Capítulo 1

OJOS AMARILLOS

(Año 2021 d. C.).

La nieve crujía bajo mis botas mientras caminaba adentrándome en la oscuridad del inmenso bosque. Mis dientes chocaban entre sí, era una noche fría y la brisa me enrojecía las mejillas.

Un compañero de clase que siempre me molestaba, me había retado a venir al bosque "embrujado" del pueblo y grabarme en él, como prueba. Así que aquí estaba. Había aceptado el reto impulsivamente y arrastrado a Ryan conmigo. Ya tomado el video, nos dirigíamos a su camioneta. Habíamos traído una cinta adhesiva neón para no perdernos; a través del camino pusimos marcas en los árboles y ahora las estábamos siguiendo de regreso. 

—Oye, no te quedes atrás —demandó, con un aire de molestia.

Ryan era mi mejor amigo desde hacía aproximadamente, 3 años. Nos habíamos conocido en primer año de preparatoria, cuando me defendió de unos acosadores.

Era una estupidez, pero como me costaba socializar, era blanco fácil para los abusivos. Blanco fácil para las burlas. Y a decir verdad... era muy malo defendiéndome a mí mismo. Solo me quedaba allí, sin saber como reaccionar cuando alguien me molestaba, sintiendo ganas de llorar o de salir corriendo; avergonzado, humillado.

Él era el chico nuevo de la escuela. Era atractivo y su mirada indicaba misterio... misterio e intriga. Era de esas personas con personalidad adictiva, que sentías que debías entender o... resolver, de alguna forma, como un rompecabezas; alguien que no era todo lo que veías. Las chicas estaban locas por él, pero desde un inicio Ryan no mostró interés por ninguna, por nadie de hecho. Simplemente, quería estar solo, en su propia burbuja, como yo.

—Sí, lo siento. —Aceleré el paso y lo alcancé.

"El bosque maldito", como le decíamos los jóvenes, era, en realidad, el escenario de múltiples desapariciones. A lo largo de los años, cientos de personas que habían entrado a este bosque, jamás habían salido de él. No se les volvía a ver, desaparecían sin dejar rastro. Era común que se organizaran extensas búsquedas y, la mayoría de las veces, algún rescatista también terminaba extraviado.

Aunque no todas las historias aterradoras eran ciertas. La mayoría las inventaban los padres para inspirar miedo y que no nos acercáramos al bosque y sus profundidades. Pero sí era común ver en televisión una que otra noticia sobre el lugar.

Muchas teorías rodaban a través de internet, pero no perdía mi tiempo leyéndolas.

—No puedo creer que me convencieras de venir —soltó Ryan, pero no pude ver qué expresión había puesto, porque el flash de mi celular apuntaba a nuestros pies—. ¿Por qué aceptaste?

—No lo sé, ¿okay? —No había otra explicación más allá de que había aceptado por impulso... y por presión social.

—Sabes que no necesitas probarles nada. 

—Lo sé —respondí rápido.

—No necesitas la aprobación de nadie —continuó—. ¿De eso se trata?

No —arrastré la voz, se sentía como un regaño de mi madre.

—Entonces, ¿por qué vinimos? —Paró en seco. Realmente no podía ver su rostro. 

—¿A caso... el gran Ryan Risov... tiene miedo? —solté divertido y la comisura de mis labios se estiró—. ¿El Ryan Risov que no le tiene miedo a nada?

—Nunca dije que no le temiera a nada, Alex White —argumentó con tono sarcástico—. Tú lo asumiste, que es diferente. —Okay, sí tenía un punto. Ryan era la persona más valiente que conocía. 

Fuera de eso... hablaba mucho más serio que de costumbre. Quizás sí tenía miedo, después de todo.

—Pues yo sí tengo miedo —admití, echando un vistazo panorámico mientras avanzábamos. 

De repente, un silencio extremo se apoderó del lugar. El viento dejó de soplar y los animalillos del bosque se callaron. Mi estómago dió un vuelco, pero continué, siguiéndole el paso a Ryan. 

Era unos centímetros más alto que yo y caminaba más rápido. Bajo ninguna circunstancia quería quedarme atrás. 

—En fin, ¿estudiaste para el examen de física? —intentó hacerme plática, pero yo sentía que no era el momento para hablar. Mi gran cobarde interior temía que si hablábamos, el monstruo imaginario que estaba creando mi mente en ese momento, nos escucharía—. Yo no.

—Yo... tampoco —respondí con los ojos bien abiertos, forzando la vista más de lo que se podía. Cada segundo que pasaba me ponía más nervioso y paranoico.

—Oye. —Ryan se detuvo de golpe y choqué contra su pecho. Mi espíritu casi abandona mi cuerpo cuando la luz de mi teléfono le iluminó un poco el rostro. Parecía de esas escenas en las películas, cuando un personaje junto a la fogata contaba una historia de terror iluminando su propia cara con una linterna. Casi suelto un grito del susto—. Deja de quedarte atrás, ¿o quieres que te dé la manita? —inquirió, otra vez con ese sarcasmo característico suyo.

—Pues no me parece una mala idea —respondí nervioso y tragué saliva. Cada hebra de mi cuerpo me decía que teníamos que irnos de allí. Pronto—. ¿Sí? —pregunté y él ladeó la cabeza como si dijera: «¿Es en serio?». A pesar de su negativa reacción, elevó la mano. Sin dudarlo puse la mía encima y seguimos. 

Nuestras manos estaban igual de frías, ninguno de los dos traía guantes. Aunque él sí tenía su beanie de siempre; ambos con gabardinas y sudaderas debajo.

—Aguarda. —Ryan volvió a detenerse y se puso en cuclillas, como si analizara algo en el suelo.

—¿Q-Qué sucede? —pregunté atrás suyo. Mi corazón martillaba en mi pecho.

—Carajo... —maldijo y unos segundos después, se incorporó.

—Habla, ¿qué...?

—Creo que hemos estado yendo en círculos. Mira. —Se giró hacia mí. Lo que tenía en la mano era una de nuestras marcas—. Te dije que no agarraras la cinta económica —me reclamó—. Siento que pasamos este mismo árbol como... diez veces.

—¿Qué quieres... decir? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta—. ¿Estamos perdidos?

—No —replicó de inmediato—. Tenemos nuestros teléfonos. Estaremos bien. —Se sacó el celular del bolsillo e intentó buscar nuestra ubicación en el mapa. Solo tenía una raya de señal al igual que yo y por eso, el internet estaba muy lento. El "cargando" me estaba empezando a desesperar. 

Oficialmente, estaba arrepentido de aceptar el maldito reto.

Me alejé unos metros de él y rodeé el árbol que tenía nuestra marca caída y, si antes mi corazón no había reventado, ahora de seguro lo haría con lo que ví. 

—¿Ryan...? —mi voz salió como un débil susurro. 

—¿Qué? —respondió con tono serio y se acercó quedando junto a mí. Cuando llevó la vista a lo que yo estaba viendo, juraría que lo oí tragar saliva, con dificultad. 

Todas nuestras marcas de cinta adhesiva amarilla estaban echas bolita en el suelo. ¡Todas ellas! En un suelo en el que ya no había nieve, solo tierra y las raíces de los árboles brotando de ella. 

—¿Qué...? —balbuceé. «¿Qué es esto?», quería preguntar.

—¿Qué demonios? —Ryan levantó la luz de su celular, acompañando el mío. Sí, definitivamente estaban todas.

Con el ceño fruncido y las manos temblándome como nunca antes, desbloqueé mi teléfono y fui a la lista de contactos... pero, ¿a quién llamaría? Mi madre seguramente estaba trabajando. Era enfermera y tenía el turno nocturno. Ella no sabía que había venido a este lugar sin su permiso. Tampoco quería causarle problemas o ponerla en peligro. 

La mejor opción era llamar a emergencias y admitir que nos habíamos perdido como los idiotas que éramos, y que a pesar de las mil advertencias, habíamos entrado al bosque.

—¿Quién haría algo así? —pregunté con una sensación de náuseas. Me aterraba la idea de que podía haber alguien por allí, con nosotros.

—Un loco, posiblemente —respondió el rubio—. Voy a llamar a la policía. —Se me adelantó y empezó a teclear en la pantalla de su móvil.

Lo normal en estos casos era, primero: mantener la calma y pedir ayuda si era posible, y segundo: si pedir ayuda no era una opción, había que esperar a que amaneciera para seguir, o esperar a que llegara la ayuda. 

Salvo que nosotros no le habíamos avisado a nadie de nuestra pequeña aventura.

Por más que analizaba la situación, me parecía más descabellada.

Una completa locura.

—Sí, haz... eso. —Asentí y tan pronto como lo hice, escuché el crujir de hojas secas—. ¿Ryan, escuchaste eso? —Él negó con la cabeza, sus cejas hundidas.

De nuevo, me giré sobre mis pies, revisando nuestro alrededor. Caminé unos pasos. La luna llena dejó de ocultarse tras las nubes del cielo nocturno e iluminó a Ryan donde estaba parado, a unos metros de mí.

—Sí, ¿hola? —él habló al teléfono—. Estamos perdidos en el bosque... —Mientras continuó, seguí buscando con la mirada. Ojeé cada esquina. Desde hacía rato, sentía que estaba siendo observado—. Dije que estamos perdidos, ¿hola? —Dirigí mi vista a él—. ¡Maldita sea! —lo oí maldecir. Me quedaba claro que la mala recepción había cortado la línea—. Vamos —soltó entre dientes y volvió a intentar.

Yo me había quedado inmóvil, viendo fijo a un punto seco del bosque dónde estaba más oscuro de lo normal. Me confundía. No sabía si era yo mismo el que estaba cerrando los ojos, si la oscuridad me invitaba a hacerlo, o si de verdad era así de oscuro... anormalmente oscuro. Quizá las tres opciones eran correctas. 

Lo cierto es... que había algo allí.

—¿Ryan...? —lo llamé en un hilo de voz—. Ryan, Ryan. —Retrocedí con lentitud. Cuando lo alcancé, sin dejar de mirar a aquel punto, lo tomé del brazo y lo sacudí porque no me prestaba atención, intentando hacer la jodida llamada.

—Espera —fue lo que me dijo y me dió un empujoncito, enfocado en el celular.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez cuando lo ví: unos ojos amarillos tan brillantes como la luna, me observaban sin parpadear.

Estaba cerca del piso así que mi mente dedujo de inmediato lo que era: un animal. Pero... ningún animal que conociera tenía ojos tan amarillos y brillantes. No, el simple color era un enigma que mi mente no lograba descifrar. 

¿Qué era esa cosa?

—Ryan, hay algo ahí... —Levanté mi mano temblorosa, apuntando en su dirección. De nuevo, mi cobarde interior me decía que corriera como alma que llevaba al diablo, pero estaba paralizado, justo como cuando me molestaban en la escuela.

—¿Qué? —Finalmente mi amigo despegó los ojos de su teléfono y levantó la mirada, viendo hacia donde mi dedo señalaba.

La figura era negra, y se notaba que era bastante grande, tal vez... demasiado.

—¿Crees que sea... un oso? —pregunté y rápido me arrepentí. Era una pregunta estúpida. Un oso nos habría atacado al momento de vernos. ¿León de montañas? No, era muy grande para serlo. La idea de un coyote sonaba aún más absurda. ¿Lobo? Rotundo no. 

No podía asociar aquellos ojos tenebrosamente brillantes con ningún animal que se me ocurriera. Eran tan amarillos como la cáscara de un plátano. Además, tenían un aire...

Sobrenatural.

—No lo creo —replicó Ryan—. Deberíamos...

Su voz se vió interrumpida por su propio jadeo, cuando la silueta negra se hizo más grande. Se puso de pie. Aquello, fuese lo que fuese, ¡se había levantando en dos patas, como una persona!

—Correr —agregué a su sugerencia incompleta.

Al segundo que lo dije, la criatura empezó a avanzar rápido en nuestra dirección. Ryan me tomó del brazo, tiró de él y corrimos, ahora sí, como almas que llevaban al diablo.

Fuera lo que fuera, era tan grande que hacía el suelo temblar bajo mis pies. El sonido de sus pisadas era horrible y escandaloso. Era un monstruo...

Un monstruo de verdad.

Tenía tanto miedo de iluminarlo con mi flash y ver de que se trataba... pero, aún si hubiera querido hacerlo, era una decisión estúpida considerando que iba a alcanzarme. Era una tentación constante. 

Guardé el móvil en mi bolsillo, para no perderlo.

Me repetía mentalmente: «No quiero morir». Pero mis pulmones se estaban rindiendo. En definitiva, no era una persona atlética, más bien, todo lo contrario. No tenía la resistencia que requería para sobrevivir a la película de terror que estaba viviendo esa noche. Estaba muy delgado, ojeroso y dormía mal. Por Dios, a veces hasta me olvidaba de comer.

—¡¿Alex?! —Ryan gritó cuando al caerme, mi brazo se zafó de su agarre—. ¡Levántate, levántate! —exclamó e intentó ayudarme a parar.

En un lapso de segundo, no estoy seguro de lo que pasó, pero algo tiró de mi pierna y empezó a arrastrarme a una velocidad espantosa, lejos de Ryan. A este punto ya veía borroso. Quizá por el miedo o el cansancio. No me quedaban fuerzas. Solo pude gritar, a tal punto, que mi garganta dolió y mi rostro se enrojeció.

Nunca había gritado de esa forma en mi vida. Con desespero intenté aferrarme a algo, lo que fuera. Enterré mis dedos en la tierra tan fuerte que una uña se me desprendió hacia atrás; y eso había sido en vano. Mi fuerza no se comparaba con la de la cosa que me estaba llevando, probablemente a comerme vivo. 

Había escuchado en internet el audio de un hombre siendo despedazado vivo por un oso, y me había resultado traumático. No era el destino que quería para mí... o para nadie.

—¡Alex! —Ryan gritó con todas sus fuerzas. Lo veía correr pero no lograba alcanzarme.

Hasta que sucedió.

Otra vez, pasó tan rápido que no entendí bien lo que había sucedido; estaba confundido, mareado, abrumado. Solo sé que Ryan me alcanzó. Me tomó de ambos brazos y tiró de ellos, con fuerza.

Repentinamente, aquella cosa, en un gesto rápido con su garra, hizo un corte en el rostro de Ryan. No podía verlo con claridad, pero lo hizo caer sobre su trasero. Seguido, solo... se marchó. 

Tembloroso, me levanté y me acerqué a mi amigo.

—Ryan, sigamos. Tenemos que irnos. —Tiré de su mano, pero él parecía en completo shock. Su mirada estaba perdida y respiraba por la boca—. Tenemos que salir de aquí —insistí. 

Me preguntaba si lo había visto, pero era obvio que sí. Aunque en el momento, no quise preguntar. Estaba demasiado asustado como para formular una pregunta, cuya respuesta solo me haría sentir peor.

—Tienes razón. —Reaccionó de repente y se puso de pie. 

Seguimos corriendo, aunque no con la misma velocidad de antes.

—Espera... espera... —En cierto punto, nos detuvimos para recuperar el aliento. Quería preguntarle lo que había visto. Quería saberlo todo. Estaba tan confundido que... necesitaba saber. Necesitaba...

Tenía tantas preguntas. Pero lo que pasó después, respondió la mitad ellas:

Un fuerte aullido de lobo erizó todas las vellosidades de mi piel; el escalofrío me recorrió la columna con una intensidad exagerada.

Volví a sacar mi celular y encendí la linterna mientras corríamos, de nuevo. Esta vez, no era solo uno, sino varios. Pude ver sus siluetas grandes y oscuras mientras trataban de rodearnos, con pisadas duras y firmes, como si supieran con anticipación cada movimiento que íbamos a hacer. Nos cazaban, aunque al mismo tiempo, jugaban con nosotros. Sólo éramos dos pequeñas presas perdidas en su inmenso bosque.

Estaba cansado de huir. 

Con cada pisada, mi cuerpo se sentía más pesado y débil. Sentía que iba a desmayarme. En cuanto a Ryan, él era fuerte. Tal vez... él sí sobreviviría.

Finalmente, atravesamos una creciente neblina. Era espesa y no sabíamos que habría detrás. Pero nos dió seguridad el hecho de que dejaron de oírse pisadas atrás de nosotros. Ya nada nos perseguía. Se sentía como cuando te tapabas con una cobija, para que el monstruo imaginario de tu habitación se fuera, sólo que... estos eran reales, tan reales como el sol y la luna.

La neblina era nuestro manto de protección... pero, ¿por qué no la habían traspasado?

—No te detengas. —Ryan se giró hacia mí—. Y no me sueltes, p...

Auch.

El golpe del impacto fue intenso. Habíamos bajado una pequeña montaña de golpe. La noche no estaba siendo suave con nosotros. Era como si cada decisión u paso que tomáramos, nos guiaba a un destino: la muerte.

Con dificultad nos pusimos de pie y empezamos a caminar, apoyándonos el uno del otro.

—¿Estás bien? —pregunté yo, que me dolían hasta los dientes.

—Sí, sí. —Ví su silueta asentir.

Saqué mi teléfono del bolsillo y decía: "sin servicio", como si hubiéramos salido del pueblo y llegado a un lugar en el que no había ningún tipo de cobertura... a un país extranjero. Cuando levanté la mirada, la luz tenue de la luna nos había alumbrado a ambos. De inmediato me preocupé.

El rostro de Ryan estaba bañado en sangre. ¡Empapado!

—¿Te duele mucho? —Paré en seco con el ceño fruncido.

—Estoy bien —se limitó a responder. Estaba seguro de que estaba adolorido, era mucha sangre la que salía del rasguño en su mejilla. Pero así era Ryan, nunca decía lo que en verdad sentía. Nunca se quejaba.

Con la garganta apretada, por fin alcé la vista para ver el lugar en el que nos encontrábamos. 

Tragué saliva.

A nuestros ojos yacía un enorme, y aparentemente abandonado, castillo. Era hermoso aunque a la vez tenía un toque siniestro que me ponía los pelos de punta.

Ryan y yo compartimos una mirada, unos segundos. 

—No Ryan, sé lo que estás pensando. No vamos a entrar ahí.

—¿Prefieres quedarte a esperar que esas cosas vengan, o... qué? ¿Vas a escalar eso? —Señaló el acantilado por el que habíamos caído—. Además... hace frío.

—No, no. —Negué con la cabeza—. No iré a ningún lado hasta que salga el sol. —Me crucé de brazos, decidido.

—Sí... sí, lo que digas. Vamos.

Ryan se acercó e intentó abrir la gran puerta, pero como era de esperarse, ésta estaba cerrada.

—Ja —reí para adentro—. Igual no vamos a entrar.

—Cierra la boca. —Puso los ojos en blanco—. Hay que buscar otra entrada.

El camino para rodear el castillo era casi interminable, por su grandeza. Como estar atrapado en un bucle. Y... el frío que aumentaba cada vez más, no era normal. 

Ocasionalmente, mi amigo intentaba tocarse el rostro y hundía las cejas por el dolor. No podía esperar a salir de aquel lugar. Él necesitaba atención médica y yo un calmante para los nervios y la adrenalina, que aún me hacían tener leves temblores en los músculos.

Al llegar a la parte de atrás encontramos lo que parecía ser el patio trasero; al igual que el bosque, estaba cubierto de nieve; más había unas altas paredes de césped, que formaban un laberinto al cual no planeábamos entrar. 

Al la puerta trasera estar también cerrada, seguimos caminando, pero nos detuvimos al escuchar una voz femenina, un susurro:

—Ayúdenme.

—Silencio —susurró él.

—Ayúdenme —repitió la voz.

—Ryan...

—Haz silencio —me mandó a callar, otra vez.

—Aquí.

— No vayas —dije, ya con la voz entrecortada.

—¿Quién está ahí? —él preguntó—. ¿Hola?

—Ryan, vámonos. —Dí pequeños tirones en su brazo, pero él siguió hacia adelante.

—Aquí —insistió.

—¡Ryan! —lo volví a llamar.

—Tal vez está en problemas, Alex —soltó con una expresión de preocupación—. Si fuese tu hermana o tu madre, ¿no te gustaría que la ayudaran?

—Ryan, aquí no hay nadie, ¿quién podría estar en este lugar de pesadillas? —inquirí con la marca más fea de miedo, dibujada en la cara—. Es obvio que no ha vivido nadie aquí en años, ¡tal vez décadas! —argumenté—. Además, esa voz suena como el basilisco de Harry Potter y la Cámara Secreta, ¡y eso no es bueno! —Negué con la cabeza—. Bandera roja, Ryan.

—Ayuda.

—Esto no es Harry Potter, Alex —dijo y ojeó en dirección a las paredes de césped.

—No, pero... —protesté una vez más, pero él solo avanzó—. Entonces espérame, puto escéptico —murmuré muy bajo y lo seguí.

Caminamos hacia la voz, cada vez se escuchaba más y más cerca. Ésta nos guiaba hasta el interior del laberinto. Una vez adentro, la voz dejó de llamar y una sensación extraña recorrió mi piel.

—Supongo que tenías razón... —Ryan se giró hacia mí, con los labios apretados.

—¡Ayuda!

Ambos nos sobresaltamos del susto y nos miramos, confundidos.

—¿O... no? —Arqueó la ceja.

—Ryan, en serio, esto no me gusta.

Él se llevó el dedo índice a los labios.

Al final del camino, la voz volvió a desaparecer. Hallamos un hermoso cerezo y bajo éste...

Un ataúd.

Era de mármol blanco con bordes de oro, y la tapa de vidrio estaba cubierta de nieve y suciedad.

—¿Eso es...? —balbuceé y tragué saliva. Todavía me dolía la garganta por el grito que había pegado en el bosque.

—¿Un ataúd? —esta vez, él terminó mi deducción—. Sí.

—Aceŕquense. —La voz era como un eco en el viento. No parecía haber remitente. Era como uno de esos audios 8D que sentías que viajaban de un lado a otro, pero con un aire paranormal y espeluznante.

A pesar de que mi instinto de miedoso me decía: «No te atrevas», lo hice. Lo hicimos. Ambos nos acercamos al ataúd. Tenía curiosidad.

Ryan se armó de valor e inclinó su rostro ensangrentado, para ver mejor. Seguido de eso, pasó su mano por el cristal limpiado la nieve y el polvo. Unas gotas de sangre de la que antes había estado en su rosto, dejaron un rastro.

Adentro... 

¡Había una chica adentro!

Era mujer más hermosa que jamás había visto. Tenía una bella piel reluciente; un cabello negro azabache, muy lacio; unas largas y afiladas uñas; y un vestido blanco de época. Era como una versión cien veces mejorada de Blanca Nieves, pero con una cabellera larga. ¿Qué hacía allí? ¿Y de dónde provenía aquella voz que nos había llevado hasta ella?

Ryan y yo nos alejamos confundidos y empezamos a discutir. No sabíamos qué íbamos a hacer. No parecía muerta, ¿debíamos sacarla? ¿Seguir intentado con los teléfonos, que por alguna razón estaban muertos? ¿Gritar por ayuda? ¿Encender una fogata? Pero, ¿y si en vez de ayuda, venían aquellas cosas del bosque?

Dieron las doce de la media noche en mi celular, cuando ambos escuchamos un ruido. El crujido provenía del ataúd.

Mis latidos volvieron a dispararse.

Repentinamente, la mano de la mujer golpeó fuerte contra el cristal. Los dos soltamos un grito del susto y nos quedamos petrificados.

«Mierda...», me dije mentalmente. Luego mi cabeza quedó en blanco y solo pude retroceder unos pasos.

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