Capítulo 3. Darien. El rey rana.
«El diablo abre la puerta y el vicio la mantiene abierta».
Refrán popular español.
Después de la noche de vicio intenso y agotador, Darien todavía se hallaba envuelto en una nube de aroma a jazmín y no se encontraba preparado para el caos que se formó a continuación. Lo que más le molestaba, en realidad, era que la perturbación de su rutina la ocasionase el maldito vídeo que le había mandado la morena ninfómana. Porque antes había recibido miles y este solo era uno más de tantos.
El erotismo de la mujer casi lo obligó a romper la inviolable y sagrada regla de no repetir salida y sexo con la misma conquista. Y, a la vista estaba al analizar los ulteriores acontecimientos que casi le costaron la vida, que en beneficio de su integridad física y mental era necesario que siempre respetara este principio y que nunca sucumbiese a la tentación de reincidir.
Caminó de un lado a otro de la habitación del Santa Barbara Cottage Hospital, igual que un leopardo acorralado al que lo rodeaban decenas de humanos cargados de escopetas. Se sentía cautivo de las circunstancias —y del hedor al antiséptico hospitalario que se le colaba por la nariz— al ser pillado por primera vez en un desastre, que resquebrajaba la imagen pública que procuraba mostrar, la antítesis de su trastornada y auténtica esencia.
Recordó los chillidos del metal al rozar el lado derecho del Lamborghini contra la señal, el crujido que emitía el capó cuando se empotró en la gigantesca secuoya y se desprendió al completo, la chica que volaba en zigzag como una gaviota borracha, el olor del aceite y de la gasolina derramada, la piel suave de la joven al constatar que aún vivía, las sirenas de las ambulancias, los curiosos que intentaban sacar fotografías y vídeos con los móviles mientras la policía evitaba que lo consiguiesen. Y luego sonidos, aromas e imágenes más familiares, el ruido de las paletas del rotor de su helicóptero al bajar a recogerlos, el polvo con fragancia a tierra reseca, la llegada al hospital, los médicos que corrían frenéticos. Y él, al lado de la camilla de la muchacha, mientras preguntaba por su estado.
Por fortuna, ahora se hallaba en observación, ilesa, pero no se despertaba. No podía dejar de analizarla porque le recordaba a una Bella Durmiente sin príncipe que la besase.
Agarró el teléfono del bolsillo trasero del pantalón y llamó a Rick. Era lo primero que debería haber hecho, telefonearle para que su amigo realizara el control de daños. Al ser abogado no solo lo aconsejaría, sino que también tomaría medidas que evitaran las posibles repercusiones negativas para la multinacional.
—¿Qué tal, colega? —le contestó enseguida con tono lujurioso—. ¿La morena te ha dejado noqueado? ¡Cómo debe de haber sido la noche para que hoy no te aparezcas por Silicon Valley! ¿Sabes cuánto te envidio, canalla? Me dijeron que habías llamado para pedir el helicóptero, así que me imagino que aplicas la estrategia de mostrarte como el amo del mundo para deslumbrarla. ¿Dónde están? ¡Déjame adivinar!... ¿En Boston o en Nueva York?
—¡Qué más quisiera! —Darien se sentó en el sillón de los acompañantes y le lanzó una mirada a la accidentada, que se hallaba conectada a un sinfín de máquinas que la monitoreaban y que las enfermeras vigilaban desde el puesto—. Estoy en mi hospital de Santa Bárbara, he destrozado el Lamborghini.
—¿Cómo estás?, ¿te has hecho daño? —La voz de Richard sonaba muy alarmada—. Tranquilo, salgo para ahí a cuidarte ahora mismo.
—No es necesario, Rick, estoy bien. —Exhaló el aire contenido como si fuera un globo al que habían pinchado—. El mayor problema radica en que al llevarme por delante un poste indicador la chica que se apoyaba contra él salió despedida por el aire. Por suerte no la llegué a arrollar, se salvó por milímetros. Dicen que no se ha hecho ningún daño. Todos los exámenes han salido perfectos, pero sigue desmayada. Le echan la culpa al susto y a la conmoción. En tu opinión, ¿qué me conviene hacer?
—¡Uy, qué complicación! ¡Justo la semana en la que sale a la venta nuestro nuevo programa estrella! —Darien casi podía escuchar a través de la línea el cerebro del otro hombre al trabajar a la máxima velocidad—. Te diré lo que debes hacer: quédate con ella y no la pierdas de vista. Proporciónale todas las atenciones que el dinero pueda comprar. E, incluso, convéncela de que te acompañe a tu mansión e impresiónala. Que esté contenta es lo más importante para evitar demandas motivadas por la rabia. Si piensa que le concedes importancia rebajarás el nivel de las quejas. Por el bien de la compañía, precisamos que esté calladita durante un corto período.
—Suponiendo que se despierte —le recordó al compañero—. Porque llevo horas aquí y todavía no ha abierto los ojos... Aunque te diré que mucha gracia no me hace tener a una extraña en casa, sabes que soy la persona más reservada sobre el planeta Tierra.
—¡Todo sea por el bien de la causa!... ¿Ya le has avisado a la familia? —inquirió, preocupado.
—Aún no. —Se pasó la mano por la cabellera y se la desacomodó—. La policía iba a llamarlos, pero como conocía al detective encargado de la investigación le prometí que yo me haría cargo de todo, empezando por el helicóptero para el traslado.
Efectuó una pausa y rememoró los nervios que lo embargaron, no estaba acostumbrado a presentarse ante el público como el causante de desgracias ajenas. En privado sí, pero se cuidaba mucho de que todos lo ignoraran.
—Perfecto, lo has hecho genial —y luego le sugirió—: El paso siguiente es que le mires el móvil y que busques entre los contactos uno que parezca el de alguna amistad de confianza. Nada de llamar a los padres o a familiares cercanos, te montarían un espectáculo. Dinero te costará y mucho, Darien, no nos engañemos. De gastar ingentes cantidades no te salvas. Así que te recomiendo que seas generoso. Porque, si no me equivoco, además de haber bebido alcohol violaste alguna otra norma.
—Veía el vídeo pornográfico que me mandó la morena después de salir de su casa —le confesó, en tanto se llevaba la mano a la cabeza con rabia contra sí mismo.
—Pues en pago por mi asesoramiento como letrado me lo tienes que enviar ahora mismo —chilló Rick de inmediato—. Admito que mi salario es muy generoso e incluye una participación en los beneficios de la empresa, pero se trata de mi retribución por ser tu director comercial. Esto es un extra porque hablamos de tu ámbito personal.
Darien largó una carcajada, la primera en horas. Su amigo siempre conseguía transmitirle la alegría que lo caracterizaba.
—¡Me pides que cometa un delito, Señor Letrado! —exclamó, contento.
—Por supuesto, ¡faltaba más! —luego chasqueó la lengua y agregó—: Sabes que en lo que te concierne soy la discreción personificada y jamás abriría la boca para decir algo que te perjudicara, no necesito jurártelo. ¡Pero imaginarme a la morena en el vídeo, y, encima, mientras hace guarrerías, es más fuerte que todo!
Darien volvió a lanzar una carcajada, sabía que su amigo se lo decía en serio. Igual se quedaba sin beber o sin comer hasta que le mandara la grabación.
—Ahora te lo paso, el vídeo hará que se te salten los ojos y que te queden de huevo duro para siempre. —Sonreía de oreja a oreja—. Sé que peco de insistente, pero ¿de verdad te das cuenta de que me incitas a cometer un delito?
—¡Un delito que sé que te divertirás al perpetrar! —Soltó la risa—. Dime, ¿volverás a salir con ella? —inquirió con anhelo apenas contenido.
—¡¿Después de quedarme sin mi Lamborghini y de casi matar a una muchacha?! —Se horrorizó de solo pensarlo y la piel se le puso de gallina—. ¿Estás de broma? ¡No soy masoquista! Si pasase cerca de mí cruzaría la calle como si fuera un gato negro. ¡Me ha dado mala suerte! Y sabes que no suelo repetir, así que si te gusta te la regalo.
—¡Claro que me gusta! —Se notaba que se le hacía agua la boca.
—Pues hazle de paño de lágrimas por mi abandono. —Darien volvió a reír a carcajadas—. Esta técnica te ha dado resultado en muchas ocasiones.
—¡Gran verdad! Y la aplicaré de nuevo, pero ahora centrémonos solo en ti. —Recondujo la conversación al motivo principal de la llamada—. Corta y telefonéale a la amiga o al amigo con el que habla más seguido y que tiene en marcación rápida. Eso sí, primero lee los mensajes. ¡Que no se te ocurra comunicarte con el novio! La pareja y los familiares están descartados.
—Entendido, Rick, me has tranquilizado. —Darien respiraba con más libertad—. Sin dormir y con todo este desbarajuste que se montó no era persona, no conseguía razonar. Seguía a media máquina a pesar de que me di una ducha antes de conducir.
—No me extraña, la morena estaba de infarto. ¡Ay, me imagino debajo de la ducha con ella y entro en ebullición! Te aseguro que no me importaría romper varios coches como el tuyo por follármela. Y no hay necesidad de agradecimientos, para esto están los colegas. Sabes que puedes contar conmigo y pedirme cualquier cosa, lo que sea —y después lo halagó—: Y prométeme que no te martirizarás. Lo has hecho muy bien, casi no tendré que tomar medidas porque lo has resuelto todo. Solo contactaré con un par de periodistas de confianza y algunos dueños de periódico que son amigos para controlar que no se cuele la noticia al público. ¡Toda precaución es poca! Eso sí, tendré que prometer que concederás una o dos entrevistas. Y, como nunca las has dado, aceptarán encantados.
—¡Hecho! —Movió de arriba abajo la cabeza, aunque el otro hombre no pudiese verlo; se puso de pie y se aproximó a la cama—. Ahora te dejo, Rick, estudiaré a quién le telefoneo.
—¡Palabras equivocadas! Primero me mandas el vídeo erótico de la morena. Y luego haces todo lo demás. —El tono no admitía réplica.
Sabía que su amigo alucinaría cuando lo viera. Y luego le recriminaría que él no tenía la misma suerte, que estos caramelos solo se los enviaban a Darien.
Cortó y tecleó el siguiente mensaje, que le envió junto con el vídeo:
Para que te hagas una idea de lo que te espera cuando te acuestes con la morena esta semana o la próxima. No creo que tarde mucho en caer, es demasiado caliente. ¡De mientras afila la espada, compañero!
Un par de minutos después recibió la contestación:
Estoy en ello. Hoy tendré que afilar la espada muchas veces. ¡La morena es una fiera!
Darien se rio con ganas. A continuación observó a la chica. Yacía —exánime— en el lecho. El pelo rubio dorado le desprendía aroma a vainilla y le caía sobre la almohada en finas hebras onduladas. Erguida quizá le llegaría un poco por debajo del hombro. Y enmarcaba un dulce rostro de adolescente, que culminaba en una mandíbula puntiaguda de duende. Según el carné de conducir que había en la mochila se llamaba Samantha Bardsley y tenía diecinueve años.
Se acercó a la mesilla donde habían dejado las pertenencias. No había demasiado, solo el teléfono intacto, caramelos y chicles de menta, un bolígrafo mordido en la punta, un pañuelo suave de tela adornado con rosas color té, una camiseta y un pantalón de hip hop en degradados que iban desde el azul al amarillo —ambos rasgados—, la mochila multicolor que había visto tiempos mejores. Tenía, también, un reproductor de música. Curioso, escuchó una canción. Era God's plan, de Drake.
—Muy bien, Samantha. —Atrapó uno de los mechones de la joven y notó que rivalizaban en brillo con los rayos del sol que entraban por la ventana—. Me llamo Darien Ferrars y seré tu sombra en los próximos días. Espero que te recuperes rápido así los dos volvemos enseguida a nuestras vidas normales. —Sin ningún remordimiento, se apropió del teléfono de Sam.
La pantalla estaba bloqueada con contraseña. Se sentó de nuevo en el mullido sillón y tecleó tan rápido que las manos daban la impresión de que aleteaban.
Murmuró con suficiencia:
—Pan comido.
Y en menos de un segundo lo desbloqueó. Le resultaba sencillo decidir a quién debía llamar porque la joven tenía cientos de llamadas de la misma persona, un sujeto que se apodaba Larguirucho. «¿Serás un pez, un mamífero pequeño o un ser humano?», pensó burlón.
Constató en el whatsapp que también era con quien más mensajes se enviaba. Y los leyó sin el menor reparo. En la mayoría hablaban de parkour. En ellos no había ningún intercambio amoroso ni el menor coqueteo.
—Te gusta el parkour, el hip hop. —Le echó otro vistazo rápido a la chica—. Tú de inocente no tienes nada, pequeña Bardsley, a pesar de tu cara angelical. También te imagino en un concierto de metal mientras bailas desenfrenada. O cuando escuchas a alguna banda alternativa con Larguirucho y tus otros amigos. Eso sí, después de saltar durante horas por los techos de la ciudad o del pueblo. Y seguro que te gusta fumar porros. ¡Mejor así! Las chicas inocentes son mi kryptonita[*].
Larguirucho también se hallaba en marcación rápida. Analizó a Samantha otra vez, aspiró el aire con fuerza y se alzó de hombros. Y efectuó la tarea que le había impuesto Rick y que no tenía la menor ganas de hacer. Para aliviar la tensión se paró y caminó de un lado a otro de la estancia.
—¡¿Se puede saber dónde estás, Ardilla?! —chilló una voz masculina, sin permitirle tomar la iniciativa—. ¡Me ha costado un triunfo llegar hasta donde quedamos! Un imbécil estrelló un Lamborghini espectacular, ¡esto está lleno de gente! —Se detuvo, al parecer su falta de respuesta le resultó extraña—. No eres Samantha, a estas alturas ya me hubiera interrumpido. Dime, ¿quién eres tú?
—Soy el imbécil que estrelló el Lamborghini espectacular —pronunció Darien, irónico.
—¡¿Cómo está Sam?! —gritó, furioso—. ¡Si le has hecho daño te juro que te mato!
—No hay necesidad de amenazar. —Empleaba el tono calmado que siempre amansaba a las bestias—. Soy una persona seria y responsable.
—La gente seria y responsable no destroza un Lamborghini, idiota. —El hombre estaba desquiciado, quizá hubiese sido mejor telefonear a los padres.
—Samantha salió ilesa. Siento mucho esta situación, créeme. —Constató con satisfacción que sonaba sincero—. Para que te tranquilices te informo que la traje al hospital con mi helicóptero y no se desplazó por la ruta. Ahora está ingresada en el Santa Barbara Cottage Hospital y la cuidan los mejores profesionales. Solo esperamos a que despierte, te prometo que no se ha hecho ningún daño.
—¡Ahora mismo voy para ahí, pedazo de imbécil! —le espetó hecho una furia—. ¡Si le has tocado un pelo te machaco, atontado!
Y le cortó. Darien se aproximó a la cama de Samantha —que todavía se hallaba inconsciente— y se volvió a sentar en el sillón.
Tal vez porque no podía escucharlo, le comentó:
—¿Sabes, Ardilla? Creo que a tu amigo le interesas más de lo que tú piensas. —Puso el codo sobre el lecho para estar cómodo y la estudió—. Te lo digo yo, que soy mayor que tú y con mucho mundo. Mi olfato para los negocios me indica que tú eres una propiedad que al Señor Larguirucho le encantaría adquirir. ¡El tipo suspira por tus huesos!
Efectuó una pausa y clavó los ojos en la joven. Quizá su magnética mirada —que tantos beneficios le proporcionaba a la hora de diseñar programas y de hacer negocios multimillonarios— la despertaría... Pero, por más que lo intentó, no se produjo el milagro.
—Eres guapa y pareces natural. Te aseguro que cuentas con la materia imprescindible para mantenerlo pillado. —La evaluaba como si fuese una nueva empresa que tasar—. Prepárate: cuando llegue este tío nos hará un drama.
No se equivocaba: cincuenta minutos después un hombre joven traspasó el acceso. Darien lo evaluó por si debía batirse con él a puñetazo limpio. Y buscó sus debilidades, cada persona las tenía. «Debe de medir diez centímetros más que yo, pero es demasiado blando. Tiene planta de deportista, aunque no creo que se compare con mi experiencia en luchas callejeras, en artes marciales y en boxeo», consideró con superioridad. Así que, confiado, concluyó que sería sencillo hacerlo caer desde su altura y morder el polvo. Pero primero optaría por la diplomacia, el lanzamiento de su nuevo programa lo impulsaba a limar asperezas.
—Buenas tardes, soy Darien Ferrars. —Se aproximó al recién llegado, le entregó la tarjeta de visita con todos los teléfonos y la dirección de la oficina para que constatase que sus intenciones eran buenas—. Dime qué puedo hacer por ti.
Larguirucho se la guardó en el bolsillo del pantalón deportivo sin siquiera mirarla una vez. Darien acostumbraba a llamar la atención y era habitual que un séquito se formara siempre alrededor de él, como si fuese el centro de una corte imperial. Así que esta actitud le resultaba como mínimo desconcertante. El individuo efectuó un repaso por encima del hombro y corrió hasta donde se hallaba Samantha. Le levantó la sábana y le analizó cada pequeño trozo de piel.
—No creo que sea apropiado. —Hasta el propio Darien juzgó ridícula la frase, sonaba a profesor anciano de larga barba—. Apuesto a que a ella no le gustaría que la vieras sin ropa.
Ni se inmutó. Recorría con la vista cada pequeña porción de Samantha y palpaba huesos, piel, músculos.
—Bien, es cierto que no ha sufrido daños visibles —pronunció cuando consideró que todo se encontraba en orden y que el otro hombre había dicho la verdad—. Ahora, idiota, cuéntame qué pasó.
Darien respiró hondo para calmarse y seguir el consejo de Richard. Precisaría mucha fuerza de voluntad, le costaba reprimir los deseos de estrangular o de romperle la cara al desconocido. La falta de respeto que le demostraba lo desquiciaba y por eso contó hasta diez antes de explicarle los hechos.
—Una camioneta se me vino encima y tuve que apartarme con brusquedad hacia la derecha. —Se trataba de la realidad, aunque un poco maquillada—. Y así fue cómo me salí de la ruta.
Parecía que Larguirucho iba a interrumpirlo para continuar con los enfrentamientos, pero una mujer entró sin llamar. Lo observó con interés —abría los ojos al máximo, lo que le daba apariencia de trucha— y le demostró el servilismo al que estaba acostumbrado. No le pareció guapa, se había hecho tantos retoques estéticos que daba la impresión de que la habían modelado en plastilina brillante. Le calculó entre treinta y cinco y cuarenta años, tal vez alguno más. Para estos temas Darien poseía ojo clínico, rara vez se equivocaba.
Ella se repuso de la sorpresa y rezongó a Larguirucho:
—¡Te advertí que cualquier día se rompían la crisma si seguían saltando como monos!
Pero un tenue quejido que provenía del lecho les hizo girar la cabeza.
—¿Se despertará? —preguntó Adrian, más para sí mismo que para los otros.
La suave voz de Samantha provocó que los dos corrieran hacia ella, por lo que ambos pudieron escuchar que, vacilante, preguntaba:
—¿Dónde estoy?
[*] La kryptonita es lo único que debilita a Superman y le quita sus poderes.
https://youtu.be/-A1BZexB1c0
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