Capítulo 4. Eliza.
Esa mañana fue un infierno, como ya lo había dicho. Me desperté un poco antes de que el alba emergiera con su delicado resplandor, desplegando un lienzo de colores suaves en el horizonte. Los primeros rayos de sol acariciaban la tierra adormecida, despertando lentamente la vida que yace en cada rincón. Yo solo quería ser un testigo silencioso del renacimiento del sol, donde el aire se impregnaba de esperanza y la promesa de un nuevo comienzo se abría paso entre las sombras de la noche. Salí a correr tratando de eludir mi dolor y mis recuerdos, llegué a la playa para contemplar el amanecer y traté de tranquilizarme mientras escuchaba el paso de las olas. Decidí nadar en el agua fría, nadé incansablemente, buscando escapar de las profundidades de mi propio dolor. Con cada brazada, intentaba dejar atrás las sombras que me acechaban, anhelaba liberarme de la carga que llevaba en el alma. Aunque el agua me envolvía, el dolor persistía, recordándome que la verdadera sanación no se encontraba en la huida, sino en la valentía de sumergirme en mis emociones y enfrentarlas cara a cara. Seguí llorando hasta que me acerqué a las rocas. Una voz masculina y misteriosa se escuchó cerca.
-¿Quién eres, chica misteriosa? Te conozco, tu cara se me hace tan familiar - esa voz era conocida. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos y se percató de mis lágrimas, fue como si pudiera observar toda mi fragilidad en un instante.
Nunca podría olvidar esos ojos, tan azules y profundos, el olor de tu pelo rojizo. Eres la hija de Cecile Dario, te vi ayer en el funeral de Margaret. ¿Eliza, verdad? ¿Estás bien?-Ese rostro era tan conocido para mí. Lo miré y él solo me abrazó, envolviendo mi ser, llenándome de consuelo, como nadie lo había hecho en los últimos días. Por un momento, el calor de su presencia disipó mis penas y desvaneció mis preocupaciones. Luego se separó de mí y me dijo: Vaya, me has cautivado, sirenita. Desde que te vi salir del mar, despertaste mi curiosidad. No sabía que eras tú, esa criatura tan perfecta que se veía a lo lejos.
-Daniel, ¿verdad? Lo reconocí en seguida pues yo poseía una memoria envidiable, podría acordarme hasta del más insignificante de los detalles - Me gustaría mucho socializar, pero ahora mismo estás interrumpiendo mi meditación matutina - y me limpié las lágrimas. Me había dejado llevar y había mostrado a ese ser vulnerable que habitaba en lo profundo de mí, y eso no podría volver a pasar jamás.
-¿Te acuerdas de mi nombre? Entonces creo que también te he cautivado, sirenita.
-No te ilusiones - le dije - me acuerdo de ti por ser el niño más odioso del pueblo.
-Bueno, este niño odioso desea invitarte a tomar una copa. Te recogeré a las ocho, vestida para ir a un gran lugar.
-¿Sabes que estoy de luto, verdad?- le dije.
- Sino aceptas revelare a todos tu secreto..
- No me digas ¿Cuál secreto? - le pregunté con un tono enardecido.
-Voy a decirle a todo el mundo algo que no quieres que sepan - puntualizó, acercándose cada vez más para acariciar mi pelo. - Dire que tienes sentimientos- me susurro en el oído.
Lo vi alejarse mientras el alba pintaba el horizonte con su suave resplandor. Sus pasos se desvanecieron en la distancia. En ese instante efímero, el amanecer se convirtió en testigo de nuestra despedida, y el sol naciente parecía reflejar el brillo de las lágrimas que surcaban mi rostro. Podía decir que era bastante atractivo, era alto y rubio como el sol, con mechones dorados que brillaban con intensidad. Tenía una personalidad sumamente magnética. Sus ojos eran de un castaño claro y su tez blanca como la nieve. Su cabello llevaba mechones desordenados y su apariencia despreocupada. Su cabello desafiaba las normas y se convertía en una declaración de estilo audaz. Si no fuera porque ayer estaba absorta en mis pensamientos, probablemente habría notado su presencia en el salón.
Daniel Sinclair era el típico niño bonito rompecorazones, que se hacía el simpático para ligar chicas, usarlas y dejarlas como si fueran desechables. No podía negar que existía cierta atracción de mi parte, pues él ya no era ese niño regordete que parecía un huracán azotando la tormenta a su paso. Nos conocimos cuando éramos niños; sus padres fueron a cenar varias veces a mi casa, y él, por consiguiente, jugaba conmigo y con mi hermano. A veces era bastante malcriado y tonto, pero no podía evitar arrancarme una sonrisa. Una nube misteriosa envolvía la historia de su familia; lo cierto es que un día decidieron irse sin despedirse de nadie, como fugitivos, y desde ese día no se les había vuelto a ver, ni a él ni a ninguno de los miembros de su familia. Su casa quedaba cerca de la playa, por lo que era probable que nos volviéramos a ver.
No pensé un solo momento en la invitación de Daniel esta noche. Mis pensamientos seguían vagando en el sendero del dolor.
Me cambié de ropa, me bañé y conseguí apagar mis sentimientos. Usé un vestido negro hasta las rodillas con unos tacones negros que me hacían ver más estilizada. Traté de verme lo más decente que mi condición me permitía. No me veía despampanante ni nada, mi look era sencillo. El negro me sentaba bien, después de todo, y proseguí a tener el encuentro incómodo con toda mi familia. Sabía que era un momento importante, pero cuanto más rápido pudiéramos pasar por él, mejor sería para todos.
En el despacho de mi abuela se encontraba mi madre, vestida como si no hubiera enterrado a su madre ayer. Parecía que estaba de fiesta y su semblante parecía de lo más calmado, como si estuviera ida de nuevo. Por otro lado, estaba mi hermano, vestido con un traje negro como si el funeral fuera a ser hoy. Sus ojos emanaban un profundo dolor y cada vez que los veía, no podía evitar que mi corazón sangrara porque el abismo que había crecido entre nosotros era imposible de borrar. Él no quería que yo estuviera para él como yo hubiera deseado, a pesar del amor infinito que siempre le he profesado. Del otro lado estaba mi tío Andrew, el más joven de los hijos de mi abuela, que había venido en representación de su hermana y que tenía la excusa perfecta para tomar las riendas de todo debido a la condición de mi madre.
El abogado prosiguió a leer la última voluntad de la enigmática Margaret Dairo. Mi abuela dejó muy claro que los herederos de su fortuna y todas sus propiedades seríamos mi hermano y yo, no un solo penique para sus hijos desobligados. La única condición para tomar las riendas de esa cuantiosa fortuna era que nos quedáramos a vivir en Brighton. Lo que para mí suponía un problema real. Ya bastaba con que Brighton fuera como una cárcel en mis pensamientos, como para que ahora fuera una cárcel de verdad.
Las condiciones para tomar posesión de la herencia me parecían de lo más extrañas. Primero tendría que aprisionarme en ese estúpido pueblo, hacerme cargo de mi madre, y después elegir un partido respetable, casarme y tener hijos. De hecho, la segunda parte de mi herencia iría a parar a mis manos hasta que naciera mi primer hijo. Esto se me hacía un verdadero atropello a mi integridad. ¿En qué siglo estábamos para redactar esas condiciones de la época de las cavernas? Mi abuela se había vuelto loca, y yo me negaba a ser un títere de sus deseos. Era una mujer hecha y derecha, capaz de tomar sus propias decisiones.
Para hacerlo aún más interesante, mi abuela había puesto una fecha de caducidad para ese acuerdo: debía casarme antes de los 25 años y mi hijo debía nacer antes de los 26.Era tan injusto. Mi hermano no tenía tales restricciones. La cláusula más manipuladora que pudiera estipular era que si no cumplía con mi parte del trato, todo pasaría a manos de mi hermano, dejándome completamente en la calle. Y por si fuera poco, si la última esperanza de mi familia fuera mi hermano y no se cumpliera la última voluntad de mi abuela, todo iría a parar a manos de una organización benéfica.
Además, mi abuela no tomaba en cuenta una situación muy peculiar que impedía que sus deseos se realizaran: yo nunca podría estar con un hombre, sin importar lo atractivo, fuerte e interesante que pudiera ser. El solo hecho de pensarlo me revolvía el estómago y me conducía a casi querer vomitar. El solo hecho de imaginar que alguien me tocara y sintiera cómo recorre mi cuerpo me producía una sensación de escalofrío. Por otro lado, mi corazón estaba tan cerrado al amor porque no había cabida para otro hombre que no fuera Nathan, el amor que le había profesado a lo largo de los años y la espera continua no habían hecho más que marchitar mi corazón. Nunca podría volver a amar porque sabía lo que era la decepción y había vivido el dolor en carne propia de la desolación. No volvería a abrir mi corazón.
-Parece que tendremos que buscarte un marido pronto, mi niña," suspiró mi madre.
-"¿Te enteras, mamá? No soy ningún objeto. No voy a cumplir con ninguno de los tratos absurdos de la abuela. Prefiero morir antes que ser su títere."
-"No tienes otra opción," dijo el tío Andrew. "Si no, ninguno de nosotros verá la luz del sol, y no pienso permitirlo, cuando mi futuro pende de un hilo por el capricho de una niña estúpida."
-"¿A quién le dices estúpida?," escuché gritar a mi hermano, a punto de irse a los golpes con mi tío...
Todo se nubló, no podía respirar. Huí de ahí lo más rápido que pude.
Regresé al muelle y realmente me cuestioné cómo la mujer en la que más había confiado en la vida podía manipularme de esa manera, atropellando mis deseos, y todo porque había decidido decirle en incontables ocasiones que no me casaría ni quería saber nada de citas con chicos.
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