Capítulo 17. Darien. Los deseos ridículos.

«Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el humo, el amor y el dinero».

Refrán popular.

  Poco a poco se recuperaba del terremoto que había intentado destrozar los cimientos de su existencia y de la nueva personalidad que había construido. Era hora teniendo presente que había pasado un mes desde que había encontrado el ramo de zarzo. La única asignatura pendiente que le quedaba era saber más de Samantha, ya que Rick le había aconsejado que no se comunicase con nadie de su entorno cercano. Según él, era preferible ignorar los hechos a resultar involucrado en las investigaciones de la policía, pues contaban con demasiadas pruebas en su contra, además del motivo y de la oportunidad.

  Necesitaba liberar tensión y no conocía mejor forma que un buen revolcón en la cama. Así que llamó a una de las chicas cuyo número guardaba en la agenda telefónica, Véronique, una rubia despampanante que no era pesada como otras. Era canadiense de habla francesa y se le daban de maravilla las técnicas amatorias, pues ejercía como profesora de yoga y de pilates. El cuerpo era elástico, experto y le gustaba explorar las sensaciones sin guardarse nada. En definitiva, alguien opuesto a Samantha, ¡justo lo que precisaba ahora!

  El plan consistía en almorzar con Véronique en un sitio elegante y luego llevarla al circuito de Laguna Seca para saludar a su colega Bill, que corría allí. Siempre lo impresionaba cuando los coches aceleraban en la curva número ocho, apodada «el sacacorchos», porque requería que pusieran la máxima atención en ella para que no aconteciese ninguna desgracia y lo impactaba el olor a quemado de los neumáticos al derrapar. Por supuesto, después de allí irían a un hotel cercano a desfogarse. La mujer le había dicho que amaba este tipo de entretenimientos que ponían la adrenalina al máximo, así que las expectativas acerca del encuentro sexual las colocaba por el cielo.

  Sin embargo, no pudo sustraerse del recuerdo de Samantha. Se encontró con la chica cuando iba a entrar en el restaurante de Santa Bárbara acompañado de su cita. Y lo peor: con Adrian pegado a ella como una lapa. Se suponía que debía hallarse encantado de que su plan funcionara, pero se sintió furioso sin saber por qué.

—¿Cómo estás, Samantha? —le preguntó, acercándose hasta la joven y mirándola intensamente, sin importarle que dejaba a la otra mujer unos pasos más atrás luego de expresar un breve «espera»—. La policía me comentó de tu accidente, veo que estás genial... Pensaron que podía ser obra mía. Por eso no me he comunicado contigo, para no echar más leña al fuego...

  No le gustó porque se escuchaba demasiado titubeante, algo impropio de él. Adrian, en cambio, lo escrutaba con mirada desafiante.

—Sí, por suerte me he salvado de milagro, he estado a un tris otra vez de morir —le explicó ella, hablando con normalidad: ¡¿sería posible que ya se hubiera olvidado de todo lo que compartieron por arrimarse otra vez al imbécil del amigo?! —. No sabía que habías estado en la mira de la policía, nunca me dijeron que eras sospechoso. Imagino que sabes que al final descubrieron que fue Karen la que echó el aceite en la roca en la que me resbalé. La detuvieron y confesó enseguida, ahora se halla en prisión por intento de homicidio.

—Sí, me lo comunicaron porque creen que también fue la que dejó las flores en mi casa. —Aunque, por supuesto, él se encontraba totalmente seguro de lo contrario, pero se calló para no preocuparla más—. Así que al final fue tu novia, ¡qué mal eliges la compañía! —Y movió la cabeza de modo acusatorio en dirección a Adrian.

  El otro hombre, a diferencia de la muchacha, enseguida entendió que lo recriminaba por estar con Samantha, pues le pasó un brazo a ella por la cintura y le aclaró:

—Mi novia ya no era, estaba enfadada porque la dejé por Sam.

—¡Ah, están juntos! —Las entrañas se le revolvieron aunque esto no debía sorprenderlo, se suponía que las lecciones se encaminaban a que lo conquistase—. ¡Felicitaciones, entonces!... Lamento que lo nuestro no funcionara, Samantha. —Efectuó un guiño para mostrarse generoso—. Tienes mi teléfono, cuando quieras llámame y hablamos, creo que entre nosotros quedaron varias conversaciones pendientes.

—No creo que haya necesidad de hablar contigo —le contestó Adrian, entrometiéndose—. Además estás muy bien acompañado, es hora de que vuelvas a lo tuyo.

—Es solo una amiga, pero tienes razón, debo volver con ella —y contemplando a Samantha con persistencia, agregó—: Adiós.

  Pese a despedirse tan rápidamente, no pudo olvidarse del encontronazo así de sencillo. Comenzó a pensar en todas las lecciones, una a una,  y en cómo lo enloquecía ducharse frente a la joven, tan inocente y tan confiada, mientras ella lo acosaba con cientos de preguntas ingenuas. Si no fuese por el maldito ramo de zarzos todavía seguirían juntos durante un tiempo con la excusa de aprender más a fondo de él las distintas técnicas. En cambio, salía con el idiota del amigo que ni siquiera se había percatado de que estaba emparejado con una psicópata y de que la ponía en peligro. «Tú representas un peligro mayor, Darien, no lo olvides», se dijo. Luego intentó dejar la mente en blanco y sin pensamientos perturbadores.

  Así que se dirigió con Véronique al circuito donde Bill corría. Incluso este le pidió, haciéndole un guiño, que esperase en su reservado. Estaba situado al lado de los boxes y mientras escuchaban los chillidos de las gomas de los bólidos deshaciéndose sobre el asfalto, comenzó a besar a la chica, atrayéndola hacia el cuerpo. Ella se dejaba llevar, encantada, en tanto lo rodeaba con los brazos por la cintura y se frotaba contra él. Le dio rabia porque, a pesar de que se moría de ganas de hacer el amor, algo no le permitía disfrutar ni llegar más lejos. No sabía bien qué, quizá la ansiedad por las investigaciones de la policía o porque daban por hecho que la mujer de plástico había colocado el ramo de zarzo dorado en su mansión. No se le ocurría otro motivo que lo impulsara a recorrer los labios de Véronique de un modo tan maquinal, como si estuviese en automático y una parte de sí se perdiera en la lejanía.

  Afortunadamente Rick lo interrumpió, impidiendo que se hiciese demasiadas preguntas y provocando que se separara rápidamente de la rubia para atenderlo.

¿Estás haciendo algo importante? —le preguntó, apremiante—. Nos vendrías genial en Silicon Valley, estamos a tope.

—Me encuentro en el circuito, mándame el helicóptero a Monterrey y enseguida estoy con ustedes —le pidió, aliviado de que le evitase lo que se suponía sería una sesión gratificante de sexo duro.

  Envió a una apenada Véronique a su casa en la limusina con Charles y él se fue a la oficina para que el trabajo borrara las estupideces que el cerebro turbado le hacía pensar una y otra vez. Sin embargo, esa noche en la cama nada impedía que rumiase, como si fuera un mantra, que le parecía una tontería que Samantha le dedicara el tiempo a una persona que no la apreciaba todo lo que debería, ya que había puesto por delante de ella a alguien que le podía haber causado un daño mortal. Estas reflexiones lo hacían revolverse en el lecho del piso de la empresa sin encontrar acomodo.

  Al final agarró el teléfono y le mandó un whatsapp.

¿Ya estás en casa? —Le puso. 

Sí. —Escribió la chica enseguida.

¿Sola? —repuso él de inmediato.

Sola. —Y cuando leyó esta palabra exhaló un suspiro, sin percatarse de que contenía la respiración—. ¿Y tú?

También, me vine enseguida para Silicon Valley a trabajar y ahora estoy aquí. —Parecía que le daba explicaciones, ¡qué tontería!, no era propio de él—. Te extraño, Samantha.

  Y ahí sí que cometió el colmo de la estupidez, aunque quizá lo más tonto de todo era que esto fuese cierto, pues la añoraba tanto que no dejaba de pensar en ella.

Y yo echo de menos las lecciones que me dabas mientras te bañabas. —Puso ella muy rápido, audaz incluso dentro de su inocencia, removiéndole todo por dentro porque le sucedía lo mismo—. Y el resto de lecciones, claro, no solo esas...

Pues podemos continuarlas cuando quieras, Samantha. —Y los dedos corrían sobre las letras del teléfono a velocidad de vértigo.

Fuiste tú quien me dijo que me fuera —le reprochó la joven.

Porque me daba cuenta de que estabas en peligro, ya viste lo de las flores y la paloma en la puerta —y después le aclaró—: Una vez me sucedió algo similar y acabó muy mal. Tenía que alejarte de mi casa, tengo un enemigo y no sé quién es.

Pues me hubiese gustado ayudarte —le confesó, cariñosa—. Quizá me hubiese evitado lo que luego sucedió con Karen.

Eres muy dulce, Samantha. —Escribió, enternecido—. Yo también extraño mucho nuestras lecciones.

No lo parecía, te veías muy bien con esa rubia. —Puso la chica.

Y tú con tu amigo —le recordó él—. Eso es todavía peor, porque Adrian se comportaba como si fuese tu novio.

No lo es. —Escribió velozmente.

Pues tampoco Véronique, ni siquiera llegamos hoy a acostarnos. —Y se sintió un poco tonto al confesarle la verdad.

  De improviso, una idea le surcó por la mente, rápida como los bólidos de Laguna Seca: ¿y si no había podido seguir adelante con la otra mujer porque lo que realmente le pedía el cuerpo era acostarse con Samantha? Lo pensó y tuvo que reconocer que, salvo con Lía cuando todavía era un crío, nunca lo había pasado tan bien con otra chica. Ni se le cruzó siquiera por la cabeza que pudiese haber algo más entre ellos, alguna conexión sentimental, ya que se sentía incapaz de algo así.

¿No te acostaste con ella? —Y el hecho de repetir lo que él había puesto denotaba la magnitud del asombro.

No, desde que he estado contigo no me he acostado con nadie. —No agregó, por supuesto, que lo había intentado y que había sido incapaz de continuar, sería proporcionar demasiada información, pues representaba un desafío para sí reconocer que Samantha le importaba, no necesitaba profundizar más.

¡Vaya! —Y la palabra entre signos de exclamación, con ser tan escueta, le decía muchísimo, ya que encerraba la perplejidad de la joven, que él también compartía.

Ya ves, estoy solo en mi cama y con ganas. —Puso, insinuante, dudando acerca de si debía llamarla en lugar de seguir enviándole whatsapps—. Compadécete de mí y mándame un vídeo tuyo que me estimule...

Espera un segundo, voy a grabarlo y enseguida te lo envío. —Y la rápida aceptación lo impulsó a dar un salto en el lecho.

  Se quedó allí, pegado al teléfono. Contando los segundos e imaginando la grabación de Samantha. Siendo primeriza en estas lides, seguro que no se animaba a dejar que el rostro apareciese en un vídeo erótico. Aunque pensar en los hermosos pechos, a los que le había dedicado tanta atención con las manos, los labios y la lengua, lo ponía a mil. Imaginaba que iría bajando con el móvil y le permitiría la visión, apenas, de los rizos rubios del pubis. Aunque dudaba que abriese las piernas para permitirle más y esta incertidumbre, de hasta dónde llegaría la muchacha, lo estaba matando.

  Los minutos pasaban y había transcurrido un cuarto de hora ya. Iba haciéndose ilusiones, dada la demora, de que seguro estaba siendo más atrevida. Fantaseaba con ella desnuda frente al espejo, analizándose, antes de inmortalizar cada toma, provocativa para excitarlo más. ¡Como si le hiciese falta! Se hallaba deseoso solo con visualizar en la mente los momentos vividos.

Ya está. —Apareció de improviso en la pantalla del teléfono.

  Y contuvo la respiración, impaciente, aguardando a que bajase el vídeo. Cuando entró a verlo había en él un perrito pequeño, de raza tekel, que saltaba feliz jugando con Samantha. La chica, mirando hacia la pantalla, le sacaba la lengua y reía a carcajadas. ¡No se podía creer cómo le había tomado el pelo!

¿Te ha estimulado? —Tecleó Samantha a continuación.

  Pese a sentirse sexualmente frustrado volvió a contemplar las imágenes y se empezó a reír a carcajadas: ¡cómo se había burlado de él! Debía reconocer que aunque no la hubiese visto desnuda en la grabación, desplegando todas sus armas eróticas, contemplarla así, tan natural y tan despreocupada con su perrito salchicha, le alegraba la noche.

¿Le has puesto de nombre a tu perro Señor Salchicha? —Puso, anticipando la respuesta.

Sí. —Escribió, breve, junto al emoticono de la carita con el beso y el corazón.

  Debía de tener un día tonto porque se sintió muy emocionado. Samantha deseaba tener algo que recordase los instantes que habían compartido, aunque no fuera de una manera muy ortodoxa.

¿Entonces, Samantha, no me vas a enviar un vídeo erótico tuyo donde pueda recordar cómo te ves desnuda? —Puso con todas las letras, para que en esta oportunidad pudiese hacerse una idea clara de qué esperar.

¿No te gusta este? —Escribió ella enseguida.

Me encanta, pero extraño tus senos, tus muslos, tu clítoris. —Tecleó, apasionado—. Necesito verlos para comprobar que están bien.

Están perfectamente, te envían saludos. —Y, frustrado, exhaló el aire contenido—. Dicen que no les gusta que los fotografíen ni que les hagan vídeos.

¡Uno solo de poquitos segundos! —Escribió, suplicando, justo él que estaba cansado de recibir cientos de imágenes y de grabaciones que no había solicitado.

Dicen que vengas y  que los saludes personalmente. —Tecleó Samantha—. Ahora vivo sola.

¿Ya no estás con tu tía? —Se asombró.

No, vivo cerca de tu casa, en Santa Bárbara —y para que él no sacase conclusiones precipitadas luego añadió—: El conocido de mi amiga me lo alquiló, fue casualidad. No elegí que estuviera cerca de ti.

  Y este comentario le produjo desagrado, aunque no supiese bien por qué. ¿Sería porque él se había ofrecido a dejarle una casa o un piso o porque la proximidad era una casualidad?

¿Ha estado Adrian allí? —Escribió, imaginando cómo se acariciaban tirados sobre el sofá.

Todavía no ha podido, estaba ocupado, viene a verme aquí dentro de dos días. —Puso rápidamente—. ¿Por qué me lo preguntas, Darien?

Porque si te visita seguro que los dos terminan en la cama. —Y era evidente que esto lo molestaba.

Pues ven tú antes, entonces. —Escribió Samantha—. Aunque te advierto que es pequeñito, no se parece en nada a tu palacio.

Te tomo la palabra, dame la dirección y voy ahora mismo para allí. ¡Pasaremos toda la noche haciendo el amor una y otra vez!

https://youtu.be/T57AVCwPVnw



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