ANTEPENÚLTIMO. Capítulo 19. Darien. La dama y el león.

«Adonde el corazón se inclina, el pie camina».

Refrán popular.

  Solo podía pensar en que tenía que llegar a Santa Bárbara lo más rápido posible, antes de que Adrian se le adelantase. Porque, al ver la reacción cuando se encontraron en la puerta del restaurante, ¿cómo negar que lo más probable era que esta noche se cayera por allí? Al fin y al cabo, él haría lo mismo.

  Con esto en mente se inventó una emergencia que Bryan, el piloto de su helicóptero, le creyó. Como es obvio, violó decenas de normas en el proceso. Y no se sintió culpable, además, pues imaginaba el cuerpo suave de Samantha abriéndose gustoso debajo de él y floreciendo con las atenciones igual que una flor rindiéndole homenaje al sol y guardando el rocío de su intimidad como los lirios mariposa ante la lluvia de California. Recordó el perfume de su excitación y percibió que las hormonas se le disparaban, provocando que el cerebro fuese incapaz de discernir.

  Cuando, ¡al fin!, la tuvo entre los brazos y Samantha practicó con él lo que le había enseñado, lo inundó una alegría intensa, propia de adolescentes. Por fortuna no supo identificarla, pues de lo contrario, cobarde como era en los temas amorosos, se hubiera aterrorizado. Ciego, solo podía decirse que, a diferencia del resto de mujeres, la joven era una dama hasta cuando le hacía una felación. Es más, contemplarla allí, arrodillada y mirándolo con inocencia mientras le dedicaba atención al falo, suscitaba que rugiese dentro el león que llevaba escondido pretendiendo reclamarla para sí.

  Desgraciadamente, el pasado regresó a ajustarle cuentas mediante otro ramo de zarzos dorados y otra paloma muerta, antes de que pudiera saciarse con el candor de Samantha. La chica lucía espantada y no era para menos, ya que el desgraciado conocía su dirección. No lo comprendía: ¿cómo se las había ingeniado para seguirlo si había arribado en helicóptero?

  De improviso se estremeció: ¿y si a quien acechaba el delincuente era a Samantha y no a él? Asesinaba mujeres, resultaba obvio que el psicópata debía de efectuar algún seguimiento previo. Su primo Brent siempre había sido minucioso, de rumiar en caliente y de actuar en frío cuando las circunstancias le augurasen la victoria. Reflexionó que podía haber utilizado esta inteligencia para el bien y ahora seguro que trabajarían hombro con hombro como lo hacía con Rick. Por su culpa, debido a que le arrebató a la novia, lo convirtió en un peligro para todas las muchachas parecidas físicamente a Lía y que tenían el mismo halo angelical. Dio un grito y se trepó del marco de la puerta para liberar el furor. 

  Le costó convencer a una noqueada Samantha de que debían abandonar el piso e irse a la mansión. No le permitió negarse ni exponer ningún argumento en contra. Ahora tenía muy claro que el asesino en serie la había marcado como su próximo objetivo y de que su cercanía y las medidas extremas de seguridad serían lo único que la protegerían de un destino similar al del resto de chicas que terminaron agonizando dentro del mismo bosque australiano. No se fiaba de la policía, pues habían demostrado que no eran dignos de confianza al acosarlo en lugar de buscar a los verdaderos culpables. Si Karen ahora se hallaba en la cárcel solo se debía a la ineptitud de los planes y de la manera de llevarlos a cabo.

  Recién consiguió persuadir a Samantha cuando llamó a Bryan para volver a violar las leyes y los reglamentos californianos despegando con el helicóptero, porque elevarse en el aire le parecía muchísimo más seguro que ir por carretera. Ni se le pasó por la cabeza, siquiera, que fuese el hecho de que se les uniera otra persona lo que le proporcionaba a la joven una cierta calma. Si bien era verdad que surcando los cielos constató que poco a poco ella volvía a ser la misma de siempre y a mirarlo con la mezcla de pasión, de ternura y de amor a la que lo tenía acostumbrado.

—Siento muchísimo, Samantha, que una noche tan increíble como esta culminase con tanto estrés —se disculpó cuando apenas llegaron a la habitación de la mansión, abrazándola con fuerza—. Aunque más que terminar te prometo que solo ha sido un paréntesis...

  Ella miró hacia el suelo sin decir nada.

—Me gusta tenerte aquí —le confesó, bajando el tono y hablando pausado—. Cometí un enorme error al alejarte cuando regresamos de Alemania. Sin darme cuenta te puse en un peligro extremo. No dejo de pensar que podría haberte...

  Y no continuó porque tuvo que contener las lágrimas que intentaban salir. Apoyó el mentón sobre la cabellera rubia de la joven y se deleitó con la fragancia a rosas del champú. De manera inevitable pensó que a punto estuvo de terminar Samantha con la cabeza destrozada por una rama y la sangre salpicando cada diminuto espacio. ¿Y todo para qué? Solo para que su primo Brent liberase el odio que guardaba contra él.

  La muchacha suspiró mientras, cariñosa, lo ceñía con energía.

—¿Qué tal si para quitarnos tanta tensión nos damos una ducha, Samantha? —la invitó, alejándose un poco para mirarla a los ojos y contemplar cómo chispeaban de placer.

—Sí, Darien, me apetece mucho —aceptó, bajándole la cremallera de la cazadora y quitándosela; entretanto él, más experto en estas lides, pronto la liberó de la blusa y del pantalón y los tiró sobre la cama.

  La levantó de nuevo en brazos, sin comprender el deseo y la ternura que solían invadirlo con ella y que lo obligaban a actuar con este tipo de atenciones especiales que jamás tenía con otras.

  Ya en el baño la posó sobre el suelo y le quitó el sujetador y la tanga con rapidez, acariciándola con la mirada que parecía miel derretida. Y también con las manos y con la lengua. Después se desprendió de sus ropas y volvió a cargarla hasta dentro de la mampara azul, ajustando luego la temperatura. Sabía, de la vez que compartieron el baño en el hotel alemán, que a Samantha le gustaba bastante caliente.

—¡Bésame! —le pidió la joven, inclinando la cabeza y pegándosele tanto que cualquiera diría que eran uno.

—Con gusto, mi dama —le ronroneó en el oído, antes de devorarle el cuello con los labios, de tal modo que la hacía casi perder el sentido.

  Al mismo tiempo le acarició los senos, que el agua cálida ponía cada vez más sensibles. Samantha le daba satisfacción utilizando la mano, con movimientos rítmicos y sensuales.

—¡Olvidé traer un preservativo! —se lamentó, haciendo el ademán de ir a buscarlo.

—No es necesario, hace un mes empecé a tomar anticonceptivos —repuso enseguida, contemplándolo casi sin parpadear.

  Al principio se sintió feliz de la confianza que ella le demostraba y ni siquiera dudó de sus buenas intenciones, aunque jamás hiciese el amor de esta forma con ninguna otra. No se fiaba de ninguna, siempre se hallaba alerta por si le querían encasquetar un hijo. Minutos después comprendió que, quizá, tomara la píldora anticipando próximos encuentros con Adrian y no con él. Lo embargaron unos celos que no sabía que era capaz de tener.

  Así que la giró, para que le diese la espalda, y se introdujo en ella, salvaje, moviéndose con el ritmo que sabía que le proporcionaría el mayor de los placeres. Aceleró las acometidas con el mismo ímpetu de un atleta en las competiciones mundiales, llenándola al máximo y provocando que cada pequeña superficie lo sintiera al completo. La satisfacía con una mezcla de fiereza y un inconsciente toque de ternura. Samantha solo podía suspirar y jadear, totalmente entregada.

  Y cuando llegaron al clímax el agua borró toda huella exterior, limpiando los cuerpos y dejándolos a ambos oliendo a limón... Y él empezó a sospechar lo que todavía su razón no quería admitir: que también la quería.

—Me hago pis —le susurró la joven en el oído, un poco avergonzada.

—Ve, Samantha —le ronroneó, envolviéndola en una amplia toalla azul profundo.

—Mejor voy a mi baño —dijo ella, tímida.

—No seas tonta, cariño, es normal que lo compartamos todo —pronunció, aunque lo cierto era que nunca llegaba con otras a este tipo de intimidad escatológica.

  Y así Samantha se sintió más tranquila y le hizo caso, a pesar de encontrarse roja como la grana. 

 Cuando terminó y dejó correr el agua, le pidió:

—Vuelve aquí conmigo, Samantha, no me quites el placer de bañarte.

  La chica le sonrió y ya se hallaba a punto de abrir la mampara azul cuando el móvil de él indicó, desde el dormitorio, que le había llegado un whatsapp.

—¿Te animas, cariño, a mirar quién me lo ha enviado y a decirme si es importante? —le solicitó, demostrándole con este pedido que confiaba en ella.

—¡Claro! —respondió comedida.

  La joven fue hasta la habitación, todavía envuelta en la toalla. Agarró el teléfono de la mesilla de luz y buscó el mensaje: era de Rick.

¿Dónde te has metido? Me han dicho que has pedido el helicóptero hoy por la noche, ¿va todo bien o ha pasado algo grave?

  No pudo contener la curiosidad, y, veloz, miró los anteriores... Hasta que se detuvo en la fotografía... Los dos sonreían después de haber hecho el amor sobre la cama del Castillo de Dornroschenschloss Sababurg, apenas cubiertos por una ligera sábana blanca y con los cabellos desordenados. 

  Casi se le salieron los ojos de las órbitas cuando leyó el texto de Darien que acompañaba la foto:

Te dije que ganaba la apuesta, ¡mira qué guapos estamos en la imagen! Ven mañana a casa y hacemos la escritura.

  Tiró el móvil sobre el lecho, como si le quemase. Empezó a vestirse rápidamente sin ropa interior, pues había quedado en el baño y no tenía intención de volver a entrar allí. ¡Por ella Darien podía irse al infierno!

—¿Y, Samantha? —gritó él desde el servicio, haciendo que pegara un brinco; todavía se escuchaba el sonido del agua—. ¿De quién era?

  La chica lo ignoró y salió por la puerta, cerrándola con gran estrépito. A él le llamó la atención el ruido y fue hasta el dormitorio. Cuando vio el teléfono tirado y lo agarró, enseguida entendió el motivo del insólito comportamiento de Samantha.

  Con una pequeña toalla alrededor de la cintura la siguió por el pasillo. Le llevaba amplia ventaja. La servidumbre lo observaba con intensidad, antes de esconder una sonrisa, no era usual que fuesen testigos de peleas de enamorados, nunca llevaba a ninguna mujer allí.

—¡Espera, Samantha! —gritó desde la primera planta, viendo cómo ella estaba a punto de abandonar la mansión por la puerta principal—. ¡No saques conclusiones precipitadas, no es lo que tú crees!

  La joven se giró y lo observó como si fuese un inmundo insecto, haciéndolo sentirse inseguro. Luego aceleró el paso, como si le temiera. Cada tanto se daba la vuelta para calcular la distancia que los separaba.

  Cuando, finalmente, pudo correr detrás de Samantha por el césped, sin importarle que la toalla se le cayese, comprendió que dicha distancia entre uno y otro parecía infinita. Porque justo desde el otro extremo del parque un encapuchado le cerraba el paso a la joven, y, luego, la cargaba sobre el hombro como si fuera un saco de patatas.

  Sintió un nudo en la garganta y no tuvo ni la más leve duda de que se trataba de su primo Brent, que venía a cobrarse su cuota de carne y de sangre...

  Y también comprendió, aunque un poco tarde, que se había enamorado de Samantha, igual que ella de él...

https://youtu.be/y3WPo497gDg



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