Capítulo 5. Darien. En la madriguera del Lobo Feroz.
«Más vale malo conocido que bueno por conocer».
Refrán popular.
—Pasa, Samantha, estás en tu casa —la invitó Darien a entrar; ella lo hizo cargando la mochila, no había querido que él se la llevase.
Desde el momento en el que Charles, su chófer, los recogió con la limusina ante la puerta principal del hospital, la muchacha no salía del asombro. Miraba en todas las direcciones con la boca abierta y se notaba que se encontraba más perdida que un pulpo en un garaje.
Trató de contemplar la exhibición de su riqueza con los ojos de ella. Lo cierto era que se había acostumbrado rápido a la buena vida y apenas recordaba la época en la que empleaba la cochera de la modesta casa que alquilaba para crear sus innovadores programas, los mismos que más tarde revolucionarían el mercado, y las primeras ideas que luego desembocarían en Ties. Debía reconocer que si viese todo por primera vez también alucinaría igual que Sam, pues había hecho trasladar desde Francia, piedra a piedra, un palacio del siglo XVI. Y le había costado una suma exorbitante, ya que al principio las autoridades se habían negado con rotundidad y había tenido que comprar voluntades. Una vez resuelto este escollo, lo había hecho instalar en el medio de una extensa pradera de la mejor gramilla, rodeado de un bosque inexpugnable donde los pinos, los aromáticos eucaliptos y las secuoyas rojas le servían de protección. Se hallaba vigilado con cámaras y personal capacitado, que hacía rondas durante las veinticuatro horas del día. Por dentro, por supuesto, lo había acondicionado con todas las comodidades y la última tecnología.
—Ven, Samantha —le ordenó y la agarró del brazo para guiarla hasta la que sería su habitación.
Cuando arribaron controló que todo estuviera en su sitio. En realidad era una especie de suite, integrada por el dormitorio (que incluía un vestidor), una coqueta sala con sofá, sillones, pantalla de cine y equipo musical, un despacho con escritorio, ordenadores, tabletas, y, por último, el baño con hidromasajes en todas las variantes.
Al apreciar que la joven continuaba silenciosa, para que se tranquilizara y se sintiese bien recibida le comentó:
—Si no te agrada el azul podemos llamar a mi decoradora y la ponemos a tu gusto.
—No es necesario, está perfecta. —Y se notaba que las palabras desprendían sinceridad.
Si bien era cierto que al principio le había desagradado la posibilidad de alojarla en su casa, ya se había adaptado a la situación. Además, Samantha había ganado puntos con el exabrupto, puesto que la había emprendido contra la mujer de plástico llamándola bruja. En opinión de Darien, se lo tenía merecido. Y, encima, que le vetara la entrada a la mansión le venía de perlas, hubiese odiado tenerla revolviéndolo todo por ahí, porque esa no era de las que se conformaban con mirar. Llegó a la conclusión de que la experiencia tal vez fuera hasta divertida. Y seguía creyéndolo, solo faltaba que la chica se soltara y que dejase de estar tan callada.
—Ven, sentémonos en la salita. —Volvió a conducirla del brazo hasta allí.
Se instalaron en el sofá, uno al lado del otro. Esperó un par de minutos antes de hablar para que ella se relajara, pero seguía estando tensa.
—Dime, Samantha, ¿estás incómoda por quedarte aquí o por el escándalo que montó tu amigo en el hospital cuando le dijiste que te venías conmigo? —le preguntó, palmeándole la mano—. Si te sirve de consuelo te diré que se nota a la legua que está enamorado de ti.
—Pues si tan enamorado está, ¿por qué lleva cuatro años con esa, metiéndola siempre en el medio de los dos? —le replicó ella enseguida, dolida—. Hace todo lo que le dice, parece que le hubiera lavado el cerebro. ¡Ya no lo reconozco!
Y, de improviso, las lágrimas empezaron a bañarle las mejillas. Recordando las indicaciones de Rick acerca de que se sintiese lo mejor posible en relación a él, Darien la abrazó, le apretó la mano y le puso la cabeza sobre el pecho para consolarla. En honor a la verdad se sentía muy ridículo. Estaba acostumbrado a que las mujeres lloraran sobre los pechos de otros hombres después de que él las dejase, no que lo hicieran sobre el suyo llorando por otro. Siempre se le echaban encima, encandiladas por su atractivo, por la fama y por la fortuna y tenía que alejarlas prácticamente a escobazos o con agua caliente. Y aquí se encontraba, con la Ardilla entre los brazos lagrimeando por Larguirucho, ¿a alguien se le podía ocurrir una situación más surrealista? Se arrepentía, inclusive, de haber traído a colación este tema que a él ni le iba ni le venía.
—Mira, se me acaba de ocurrir algo que va a ayudar a que tu amigo despierte. —Y miró la hora en el móvil—. En un rato te lo explico. ¡Vamos!
Y fueron hasta el espacioso hall, caminando de la mano. Darien deseaba transmitirle su fuerza y por eso no se la soltaba. En el instante preciso en el que llegaron hasta allí, la entrada principal se abrió. Diez o doce personas, cuyos uniformes indicaban que pertenecían al servicio doméstico, cargaban infinidad de bolsas y de paquetes que en el exterior tenían los logos de las marcas más exclusivas.
—¡Perfecto! —exclamó Darien, contento, volviendo a mirar el teléfono—. ¡Y un minuto antes de la hora! ¡Enhorabuena, chicos y chicas, lo habéis hecho genial!
Y siempre le gustaba comprobar que un halago merecido tenía efecto inmediato: en los rostros se leía que se encontraban motivados y los pasos eran más rápidos y más seguros.
Después de una breve pausa Darien le informó a Samantha:
—Todo esto es para ti. Le di tu talla a mi personal shopper y le encargué que te hiciera un fondo de armario. Me hubiese gustado haber ido contigo a comprarlo, pero todavía no te encuentras en condiciones, no debes hacer esfuerzos. Ahora vas a tu habitación y te pruebas la ropa. Tienes que mirar la planilla, todo está numerado, te indica qué va con qué. Mientras yo te espero en la salita. Después me lo muestras y entre los dos escogemos algo bonito. Luego yo también me visto para que combine con lo tuyo y colgamos las fotos en Ties, tanto en tu perfil como en el mío. ¿Qué te parece? —Y la interrogó como si hubiese inventado la píldora de la eterna juventud.
No lo hacía solo para ayudarla, sino porque las fotos acreditarían, también, que ella mejoraba y que se hallaba en perfectas condiciones, viviendo feliz con él. Y si el día de mañana lo demandaba servirían como material probatorio de las molestias que se había tomado para subsanar el error.
—¿Qué me parece? —repitió Samantha la pregunta—. Te agradezco de todo corazón las molestias, Darien, de verdad te lo agradezco. Pero no sé yo si un corazón roto lo arreglo probándome ropa y complementos, por más bonitos que sean...
—¡Ay, Sam, no te enteras! —exclamó él, soltando una carcajada—. Ahora de lo que se trata es de darle más celos aún a tu amigo, para que explote del todo.
—¿Te parece que esto pueda funcionar? —le preguntó, esperanzada.
—No me lo parece, estoy seguro. —Y le pasó el brazo por el hombro, arrastrándola de nuevo a su suite—. Lo que no consiga un Louis Vuitton, un Hermès, un Gucci o un Chanel no lo consigue nadie. —La puso frente a él y le guiñó el ojo—. Además en la fotografía estaré yo contigo y esto será lo que más lo descoloque. ¿Qué te parece ahora?
Se suponía que debería saltar de felicidad ante la idea, no que tuviera cara de que la llevase al matadero. ¡¿Acaso no se daba cuenta de que era el soltero de oro?!
—No lo sé, pero por probar —vaciló, frunciendo el entrecejo.
—Pues esto yo lo sé por ti: es más, ¡estoy segurísimo! —insistió, no podía creer que hubiera dado con la última mujer sobre la tierra que no utilizaba la estratagema de los celos.
—Muy bien, ¡hagámoslo! —aceptó la chica.
—Piensa que además se supone que tu tía cree que te has ido con un chico sin decir nada para que no pusiera obstáculos, las fotos servirán para corroborarlo —continuó explicándole, le resultaba extraño porque tenía que mencionar detalles que eran básicos en el manual femenino de la coquetería y de las excusas a la familia.
Cuando volvieron a la suite la empujó hasta el dormitorio y exclamó:
—¡A vestirse!
Mientras esperaba a Samantha sentado sobre el sofá azul, comenzó a controlar las perdidas y los whatsapps. Tenía veinte llamadas de la morena y decenas de mensajes con fotos y con vídeos pornográficos, todavía más explícitos que el primero que había recibido.
Enseguida compartió todo con Rick, añadiendo el siguiente texto:
Letrado, aquí te envío el pago por tus servicios.
Le sorprendió que su invitada enseguida abriera la puerta. Giró la cabeza, pensando que la muchacha se arrepentía, pero no. Al observar en su dirección comprobó que ya se había cambiado. ¡Y en tiempo récord! Hasta se había maquillado con sombras amarronadas que resaltaban los increíbles ojos verdes y se había puesto un pintalabios rojo, que llamaba la atención sobre la boca llena y bien formada. No faltaba, siquiera, unas gotas de perfume. Si la nariz no le fallaba era Daisy, de Marc Jacobs. Creía distinguir un tenue aroma a violetas, a toronjas y a fresas.
—¡Mmm, estás espectacular! —Se levantó y caminó alrededor de ella, analizando cada detalle—. El verde realza el color de tus ojos. Luego seguiremos probándote ropa, pero para la fotografía este es el adecuado. En mi opinión, no es necesario buscar más. ¿Cómo te ves tú?
Sam caminó hasta el gigantesco espejo que había al costado derecho. Recorrió con la mirada los pies enfundados en unas brillantes sandalias de color esmeralda marca Manolo Blahnik. Fue subiendo hasta detenerse en el borde de la falda del vestido, que llegaba hasta la mitad del muslo.
—¿No es demasiado corta? —le preguntó, indecisa.
—¡Al contrario, resulta perfecta! —insistió Darien, empezando a aplaudir.
Ella prosiguió con el examen. Se contemplaba los pechos, que el escote del vestido y el Wonderbra hacían parecer más llenos. Desbordaba la prenda de ropa.
—Dime y sé sincera: ¿cómo te ves? —Darien se hallaba impaciente—. ¡Porque yo te veo impresionante! Estás guapísima, a Larguirucho se le van a salir los ojos de las órbitas.
—Sí, nunca me he visto tan bien —respondió ella con sencillez—. Vamos, saquemos el selfie.
Darien lanzó una carcajada.
—¡No vamos a sacar un selfie! —exclamó, todavía riendo—. La ocasión merece que llame a mi fotógrafo personal para que nos haga una sesión improvisada.
Y media hora después Max estaba ante ellos, calculando la luz adecuada, las pieles, los mejores sitios de la casa y acomodaba los complementos que utilizaba para que las imágenes salieran perfectas. Darien se había puesto un smoking gris oscuro, que destacaba su hermosura, y parecía un novio en la boda. Sam se comportaba como pez en el agua, escuchando atenta lo que Max le solicitaba.
—Ahora me gustaría que hicieran como que se van a dar un beso, pero sin llegar a tocarse los labios —les pidió para rematar.
—¿No será exagerar demasiado? —le susurró la chica—. No creo que resulte creíble que de buenas a primeras surja algo tan rápido entre nosotros dos.
Darien largó una risa pronunciada.
—Créeme, Samantha, ahora todo va rapidísimo —le contestó aún riendo—. Tanto que tú y yo a estas alturas somos viejos conocidos.
Max los distrajo porque anunció:
—En un par de horas les envío una muestra rápida —y luego se disculpó—: Necesitaría más tiempo para algo único, pero están muy apurados, ¿verdad?
—¡Apuradísimos! —coincidió Darien con el hombre.
—Eres muy fotogénica, Samantha, y las grandes marcas están buscando rostros como el tuyo —y a continuación, asombrándolos, le preguntó—: ¿Me dejarías que les haga llegar a unos conocidos algunas de tus fotos? Podrías tener unas oportunidades únicas.
—¡Claro que sí! —contestó Darien por ella; si como consecuencia del accidente iniciaba una carrera de modelo, ¿no resultaría de lo más beneficioso para él?
—Pero... pero... yo soy bibliotecaria. —Sam, sin saber qué pensar, comprendía que su pequeño mundo protegido se expandía a pasos agigantados.
—Deja que yo efectúe un sondeo, te muestro tus posibilidades y luego cuando haya algo en concreto tú resuelves, no hay necesidad de cerrarse puertas antes de tiempo —la convenció Max.
Y, por supuesto, dos horas y media después tanto Darien como Sam colgaban en sus respectivos perfiles de Ties la foto en la que parecían a punto de besarse, etiquetándose uno a otro con la siguiente leyenda:
¡Sorprendidos de lo rápido que nos complementamos!
Darien lo puso en abierto, por si la morena se pasaba a curiosear. Rick se lo agradecería, ¡para eso estaban los amigos!
https://youtu.be/AxUnTXs02Ls
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