10. Samantha. Historia de una que hizo un viaje para saber lo que era el sexo.

«En la cama y en la mesa es inútil la vergüenza».

Refrán popular.

  Al principio se extrañó del comportamiento inexplicable de Darien después de que le confesara que era virgen. Parecía un desconocido inmerso en un mundo privado. Luego esbozó una sonrisa torcida, y, poco a poco, consiguió recomponer la fachada habitual.

—Dime, Sam, ¿te ha gustado lo que hemos hecho esta noche? —le preguntó, levantando la ceja.

—¡Claro que sí! —exclamó ella enseguida.

—¿Y te parecería bien que siguiésemos adelante? —repuso a continuación: ella, una vez más, odió la manera que tenía el hombre de puntualizar cada detalle en lugar de dejarse llevar y luego ver cómo se presentaban los acontecimientos—. ¿Aunque estés enamorada de Adrian?

—Sí, no entiendo el porqué. —Fue sincera, pero luego se arrepintió porque igual ante esta respuesta Darien cortaba de plano lo que habían iniciado—. Entiendes que estoy enamorada de él y no de ti, ¿verdad?

—Esto no es un problema, al contrario, resulta una ventaja. Yo te deseo, me gustas, pero tampoco estoy enamorado ni muchísimo menos. Te comenté, inclusive, que sospecho que soy incapaz de amar. —Y luego la ayudó a levantar de la alfombra, le acomodó la falda y la guio hasta el sofá—. Para lo que se me acaba de ocurrir es más que suficiente.

—¿Y qué se te ha ocurrido, Darien? —le preguntó al instante, intrigada.

  Él le agarró la mano y le comenzó a dibujar corazones sobre la palma, logrando que una vez más el cuerpo le entrase en ebullición. ¿Cómo podía excitarla con tan poco? De improviso recordó cómo estos mismos dedos jugaron dentro de su zona más íntima y cómo lo disfrutó y la sangre comenzó a subirle por el rostro.

—Tu propósito al encontrarnos con tu amigo y la bruja era darle celos por estar conmigo. —Empezó a explicarle, en tanto con el dedo índice ahora le seguía la línea del cuello, haciendo que se estremeciera—. Lo que sucede es que no puedo ignorar que eres virgen, es imposible que sigamos donde lo dejamos.

—¡¿Cómo que es imposible?! —Se desconcertó Sam dando un chillido—. Para todo hay una primera vez, no puede ser que tú...

—Escucha, Samantha. —Y tal vez para llamarle la atención y para evitar que sacase conclusiones precipitadas llevó, nuevamente, la mano hasta su monte de Venus por encima de la ropa interior, zigzagueando dentro del vestido y provocando que suspirara y que abriese las piernas—. Relájate, al final vamos a hacerlo, solo que iremos a un ritmo más lento. Despacito.

—¿Despacito? —le preguntó, disfrutando con las caricias, aunque lo cierto era que le molestaba que Darien mantuviera la mano en la zona sin seguir explorando en las partes aledañas como lo había efectuado en los instantes previos.

—¡Sí, me he propuesto ayudarte! —exclamó, contento: una vez más parecía un científico festejando un descubrimiento crucial para la humanidad, al nivel de la penicilina en importancia—. Tú crees que Adrian aquella vez se detuvo porque no sabías ni siquiera besar. ¿Qué tal, Samantha, si hago de ti una experta en todo lo que guarda relación con el sexo? Te prometo que terminarás enseñándole tú a él.

—¡¿Qué?! —Se sorprendió y al mismo tiempo se alegró porque pensaba que la virginidad constituía un obstáculo y que Darien la rechazaba por este motivo.

—No me importaría enseñarte todas las técnicas, sería un gusto —le aclaró de inmediato—. Estoy seguro de que disfrutaría de la experiencia y de que sería el mejor maestro para ti.

—Lo supongo. —Y frunció la nariz—. ¡Las mujeres me tienen loca llamando al teléfono a todas horas!

—Sí, ¿verdad?, igual que a mí. ¡Son unas pesadas! Ya te expliqué que jamás se lo doy ni aparece en ningún lado, no tengo idea de cómo lo consiguen. —Y le retiró la mano de entre las piernas, haciendo que ella se quejase porque le daba gustito—. Si aceptas seguiremos con esto, no te preocupes.

—¡Claro que acepto! —Aulló Sam al momento—. Estoy harta de que ser virgen sea un problema, funciona como un semáforo en rojo para los hombres. ¡Como siga así nunca me acostaré con nadie!

—Porque saben que hay que tomarse la experiencia con un poco más de calma para que la primera vez no resulte un fiasco —le explicó, dándole una palmadita comprensiva en la mano—. ¡No tienen paciencia! Están demasiado apurados por desfogarse y no quieren derrochar los minutos con tantos preliminares. Sin embargo, yo sí me encuentro dispuesto a ayudarte en tu problema. Y a pasarlo genial contigo, además.

  Luego Sam se sintió torpe mientras volaban en los asientos de primera clase en dirección a Berlín. ¿Para qué gastar tanto dinero en ella? No lo entendía, no era necesario. Y todavía más ridícula mientras contemplaba, aburrida, los dibujos que aún se conservaban en el Muro de la Vergüenza, sobre la calle Mühlenstraße. Esta parte era conocida como East Side Gallery, porque era la galería más grande al aire libre.

—Mira, estos son de Thierry Noir —le explicó Darien, fascinado con las imágenes—. Se escabullía de los soldados de la Alemania del Este y pintaba estos monstruos y estas figuras horribles para dejar constancia de la situación que se vivía del otro lado.

  A decir verdad, no la impresionaban demasiado. Para ser sincera solo el del beso entre Honecker y Breznev y el del coche Trabant que parecía atravesar el Muro de Berlín le despertaban un poco de curiosidad. Este último, quizá, porque le recordaba que todo este delirante viaje se había iniciado porque Darien la atropelló con su Lamborghini.

  Lo cierto era que el hombre la había pillado con la guardia baja mientras se dejaban llevar por la locura a lo largo de los días. Nunca supuso que cuando le había preguntado qué ciudad le gustaría conocer era para llevarla hasta ella, dejándolo todo tirado. Dijo Berlín como podía haber mencionado Timbuctú o el Congo, sin pensar y para salir del paso. ¡Maldita la gracia que le hacía encontrarse allí! Recorría la zona parándose de tanto en tanto para contemplar los garabatos con fingido entusiasmo cuando lo único que le apetecía era encerrarse con él en la habitación y continuar donde lo dejaron. Anhelaba que le enseñase los secretos de hacer el amor en lugar de caminar de un lado a otro y escuchar palabras de la gente en un idioma que se asemejaba a los ladridos de los perros. Encima, con Darien explicándole la historia del muro, mientras iba leyendo la guía que había comprado. ¡Maldita espera, ella solo deseaba rasgarle la vestimenta para contemplar lo que había debajo!

—¿No te parece mejor, Darien, que regresemos al hotel y que prosigamos con las enseñanzas? —le preguntó, después de varias horas de caminar de un extremo al otro igual que vagabundos y cuando se hallaba a punto de perder la paciencia.

—Esto intento, Samantha, por algo te estoy leyendo lo que dice la guía de viajes en la Historia del Muro de Berlín —le respondió él, mirándola con ojos inocentes y mostrándole el título—. Si te la leo en el hotel no es lo mismo, aquí puedes ver cada pequeño detalle al mismo tiempo.

  Por un momento no supo si se lo decía en serio o le tomaba el pelo, así que le aclaró:

—¡Este estúpido muro me da absolutamente igual, Darien, lo que quiero es que tú me enseñes cómo hacer el amor y que me sigas tocando como la otra vez! —Y se le paró delante impidiéndole el paso y dándole un beso apasionado.

—¡Ah, la fierecilla empieza a enseñar las garras! —exclamó él, riéndose, en tanto le tiraba del labio inferior con dulzura—. Pues entonces volvamos al hotel y comencemos con la primera lección.

  Ni siquiera reparó en la espectacular entrada del hotel Regent, pendiente de tirar de Darien para que llegaran más pronto a la octava planta, en la que se localizaba el alojamiento de ambos. Él caminaba tranquilo, como si no tuviese la menor prisa y analizándolo todo, y esto la desesperaba más. Al fin y al cabo llevaba diecinueve años en la ignorancia y era hora de avanzar.

  Por este motivo suspiró cuando el hombre pasó la tarjeta magnética y la luz verde se encendió. Traspasaron el acceso de la Presidential Suite. Luego Darien se sentó en la amplia cama de dos plazas de una de las habitaciones, la que había elegido para él, y se la quedó contemplando.

—¿Prefieres que me quite la ropa para comenzar la lección? —Y se señaló el pantaloncillo corto en tono gris y la blusa roja que dejaba los brazos al descubierto; hizo el amago de empezar a desabrocharse la parte de arriba al notar que él se hallaba inmerso en sus pensamientos y no le respondía—. ¿Me la voy quitando, entonces? —A pesar de que parecía un poco distraído, observándola, él se sorprendió cuando se desprendió el primer botón.

—¡No, no es necesario! —gritó, levantando la palma para frenarla—. Mi primera lección será sobre los secretos del mejor de los besos.

  Enseguida el rostro de Sam se transformó, pintándose allí la decepción.

—¡¿Solo eso?! ¡No lo entiendo! ¡¿Un beso nada más?! —Verbalizó la frustración que la embargaba—. ¡Creía que ya habíamos superado esa etapa!

—Es cierto que ya has besado, pero no sabes hacerlo bien. —Darien se paró y caminó hasta ella, poniéndosele delante—. Primer punto importante para que un beso sea inolvidable por lo bueno que está y no porque casi le hayas arrancado de cuajo la nariz a tu pareja: no se puede besar de frente, tienes que inclinar la cabeza así.

  Y le mostró cómo se ponía el rostro hacia el lado derecho.

—Mmm, entiendo. —Y Sam imitó el movimiento—. No pensaba en esto cuando nos besamos, ¿te golpeé la nariz en el restaurante o en la limusina? No lo recuerdo.

—Yo sí, no fue nada grave, pero me rozaste fuerte el caballete tanto en The Dining Room and Terrace  como en la limusina. Aunque tan mal no lo hiciste, Samantha, lo disfruté mucho. —Y la premió acariciándole los labios con el pulgar—. ¡Ah, y otro consejo antes de besar! Nunca lo hagas porque la otra persona te lo pida si a ti no te gusta o porque creas que es lo adecuado y sin sentir gusanillos en el estómago. Si el hombre no te atrae ni un poquillo será una situación que no vale la pena en absoluto.

—Mmm, perfecto, tomo nota. —Y memorizó las reglas—. Primero gustar y luego inclinar la cabeza. Tú por supuesto me gustas y además eres mi profesor, solo me falta poner la cabeza correctamente.

  Y le mostró cómo la torcería de ahora en adelante.

—¡Excelente, Samantha, te mereces un sobresaliente! —exclamó Darien, abrazándola y haciéndola girar; luego la volvió a colocar en su posición anterior y comentó—: Prosigamos, entonces.

  Llevó las manos hacia la espalda de Sam y permitió que descansasen sobre la zona de la cintura.

—Tercer punto importante: la colocación de los brazos. —Ella lo observaba atenta—. No puedes besar a alguien con los brazos caídos a los costados porque indica que te da igual lo que te está haciendo. Además, de este modo los cuerpos permanecen alejados.

  Y la empujó suavemente contra sí hasta que lo rozó: de inmediato el cuerpo del hombre reaccionó al contacto.

—Tu salchicha acaba de romper la ley de la gravedad —le indicó ella con vergüenza, pese a que cada vez se mostraba más osada con Darien, pues le parecía que lo conocía de toda la vida—. Tal vez sea mejor que adelantemos varias lecciones y me expliques cómo «s» entra en «v», con ejemplos prácticos por supuesto. Podríamos aprovechar que esta cama es enorme.

  Darien apartó la mano de la espalda para darle un coscorrón en la frente, igual de suave que si la hubiese rozado con una pluma.

—¡Ay! —se quejó, más por principios que por dolor.

—No te distraigas con mi salchicha —la regañó y luego le explicó—: Tiene vida propia y te desea, pero es mi voluntad que en nuestras lecciones vayamos paso a paso y punto por punto sin dejar nada afuera. La virginidad solo se pierde una vez, Samantha, y quiero que disfrutes al máximo de la experiencia aunque tengamos que esperar un poquillo.

—Ok, entonces lo que me dices es que por ahora me olvide de tu salchicha. —Pero se notaba que le iba a costar porque se movió un poco contra Darien, provocando que creciese más aún.

—Pórtate bien, Samantha, o dejamos las clases aquí y ahora. —Ella se quedó quieta al momento ante el tono de maestro rezongón—. Mira, me estoy tomando muy en serio mis enseñanzas.

—Ok, me porto bien —le prometió, mirándolo apenada con los ojos verdes de ratoncillo, que le pedían a gritos que la disculpara.

  Darien no lo pudo evitar y lanzó una carcajada.

—¡Te estás volviendo una seductora, Samantha! —le reconoció él, todavía riendo—. Avanzas a pasos agigantados, cada vez te vuelves más audaz.

—Sí, desde que te vi desnudo dándote una ducha a través de la mampara azul, siento no habértelo dicho antes —le confesó la joven con sinceridad—. No me había percatado de que tuvieses un cuerpo tan maravilloso y supongo que no te dije que se trasparentaba para seguirlo viendo. Deseé hacerte el amor allí mismo en el baño, aunque no supiera cómo era el procedimiento.

  Darien se apartó de ella. Respiró hondo y luego exhaló el aire lentamente. Caminó de un lado a otro de la estancia para tranquilizarse. Luego, regresó junto a Sam. 

  Antes de volverla a sujetar por la espalda le reveló:

—¡Me estás volviendo loco, Samantha! Tengo que usar mi concentración al máximo y toda la fuerza de voluntad para no tirarte otra vez sobre la alfombra y poseerte ya mismo... Pero vamos a seguir adelante con las lecciones y en orden, no permitiré que te cargues mi programa de estudios.

  Ella no protestó, solo lo miró con pena. Darien cerró los ojos, volvió a respirar profundamente, y, pausado, expulsó el aire. Luego levantó los párpados.

—Como te decía, Samantha, sujetas con suavidad y atraes el cuerpo de la otra persona hacia ti. —Y de nuevo la pegó contra sí; en esta oportunidad Sam no hizo ningún comentario, aunque el Señor Salchicha estuviera erecto en su totalidad: le daba gustito y no deseaba que Darien se retirase—: Separas los labios para que la lengua de tu pareja pueda entrar y salir. ¡Y he aquí lo más importante! No tienes que entrar con la lengua a saco, como lo haces tú, y andar de un lado a otro como si le estuvieses limpiando los dientes con un cepillo eléctrico.

  Y se agachó para mostrarle cómo lo hacía él con sutileza.

—¿Entiendes? —le preguntó después de acabar el beso—. La mueves con suavidad, como hice yo dentro de tu boca, y en la punta de la lengua de tu pareja. Ni lavar los dientes ni quedarse quieta... Luego, según cómo responde la otra persona al contacto, vas adaptando los movimientos para demostrarle lo que te encanta y al mismo tiempo hacerle a él o a ella lo que le gusta.

  Y volvió a besarla tentándola con la lengua y ella imitó los movimientos.

—¡Perfecto, Samantha, aprendes muy rápido! —y luego la interrogó—: ¿Te diste cuenta de que me gustaba más cuando me dabas los toquecitos con la lengua? ¡Y los mordisquitos te salieron genial! ¿Ves cómo de forma instintiva ya lo vas haciendo?

—Cierto, ¡muchas gracias, profesor! —exclamó Sam, fascinada—. ¿Y ahora qué?

—Pues traes una mano de la espalda hacia adelante. —Y a medida que hablaba Darien lo iba ejecutando—. Le acaricias las mejillas y el cuello. —Sam suspiraba, feliz, en tanto él hacía lo que decía—. Para que haya todavía más intensidad le rozas el pecho y luego el paquete o se lo agarras con suavidad. A una chica, si es que también te van en algún momento, le acariciarías los senos y llevarías la mano siguiendo la línea del pubis hacia abajo. Pero esta etapa es ya un preámbulo de lo que vendrá después: la concreción del acto sexual. No te aconsejo que seas de las que calientan y que luego se van, es muy desagradable... Pues nada más, por hoy hemos terminado.

—¿Terminamos? ¡Demasiado rápido! ¿Y ahora qué? —le preguntó Sam enseguida y con voz de lamento—. ¿No será mejor si avanzamos con la lección número dos?

—Mañana después del paseo, ahora me voy a bañar. —Y le guiñó el ojo.

—¡Ok! —exclamó, muy decepcionada.

—Si lo deseas puedes venir conmigo mientras me ducho, así me ves bañar —la invitó, sonriendo—. Pero con dos condiciones: no puedes hablar ni tocar... Tres mejor dicho: no se te ocurra pedirme algo.

  Y Sam no esperó a que se lo dijera dos veces: se fue detrás de él a disfrutar las sensaciones que la acometían mientras Darien se duchaba...

https://youtu.be/ulEh9DY076E



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