Capítulo 11. Darien. El músico prodigioso.
«No hay mujeres frígidas, sino hombres inexpertos».
Refrán popular.
No tenía la menor idea de por qué Samantha le había dicho que deseaba conocer Berlín, cuando era evidente que estando aquí solo pensaba en regresar al hotel. Se sentía halagado a pesar de que se había leído de cabo a rabo la guía de viajes en el avión para explicarle los pormenores delante del Muro de la Vergüenza. En definitiva, bien podía haberse ahorrado el esfuerzo, pues lo único que despertaba el interés de la joven eran sus lecciones en el arte de amar. Hablando claro: el sexo.
¿Por qué le había regalado un viaje a cuerpo de rey? Buena pregunta, tampoco sabía con certeza la respuesta. Suponía que porque le gustaba verla contenta y lo divertía su entusiasmo. También podía ser que se debiese al afán de cortar de plano cualquier problema relacionado con ella para el mejor lanzamiento de su nuevo programa. Aunque de esto último dudaba, Samantha no representaba ninguna amenaza ni le importaba demasiado la apuesta. Podía haberse acostado con ella desde el primer día, se hallaba más que dispuesta, y era él el que lo dilataba. Es más, cada vez que Rick le preguntaba qué tal iban los avances le cambiaba de tema y solo le prometía que al cabo de la semana sería el ganador incuestionable. Por supuesto, Richard quería saber más, solían contarse con pelos y señales cada minuto de cada nueva conquista. Pero lo referente a ella lo guardaba para sí en lo más profundo de la mente, igual que el asesinato de la chica en Australia tantos años atrás.
Necesitó de muchísimo tesón para desligarse de los recuerdos que la virginidad de Samantha le trajo a la memoria. Requirió de toda su concentración, decirse una y otra vez que no era la misma persona, mirarse al espejo y comprender que su nueva fachada, la del billonario guapo, excéntrico y con cuerpo de deportista, se encontraba a años luz de la de aquel chico escuálido, que se encerraba con el ordenador en la habitación y que veía a las muchachas de lejos, suspirando por ellas en la distancia. Hasta que al fin intimó con una virgen y ocurrió la tragedia, después de la cual se vio obligado a alejarse de prisa y encontrar refugio en California.
Pero no deseaba hurgar en los recuerdos. Por este motivo en Alemania se mantenía alejado de la Selva Negra y de los bosques de pinos, de hayas y de abedules que le pudiesen recordar, aunque fuera remotamente, aquellos de su tierra regados de sangre. No obstante ello, cuando descubrió que Samantha no le tenía el menor apego a Berlín pensó que podría llevarla a recorrer la Deutsches Märchenstrasse, La ruta alemana de los cuentos de hadas. Al ser bibliotecaria y amar los libros estaba seguro de que le encantaría y al ver su sonrisa quizá podría olvidarse de las pesadillas relacionadas con el follaje y con la mujer muerta.
Sin embargo, cuando le comentó el propósito ella se mordió el labio y protestó.
—Creía que seguiríamos con las lecciones. —Y lo miró con deseo—. El verte bañar me ha despertado todavía más la curiosidad.
—Y las seguiremos mientras recorremos la ruta de los hermanos Grimm —le prometió, dándole un pico sobre los labios—. Hemos venido hasta aquí y vamos a aprovechar el viaje para conocer más.
—¿Y cuál es la próxima lección? —Se puso un poco colorada porque parecía demasiado impaciente.
—Se titula «Conoce tu propio cuerpo» —Y contuvo la risa al notar su decepción.
—Pensaba que después de compartir tus duchas como observadora lo mejor era empezar por conocer el tuyo más de cerca. —Y el tono era esperanzador, como si lo pudiese hacer cambiar de idea—. ¡El mío me lo sé de memoria!
—Y el mío ya lo conoces, me estoy bañando frente a ti para que te acostumbres a él. —En esta ocasión el calor los envolvió a los dos, ya que ambos recordaban los instantes de locura compartidos en el baño mientras se amaban solo con las miradas—. Y te puedo asegurar que yo también estoy gozando al máximo con esto de ir despacito.
—Entonces, ¿no podemos adelantar la nueva lección y hacemos el recorrido después? —lo interrogó ella con anhelo.
—¡Vamos, Samantha, prepara el equipaje! —exclamó él, riendo, en tanto le daba un abrazo.
Volvieron a subir a un avión, en esta oportunidad desde Berlín hasta Fráncfort. Él aprovechó el vuelo para leer en una nueva guía que había comprado y empaparse con el trayecto que emprenderían con el coche alquilado en pos de la estela de los hermanos Grimm. Así que después de instalarse ambos en la Suite Premier del Rocco Forte Villa Kennedy y de que les entregasen el Porsche 911 GT3 deportivo, en rojo brillante, todo estaba dispuesto para empezar.
Se percató, asimismo, de que ahora sí había acertado en la decisión de venir aquí mientras recorrían Hanau, el pueblo natal de los escritores, y, sobre todo, al ver a Samantha girando sobre sí misma, feliz, en Philippsruhe, un palacio barroco a la orilla del río Main, y que tantos cuentos inspirara. También en Steinau, en la casa familiar de los Grimm, que en la actualidad era un museo.
Sin embargo, en Marburg fue donde más disfrutó, quizá porque la ciudad se hallaba envuelta en una magia indescriptible, pues los dos hermanos estudiaron en su universidad y fue donde surgió la chispa que los impulsó a recopilar las leyendas, las fábulas y los cuentos de transmisión oral y a crear algo distinto tomándolos como referencia junto a los hechos históricos. Samantha parecía una niña pequeña mientras daba chillidos de felicidad al encontrar el zapatito de la Cenicienta (un enorme zapato rojo, en realidad), la cesta de Caperucita, la casa de Hansel y Gretel y mucho más.
—Mañana seguimos, ahora volvamos al hotel —le propuso al terminar de recorrerla.
—Lo he pasado genial, Darien, muchas gracias. —Se acercó a él y le acarició la cara—. Aunque reconozco que también estoy muy impaciente por empezar la próxima lección.
Durante el regreso ambos se mantuvieron en un silencio cómodo y nada agobiante, concentrados en los pensamientos. Se sorprendía de que él, un play boy en toda regla, se estuviese aficionando tanto a la presencia de Samantha, quizá porque no parecía deslumbrada por el lujo al que estaba acostumbrado. Ni era, tampoco, una persona ambiciosa o interesada, que quisiese atarlo solo para seguir disfrutando de las comodidades. ¡Había tenido que insistir hasta el cansancio para que lo intentara como modelo si Max le hacía alguna propuesta interesante! Las otras se lo pedían sin que viniese a cuento.
Más tarde, ya en la habitación, Samantha le preguntó:
—¿Me saco la ropa?
Él largó una carcajada, divertido por su impaciencia.
—Solo la camisa. —Trató de contener la risa para no mortificarla—. Pero no me robes el placer de quitártela yo...
La muchacha suspiró mientras él le empezaba a desprender uno a uno los botones, con mucha lentitud. Se la retiró con cuidado y la dejó con el sujetador de seda verde que le había comprado. Sostuvo los senos, cargándolos como si fuesen un par de ratoncillos recién nacidos, aunque en honor a la verdad le llenaban el cuenco de ambas manos.
—Antes que nada déjame decirte que los pechos nos enloquecen a todos los hombres heteros —le explicó, dándole un pequeño beso a cada uno por encima de la tela, porque no pudo controlar las ganas de hacerlo; Samantha se le acercó y estiró el cuello hacia atrás, esperando por más caricias, pero él solo siguió hablando—: En mi caso me gustan los naturales, no los duros y operados que rebotan como pelotas... Karen es el ejemplo perfecto de cómo se pueden arruinar con una cirugía estética... ¿Por qué es tan importante la lección de hoy? Porque es necesario que los conozcas y que sepas cómo utilizarlos, además de sacarles partido con la ropa interior y con bikinis seductores.
Efectuó una pausa y la miró detenidamente a los ojos, regodeándose con el tremendo deseo que había en los dos mares verdes de ella.
Luego prosiguió diciendo:
—Lo más importante es que tú sepas lo que te gusta para que luego guíes a la otra persona. Supón que se le dé por colgarse de ellos como si se estuviese balanceando de la rama de un eucalipto. —Y la chica se rio con ganas imaginándose la situación—. Créeme, hay hombres así... ¿Verdad que te gusta si te acaricio los pechos de esta forma?
Y se los masajeó por debajo, haciendo gala de la mayor de las ternuras. Iba frotándolos desde abajo hacia arriba, como si además de sostenerlos los estuviese acunando.
—¡Ah, sí! —coincidió con él Samantha, arqueando la espalda hacia atrás.
—Y ten en cuenta que lo hago por encima del sostén, imagina si te lo quito. —Puso las manos detrás y con habilidad se lo soltó, dejando que cayera sobre la alfombra y quedando al descubierto los pechos rellenos, bien formados y simétricos que le inspiraron ternura—. ¿Qué me dices ahora?
Comprobó que la joven se quedaba sin respiración ante las sensaciones que la piel de los dedos y de las palmas le producía al rozar esta zona tan sensible. A pesar de los avances anteriores era la primera oportunidad en la que los pechos se convertían en el centro de atención.
—Es importante acariciarlos con cuidado o lamerlos así, de abajo hacia arriba y sin llegar todavía a la aureola: el pezón equivale al clímax de esta etapa, el punto máximo, el último peldaño. —Y procedió a demostrarle en la práctica cómo era la mejor forma de prodigarles placer con la lengua. —¿Ves?
Y notó que las piernas de Samantha temblaban. Tuvo que sostenerla para evitar que se cayese.
—¡Increíble! —exclamó ella en cuanto consiguió recuperarse—. ¡Eres impresionante, Darien!
—¡Gracias, princesa! —exclamó, agradecido, y luego hizo en broma una reverencia antes de pedirle—: Ven, míralos en el espejo.
Y la condujo hasta allí.
—¿Notas cuánto han cambiado? —le preguntó, señalándolos.
—Sí, están bastante más grandes y la punta del pezón muy erguida —comentó Samantha, analizándolos con detenimiento.
—Y ahora viene lo mejor —le prometió y empezó a lamer en círculos la aureola con la lengua, primero, y después le dio mordisquitos.
Esta vez Darien tuvo que sostenerla entre los brazos y recostarla en la cama porque las piernas de la muchacha dejaron de funcionar.
Solo decía una y otra vez:
—¡Mmm, mmm, ah, ah!
Y allí, sobre el lecho, él también se dejó llevar un poco por la tersura de los senos perfectos, por el sabor azucarado de la piel de Samantha y por su suave apariencia. Los pechos crecieron y crecieron todavía más, clamando por él. Recordó que le estaba enseñando pasito a pasito, suave, suavecito, y los soltó con pena.
—Recuerda que un buen amante te seguirá haciendo esto después, también mientras hacen el amor —le explicó, dándole un último beso casto sobre cada aureola—. Creo que por hoy dejamos esto aquí. No puedo seguir avanzando, te deseo muchísimo.
—Y si me deseas, Darien, ¿por qué te detienes? —protestó Samantha, frotándole el rostro y la cabellera castaña—. Podemos quemar el resto de etapas y avanzar, yo te necesito dentro. —Él suspiró y le dio un beso apasionado.
Requirió de toda la fuerza de voluntad para rechazarla con voz de maestro gruñón:
—No, Samantha, te expliqué que me estoy tomando muy en serio tu educación sexual. Hoy hemos hecho música con tu cuerpo, no podemos conformarnos con menos.
—¡Ya, pero no quiero terminar así! —Y parecía a punto de llorar.
—¿Y quién dijo que hemos terminado por hoy? —le preguntó, volviendo a reír—. Me voy a duchar, ¿quieres venir conmigo?
—¡Claro que sí! —exclamó Samantha dando palmas.
—Pues en recompensa por ser una alumna aplicada hoy, además de mirar, puedes hacer preguntas —y luego insistió—: Solo preguntas, no puedes pedir que haga nada.
https://youtu.be/5hrJWDPaq4s
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