IV
—El metal de los barrotes estaba muy oxidado —dijo Yugi una vez que ambos estuvieron fuera —. Lo noté la primera noche y le pedí a Jono que me trajera algo para poder debilitarlos más. La fuerza de un caballo bastaría para romperlos después.
Con un gesto de cabeza, Yugi señaló al tal Jono. Un joven alto y de cabello claro, cuya mirada afilada y aura confiada no reflejaron en lo absoluto la naturaleza amistosa de la sonrisa que le brindó como saludo.
—¿Y tú eres? —quiso saber, un acento marcado al entonar cada palabra que complicó ligeramente la interpretación de Atem.
Y aunque ese no hubiera sido el caso y Jono hablara perfectamente su idioma, Atem dudó de cómo presentarse. Una cosa era su linaje, pero también le preocupaba que alguien los fuera a escuchar con tanto silencio en la noche.
Sin embargo, Yugi le puso una mano en el hombro y con una sonrisa tranquila, habló antes que él.
—Él es el Príncipe de Egipto, Jono. Trátalo con respeto si no quieres tu cabeza lejos de tu cuello —esa definitivamente no fue la presentación que esperaba, y aunque su tono denotaba broma, Jono claramente tragó saliva en un gesto nervioso al mismo tiempo que daba medio paso atrás y se debatía entre inclinarse y arrodillarse.
—¡¿El príncipe?! ¡¿Y qué diablos hace aquí el príncipe de un país como Egipto?!
Si no estuviera en la situación en la que estaba, probablemente hasta se hubiera reído.
—Yugi dijo que me ayudaría a volver a mi país si me mostraba algo primero —contestó.
Jono parpadeó un par de veces y dirigió su mirada al chico de estatura más pequeña.
Yugi se encogió de hombros.
—Sí..., ya sabes, le daremos comida, un lugar seguro para dormir y buscaremos la forma de hacerlo volver... Quizás una carreta, o ir al sur y alquilar un bote...
Hubo un par de segundos de pausa, y fue como si agua fría le cayera a Jono de repente.
—¡¿Huh?! ¡¿Nosotros?! —preguntó, tan confundido que incluso habló en su idioma natal antes de aclararse la garganta y mirar nerviosamente entre Yugi y Atem —. No sé si podamos...
Atem rodó los ojos y agitó la cabeza. Si había algo que lo hacía dudar, sabía cómo cambiarlo.
—Por supuesto, me encargaré de recompensarlos en su momento —añadió.
Y la mirada desconfiada de Jono fue reemplazada inmediatamente.
—Bueno, si no hay nadie más que pueda hacerlo...
Si Yugi se avergonzó de la naturaleza de su amigo, solo le lanzó una mirada incrédula antes de volver a hablar.
—Qué interesado.
Jono solo soltó una pequeña risa, relajando los hombros y olvidando por completo el estatus de Atem para poder excusarse.
—¡Hey, sólo estoy buscando lo mejor para el futuro!
—Sí, sí...
Jono no tuvo tiempo para seguir defendiendo su honor, ya que su caballo soltó un resoplido aburrido y pateó el suelo, con ganas de volver a andar o quizá solo de comer. Como sea, fue suficiente para llamar la atención de los tres.
—De todos modos —Jono suspiró y se acercó a su caballo para acariciarle la crin —. Creo que es momento de irnos. Los guardias comenzarán a patrullar en cualquier momento y nuestro transporte nos espera.
Atem miró a Yugi una vez más, solo buscando una última confirmación y cuando este asintió, fue momento de empezar a caminar.
Por supuesto, no es como si confiara ciegamente en Yugi, mucho menos en Jono, pero por el momento necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir, especialmente mientras siguiera en el medio de un reino enemigo.
No pasó mucho tiempo para que llegaran a las afueras del palacio, cruzando un túnel —a regañadientes del cuadrúpedo del grupo —que Jono había utilizado para entrar en primer lugar y tampoco fue difícil visualizar el transporte del que había hablado: una carreta un poco más grande que con la que lo habían traído, también más colorida.
Kul Elna.
Atem frunció el ceño cuando recordó el intercambio previo a llegar a Hitita. Todavía no lograba recordar en dónde había escuchado ese nombre.
—Solo tenemos que esperar a los demás —comentó Jono mientras llevaba al caballo al frente y lo ataba junto a su pareja.
Una respuesta no tardó en llegar, entonces, sigilosa y al mismo tiempo segura, que casi lo hizo saltar.
—Ya estamos aquí.
Al girar, se encontró cara a cara con una hermosa joven de largo cabello rubio y expresión seria. Su perfume se sentía lo suficiente como para que tuviera que resistir las ganas de arrugar la nariz.
Su instinto lo hizo retroceder descuidadamente, lo cual resultó efectivo hasta que chocó con alguien más.
—¿Hm? —la persona, casi tan firme y alta como otro muro, le devolvió la mirada curiosa —. ¿Quién eres tú?
Pero antes de que Atem pudiera explicarlo, alguien más lo interrumpió con un tono apresurado.
—Chicos, tenemos que irnos. Los guardias-...
La joven se detuvo en cuanto sus ojos se cruzaron y Atem entreabrió los labios, sintiendo un pequeño golpe de alivio antes de poder analizar todo correctamente.
—¿Teana? ¿Qué haces aquí? —preguntó sin esperar, pero en cuanto se acercó y una nube se desvaneció, dejando pasar más luz de las estrellas, se dio cuenta que algo no cuadraba.
Los ojos de Teana no eran azules.
—¿Teana? —la recién llegada repitió y agitó la cabeza —. Lo siento, ese no es mi nombre. Yo me llamo Anzu.
Atem no supo qué decir por un largo momento y por suerte, o quizá no, no tuvo que pensarlo, ya que de repente todos escucharon algo similar a un alboroto a la distancia, específicamente en la dirección de las mazmorras.
Eran los guardias. Los habían descubierto.
—¡Rápido! — exclamó Jono subiendo al frente de la carreta y tomando las cuerdas de los caballos —. ¡Suban todos, rápido!
No tenían que decírselo dos veces.
—Les explicaré todo en el camino —Yugi aseguró, justo detrás de él y brindando una mano a Anzu para ayudarla a subir después—. Solo confíen en mí.
Atem pensó que se negarían a llevarlo, o que tendrían alguna objeción o duda, pero en cambio, los tres solo compartieron una mirada y asintieron antes de subir de un salto. No tuvieron que pensarlo dos veces, solo depositaron su confianza en Yugi.
No supo cómo expresar su admiración. Fue como estar en presencia del poder de su padre por medio segundo.
Y ya dentro de la carreta, Yugi no perdió tiempo en hacer las debidas presentaciones y explicar un poco de todo lo que había pasado hasta el momento, con Atem añadiendo entre lo necesario y algunos detalles adicionales para que pudieran entender mejor.
—Kul Elna —Honda observó a Atem —. ¿Te capturaron remanentes de Kul Elna y te vendieron al palacio de Hitita?
Remanentes.
Una palabra que resonó en su cabeza antes de que Atem asintiera, con los dedos entrelazados.
—Aunque fuera una relación beneficiosa para Egipto —lo cual no era, puesto que Hitita tenía más que ganar que Egipto al dejarlo vulnerable políticamente —. No es algo a lo que pueda acceder fácilmente, además... —Atem presionó los labios, inseguro de continuar.
Quería ver a su padre. Dudaba que todo lo que había dicho el rey de Hitita fuera solo una treta para provocarlo.
—Por eso debes volver —Anzu lo apoyó después de una pausa. Juntó sus rodillas a su pecho y volvió la mirada a Yugi con cierta preocupación —. Pero, ¿estás seguro de esto?
Todos estaban conscientes de que representaba peligro tanto para ellos como para el príncipe. Habían pagado por él, después de todo. No podían darse el lujo de perder tan valiosa moneda de cambio.
Yugi se quedó en silencio por unos segundos.
—Ciertamente —dijo —. Es más que probable que lo busquen, pero irán por todo el reino antes de buscar entre nosotros. Somos viajeros, movernos es nuestra especialidad, ¿o no?
Sonrió con un aire bromista y confiado, pero no transmitió su calma a los demás, quienes intercambiaron miradas más serias.
Atem tragó saliva.
—No quiero causar problemas —admitió para su conveniencia y miró a Yugi directamente, y luego a los demás —. Puedo buscar otra manera, u otro camino. No tienen que-...
—No —pero fue rápidamente interrumpido —. Lo dije antes, ¿no? Hay algo que tienes que ver antes de volver. Estoy seguro que lo necesitas.
Silencio.
Ninguno se atrevió a decir u opinar algo por un tiempo, cada uno meditándolo a su manera con solo el constante sonido del galope de los caballos y la voz de Jono de vez en cuando soltando órdenes.
Atem no podía entenderlo. Estaba tratando de facilitarle las cosas, incluso les darían una gran recompensa si así lo deseaba y, sin embargo, como si fuera algo que supiera desde hace tiempo, Yugi estaba totalmente seguro de lo que declaraba. Convencido de que lo que sea que tenía que mostrarle era de vital importancia para su futuro.
Y aun así nadie lo cuestionaba.
Mai exhaló exageradamente, entonces, pasándose los dedos por el cabello y al mismo tiempo llamando la atención de todos.
—Si tú lo dices, Yugi —accedió, solo para después enderezar nuevamente su postura —. Sin embargo, tendremos problemas si se corre la voz.
—Te refieres a mi estatus, asumo —quiso saber Atem y, aunque Mai asintió, Honda tomó la palabra.
—No solo se trata de eso —explicó, y tanto él como Anzu desviaron la mirada —. Nuestra gente... No todos tienen buenos recuerdos de Egipto, o más bien del faraón y los sacerdotes.
Atem no estaba seguro de cómo reaccionar a eso. Era consciente que su padre había hecho demasiadas cosas para que su reino lograra tener el poder y supremacía que tenía, pero también sabía que habían muchas otras cosas que no sabía y otras más que probablemente no entendería.
Presionó sus dedos entrelazados y apoyó su cuerpo contra el lateral de la carreta, por más incómodo fuera, como si el golpeteo y la vibración pudieran ayudarle a encontrar algo de paz.
No se sentía digno de luchar por su vida u honor cuando había una venganza justificada de por medio, pero...
Cerró los ojos.
No podía rendirse.
Por más de que a veces le gustaría dejarle el reino a Aknadin, como único hijo de Aknamkanon, no podía simplemente abandonar sus responsabilidades. Su linaje.
No podría enfrentar a su padre en el Más Allá.
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Dentro del palacio de Egipto, todo era un caos.
No solo se trataba de los sirvientes, que apurados llevaban y traían diferentes encargos y arreglos para las próximas festividades y cambio de temporada, sino también de los habitantes del reino, que ya empezaban a traer ofrendas y regalos por su cumpleaños con la esperanza de poder ver al príncipe heredero aunque sea una vez antes de que se convierta en faraón.
Sin embargo, ante la ausencia del príncipe, las cosas simplemente habían ido de mal en peor.
Desorganización, preocupación por el estado de salud del faraón, inestabilidad política... Ya habían comenzado a circular rumores.
Y era así como todos los sacerdotes, de todos los rangos y regiones relevantes, habían llegado a la sala de conferencias. Sin excepción.
—El príncipe no ha escapado —Mahad dijo, por enésima vez, con la voz firme que lo caracterizaba y sin temer a la mirada adusta de Aknadin —. Todos lo conocemos el suficiente tiempo para saber que jamás dejaría su lugar.
Al frente de la sala, sin sentarse en el trono, pero ubicado a su lado, Aknadin aclaró:
—Lo haya hecho o no, nada cambia que mi hermano no se encuentra en condiciones para gobernar.
Se escucharon murmullos, tan bajos y continuos como el sonido de las pequeñas garras de las alimañas chocando con el suelo de piedra cuando correteaban por las noches en el palacio.
—¿Será por el tema del matrimonio? —Shimon sugirió, sin tomarles importancia.
Seto, por otro lado, soltó un sonido, similar a una risa seca. A él sí le molestaba.
—¿Como si lo hubiésemos puesto contra la espada y la pared cuando no podemos? —replicó y agitó la cabeza —. Pero concuerdo con Mahad. El príncipe no podría haber escapado sin que nadie lo notara.
—Sobre eso —Shadi comenzó —. Unos guardias reportaron haberlo visto la noche que desapareció. Se dirigía a los establos. Intentaron acompañarlo, pero se negó.
—¿Será por una mujer? —alguien, perdido entre los muchos sacerdotes, preguntó.
Por unos segundos, la sala se sumió en un silencio infernal.
—Imposible —y una vez más fue Seto quien habló —. El príncipe no haría algo así, a menos que... —su voz se fue apagando y frunció el ceño, mirando de reojo a Mahad, como si de pronto hubiera pensado en algo, antes de suspirar y negar —. Como sea, ¿no hay rastros de su magia?
Todos miraron a Isis, pero no cambió su respuesta negativa.
—Si el príncipe no hace uso de su ka, no puedo hacer mucho —explicó con calma, acariciando con sus dedos el collar del milenio.
—Si la magia no nos ayuda, tendremos que actuar de otra manera —Karim estableció —. Los establos fueron cerrados, debe haber algo ahí que nos ayude.
—Concuerdo.
—Entonces —Aknadin continuó —. Busquen e investiguen en los establos. No dejen ninguna roca sin levantar. Yo trataré de calmar las cosas mientras mi hermano descansa.
El acuerdo fue claro y la conferencia, terminada. Cada uno de los presentes empezó a dejar la sala hasta que los últimos que quedaron fueron Mahad e Isis.
Él la observó con cautela.
—No puedo creer que el collar no te haya mostrado todo esto —declaró.
Ella solo mantuvo la mirada al frente, en ningún punto en especial.
—Pero ambos sabemos que el futuro es incierto, Mahad —contestó —. Las cosas cambian, los dioses intervienen, milagros suceden —alzó su mirada azulina para cruzarla con la suya —. ¿No dije que no habría desastres cercanos?
Isis empezó a caminar, dejándolo unos pasos atrás. Mahad, aunque confundido, se apresuró para no perderla de vista.
—¿Dices que todo esto no es un desastre?
La sacerdotisa se tomó un tiempo para responder.
—... Esto no fue lo que vi.
—¿Qué fue lo que viste, entonces?
Uno, dos, tres segundos de silencio en los que solo caminaron, sus pisadas haciendo eco, al menos hasta que Mahad la tomó del brazo para que ambos se detuvieran. Tardó otros cuantos segundos en lograr que lo mirara.
—Isis —insistió.
Y, por fin, ella habló:
—Un reencuentro —dijo, en voz baja, pero llena de convicción —. Vi un reencuentro, Mahad.
El mago frunció el ceño y lentamente la soltó.
—¿Un reencuentro? —repitió.
Ella asintió, y con un tono de voz más suave, añadió:
—¿Hace cuánto que no buscas el ka de tu aprendiz?
Fue como si le cayera una lluvia de agua helada y la sacerdotisa siguió su camino, dándole tiempo para procesar lo que le acababa de revelar. Aprendiz, reencuentro. Dos palabras que siempre lo llenaban tanto de culpa como de esperanza. Dos emociones que siempre amenazaban con llevarlo a la locura.
Pero si era verdad...
Se obligó a sí mismo a sacudir la cabeza para alejar esos pensamientos. No podía. No era la prioridad. El príncipe lo era.
Aunque, si era como Isis decía, entonces buscarla también sería productivo.
Con eso en mente, Mahad siguió el mismo camino hacia los establos.
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Atem no se dio cuenta en qué momento se había quedado dormido, pero para cuando abrió los ojos, se dio con la sorpresa de que su transporte se había detenido y que ni Yugi ni los otros estaban con él. Su corazón latió rápidamente por un par de segundos al pensar en que había caído en una trampa o algo similar, pero con un par de respiraciones profundas, se obligó a calmarse.
Yugi no parecía ser del tipo mentiroso.
Estiró las piernas y los brazos antes de asomarse ligeramente al exterior. Podía oír voces de todos los tonos y diferentes idiomas a los alrededores, similar a cuando caminaba por el área de la servidumbre en el palacio y estos tardaban en notarlo.
La luz del sol lo cegó por unos cuantos segundos cuando por fin se atrevió a salir y no fue hasta que se cubrió con el antebrazo que pudo abrir los ojos.
—Wow —se le escapó.
Era como un pequeño pueblo, solo que se notaba que no lo era.
Las casas eran de largas telas blancas, habían maderas amontonadas que seguramente eran hermosas fogatas en las noches y cuerdas entre palo y palo en las que colgaban ropas ligeras. Junto a la carreta en la que había llegado habían otras cuantas, así como caballos y otros animales que seguramente siempre los acompañaban. El olor de carne cocinándose llegaba a sus fosas nasales y hacía que su estómago rugiera, incluso podía oír las aguas de un río cercano, pero antes de siquiera dar un paso, una voz lo interrumpió.
—Increíble, ¿verdad? —fue Jono, quien lo saludó con una palmada de camaradería en la espalda.
Atem casi saltó por la sorpresa, pero logró guardar la compostura para responder.
—Lo es —Atem asintió, dándole otra mirada al lugar antes de volver su atención a Jono —. ¿En dónde estamos?
Jono emitió un "hm..." mientras ahuecaba su barbilla entre los dedos.
—Al Este de Hitita, podríamos decir. Quizás entre las fronteras de Babilonia o Mitanni.
—Oh.
En otras palabras, realmente lejos.
Atem observó la arena bajo sus pies.
Jono se aclaró la garganta, notando que quizás no era lo que el príncipe hubiese querido oír, y le sonrió con compasión antes de tenderle algo. Atem lo recibió, confundido, y cuando extendió lo que parecía ser una tela, notó que se trataba de una capa.
—Solo por seguridad —explicó —. Como dijo Mai, no sería bueno que se expusiera tu identidad.
Atem no tenía razones para protestar.
La capa le cubría la mayor parte del rostro pasando por sobre los hombros y llegando hasta los tobillos. Hacía calor, aunque no tanto como en Egipto, por lo que era soportable.
—Oh, no te queda nada mal —Jono y Atem voltearon al escuchar a Yugi acercándose. A diferencia de él, parecía haber pasado una mejor noche.
Sonrió.
—Es bueno saberlo —comentó, encogiéndose de hombros y volviendo a mirar alrededor, con fingida despreocupación —. Entonces, ¿en dónde está eso que tanto quieres que vea?
Hubo un segundo alargado de pausa y luego tanto Jono como Yugi soltaron una pequeña risa, confundiéndolo.
—Todo a su tiempo, príncipe —le dijo —. Y creo que te vendría bien comer algo.
Atem, como ya se le había hecho costumbre, no sabía a lo que se refería. Pero, aunque estuvo por negarse, su estómago rugió en contra de su voluntad, no dejándole recalcar que preferiría volver lo antes posible.
Asimismo, Jono agregó:
—Además, todavía tenemos que reunir algunas cosas y tal vez tardemos unos cuantos días. No es un viaje corto, después de todo, así que ¿por qué no intentar relajarte y dejar el papel de príncipe por un momento?
Atem abrió la boca para responder, decir algo, cualquier cosa, pero no pudo. ¿Olvidar su papel? No era posible.
Antes de seguir a Yugi para poder comer, Jono se despidió con una mano en alto.
—Cierto, príncipe —lo llamó y, con una sonrisa honesta, le dijo: —. Bienvenido a tu hogar temporal.
Hogar temporal.
No sonaba mal.
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