrica por los delitos y le habían dedicado un sinfín de portadas, de películas, de documentales y de libros.
En segundo término, debido a que el periodismo de investigación y la prensa amarillista insistían en mencionarlos juntos haciendo una comparativa entre ambos, pues los dos mataban a jóvenes con características similares a una ex novia que los había decepcionado dejándolos. En el caso de Brent, rubias, guapas y con rostros inocentes, cortadas por el mismo molde que Lía. El otro serial killer, en cambio, las elegía de piel blanca, con pelo negro, largo y liso, peinado con raya al medio, de rasgos parecidos a Stephanie Brooks, la estudiante universitaria de la que se había enamorado y que luego había roto con él. Quizá porque resultaba desconcertante que los dos hombres, siendo guapos, adinerados, inteligentes y con el suficiente atractivo como para que las mujeres se fijasen en ellos, solo se sentían realmente estimulados cuando las violaban, las torturaban y las asesinaban.
En medio de la investigación de los Federales, en Australia comenzaron a salir a la luz cómo decenas de vecinos le habían proporcionado coartadas a Brent en la época de la muerte de Lía. Algunos por miedo, otros porque habían sido coaccionados por él y el resto simplemente por amistad. Afortunadamente, en estos momentos los imputaban por diversos delitos según el grado de participación, pues tanta destrucción había sido posible debido al silencio o a las mentiras de ellos. Además (de nuevo en Estados Unidos), Asuntos Internos había apartado al teniente Brown del cargo debido al trato degradante que le había proporcionado. A pesar de que había sido él quien por mediación de Richard había pedido ayuda a la policía y denunciado una nueva infracción de su primo, se ensañó por lo que parecía ser simple antipatía o envidia pura y dura y era poco probable que lo reestableciesen en el puesto.
Pero todo esto no resultaba lo más insólito. Lo desconcertante era que alguien le hubiese hecho fotografías llevando la diminuta toalla, lo más probable un miembro de las fuerzas de seguridad, pues no había nadie más allí. Y no solo esto, sino que se las había vendido a las principales cadenas televisivas y revistas. Se lo veía ahí, semidesnudo en medio de la ruta, abrazando protector a Samantha como una especie de dios del Olimpo rebosante de músculos. Había que reconocer que se veía muy favorecedor, con el rostro atractivo en una mueca desafiante, los ojos avellana brillando y haciendo gala de un cuerpo de infarto. Ni qué hablar de la serie de fotos en las que se le iba cayendo con lentitud la toalla para al final dejar expuesto al enorme Señor Salchicha. Rick se burlaba diciéndole que toda la ciudadanía esperaba, impaciente, que alguien sacase a la luz el vídeo de una buena vez, parecía impensable que no lo hubiera.
De esta manera y sin proponérselo se convirtió en un superhéroe dentro de Estados Unidos, país siempre ávido de este tipo de paladines, y luego superó las fronteras gracias a internet. Hasta en la Estación Espacial Internacional a veces los astronautas lo imitaban haciendo bloopers desnudos con una tela alrededor de la cintura, e, inclusive, una fábrica de toallas había sacado a la venta el modelo Darien Ferrars para hombres. Lo más gracioso era que traían enormes penes de peluche incorporados, que cuando se apretaban encendían luces azules, verdes y rojas y decían con voz de dibujos animados: «Aquí estoy yo y soy enooorme». Ni qué decir que el valor de las acciones de Advanced Programs & Networks Corporation se disparó y siempre querían entrevistarlo en compañía de su novia. Porque no todos los elogios lo tenían como destinatario, también resaltaban la valentía de la muchacha, que no se había amilanado a la hora de sacar de circulación a un asesino en serie temible. Le había hecho frente, había utilizado argucias para escaparse y lo había perseguido hasta acabar con el reinado de terror.
Max, incluso, tuvo que hacerles cientos de fotografías para las portadas de las principales revistas de moda, pues muchas marcas de primera línea pagaban sumas astronómicas para que vistiesen sus ropas o para que probaran los productos. Por supuesto, ellos elegían con cuidado aquellas con más reputación, las que más les convenían y que aportaban un plus a sus imágenes. Así, gracias a esta adversidad, Samantha se labraba una exitosa carrera de modelo por derecho propio. De momento la simultaneaba con el trabajo en la biblioteca, pero resultaba obvio que pronto tendría que elegir. Parecía evidente que optaría por el modelaje, ya que tenía dotes naturales para ello y cada vez le tomaba más el gusto, en especial porque le permitía ser independiente si así lo deseaba.
Aunque ya no alquilaba más el piso y vivían juntos desde que le habían permitido salir del calabozo policial en el que lo había tirado el teniente Brown. La joven insistía en recalcarle que se encontraba a prueba porque había sido demasiado mujeriego, no confiaba para nada en su fidelidad, y, encima, había apostado con llevársela a la cama. A pesar de esto él le había pedido matrimonio en varias oportunidades, y, ante su estupor, Samantha lo había rechazado en todas de plano y sin más trámites.
—¿Para qué vamos a casarnos, cariño, si estamos genial? —le replicaba la muchacha y debía reconocer que tenía lógica, pero por dentro algo lo impelía a seguirle preguntando hasta que ella se rindiese.
Una tarde, después de que se lo propusiera por enésima vez, Sam se encontró con Adrian en El Matador State Beach para hacer parkour. Con el embrollo en el que se había convertido su existencia se le habían malogrado las últimas competiciones, aunque aun así se ejercitaban cuando podían para no perder el entrenamiento.
Todavía le costaba llegar a la playa y no pensar en Karen derramando aceite sobre las rocas o en Brent arrastrándola de la cabellera por la arena con la intención de asesinarla. Sin embargo, se negaba a que ambos le robasen también la actividad con la que siempre había disfrutado e insistía en seguir como si nada hubiera acontecido. Y resultaba una estrategia inteligente, pues siguiendo la rutina y con el paso de los meses las imágenes se hacían más borrosas y más distantes.
—¿Pero no ves que Darien es una mala persona? —le preguntó Adrian ese día, incrementando el volumen de la voz por encima del murmullo del mar.
Luego le tiró de un brazo y la puso frente por frente a él para mirarla a los ojos.
—Sí, pero es bueno conmigo y esto es lo único que me importa —lo cortó ella, soltándose, y luego añadió—: ¿De qué me vale que sea una buena persona y que me haga sufrir tanto como me hiciste sufrir tú durante años? Te floreabas delante de mí con tu novia, dándole besos, acariciándola y haciéndome sentir que yo te daba igual, que era un cero a la izquierda... Dejemos este tema, es un caso cerrado. Si no podemos ser solo compañeros no deberíamos entrenar juntos nunca más.
Y, por fortuna, Adrian sí lo dejó ahí y no volvió a insistir. Era evidente que estaba enamorada de Darien hasta las trancas, y, aunque a su amigo le pesase, también el billonario compartía este profundo sentimiento y no dudaba porque lo rechazara al considerarse demasiado joven para casarse. Al fin y al cabo, había sido culpa del propio Adrian: había un momento para todo y cuando se dejaba pasar en ocasiones el destino no concedía nuevas oportunidades.
El sábado se encontraron con Richard a la salida del principal centro comercial de Santa Bárbara, mientras se miraban embobados y se dedicaban numerosos arrumacos. El abogado aparcaba el Lamborghini regalado y lo acompañaba la morena de los vídeos pornográficos, quien se dedicaba a analizarlos con curiosidad desde el interior del vehículo.
—Espérame aquí, Susan —le pidió Rick, sin hacer amago de entrar en presentaciones, y caminó sonriente hasta ellos.
—¿Qué tal, tortolitos? —les preguntó, sonriendo, después de darle la mano a él y un beso en la mejilla a ella—. ¿Adónde van?
—A la casita de la playa de tu abuelo —le explicó, palmeándole la espalda—. Samantha ha tenido unas sesiones muy intensas de fotos con Max esta semana y ya sabes que en Silicon Valley he estado a tope con el nuevo programa de terror sobre un asesino en serie muy parecido a Brent.
—¡Sí, estoy seguro de que van a descansar muchísimo! —se burló Richard, observando cómo el rostro de ella se ponía de color granate—. Bueno, los dejo, chicos, en el coche reclaman mi atención —luego en dirección a él agregó—: Y no te preocupes, no voy en serio con la morena. Acabo de conocer a una rubia espectacular y por ahora las estoy simultaneando. Tendré que decantarme pronto por una de las dos por el bien de mi salud porque de lo contrario me van a dejar en piel y huesos, no paro de adelgazar.
—¿Nunca vas a sentar cabeza? —lo interrogó ella, soltando una carcajada.
—Te prometo que siento cabeza en cuanto conozca a alguien como tú, Samantha, ahí sí me convierto en un novio formal. —Y se colocó la mano derecha sobre el pecho a la altura del corazón—. ¡Tío con suerte!
Más tarde, ya en el refugio de la playa y mientras ambos contemplaban el mar abrazados sobre el sofá del porche, le levantó la falda y le quitó las sandalias de tacón alto en tono rojo en tanto le anunciaba:
—¿Sabes, mi amor? Todavía me queda una última lección.
—¡¿Una lección?! —se asombró ella y los ojos le brillaban de anticipación—. Creía que en estos meses ya me lo habías enseñado todo.
—No, aún no, me había olvidado de algo importantísimo: de tus pies. —Y le pasó un dedo ligero por la planta provocando que se estremeciese—. Tienen muchísimas terminaciones nerviosas y son capaces de excitar otras zonas del cuerpo.
—¡Mmm, a ver si no me guardas otro secreto como el de la apuesta y resulta que en realidad eres un fetichista! —murmuró, suspirando y acercándose a él para plantarle un beso apasionado, de los de lengua que hacían reaccionar alborozado al Señor Salchicha de manera inmediata.
—Ahora lo conoces todo sobre mí —y, haciéndole cosquillas en el vientre, añadió—. Puedes casarte conmigo cuando quieras, no hay nada oculto... Pero por ahora solo te daré la lección final.
—¡Entonces enséñame, profesor!
Y, por supuesto, él le enseñó...
https://youtu.be/iuCNW21qiqE
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top