Capítulo 8. Eliza.

Llegando a la gala, no pude evitar notar que las miradas acusadoras no me dejaban escapar. Fue un alivio caminar con Dylan del brazo, ya que muchas miradas de envidia también me asediaban. Dylan era el soltero más codiciado en la sociedad de Brighton y mi mejor amigo. Honestamente, nunca me había inclinado a verlo de ninguna forma más allá de un amigo, alguien que formaba parte de mi vida y era como un miembro de mi familia. Por lo tanto, hubiera estado más que feliz de ver que le interesara alguna de esas mujeres que no le quitaban la vista de encima, pero él era demasiado exigente, ninguna reunía los requisitos de su mujer ideal, sin importar cuán hermosas, ricas o educadas fueran.

La mesa que nos asignaron estaba llena de distintos personajes, la mayoría de ellos cercanos a mi abuela, lo que me hizo sentir mucho más tranquila al interactuar con ellos. Algunos me conocían desde que era pequeña, y muchos habían mantenido una relación con mi familia mucho antes de que yo naciera. Tal era el caso de Lord Coningham, quien se jactaba de que su dinastía databa de 300 años atrás y contaba una aburridísima historia sobre su primer encuentro con la reina Isabel. Sin embargo, profesaba un sincero aprecio por el recuerdo de mi abuela y no dudó en reiterarme su apoyo.

Del otro lado de la mesa, no se detenían los cuchicheos y cuestionamientos sobre mi vida amorosa, hasta que Lord Harrington rompió el silencio con el tema, preguntando abiertamente si pensaba cumplir la condición de mi abuela para que la herencia pasara a mis manos y el control del conglomerado a su vez.

- La verdad es que no creo que mi vida privada sea de incumbencia para nadie, aunque afecte las decisiones de la empresa. Si decido cumplir la cláusula, ustedes serán sin duda los primeros en saberlo. Por ahora, permítanme presentarles a este joven apuesto que se sienta a mi lado. Todos debemos estar de acuerdo en que, si decido asignarle el papel de mi esposo, lo cual no es el caso, ya que el Sr. Ellis es mi asesor independiente. Próximamente, cuando yo me integre a mis labores en la dirección general, en ausencia de mi hermano, el Sr. Ellis se integrará como mi mano derecha. - Dije con un tono no negociable. El silencio fue la respuesta más adecuada, todos se quedaron perplejos, tal vez nunca se habían enfrentado a una decisión como esa sin ser consultados. Lo que era un hecho es que necesitaba gente de toda mi confianza como Dylan.—Vaya, pero si es la princesa dando órdenes a sus subordinados —se escuchó una voz sarcástica. Era mi bienhabido Tío Andrew, que, aunque ya lo había observado en la mesa de enfrente conspirando con la mitad de la junta, no creí que tuviera el valor suficiente para armar un escándalo en público.

—¡Qué gracioso, tío! Todos deben notar lo bien que nos llevamos —lo abracé para disimular el incómodo momento.—Me gusta oír de tu boca la palabra "subordinado", y espero que no se te olvide el significado, a ninguno de ustedes.

—Para nada, Eliza. De hecho, me han invitado a dar unas palabras en nombre de la Asociación Benéfica Dario como presidente. Pero, dado que estás haciendo tu debut en sociedad como la próxima encargada del conglomerado, tal vez deberías aprovechar para presentarte.

—Es muy amable de tu parte, pero no venía preparada.

—Excelente, lo haré yo entonces. En vista de que no tenemos un CEO que pueda improvisar.

—Está bien, lo haré después de la cena. - dije determinada. Ahora, si me disculpan, iré al tocador. 

 No podía entender lo que había hecho. "Tú y tu maldita boca, Eliza, no puedes caer en provocaciones", pensé. Me dirigí al baño y, antes de entrar, estaba parado como un verdadero ángel que precede a la belleza, James. Se acercó y me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. No supe qué era lo que quería provocar, pero fue un momento un poco incómodo. Estaba realmente apuesto, con un smoking negro y una pajarita rosa. Su rostro radiante y su encanto cautivador eran la prueba fehaciente de la belleza en su forma más exquisita. Estaba segura de que si Dylan robaba miradas, James lo superaría con creces.

-James Dawn, no pude presentarme la última vez que nos vimos, sabía que te volvería a ver. Por cierto, gracias por la nota. Disculpa que no tuve oportunidad de llamarte, pero qué bien que estás aquí. Oí que darás el discurso de la noche. Estamos ansiosos por escucharte.

-Pues no comas ansias, James Dawn. Encantada. Volví a darle la mano como si no nos hubiéramos conocido antes. Fue un saludo frío y formal. Cuando le dije esa última frase solo escuché que mencionaban mi nombre, Eliza Dario.

Nunca había sido buena para discursos sentimentales ni para hablar en público, pero esa noche definitivamente no me podía dar el lujo de cometer ni un error, ni mucho menos hacer el ridículo ante toda esa gente que se refugia en la superficialidad y cuyas miradas son incapaces de apreciar la verdadera esencia que yace más allá de las apariencias. Muchos anhelaban mi fracaso, ansiosos por regodearse en mi caída, pero si había aprendido algo de mi abuela es que mi determinación y carácter solo se fortalecen ante sus despreciables expectativas.Para su desgracia, mi discurso fue impecable. Hablé del legado, el cariño y el amor de mi abuela, y aunque tuve que contener en mis adentros la nostalgia al hablar de ella, tengo que decir que ni una sola lágrima se me escapó, y en mi voz se apreciaba firmeza. Los aplausos no se hicieron esperar cuando terminé de pronunciar mi discurso. Había causado una gran impresión, al menos esa era mi percepción.Me bajé victoriosa como un pavo real, orgullosa de mí misma, y decidí irme del lugar.  Benny me estaba esperando en la esquina, cuando un brazo me tomó por sorpresa. Pensé que se trataba de James, pero para mi sorpresa, era mi padre el que me tomó del brazo.

-¿Qué estás haciendo, papá? —le dije en voz baja. 

-Tenemos que hablar, hija. Hoy es el momento de afrontar esa conversación que tú y yo tenemos pendiente. —Forcejeaba hacia su auto.

-Aquí no, y ya puedes soltarme o armaré un escándalo.

-No te atreverías.

-¿Qué está pasando aquí? —dijo una voz grave conocida¿Estás bien, Eliza? —me preguntó.

-Sí, permíteme presentarte a mi papá, Robert Cavendish. —Mi padre me soltó en ese momento. —Encantado, señor Cavendish, soy James Dawn. 

-Bueno, papá, el señor Dawn y yo tenemos una conversación pendiente.Mañana hablaremos en Victoria Lounge a las 11 para el almuerzo. —Dije determinada. Tomé del brazo a James y me acompañó hasta donde estaba Benny. Me subí al carro y le dije que yo lo llevaría.

-Eso fue bastante raro, siempre necesitas que te salven, Eliza Dairo, y también Cavendish, ¿verdad?

-Sí, Cavendish, como mi papá. Y no necesito que me salves ni tú ni nadie. —Sonreí.

-Claro, para eso está tu novio, siento ser tan entrometido.

-Dylan no es mi novio. —Le corregí—. Y él me devolvió la sonrisa con una mirada juguetona. 

-Iremos al Hotel Queens, Benny. 

Estaba completamente absorta en mis pensamientos. Él trataba de buscarme con la mirada, el trayecto era sumamente silencioso. Llegamos al hotel y antes de bajar me dijo.

-Creo que podríamos tomar la copa que me debes.

-Y tú me debes una historia, ¿recuerdas? —Le dije con una sonrisa juguetona. Me tomó de la mano y me ayudó a bajar del auto. Solamente escuché cuando James le dijo a Benny que él se encargaría de llevarme a casa. No sé qué tenían las manos de ese hombre, pero cuando me tocaba, provocaba mis instintos más oscuros. No sabía cómo reaccionaría si él intentaba hacer algo más. La verdad es que me gustaba y me atraía como nadie en años, pero también sabía que si cedía un poco, corría el peligro de perder el control, y no estaba segura de poder darme el lujo de perder así, no después de Nathan...Nos fuimos al bar del hotel. Yo seguía indecisa, y él parecía ser muy bueno leyendo la indecisión e incomodidad de las mujeres. Contó un par de bromas para romper el hielo. Yo asentí y reí al mismo tiempo.

-Cuéntame lo que estás pensando, porque es evidente que no puedo leerte, y tu mente no está aquí.

-Pero primero cuéntame tu historia, James Dawn.

-¿Qué quieres saber?Nací en una pequeña aldea en Hampshire. Mi madre murió cuando era pequeño, por lo que estuve en varios hogares de acogida. Vivía en Londres hasta hace unas semanas. Me mudé a Brighton para empezar de cero, hasta que te conocí, mi damisela en apuros.

-Qué chistoso —le dije.¿Y cómo es que un hombre que vivía en una casa de acogida se vuelve un flamante caballero, bien vestido, educado y refinado?

-Que mi apariencia no te engañe, princesita. Sigo siendo ese niño ordinario de Hampshire. Solo que he vivido lo mío. (Era evidente la tensión sexual que se percibía en el ambiente).Puedo enseñarte muchas cosas de mi mundo. —Me susurró en el oído y se acercó cada vez más hasta que sus labios quedaron muy cerca de los míos, al grado de que pude sentir su aliento rozando el mío. Intenté contenerme.Estaba temblando. Me resultaba muy difícil fingir que no me provocaba nada en absoluto.

-¿Cómo cuales?- le dije con mucha seguridad.

-Soy un amante excelente. Nunca has estado con alguien como yo, princesita. Nadie te ha hecho sentir como yo podría. Nadie ha explorado todos los recovecos de tu ser como lo haría yo. Estoy seguro de que nadie ha tocado tu alma con la misma intensidad y pasión. Nadie ha impregnado tu piel con caricias llenas de fuego y una pasión desenfrenada, un fuego ardiente que se encendería con cada roce. En cada centímetro de tu piel quedaría un rastro de deseo y placer-me dijo, besándome el cuello al final de su discurso.Lo aparté. 

- Supongo que esa frase te funciona muy bien con otras, pero yo no soy como las demás- le dije.

-Me funciona muy bien porque ante todo soy un caballero- me acarició la cara tiernamente. Bebimos un par de tragos, y yo seguía debatiéndome fuertemente entre dejarme llevar por lo que ese hombre me provocaba o contenerme. Era guapísimo y solo de imaginar sus labios en los míos, me sentía enloquecer. Al cabo de un rato, no recuerdo bien la anécdota que me estaba contando cuando ocurrió. Me quedé pasmada observando esa mirada pícara y solo sentí cuando sus labios chocaron con los míos. Sus besos eran una mezcla arrolladora de furia y pasión, un torbellino de deseo. Tenían un sabor embriagador y estaban llenos de una intensidad desbordante. La mejor manera de describir sus besos era una tormenta de emociones que nos consumía por completo, dejando a su paso un remolino de deseos incontrolables y un fuego incandescente en nuestros labios. Me encontraba en las nubes, envuelta en un éxtasis embriagador, mientras las corrientes del deseo me llevaban a alturas prohibidas y me sumergían en un mundo de sensaciones intensas y pecaminosas. Tenía que detenerlo. Definitivamente, mi cuerpo iba a exigir más de él; iba a pedir que me tocara, que me besara y que sus manos recorrieran todo mi cuerpo. Continuó besándome y llegó hasta mi cuello.

-Tomemos un par de tragos en mi habitación. No tienes que hacer nada que no quieras. Solo quédate conmigo como aquel día. Para mí, solo contemplarte dormir ya lo es todo.-me dijo con una mirada tierna. Realmente no podía descifrarlo; era increíblemente apuesto, y sus besos estaban llenos de energía y pasión. Por otro lado, debajo de esa máscara de hombre seductor, dominante y casanova, su mirada pícara destilaba un encanto irresistible, como si guardara celosamente los secretos más profundos y los sentimientos de un romántico empedernido. Lo que sí tenía bastante claro era que su magnetismo era como si estuviéramos conectados por hilos invisibles que nos envolvían en un lazo de deseo y fascinación. 

-Está bien- le dije. Me tomó de la mano y nos dirigimos a su habitación. Abrió la puerta y en cuanto entramos, volvió a besarme intensamente, con mucha más fuerza que cuando estábamos en el bar. No era capaz de detenerlo; mi cuerpo reaccionaba a sus caricias. Cada caricia desataba una sinfonía de sensaciones en mi cuerpo, despertando la piel con un estremecimiento eléctrico que anunciaba el deseo y avivaba el fuego de la pasión en lo más profundo de mi ser. Me dejé llevar por un momento, me arrojé a sus brazos y me dejé caer en la cama. Me perdí en sus besos y me impregné de su aliento hasta lo más recóndito de mi esencia. En un punto, me di cuenta de que me había desabrochado el vestido y me lo había quitado; solo éramos él y yo, no existía nada más. Me di cuenta de que casi toda mi ropa había desaparecido, estaba semidesnuda frente a él, y su boca recorría cada parte de mi cuerpo. Sus manos llegaron a mis pechos y me tocó de una manera tan placentera. Me quitó el sostén y después de varios besos, lo dejé tocarme por completo.

-Eres increíble, eres preciosa- me dijo.-¿Dime si quieres que siga?- me preguntó. Yo seguía inmersa en el éxtasis de sus besos y caricias, que me proporcionaban un placer indescriptible. Nunca me había sentido así con nadie. Sin embargo, de repente, quiso tocarme entre las piernas y apretaba mis muslos con tanto deseo, como si quisiera que nuestros cuerpos se fusionaran en uno solo. A pesar de que yo también sentía el mismo deseo, una imagen de Nathan, que había sido el último hombre en tocarme de esa manera, invadió mi mente. Aunque James me había hecho sentir que merecía todo el placer que él podía ofrecerme, la culpa me invadió por completo al solo pensar en Nathan. Empecé a apartarlo.

-Espera- le dije.

-No puedo. Dejó de tocarme, pero seguía besándome como si intentara convencerme de continuar y no detenernos hasta que estuviera dentro de mí, consumando finalmente el deseo entre nosotros.

-Por favor, para. No puedo- supliqué de nuevo.

-Está bien- me dijo, lanzando una mirada de desconcierto. Me vestí rápidamente y, antes de poder decidir si me marchaba, me abrazó tiernamente.

-Quédate. No tiene que pasar nada. Solo te abrazaré. Prometo no tocarte hasta que tú me lo pidas. Déjame cuidarte, Eliza", susurró mientras acariciaba lentamente mis labios. 

-Está bien- respondí, y me quedé profundamente dormida en sus brazos.

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