Capítulo 13. Darien. El jugador.

«El sexo es una democracia: goza tanto el que está arriba como el que está abajo».

Refrán popular.

  Hacía casi una década que él había dejado de percibir tan cercana la sombra de la muerte. Para ser más específico, había encarcelado esta sensación bajo miles de candados, en el lugar más recóndito de la mente, fingiendo que el asesinato había sido una pesadilla. Y el autoengaño había surtido efecto, al final se lo había terminado creyendo.

  No obstante ello, en medio del bosque del Castillo de Dornroschenschloss Sababurg sintió que la voracidad de esta negrura siniestra volvía a atraerlo dentro de sí, moviendo los hilos del presente en contra de su voluntad igual que si fuese un títere. Las sienes le palpitaron con fuerza al olfatear la resina y llegó a confundirse creyendo que se mezclaba con el perfume de la sangre; el corazón le galopó dentro del pecho al percibir una ligera fragancia a romero. Sudó frío ante el miedo pintado en el rostro de Samantha y esto lo estimuló para ir más allá. Lo cierto era que le proporcionó una lección y no de las que ella pretendía. Porque, de improviso, el espíritu de aventura de la joven lo arrancó de la seguridad del hoy y lo depositó en el pasado agobiante que repelía a todas las fibras del cuerpo. Volvió a tener dieciséis años y a probar, otra vez, la inseguridad de hallarse al lado de una chica y de no saber distinguir lo apropiado de lo incorrecto. ¡Como si al Darien billonario y accionista mayoritario de Advanced Programs & Networks Corporation, la fachada que había creado con esfuerzo,  estas tonterías lo pudiesen conmover!

  Pero lo peor no fue esto, sino que creyó por un segundo cuando se miró las manos que se hallaban embadurnadas con la sangre de Lía. Un nombre en el que se resistía a pensar, pues se encontraba tan enterrado en el fondo del cerebro como el cadáver de esta chica inocente en una sepultura.

  El bosque de robles sacó la putrefacción a la superficie y lo asió con sus garras afiladas para que viese los gusanos comiendo la carne. Ni siquiera machacando a golpes uno de estos árboles consiguió alejar el olor metálico que rezumaban las venas de Lía mezclado con el de la maleza, el de los hongos pisoteados y el de la lluvia, de un modo tan vívido que le daba la sensación de que lo aspiraba ahora. ¡Maldita memoria que le recordaba hasta los detalles más ínfimos!

  Y fue ahí que comprendió que estas indeseadas emociones debía achacárselas a Samantha, que prácticamente lo empujó hasta este sitio que lo colmaba de inquietud. Ignoró las reticencias de él, las súplicas, como a todas las mujeres solo le interesaba mangonearlo. Porque la ratoncilla de biblioteca cada día aprendía de manera instintiva nuevas mañas y pronto, igual que el resto, superaría al maestro.

  Por esto la escarmentó, aunque solo asustándola. Un castigo muy leve, ya que solo Dios sabía de qué era Darien capaz. Sin embargo, al salir de la enmarañada mezcla de naturaleza, de pasado y de recuerdos de muerte, reconoció que su actitud era un tanto exagerada. Cerró los ojos, sin que ella lo advirtiese, y volvió a mentalizarse acerca de quién era ahora, recalcando cada uno de los detalles de la imagen que había construido en California con remordimientos, con sudor y con lágrimas. Respiró hondo, y, de esta forma, la cordura regresó y volvió a actuar como siempre. Aunque sus propósitos cambiaron en relación a Samantha: deseaba rematar la faena, terminar con las lecciones, ganar la apuesta y regresar a la seguridad de la mansión, del trabajo y de la amistad comprensiva de Rick.

—¿No te parece que exageras un poco? —le preguntó la muchacha cuando dos miembros del personal del hotel se aparecieron en la suite cargando un proyector y otros implementos.

—A estas alturas deberías saber que nuestras clases me las tomo muy en serio. —Le guiñó el ojo—. Además el otro día casi te desmayas cuando te enseñé besándote los pechos, imagina qué sucedería hoy que nos toca las zonas más interesantes para el placer.

  Samantha hizo un puchero y protestó:

—Pero todo esto ya lo aprendí en el instituto, lo que más me interesaba era la parte práctica.

—Y la habrá, por supuesto, hazte a la idea de que esta noche es el examen final —le indicó, acariciándole el rostro.

  Por suerte la piel satinada, aromática y suave de la chica lograba que el bosque de robles retrocediera dentro de él. El sexo desenfrenado era su válvula de escape y ahora volvía a salvarlo de sí mismo. «Soy yo de nuevo, la naturaleza no ha podido acabar conmigo», pensó satisfecho.

—¿El examen final? —Se desconcertó la joven.

—Sí, Rick me ha llamado hace un rato porque me requieren con urgencia en Silicon Valley —le mintió, no tenía sentido prolongar una conclusión inevitable. 

  Al fin y al cabo: ¿cuándo había estado con una mujer tanto tiempo? «Solo una vez», le susurró la vocecilla malvada que pugnaba por salir del escondite para que oliese el hedor ferroso de la sangre. Sacudió la cabeza con brusquedad y la ignoró.

—¿Ya nos vamos, Darien, entonces? —se decepcionó Samantha.

—Mira el lado positivo, no tendrás que esperar por la parte práctica al completo, pues la haremos hoy. Porque antes de irnos cumpliré con lo que te he prometido, enseñarte las técnicas imprescindibles para volver loco a tu amigo. —Y forzó un tono alegre.

—Supongo que ya es hora de que vuelva con tía Kitty. —Se le notaba la resignación en la voz, pues no había mencionado ni una sola vez a la señora que la había criado durante las vacaciones y parecía reacia a regresar.

  Y constató, asimismo, cómo se estremecía. Seguro que reflexionaba en que volvería a dar explicaciones cada vez que salía o que alguien la llamaba o cuando se abstraía pensando en algo. Quizá debería aconsejarla que buscase un piso de alquiler y que aprovechara esta ocasión para independizarse.

—No te estoy echando, puedes quedarte unos días en casa —le concedió Darien, magnánimo.

  Lo dijo sin saber muy bien el porqué, ya que ahora Samantha no representaba ningún peligro para la presentación del programa a nivel mundial, pues la habían superado con el mayor de los éxitos. Tal vez porque recordaba lo que era vivir en la más absoluta soledad, aunque cualquier cosa era mejor que soportar una tía controladora como la de la joven.

—¿Empezamos, entonces? —le preguntó, y, mientras lo hacía, la condujo hasta uno de los sillones que se situaban frente a la enorme pantalla blanca—. Siéntate aquí, así ves mejor la imagen.

  Encendió el proyector y apareció ante ellos el enorme dibujo de unos genitales femeninos. Casi largó una risotada al apreciar que la chica daba un respingo, como si temiera que esa especie de boca gigantesca la fuese a deglutir.

—Sí, hoy vamos a responder todas las incógnitas que encierra el sexo femenino. —Se puso frente a ella transformándose como por arte de magia en profesor, cada vez asumía mejor este papel, pues era mucho más sencillo que ser el auténtico Darien Ferrars—. En mi última ducha me preguntaste todo lo que había que preguntar sobre el pene y la forma en la que había que satisfacer a un chico, no es necesario que lo repitamos.

—Sí, me hablaste mucho sobre la felonía —intervino Samantha para demostrarle que era una alumna aplicada.

  Sin embargo, él empezó a reír sin parar rompiendo la seriedad del momento. La muchacha lo miró perpleja, lo que le provocó más carcajadas.

—Felonía es otra cosa —le explicó, al fin, cuando recobró el control—. A lo que tú te refieres es a la estimulación del pene con la boca, que se llama felación o mamada. Ya te expliqué en la ducha con todo lujo de detalles cómo nos gustan, qué importantes son y las precauciones que deberías tener, pues no es plato de buen gusto que te contagien una enfermedad de transmisión sexual.

  Y enumeraba los puntos como si fuese un catedrático informando a los estudiantes respecto al programa de la materia durante el año lectivo.

—¿Y no sería mejor que nos dedicáramos a ti de nuevo? —le preguntó Samantha, ansiosa—. Porque tú me dejaste ver y preguntar, pero no tocar. Yo deseo conquistar a un chico: ¿de qué me sirve que me expliques cómo funciona mi cuerpo si esto ya lo sé?

  La observó con gesto reprobatorio antes de disentir:

—Todos los hombres suelen zambullirse hacia allí con la boca igual que un elefante en una cacharrería. —Y señaló a la muchacha por debajo del vientre—. Pero son muy pocos los que tienen idea de cómo se hace un buen cunnilingus. Estar informada de buena mano te deja dos opciones, Samantha: o bien mandarlos al cuerno por incompetentes, o, de lo contrario, enseñarles a que te lo hagan bien. Tú decides, nunca deberías sentirte obligada a que te hagan algo que no deseas... Incluso puede que el día de mañana te guste una mujer y así ya te lo tienes aprendido...

—Lo dudo, no me llaman la atención —le aclaró la joven enseguida.

—Pues te pensabas que solo podías hacer el amor con Adrian y ahora estás impaciente por hacerlo conmigo —le recordó, apuntándola con el índice—. Nunca se sabe cómo uno podría evolucionar...

—¿Te has acostado con algún hombre? —lo interrogó ella con curiosidad.

—Pues no, soy demasiado mujeriego como para que me gusten —repuso convencido.

—Pues yo no soy hombreriega, pero sé sin lugar a dudas que no me atraen —insistió Samantha, mordiéndose el labio inferior—. Aunque como todavía soy joven te voy a hacer caso y mantendré la mente abierta.

—¡Perfecto! —y luego le recalcó—: Todas las chicas con las que he estado hablan maravillas de mí en este sentido y es porque me he tomado las molestias de aprender a hacerlo y de pensar primero en la satisfacción de ellas. Verlas enloquecerse, además, hace que yo disfrute al máximo. ¿Sabes cuál es la clave, Samantha? La clave radica en efectuar el cunnilingus como un fin en sí mismo. No creer que es ir y dar un lengüetazo rápido para luego salir corriendo y meterla pronto.

  Advirtió que fruncía el ceño, pero no dijo nada y lo dejó correr.

—Y por eso siempre terminan contentas y halagándome y volviéndome loco con las llamadas al teléfono de mi casa. —Se aproximó a ella y le puso el índice debajo de la nariz—. Y lo más relevante: también me indican uno a uno los errores de otros hombres al practicarles el sexo oral, que es lo que más nos importa para nuestra última lección. —Realizó una pausa por si Samantha deseaba aportar algún comentario, ya que daba la impresión de que algo la molestaba. 

  Pero como permaneció en silencio prosiguió:

—El primer error grave es quitarle la ropa a la chica y tirarse al clítoris desesperado, igual que si hubiese estado sin comer durante años. —Efectuó el ademán de atrapar una pelota que venía a gran velocidad—. Hay hombres que se vuelven locos al ver una mujer desnuda, porque no tienen todo el sexo que desearían, y arremeten embistiendo como los rinocerontes con el cuerno... El clítoris es muy delicado, Samantha, si son así de bruscos y van de lleno y sin los pasos previos te va a doler o se te va a irritar. ¡No disfrutarás nada y tendrás ganas de salir corriendo! Mi consejo: ¡huye! Porque el último sitio al que deberíamos prestarle atención es el clítoris.

  Volvió a hacer una pausa por si ella deseaba agregar algo, pero estaba roja como un tomate y se mantuvo en silencio. Le hizo gracia su actitud.

—También es muy común el error contrario: hay hombres que no tienen ni la más remota idea de dónde está. —E hizo un gesto despectivo—. Recorren todo lo que hay por recorrer por la zona menos el punto principal. En lugar de informarse un poco, porque es muy sencillo encontrarlo, creen que lo saben todo y lo que en realidad precisarían es una brújula que los guiase. El clítoris tiene tantas terminaciones nerviosas que si te lo hacen bien la experiencia será inolvidable, creerás que has perdido la razón porque no podrás pensar en otra cosa —al constatar que Samantha continuaba silenciosa le preguntó—: ¿No deseas preguntar algo o hacer alguna acotación?

  Ella se puso granate.

—No, tú lo estás explicando muy bien —solo dijo.

—Pues sigamos, entonces. —Y se pasó la mano por el pelo, al hablar tanto de sexo le entraban unas ganas enormes de practicarlo, más porque le daba la sensación de que los colores de Samantha obedecían a que se imaginaba mentalmente lo bien que él se lo hacía—. Hay otros sujetos que se tiran de lleno a la vagina, de buenas a primeras y sin aviso, y te meten la lengua dentro dura como un palo, igual que si estuviesen desatascando el wáter. Siempre me dicen que es muy, muy desagradable... O peor todavía, se les ocurre dar mordiscones ahí o en el clítoris, igual que si fuesen caníbales. También están los idiotas a los que se les da por comparar la vagina o el vello púbico tuyo con el de las compañeras sexuales anteriores o que te critica algo que no es de su gusto como si le hubieses concedido el derecho a criticar: si te sale un imbécil así, Samantha, también mándalo de paseo.

  Ella enseguida movió la cabeza afirmativamente.

—Pues ahora te explicaré lo que sí tienen que hacerte para que te enloquezcan de placer. —La miro fijo y con sensualidad—. Primero tienen que besarte como yo te enseñé, irte acariciando poco a poco y desnudándote lentamente. A continuación dedicarle un homenaje a tus pechos, Samantha, que son preciosos, de forma que antes de bajar en dirección a tu vientre estés muy, muy deseosa, igual que la otra noche cuando se te doblaban las piernas. Te recorren con la lengua de manera tranquila, como si tuviesen todo el tiempo del mundo, paladeando tu piel dulce, tan suave que te dará ganas de seguir así por toda la eternidad y hasta te olvidarás de tu nombre.

  Y se detuvo con ganas de largar otra carcajada: parecía que a ella le costaba respirar y la cara le transpiraba. ¡No era para menos, también se había encendido mientras le enseñaba!

—¿Estás bien? —le preguntó, divertido.

—Hace mucho calor aquí —le aclaró Samantha, mientras comenzaba a abanicarse con el menú del hotel.

—¡Sí, por supuesto, como si estuviésemos en una selva tropical! —se burló con malicia, haciéndole otro guiño—. A continuación yo te recorrería con la boca o con mi lengua las piernas y la iría llevando por dentro de tus muslos. Te engañaría para que pensaras que voy a la zona interesante, pero me detendría y volvería hacia abajo. ¿Por qué? Para tentarte, para hacerte desear, pero también para comprobar tu reacción y poder estar seguro de que me quieres allí, pues no a todas las mujeres les gusta lo mismo...

—¡Pues a mí sí que me encantaría! —exclamó Samantha, gimiendo—. ¡Desde ya te doy permiso para que me lo hagas!

  Se detuvo y respiró hondo. Definitivamente, allí hacía muchísimo calor y parecía el Amazonas. Si solo hablándole se ponían los dos de esta manera: ¿qué sucedería cuando lo llevasen a la práctica?

—Una vez en la tarea, te recorrería de arriba abajo los labios. ¡Todos! —Y le mostró el procedimiento en la figura de la pantalla—. Por supuesto te iría variando el ritmo, los movimientos, con la lengua tan suave como si disfrutase del chocolate del helado servido en un cucurucho. Con la otra mano no me olvidaría de tus hermosos pechos, Samantha, porque seguiría acariciándotelos y estarían el doble del tamaño habitual, igual que el otro día en el espejo —exageró, pero dado el precalentemiento una pequeña parte de sí lo considero posible—. En ese instante, como te conozco muy bien, sé que tú ya estarías con la espalda arqueada, moviéndote frenética y tirándome del pelo mientras me suplicarías que te lo haga ya mismo... Y aquí lo dejamos, lo que falta te lo demostraré en la práctica.

—¡¿Ahora?! —Se sorprendió la joven.

—No, es tu primera vez y tenemos que hacerlo bien, con todos los honores. —Le desacomodó la cabellera rubia con la mano, ¡se veía tan inocente!—. Nos vamos a bañar, cada uno por su lado, y nos pondremos guapos. Tendremos una cita, Samantha. Después iremos a cenar y al volver a la suite dejarás de ser virgen.

  Y la observó: los ojos de la chica brillaban anticipando el momento.

https://youtu.be/MN1SSMCS3ws



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