Atemporalmente amor
Y ahí está, la chica más perfecta entre todas las mujeres: fuerte, audaz, decidida y auténtica. Si alguien intentara señalarle un defecto, me molestaría y podría llegar a agredir a esa persona, pero bueno, así es como yo la veo, no todos deben verla igual. La observo suspirar por quinta vez, lo que me provoca una risa interna. Cualquiera que me viera pensaría que soy un acosador y, sí, en parte lo soy, pero no lo puedo evitar. Estoy enamorado.
Está leyendo "Don Quijote de la Mancha", su libro favorito, aunque siempre está ojeando algo diferente. No la entiendo del todo, pero sé que la literatura enriquece el alma y el pensamiento. Noto cómo recoge su cabello y luego pasa un trozo de su desayuno por sus labios antes de introducirlo en su boca. No solo me dan ganas de besarla, sino que mis deseos de acercarme a ella crecen. Si me contengo, es porque no quiero abrumarla.
La cafetería cerca del campus siempre me recibe con un ambiente cálido y acogedor. Y cómo no lo sería con aquella suave luz amarillenta que se filtra por las amplias ventanas, creando un contraste agradable con el ajetreo exterior. Las mesas de madera oscura, las sillas acolchadas, las paredes decoradas con fotografías en blanco y negro de paisajes urbanos; el aroma a café recién molido combinado con pan horneado, vainilla, canela y los pasteles del mostrador, en conjunto del murmullo constante, con el tintineo de las tazas, platos y del vapor de la máquina de café, con una música de jazz de fondo. Sí, daban un buen toque nostálgico al lugar. ¿O era yo?
Sí, es un buen lugar para los estudiantes, pero debo apurarme o ella se irá y perderé mi única oportunidad. Luego, no sabría cómo explicar que sé dónde vive sin sonar como un psicópata acosador.
Al final, opto por lo más sencillo: acercarme.
Me levanto de la silla decidido, reteniendo el aire en mis pulmones, dejando que todos los aromas me invadan. Y, al pararme cerca, carraspeo para llamar su atención. Cuando sus ojos azules me miran, siento que la fuerza de mis piernas se desvanece. Es más bella de lo que recordaba.
—Quería invitarte a un café. —Apenas pronuncio las palabras, me golpeo mentalmente. Solo un idiota como yo puede decir semejante estupidez.
Ella lo nota y alza una ceja, mirando su café, insinuando lo tonto que debo parecer.
—¿O puedo irme y dejarte en paz? —A esta altura, ni siquiera sé si es una pregunta o una afirmación de mi parte.
—O puedes invitarme un postre en lugar de un café. Después de todo, llevas una hora mirándome —dice con su acento marcado, haciéndome sentir avergonzado.
—Así que me viste —respondo sentándome, ya menos nervioso.
—Imposible no hacerlo, Asim —dice, sorprendiéndome.
—¿¡Sabes mi nombre!? —reacciono bromeando con gesto incrédulo.
—Por supuesto, vamos a la misma clase... Espera, ¿no sabes el mío? —arruga el entrecejo—. Si es así, déjame decirte que me decepcionas. No creo que sigas a alguien desde el aula hasta una cafetería a seis cuadras del campus, sin pedir nada y mirándome constantemente durante una hora, hasta el punto de decirle a la chica del mostrador que no llamara a la policía, sin saber su nombre.
Termina de hablar, y me hace balbucear cosas sin sentido, logrando que se ría sonoramente. Entonces lo noto. Sus facciones de cerca son aún más encantadoras, su cabello castaño brilla con la luz, y su piel morena es como un pan dulce: apetitoso y provocador.
—Nourbese Yousef, tienes veinte años y eres de Egipto. Por eso tu nombre y apellido, que, por cierto, significa maravilla, y sí, eres maravillosa —respondo, logrando que me mire con un atisbo de inquietud, como si no lo esperara—. Pero te equivocaste en algo, son siete cuadras, no seis.
—¡Muy bien, muy bien! Entonces, aclarado todo. Me gusta el chocolate —dice levantando una ceja.
—¡Mesera! —grito de inmediato hacia el mostrador, hacia una chica afanada con la máquina del café—. ¿Puede traernos un brownie veteado?
El rostro de ella es un poema. Sé que su sorpresa se debe a que acabo de pedir su postre favorito.
—Siempre vienes a este café —confieso, tratando de hacerle conversación y aligerar su sorpresa.
—Me gusta. Es mucho más que un simple lugar para tomar café; es mi refugio. Lo resumo en tranquilidad, socialización y placer gastronómico —menciona, alzando los hombros, restándole importancia.
—Supongo que los cuadros en las paredes, el olor a pan recién horneado y el murmullo constante y agotador de las conversaciones, lo hacen más dinámico y acogedor —hago un gesto como si fuera algo lógico—. Mmm... claro, si es lo que buscas.
—Y por lo visto a ti no te gusta.
Niego con la cabeza.
—No, prefiero el silencio. Pero técnicamente hablando, es más divertido que las ecuaciones.
—Bu-bueno, eso... Eso sin duda alguna es el peor intento de chiste, pero no está mal —interviene sonriente, mientras a mí me sudan las manos.
En ese momento llega su agregado, y solo con verlo, le brillan los ojos. El chocolate es su amor, siempre lo ha dicho. Mientras come concentrada, no hago más que disfrutar en contemplarla.
—Te callaste —dice, señalándome con la cuchara—. No lo hagas es incómodo.
—¿Quieres ir al cine conmigo? ¿Esta noche? —pregunto, sonriéndole—. Y respondiendo a tu acusación, solo procrastinaba un poco.
—Bueno, bueno. Pero yo elijo la película. No quisiera que fuera aburrida —menciona, y con solo aceptar, me hace más que feliz. Su placidez es importante para mí.
Al terminar su postre, hablamos un rato más sobre el libro que está leyendo. Ella me cuenta cosas que ya sé, pero me hago el que no sabe solo para ver el brillo en su mirada, guardando en mi memoria cada detalle de su rostro: el lunar en sus labios, la pequeña cicatriz en su barbilla, el hoyuelo en su mejilla derecha, sus cejas definidas y el barniz rosa en sus uñas.
Y sí, conciencio que estoy aquí, sentado en esta cafetería, observándola de nuevo. ¿Debería acercarme más a ella? ¿Es una buena idea o debería dejarlo así y regresar a mi vida solitaria? Es extraño. Siempre he sido tan lógico, tan analítico, pero cuando se trata de Nourbese, todo eso parece desvanecerse.
¿Qué es lo peor que puede pasar? Ella ni siquiera sabe lo que siento. No tiene idea de que cada vez que la veo, me recuerda que hay más en la vida que ecuaciones y experimentos. Mi madre siempre decía que la vida es demasiado corta para no decir lo que sientes. Claro, lo decía en árabe, y con más ternura de la que puedo replicar. Desde que ella murió, he construido esta muralla a mi alrededor, una que incluso mi padre nunca trató de derribar. ¿Debería dejar que Nourbese sea la primera persona en atravesar esa muralla?
Es irónico. Respiro hondo y trato de calmar mis pensamientos. Mi padre siempre me dijo que la lógica es la clave para resolver cualquier problema. Pero este no es un problema que la lógica pueda resolver. Esto se trata de emociones, algo que ni siquiera sé manejar bien. No quiero seguir viviendo en esta burbuja de frialdad y soledad. Quiero sentir algo más, algo real.
Quisiera culpar a mi padre por haberme criado de esta manera, pero hizo lo mejor que pudo tras la muerte de mi madre cuando yo tenía ocho años. Lamento no saber ser diferente, pero es difícil aprender sobre el cariño o el amor cuando casi nunca los recibiste. Aprender de adulto es arduo, no imposible, pero sí muy duro. Ese es mi problema: uno que ha mejorado con paciencia y amor. Pero, ¿cómo recordar amar si te quitan todo ese afecto de golpe? Solo vuelves al inicio y te refugias en lo más profundo de tu ser, creando un caparazón complejo e incomprensible para todo el mundo.
Solo escuchas comentarios como "es odioso" o "qué insufrible es", pero nadie se detiene a averiguar qué le pasa a uno. Ni siquiera preguntan, solo suponen. Piensan que es por un mal día o que uno es así porque quiere. Pero cuando llega a tu vida la persona correcta, cuando puedes expresarte libremente sin miedos ni restricciones, sabes que es perfecto y no deseas perderlo nunca. Lo malo es que a veces es tarde para aprender a valorarlo.
Con la llegada de la noche, un manto de tranquilidad envuelve la ciudad, pero en mi interior la incertidumbre persiste. Suspiro cansado, rechazando más pensamientos intrusivos. Estoy sencillo: un par de jeans azules y una camisa beige; parqueado delante de su casa. Al abrir su puerta, la encuentro luciendo un lindo vestido floreado, como a ella le gusta. Le dedico una sonrisa antes de abrirle la puerta del auto. Una vez dentro, nos encaminamos hacia el cine, con la esperanza de que esta noche, entre luces y sombras, nos brinde la oportunidad de compartir algo más que palabras.
—Vaya, tienes auto —comenta, rompiendo el silencio.
—Sí, pero casi no lo uso. Prefiero caminar —respondo, manteniendo mi vista en el camino.
—Mmm... Entonces, de todos los jóvenes que tienen un auto último modelo, escojo al que prefiere dejarlo en la cochera y caminar. —Me mira, entrelazando sus brazos—. ¿No se te ocurrió... venderlo? ¿Alquilarlo? ¿¡O simplemente no comprarlo!? —pregunta incrédula, haciéndome reír.
—Fue un regalo de mi padre, así que no puedo venderlo. Si lo alquilo, seguro lo dañan, y me gusta cuidar lo que me regalan —explico, observándola detenidamente mientras esperamos en un semáforo.
Al llegar al centro comercial, bajo del auto y le abro la puerta para dirigirnos al cine. Una vez allí, elige una película de ciencia ficción, sorprendiéndome gratamente. Durante la proyección, me divierto mucho, pues ella hace que me sienta cómodo y comprende cada tema a la perfección. Sin embargo, de regreso a casa, las dudas comienzan a asaltarme. ¿Realmente le gustó la película? Según entiendo tenía que quejarse de esta película porque no le gustan.
—¿De verdad te gustó la película? —pregunto, incrédulo, mientras conduzco de vuelta.
—Sí —me mira sonriente—. Me pareció interesante, y, además, algunas cosas me servirán para mis clases.
—Pensé que no te gustaba la ciencia ficción —comento, curioso, mirándola de reojo. Es la delgada línea para que huya asustada.
—Si es creíble sí, si no, no —determina con seguridad. Es lógico.
Al dejarla en su casa, le prometo salir juntos otra vez, alentando a mi pobre corazón. Sin embargo, me arrepiento de no haber sido valiente, de no haberle dicho que la amo. Ni siquiera le tomé la mano, por miedo a ser invasivo. Quiero respetar su espacio, algo que le gusta y que también aprecio. Pero ahora, me doy cuenta de que quizás fui demasiado cauteloso.
Ya en casa, suspiro derrotado. Mi mente no deja de dar vueltas, y ni siquiera puedo dormir. Al amanecer, cumplo mi promesa y la recojo en la universidad. Durante los escasos recesos, nos encontramos y luego regresamos juntos, deteniéndonos en la cafetería. Esta rutina se convierte en lo mejor que he tenido en meses. Sin embargo, el tiempo se agota.
Creo que eso es lo malo del tiempo: es efímero, pero solo es cuestión de perspectiva. Si esperas, se vuelve eterno, pero si anhelas, se vuelve corto. Y en mi caso, deseo con todas mis fuerzas decirle la verdad, confesarle que la amo. Pero ese es otro problema: las personas frías como yo no saben expresar lo que sienten. Creemos que con un detalle es suficiente, pero tarde entendí que no es así. A veces, también hay que decir las cosas, no solo demostrarlas.
Lo que nos lleva a otra paradoja: muchos dicen querer y nunca lo demuestran. En resumen, hay que equilibrar las cosas. No todo son palabras, ni todo son hechos, pero como científico, mi vida se basa en hechos, no en palabras. ¿Ven el embrollo en el que estoy? Una vez más, suspiro agitado, atrapado en mi propia lucha mental. Solo me queda...
—¡Aquí estás! —menciona, respirando agitada. Supongo que corrió un poco para llegar hasta donde estoy, en medio del campo deportivo.
En mi búsqueda de respuestas, anduve caminando sin rumbo por toda la universidad.
—Me estabas buscando —digo, sonriendo, mientras corro un mechón de su cabello detrás de su oreja.
—Sí, y te encontré —responde con su típico brillo en la mirada, acercándose a mí.
—Nourbese, ¿me estabas buscando? —pregunto, acercándome más.
—¡Sí! Y te encontré —contesta otra vez, reduciendo todo el espacio entre ambos.
—Yo también —confirmo, reclamando sus labios en una perfecta sintonía.
Noto cómo sus manos terminan en mi cuello y las mías en su cintura. No sé cuánto tiempo pasa, ni lo que pueda ocurrir a nuestro alrededor. Lo único que importa y me importará siempre es tener a la chica que amo conmigo. Al separarnos, noto lo sonrojada que está, nuestras respiraciones agitadas y el hecho de que estamos totalmente solos en el campo.
Desde mi punto de vista, el campo es tan pequeño que solo se reduce a nosotros dos, a pesar de saber que no es así.
—Yo ... —intenta decir algo, pero se corta, balbuceando.
—Te amo —menciono, liberando el nudo en mi garganta, ese que me presiona el pecho, ese que no me dejaba dormir, ese que me consumía vivo, ese que solo me llevó a atormentarme y, por efecto, a este lugar, en este instante.
»Te amé desde la primera vez que te vi entrar. Ibas con un vestido azul —La miro completamente—. Tu cabello estaba suelto en ondas y brillaba con el sol. —Trago el nudo que se forma nuevamente en mi garganta—, luego entraste y sorprendiste a todos con tus respuestas de chica lista, y desde entonces no te pude sacar de mi cabeza, Noursebe, mi Noursebe.
»Siempre deseé decirte esto y nunca tuve el valor. Es tonto, lo sé, pero cuando callas algo así durante siete años, es mucho. Solo quería verte, abrazarte, besarte y ver cómo sonríes con mis rarezas —menciono, llorando mientras mis lágrimas caen libremente—. Solo... solo deseaba decirte que eres importante, que te amo y que jamás dejaré de hacerlo.
—¡Asim!... —La interrumpo tapando sus labios.
—No tienes que decir nada, pero con que lo sepas me es suficiente —le informo, empezando a caminar hacia otro lado, lejos de ella. Necesito un momento.
Cuando voy unos metros lejos, algo que ella dice me hace detenerme de golpe.
—¡Lo sabía! —grita de repente, mirándome sonriente y con ese brillo tan especial que la caracteriza—. Sé que me amas. No soy tonta, lo sé desde antes de la cafetería, siempre me miras. Y eso lo sé porque... porque yo también te miro. Yo también te amo. Yo solo quería dedicarme a mis estudios, pero tú eres muy guapo, tus ojos grises, tu pelo negro, tu tez blanca como la de los vampiros, casi translúcida, y lo delgado, alto y medio fornido ni hablar — menciona sin dejar de dar vueltas—. Además, tus cejas pobladas y labios gruesos. Por Alá, pareces un dios. ¿Realmente crees que es posible ignorarte?
»Desde que salimos de clases noté que me seguías. Si te dejé quieto fue porque quería saber cuánto tardarías en acercarte a mí, pero para ser sincera, ya se te estaba acabando el tiempo. Es más, si no te levantabas en los próximos dos minutos, te juro que yo hubiera ido hasta tu mesa y te hubiera besado delante de todos. Hasta me pareció gracioso ver cómo librabas una guerra interna sobre si saludarme o no, a pesar de que hemos pasado todo un curso viéndonos en clase. Llegué a pensar que eras un cobarde y que tenía que hacer todo el trabajo por ti.
Observo su comportamiento nervioso y sus ojos que me escudriñan como si quisieran devorarme vivo. Mis ojos se abren con sorpresa ante sus palabras. ¿Cómo es posible que haya estado observándome todo este tiempo sin que yo lo supiera? ¿Y me seguía deliberadamente? ¿Quién era el acosador aquí?
Sonrío. Eso me basta para tomarla en mis brazos y decirle con ese beso lo mucho que la necesito. Es como si fuera la primera vez que nos besamos, pero en realidad es una continuación de un juego que ambos conocemos bien. Nuestros besos son una danza de pasión y locura, una expresión de amor que solo nosotros entendemos.
La cancha ya no es solo un lugar para jugar, ahora es testigo de nuestra complicidad y conexión única. Un beso, para muchos insignificante, pero para otros se convierte en la máxima expresión de nuestro amor retorcido y peculiar que nació del corazón, y que nos permite desbordar nuestros sentimientos sin restricciones.
Cuando nos separamos, vuelvo a la realidad; el único problema es que no me gusta la mía. Sin embargo, entre lo que me gusta y lo que debo hacer, la elección está clara. Solo me resigno a prolongar este fugaz momento todo lo que pueda, consciente de que el tiempo se agota para nosotros.
Entre risas y complicidad, decidimos ir al cine, sumergiéndonos en una película de terror que ambos disfrutamos. Aunque nuestros gustos difieren, he aprendido a valorar su peculiaridad. El tiempo parece acechar, como un fantasma en la oscuridad, recordándome que la espera se acerca a su fin. Mi vista en el reloj, aunque no quisiera, no se apartaba de este.
Al concluir la película, me pierdo en la contemplación de su belleza: cada rasgo, cada detalle, es una obra de arte. Antes de despedirnos, me sumerjo en sus ojos azules y me pierdo en su sonrisa, sabiendo que, aunque la noche termine, nuestros encuentros están lejos de concluir.
—¿Mi acosador favorito dejará de mirarme y empezará a hablar? —me pregunta, con una sonrisa traviesa.
Ya hemos recorrido el camino a su casa en silencio y ahora estamos frente a la puerta blanca con el número 305 del edificio cerca del campus.
—Te amo, y nunca dudes de eso —menciono, buscando sus labios.
—Eso lo sé —responde, separándose ligeramente.
—No quiero irme —confieso, sintiendo el peso de decirle la verdad.
—Yo tampoco quiero que te vayas.
—Pero debe ser así —suspiro resignado—. Te extrañaré —digo, acariciando su mejilla.
—¿No vienes mañana? —me mira, sorprendida.
—Sí, claro —respondo, con una leve duda—. Y si no vengo, puedes llamarme y recordarme que pase por ti.
Después de un rato de charla amena y disfrute mutuo, decido regresar a mi apartamento. Este año escolar ha sido diferente, especialmente desde que ella capturó mi atención desde el principio. Sí, es cierto que no puedo evitar admirar su belleza, pero es su inteligencia lo que realmente me cautiva. Una mujer hermosa está bien, pero una mujer inteligente, didáctica y amable es un verdadero tesoro.
Aunque he hablado y trabajado con ella en varios proyectos, nunca he tenido el coraje de confesarle mi amor. Cuando finalmente lo hice, marcó un gran cambio y el inicio de una nueva etapa. Mientras reflexiono sobre esto, llego al estacionamiento de mi apartamento y suspiro derrotado.
«Horas solo faltan horas», me recrimino.
Al salir del auto, ingreso al ascensor y presiono mi piso. Al llegar, entro a mi departamento. Se siente vacío, pesado, como si estuviera cargado de una inquietud palpable, o tal vez sea yo quien está intranquilo. De cualquier manera, pronto despertará y cambiaremos de lugar.
Mientras recorro el lugar, encuentro una libreta y anoto lo sucedido esta semana. Espero que pueda leerla y saber qué hacer; después de todo, sé que es muy inteligente.
Ingreso al cuarto y reviso que esté todo en orden. Solo queda esperar ansiosamente la hora, aunque si digo que quiero que llegue, estaría mintiendo. En realidad, para mí es mejor quedarme aquí y no regresar. Nada es igual, todo es diferente; el dolor de su ausencia parte mi alma, y solo me queda enfrentar la realidad.
En ese momento, mi alarma se activa y me dirijo a la sala. Es amplia, con paredes blancas y un piso del mismo color. Los sillones son marrones, sin televisión ni cuadros, solo diplomas. Hasta eso cambió; con ella, mi vida dio un giro de 360 grados. Ahora, lo que solía gustarme ya no me satisface.
Con la cuenta regresiva, sé que me iré y él despertará. Todo volverá a su curso y nada será diferente, al menos para mí. 10, 9, 8...
Las lágrimas se acumulan en mis ojos, sin saber muy bien qué hacer para aliviar este dolor. Respiro profundamente, tratando de controlar mi respiración. 7, 6, 5...
Pensaba que si la veía y le decía lo que sentía, todo sería mejor, sería diferente. Y aunque me quitó un peso de encima, no es suficiente. 4, 3, 2...
Todos me dicen que afronte la verdad, pero nadie sabe lo doloroso que es. Ella es mi todo, lo era y lo será. 1...
Al cerrar los ojos ante la luz, siento como si mi cuerpo fuera transportado al sótano de mi hogar, uno donde solo queda una casa vacía después de su partida. Miro a mi alrededor y confirmo que todo está en orden. Subo las escaleras y todo sigue igual. Aliviado, me dirijo a mi cuarto, aquel que compartí con ella, ahora vacío.
Después de bañarme y vestirme con mi usual atuendo negro, me preparo para dirigirme al lugar que menos deseo, pero es momento de seguir adelante, así lo acordamos.
«Una semana, solo una»
Al llegar al cementerio, con flores en mano, me encamino hacia la cripta familiar. Una vez en aquella tumba, coloco las flores en su lugar, retirando algunas hojas que la brisa ha llevado. Resulta irónico cómo este lugar, que alguna vez quise destruir con mis propias manos, ahora me transmite paz.
—Cometí el error de esperar demasiado para expresar lo que siento —digo mientras acaricio las letras del mármol—. Pensé que no era necesario, que mi cariño bastaba para demostrarlo, pero ahora entiendo que no es suficiente.
«Fue tanto mi arrepentimiento que no paré hasta construir la máquina del tiempo de la que tanto hablamos. Al principio viajé varias veces solo para probar diferentes tratamientos, creyendo que eso bastaría. Pero el resultado era siempre el mismo. Tu muerte.
»Cuando comprendí que no importaba cuánto intentara cambiar las cosas, que tu muerte seguía siendo inevitable, caí en una depresión aún más profunda. Descuidé a nuestra hija. Lo lamento, de verdad.
Este es el momento en que comprendo que amar sin restricciones y expresar nuestros sentimientos a tiempo, es crucial. Que los pequeños gestos importan, pero también importan las palabras. Como científico, pensé que no eran necesarias, pero ahora sé que sí lo son. Por eso te prometo que le diré a nuestra hija que la amo todos los días, le enseñaré lo que tú me enseñaste y le recordaré lo grandiosa que eres. Le aseguraré que no debe estar triste porque desde el cielo la cuidas, así como a los otros angelitos que no tienen a sus madres con ellos.
Sé que no es una excusa, pero tuve miedo de no vivir plenamente, tanto que cuando nos enteramos de tu cáncer, enloquecí. Tenía miedo de perderte, de quedarme solo, de no ser suficiente. Aunque la verdad es que siempre lo fui, simplemente no lo veía. El tiempo es valioso, y no debemos posponer la vida por el miedo. Es mejor vivir y dejar el temor a un lado. El tiempo se entiende fácilmente, no hay ecuación que cambie su significado: vida.
Los "hubiera" no existen, pero sí las oportunidades. Y qué grandioso fue amarte oportunamente. Ahora entiendo que todos tenemos una máquina del tiempo. Aquellas que nos llevan al pasado son los recuerdos, y aquellas que nos llevan al futuro, son los sueños, mi amor.
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