oxviii. capítulo dieciocho, parte dos

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Si algo había deseado para la noche de su cumpleaños era que todo saliera según lo planeado. Y podía decir con total seguridad que así fue. Gaia era una amante del orden, tener todas las cosas bajo control y era seguro admitir que cada cosa que saliera después de esa madrugada en la prensa no le iba a tomar por sorpresa, porque solo comentarían lo que ella quería que se divulgara. Lo único que le importaba era saber que todos sus invitados se divirtieron en su extravagante fiesta, que su hermano logró olvidarse de los problemas que lo acomplejaban y que, mucho más importante, tuvo el mejor regalo de la noche —Y no hablaba del Señor Mofletes— como lo fue al fin haber podido besarse con Pedri.

Gaia no pudo esconder el suspiro enamorado que salió de si, menos dejar caer la cabeza en el hombro de Xavi, quien no evitó alzar una ceja por ello. Pedri le gustaba mucho, era la primera vez que se sentía así después de tanto tiempo, y aunque no tenía ni idea de cómo iba a transcurrir todo entre ellos luego de esa noche, pensó que lo mejor era no darle tantas vueltas al asunto y tan solo disfrutar un poco más del momento. Lo último que faltaba para terminar su fiesta era que alguien ganara el tonto juego de las escondidas que emocionaba a su hermano mayor y que a ella no le causaba el mismo sentimiento, por diversos motivos.

Volteó la mirada, Gerard seguía encima del sofá individual contando en voz alta. Xavi y ella habían hecho un poco de trampa, haciendo que perdiera la cuenta un par de veces solo para darse más tiempo. Lo escucho decir el número cuarenta, como por tercera vez, y supo que ya era hora de irse a su habitación a fingir que se ocultaba, rezando que su hermano no se le ocurriera buscar ahí y hacerle perder doscientos euros.  Le dio un apretón en el hombro al míster, deseando por un momento ser él y no tener el estrés de recorrer la casa buscando un escondite.

Al subir las escaleras, recordó que en algún momento tenía que hablarle a Pablo de la indiscreción que cometió en su habitación, como casi se le escapo decirle a Ainhoa que él se había sentido atraído por ella desde los once años. Debía ponerlo sobre aviso, comentarle que a la jugadora esas palabras le crearon una fuerte curiosidad y que en algún momento podía llegar a escapársele. La suerte le sonrió a Gaia cuando, al llegar al tercer piso, captó la figura de su mejor amigo al fondo del pasillo, tomando el pomo de la puerta de su alcoba.

—Ese era mi escondite —le susurró a Pablo, cuando llegó a su lado. Soltó una risa al verlo pegar un pequeño salto—. Tranquilízate, chaval, que Geri sigue contando allá abajo. Le dejé por el cuarenta, todavía le falta.

Pablo rió.

—Estoy seguro que has hecho un poco de trampa antes de venir, eh.

—Solo la necesaria para que mi hermano no gane —sonrió—. Mi niño, necesito hablarte de algo, ¿podemos hacerlo ahora?

—¿Es importante?

Gaia movió la cabeza, sintiendo como se sonrojaba.

—Un poquito, creo. Tengo la sensación de que he metido la pata con Noa.

Pablo la miró por unos cuantos segundos, quizás tratando de pensar de que manera le estaba hablando. Gaia le dio una sonrisa, algo incómoda por temor a que él se enojara con ella por lo que estaba a punto de decirle; pero su amigo solamente asintió y le cogió la mano, para llevarla unos metros alejados de la puerta de su habitación. Se quedaron justo en la entrada de su estudio, aquel al que Geri avisó que nadie podía entrar.

—¿Por qué dices que has metido la pata? —le preguntó Pablo, en un bajo susurro—. Venga, mi niña, de seguro no es para tanto.

—Es que… Ay, Pablito, es que se me ha escapado decirle que tú corazón ha estado ocupado por una misma chica desde que tienes once.

—Gaia…

—¡Lo lamento, lo lamento! —se apresuró a decir, sin dejarlo hablar—. Te juro que no fue mi intención, Pabli. Es que… Bueno, ella dijo algo sobre tú y yo, y… Y sabes que no suelo pensar antes de hablar y menos cuando me provocan. Lo lamento, en serio.

Contrario a la reacción que esperaba, escuchó como Pablo dejaba escapar una risa y, con sumo cariño, le cogió la mano buscando tranquilizarla.

—Calma, mi niña, respira, ¿vale? —dijo, suavemente. Gaia asintió, con un puchero entre sus labios—. No pasa nada. Creo que es algo bueno que le hayas dicho eso.

—¿En serio? Ainhoa se vio bastante interesada en saber quién era, aunque no lo dijo en voz alta, claro. Pero sí sembré la duda en ella y yo no quería dejarte al descubierto de esa manera.

—Lo sé, pero te lo digo en serio. Quizás es algo bueno que se lo hayas dicho, la verdad creo que ya va siendo hora que ella lo sepa.

—¿Piensas decirle sobre tus sentimientos?

Gaia vio a Pablo encogerse de hombros, casi de manera abochornada.

—Puede. Estoy cansado de este tira y afloja, del viene y va de juegos e insinuaciones que no me llevan a nada

—Tienes razón y en realidad yo estoy bastante sorprendida con que hayas aguantado tantos años así —le confesó. Pablo la miró con la ceja alzada, confundido—. Mi niño, no eres un cobarde. Siempre vas a por lo que quieres sin miedo, ¿por qué con ella debería ser diferente?

—Supongo que fue para tratar de mantenerme al margen, Noa y yo no tuvimos un buen comienzo…

—Por ese consejo de mierda de Fermín.

—Sí, por eso —Pablo soltó una risa—. Fue bueno que le hayas sembrado esa curiosidad, con esto de verla todos los días, compartir el campo y que además nuestros dos mejores amigos ahora estén liados. Ha pasado mucho este año y, no lo sé, siento que puedo tener una oportunidad.

—Ella no te es tan indiferente como se jacta en decir —bromeó Gaia—. Venga, díselo. Sabes que te apoyo en todo lo que te haga feliz, meu nen bonic.

—Por eso eres la mejor, meva nena bella.

Gaia soltó un pequeño chillido, sintiéndose enternecida por la mención de aquellos primeros apodos que se dieron cuando eran pequeños y se lanzó a los brazos de Pablo para envolverlo en un cálido abrazo. También le emocionaba mucho la sola idea de que fuera a confesarle sus sentimientos a Ainhoa, sabía que se trataba de algo que era delicado para él; pero, como había dicho antes, no se caracterizaba por ser un miedoso y si tenía que darle algo a favor era su actitud de ir siempre a por lo que quería.

Y justo lo que él quería ahora era estar con la jugadora, después de tantos años de tentarla y molestarla cuán niño pequeño.

Se separó del abrazo, no sin antes revolverle el cabello con cariño, y se alejó unos pasos de él, observando con diversión la puerta de color lila de su estudio. Si su mejor amigo pensaba esconderse en su habitación, entonces ella tendría que buscar un nuevo escondite, muy alejado de la cabeza de Gerard para poder tener un momento en paz y quizás poder cambiarse de ropa.

—Venga, mejor vamos a escondernos juntitos, mi niña.

Gaia frunció el ceño, confundida ante ese cambio. Los ojos de Pablo reflejaban un brillo divertido, casi emocionado mientras le hacía esa propuesta, y quiso preguntar a qué se debía su tono en extremo dulzón, la caricia en su mejilla y la pequeña sonrisita tentadora que le daba. Algo en ella le dijo que se volteara, captando como los orbes avellanas de su mejor amigo veían algo por detrás de su persona, pero cuando iba a hacerlo, unas manos le sujetaron de la cintura.

Las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando sintió el chispeante toque en esa zona de su cuerpo, el calor de los dedos acariciándole la cintura para luego apretársela y tirarla hacia atrás, pegándola en contra de alguien desconocido. Que se mantuvo así durante unos pocos segundos, hasta que su nariz pudo percibir el aroma varonil, aquel que la traía loca desde hace unos meses. Era el perfume de Pedri.

El Canario escondió el rostro en el hueco de su cuello, dejando varios besos ahí antes de alzar la cabeza de nuevo, haciendo que sus miradas se encontraran. Gaia jamás había quedado tan hipnotizada por unos ojos marrones, hasta que lo miró a él por primera vez y pudo darse cuenta que existía un brillo único en ellos que los hacía en extremo especial. Se sonrojó ante el rumbo de sus pensamientos, sabiendo que si alguien llegaba a escucharla iba a gritarle a la cara lo cursi que era.

Pedri le cogió del mentón y atrajo sus labios para juntarlos suavemente en un beso. Era un toque dulce, demasiado delicado; pero a Gaia le encantó. Su estómago se hizo un remolino de emociones y casi pudo volver a sentirse como una quinceañera pasando por su primer enamoramiento. ¿Qué le sucedía? ¿Dónde estaba la parte de si que sabía cómo coquetear y responder con ingenio los flirteos? Todo eso de ella se iba a lo más oculto de su ser para dejar pasar a la enamoradiza, a la que temblaba cada vez que Pedri le sonreía, a la que se sonrojaba cuando él le decía algo bonito.

—No hace falta. Gallita va a esconderse conmigo —dijo Pedri, hablando hacia Pablo; pero sin dejar de mirarla—. ¿Verdad que sí, mi amor?

Gaia solo pudo asentir como una tonta, de manera automática y sonrojándose ante la risa burlona de Pablo. No le importó, tan solo con ver la sonrisa radiante en el rostro de Pedri y poder volver a sentir como él la besaba con dulzura era suficiente para saber que había tomado la decisión correcta. «Mi amor», repitió en su cabeza con una ensoñación de cuento de hadas.

El Canario volvió a apoyarse en su hombro, encogiéndose un poco por la diferencia de estatura y Gaia pudo sentir el cosquilleo en su estómago cuando él empezó a pasar los dedos por esa zona de su cuerpo con cariño. Ambos miraron a Pablo, aún parado delante de ellos y observando su manera de actuar con una mezcla de diversión y molestia. Ese tipo de enfado que suele tener un niño cuando ve a su madre con una nueva pareja, no era que le desagradara; pero sí sentía celos de que pudieran quitarle toda su atención.

—Entonces… —dijo Gaia, después de segundo en silencio. Se dio cuenta que su voz salió ronca y se aclaró la garganta—. Pablo, ¿seguro de lo que piensas hacer?

Pablo se encogió de hombros.

—Completamente, ya va siendo hora. Tú misma lo dijiste: No soy un cobarde.

—Yo diría que todo lo contrario —se entrometió Pedri, sin tener ni idea de lo que hablaban. Gaia le besó la mejilla y de inmediato escucho el murmullo molesto de su mejor amigo—. Venga, yo sé que tú puedes, Pablito.

—No jodas, tío, ni siquiera sabes de que estamos hablando —bufó Pablo—. Y que ni se te ocurra pensar que porque ahora vas a salir con mi mejor amiga puedes llamarme de esa manera.

Gaia soltó una risa, ante el gruñido de Pablo.

—Si te logras confesar con la mía, dejaré que me llames Pedro —barajeó Pedri, con una sonrisa. Gavi se sonrojó tan fuerte que Gaia tuvo ganas de reír—. Venga, anda a hacer aquello de lo que estáis hablando. Geri ya debe estar a punto de terminar de contar y debo buscar un buen escondite con mi Gallita.

—Bah, menos mal yo me voy a esconder en su habitación. De todos modos, es un lugar que conozco de sobra.

—Disfrútala, chaval, porque será la última vez que duermas en esa cama.

—Mantente dentro de tus pantalones, Perry.

—Anda a dormir que se te ha pasado la hora, niñato.

¡Opa! ¡Listos o no, os pienso encontrar a todos, pringaos!

La voz de Gerard hizo que quitara su sonrisa, había sido divertido escuchar por un rato como Pedri y Pablo se picaban entre si con todo lo que tenían; pero el sonido de su hermano anunciando que estaba a punto de comenzar a buscarlos los hizo ponerse alertas. Pablo pasó por su lado, sacándole el dedo medio al Canario, y caminó apresuradamente por lo que restaba del pasillo para adentrarse en su habitación. Gaia miró a ambos lados, buscando quizás una mejor opción en ese momento y como no la encontró, tiró de lo primero que se le vino a la mente.

Tomó la mano de Pedri y jaló de él, abriendo la puerta lila de su estudio, aquel al que los demás no tenían permitido entrar, y lo condujo hacia dentro. Escuchó a su Canario soltar un bajo murmullo de asombro y no supo porqué hasta que se volteó a verlo. Las paredes del lugar estaban pintadas de un blanco crema, pero habían unas luces LED encendidas de color lila que le daban un aspecto brillante y lo iluminaban por completo, casi no parecía que fuera de noche en ese lugar. Sin embargo, eso no era lo que él veía, sino que tenía la mirada fija en el techo.

Su miedo a la oscuridad no lo conocían muchas personas, casi nadie en realidad; pero aquellas que lo hacían se habían encargado de preocuparse por ella para que no tuviera que enfrentarlo sola. Uno de ellos fue Pablo, regalándole una linda lámpara de noche en forma de girasol —Aquella que estaba en la estantería de la cabecera de su cama— y el otro fue Ferrán, el cual le ayudó a decorar su estudio y como regalo de bienvenida por volver a Barcelona —Y habiendo visto de primera mano su fobia— le compró varias pequeñas lucecitas en forma de estrellas que se pegaban al techo y brillaban de tal forma que podían alumbrar todo el lugar. Eran tantas que la oscuridad no era algo que pudiera estar ahí, pero todas y cada unas de ellas eran tan bonitas que no podías evitar no mirarlas y admirar lo bien que quedaban.

—Joder, se ve mejor en persona que a través de una cámara.

Gaia sonrió, sonrojándose. Era un comentario dicho al azar, pero le recordaba todas las veces en las que Pedri le escribía cuando iba a iniciar directo en Twitch. Como le decía que la iba a estar viendo y justo al terminar siempre le dejaba un mensaje comentándole lo bonita que se veía y lo mucho que se divirtió mirándola. Él estaba al tanto de ella, apoyándola en lo que más le gustaba y animándola a seguir cada vez más, era increíble.

Lo vio voltearse por completo hacia ella y fue ahí justo el momento en que captó como estaban. Estar en la piscina usando solamente un bikini y un bañador era una cosa, además habían estado junto a los demás; pero ahora se encontraban a solas, en una habitación y con un sillón bastante cómodo donde… Mierda, sí, debía controlar un poco sus lujuriosos pensamientos. Aunque era difícil, ya había probado lo que era estar sola con él en un lugar y el simple recuerdo de como se sentían las manos sobre su cuerpo solo hizo que su piel se erizara.

—Se supone que tu estudio está prohibido.

Gaia asintió.

—Y es por eso que nadie pensará en entrar aquí o interrumpirnos de alguna manera.

Pedri asintió, mirando a su alrededor. Estaba embelesado por las luces de colores y todo lo referente a su set-up que casi quiso reír al verlo.

—¿No crees que debemos apagar este montón de luces? —cuestionó Pedri, sin mirarla—. Ya sabes, alguien podría darse cuenta que estamos escondiéndonos aquí.

Gaia le dio una sonrisa y negó, tratando de aparentar normalidad. La sola idea de quedarse a oscuras le causaba temor y a pesar de haberle confesado su mayor miedo a Ainhoa esa noche, no pensaba hacer lo mismo con Pedri. No quería quedar como una cobarde, era demasiado humillante estar cumpliendo veintiún años y aún así temblar de terror cual niña pequeña cuando llegaba la oscuridad. No, simplemente no. No se encontraba lista para decirle ese secreto.

—No. No te preocupes por eso. Desde afuera no puede verse nada, además tampoco pueden escucharnos. La habitación está insonorizada.

Lo vio asentir, la curiosidad en sus ojos debido a su set-up se esfumó cuando se fijó en ella. Era justo suponer que fue en ese momento donde se dio cuenta que estaban solos, de nuevo. Gaia no escondió la sonrisa que floreció en sus labios al verlo acercándose lentamente, pensó en decirle algo por sus nulas capacidades de mantenerse alejados uno del otro; pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando Pedri le tomó la mano con cariño mientras que con la otra le tomaba suavemente de la mejilla y acercaba sus rostros.

—Quiero besarte —susurró él contra sus labios.

Aquel pedido hizo que lo ansiara, mucho más que él. Con su aliento chocando en su rostro y provocándole un fuerte deseo de volver a sentir esos labios contra los suyos. El recuerdo de como se sintió en su habitación cuando fue ella la que tomó la iniciativa le hizo arder las mejillas y, contrario a las ganas que la albergaban, dio un paso hacia atrás, poniendo un poco de distancia entre ellos. La voz de Eric resonaba en su cabeza, repitiendo una y otra vez aquella pregunta hacia Pedri y Ainhoa: «¿En serio no habéis sentido atracción el uno por el otro en algún momento?».

No era propio de ella sentir celos de esa manera, mucho menos demostrarlo públicamente; pero es que era una inseguridad tan fuerte desde que conoció a Pedri que le fue imposible no mostrar su descontento. La respuesta que él dio, con una voz nerviosa, no la dejó tranquila, y entonces se acercó a ella, tratándola tan bonito, siendo cariñoso y diciéndole todas esas cosas que le gustaba, y quería, escuchar que le fue imposible resistirse. Lo besó, frente a sus amigos.

Hizo un puchero, los celos la habían llevado a actuar de forma impulsiva y no quería que él pensara que lo hizo como una forma de marcar territorio. Gaia clavó sus ojos azules en Pedri, el cual la miraba con el ceño fruncido, quizás preguntándose las razones de su distancia, así que, tragándose todo su orgullo, dijo:

—Creo que debo disculparme contigo, afecte meu —le dijo. Pedri intensificó su mirada—. Por haberte besado en mi habitación, frente a los demás. Puede que tal vez haya estado un poco celosa y…

—No debes disculparte por eso, cariño. No estoy molesto porque fue un beso que yo quería y que claramente provoqué.

Gaia no desistió.

—Pedro, no quiero que pienses que lo hice solo porque estaba celosa —soltó, avergonzada—. Yo… tú en serio me gustas y aunque sí estaba celosa por esa tonta pregunta de Eric, no fue por eso que lo hice.

—Cariño, vamos a hablar ahora y dejaremos todo claro para que así podamos besarnos tranquilamente, ¿sí?

Gaia asintió y se dejó llevar hasta el enorme sillón blanco que tenía en su estudio. Sabía que ese mueble tenía un nombre; pero justo en ese momento no lo recordaba aunque era lo bastante parecido a un sofá-cama, solo que con más estilo. Tenía varios almohadones y cojines de colores variados para darle un toque diferente, Pedri los apartó y fue el primero en sentarse en él. Le tomó suavemente de la mano y tiró de ella para atraerla a su regazo, haciendo que se sentará encima suyo, con las piernas a cada lado.

Trató de ocultar su sonrisa, pero una mueca divertida se instaló en su rostro. Estar en esa posición, tan cerca, con la poca ropa que llevaban era una tentación enorme y más cuando Pedri mantenía una mano en su muslo, acariciándola con suavidad, mientras que la otra estaba peligrosamente colocada en la parte baja de su espalda, cerca de su trasero. Y como en toda la noche, podía sentir el calor emanando de él, el cosquilleo en su cuerpo ante su toque y como se veía deseando más.

Pedri dejó atrás la mano en su espalda y la movió hasta sujetarle la cintura con cariño.

—No debes estar celosa, Gallita —comenzó a hablar—. Lo digo en serio, desde que llegaste solo has sido tú. Te lo dije: Me gustas mucho, me vuelves completamente loco.

Gaia sonrió, con ternura.

—Podría decirte lo mismo, ¿sabes? —rió—. Pedro, escucha, me encanta que me celes, es bastante divertido; pero tú tampoco deberías hacerlo, ¿sí? La única persona que me interesa, la única que me gusta, eres tú. Tú, tú y solo tú.

—Me gusta escuchar eso, porque para mí también eres tú, tú y solo tú.

Le dio una sonrisa, sintiéndose en las nubes por esa declaración. Conoció oficialmente a Pedri a principios de enero y tan solo un mes había pasado, fue lo único que necesitó para caer rendida ante él. Los coqueteos indiscretos, las múltiples veces en las que estuvieron a punto de besarse, las llamadas nocturnas, los mensajes a cada hora del día y la noche, el usar su camiseta en los partidos, el gol que le dedicó, Arabia y conocer a su familia… Todo eso en un mes.

Lo que había iniciado solo como un coqueteo por diversión, porque Pedri le parecía atractivo y le causó curiosidad su interés en la despedida de su hermano, había escalado de manera tan rápida e increíblemente fuerte que Gaia podía sentirse como en su propia película romántica. Porque sus sentimientos por él eran verdaderos, dulces y, sobretodo, correspondidos. Lo cual lo hacía todo… perfecto.

Decidió tomar de nuevo la iniciativa, Gaia le rodeó el cuello con los brazos y se acercó a él para poder besarlo suavemente. Le gustaba tanto la dulzura con la que sus labios se unían y se movían al compás, de tal forma que parecían estar sincronizados a la perfección. Ambos buscaban unos minutos de tranquilidad, demostrar con el más puro cariño las palabras que habían acabado de decirse y disfrutar del momento a solas que estaban teniendo.

Pedri rompió el contacto, pero no se separó por completo de ella. Movió sus labios, dejando un camino de besos desde el mentón hasta su cuello, haciéndole un poco de cosquillas y logrando que algunos suspiros se escaparan de su boca. Gaia se quejó por lo bajo cuando lo sintió detenerse y eso hizo que él soltara una suave risa, antes de volver a fijar sus ojos en ella.

—No debes disculparte por haberme besado frente a los demás —Pedri retomó la conversación—. Gaia, Ainhoa ya sabe de mi interés por ti, no lo comprende; pero lo respeta.

Soltó una suave risa, se esperaba eso por parte de ella.

—Fer de alguna manera lo descubrió…

—Que raro, ¿no? Con lo disimulados que hemos sido todo este tiempo.

Observó como las mejillas de Pedri se teñían de un lindo color rojo debido a su burla, por lo que no evitó dejarle dos besos en cada una para tranquilizarlo. La discreción no era algo propio de ellos, no cuando buscaban con todas sus ganas hacer notar el interés genuino que existía. Gaia le dio una sonrisa relajante, la verdad era que le sorprendía que nadie más se haya dado cuenta.

—Creo que él fue el primero en saberlo, mucho antes que yo —intentó bromear; pero Gaia notó la confesión que se avecinaba—. Antes de irnos a Qatar por el Mundial, el mismo día de la despedida de Geri, puede que yo le haya hablado sobre ti. Creo que desde entonces Fer supo que había caído ante tus bonitos ojos azules.

Gaia sonrió, viéndose enternecida por eso. De inmediato se sonrojó al sentir como la mano de Pedri comenzaba a acariciarle la mejilla.

—¿Quieres que te confiese algo? —preguntó. Él asintió—. Yo también le hablé de ti a mi hermano ese día. Recuerdo que cuando terminó el partido le dije a Geri: “Joder, el número ocho va a ser tu próximo cuñado”.

Pedri abrió los ojos de forma exagerada y soltó una carcajada, moviendo los hombros por la fuerza de su risa. Gaia no pudo evitar sonreír al escucharlo, le gustaba mucho ese sonido. Incluso más al sentir como apoyaba la frente en su pecho, continuando con su carcajada y aprovechando para estrecharla entre sus brazos como si no quisiera soltarla o apartarse de ella. El ambiente entre los dos era cálido, se había formado un aura de intimidad y confianza que los hacía sentir seguros de poder compartir cualquier secreto.

El silencio llenó el estudio, pero no era incómodo, sino acogedor. Gaia se acomodó más en el regazo de Pedri y aprovechó la posición en la que se encontraban para abrazarlo por completo y empezar a dejarle caricias en la espalda con una mano, mientras que con la otra jugueteaba con el cabello de su nuca de forma suave. Habían pedido tanto un momento a solas que al fin se lo concedieron y lo estaban disfrutando de una buena forma, llenos de cariño y afecto.

Hasta que Pedri levantó la cabeza y la miró profundamente con esos ojos marrones que tanto le gustaban. Sintió su corazón latir desbocado cuando él volvió a sujetarle una mejilla y, con una sonrisa, se acercó hasta que sus narices rozaron y sus labios quedaron tan juntos que podían sentir el aliento del otro en todo el rostro. Ya ni siquiera podía llevar la cuenta de cuantas veces quedaron en esa posición durante la noche; pero Gaia jamás iba a quejarse, porque solo podía pedir mucho más de su lindo Canario.

—Feliz cumpleaños, Gallita. Me gustas muchísimo, cariño.

—Tú también me gustas muchísimo, afecte meu.

Fue casi como un susurro y en pocos segundos pudo volver a sentir de nuevo el choque electrizante de sus labios al unirse. Era como una necesidad latente entre ellos, habían esperado tanto tiempo por un tiempo a solas y al fin se estaba dando, podían disfrutarse uno al otro como lo estaban deseando desde hace semanas. Incontables interrupciones que parecían echas a propósito en ese mes y todo para llegar hasta ese momento, uno que estuvieron ansiando con muchas ganas.

El beso empezó con delicadeza, con la suavidad característica con la que se besaban después de confesarse sus sentimientos y de haber compartido esa clase de secretos; pero entonces, una chispa se encendió entre ellos, aquella que había estado presente y que los llevo a coquetearse desde el día en que se conocieron. El calor de la habitación los envolvió en un ambiente de deseo, podía sentir su piel expuesta erizarse debajo de su toque y el recuerdo de aquel desliz producto de los celos en el pasillo le saltó a la cabeza.

Sintió el calor recorriéndole el cuerpo cuando los labios de Pedri abandonaron los suyos y, en cambio, comenzó a dejar un recorrido de besos húmedos desde el mentón hasta su cuello. Los suspiros que soltaba eran un indicador de lo mucho que le estaba gustado estar de esa manera, incluso más cuando las manos de él abandonaron cualquier rastro de timidez que pudieran tener y empezaron a explorar con ganas toda la piel al descubierto que le dejaba el bikini.

Era una sensación única, aunque no era la primera vez que se encontraba en una situación de ese estilo, si podía sentirse como en un estado de embriaguez. Deseando cada vez más. El cosquilleo se extendía por todos los lugares de su cuerpo, siempre donde él la acariciaba o tocaba y cerró los ojos, dejándose llevar por el mar de emociones que la embargaban, hasta que sintió como los besos se detenían y las manos paraban su recorrido, así que lo miró.

—Voy a hacer uso de lo que creo que es mi último acto de celos, al menos por esta noche —le dijo Pedri, en voz baja, cogiéndola por la cintura con ambas manos. Gaia sintió un escalofrío al ver sus ojos marrones—. El baile, Gallita. Al único que le prometiste uno fue a mi y aún no lo he recibido.

Gaia alzó una ceja y se acercó para depositar un corto, pero profundo, beso en sus labios.

—¿Por qué quieres conformarte con un simple baile cuando estoy dispuesta a darte mucho más que eso?

—¿Y qué sería eso?

Los ojos marrones de Pedri le mostraban el más puro brillo del deseo, ansiando que la respuesta que saliera de sus labios fuera una que él esperaba. El corazón le palpitaba con fuerza, embargada por la excitación que le dejó el beso que compartieron y las ganas de seguir más allá. Le dio una sonrisa ladina, esperando que pudiera captar las cientos de insinuaciones que atravesaban su cabeza, y volvió a besarlo, esta vez con más ferocidad que antes.

Sus labios se movían de forma sincronizada, con una desesperación latente de obtener más del otro. Aún encima suyo, Gaia se reacomodó sobre su regazo y poco a poco tiró de él hasta hacer que quedara acostado por completo. Las manos de Pedri habían adquirido una poderosa seguridad, sabiendo que lo ansiaba tanto como él, se paseaban por todo su cuerpo, tocando y apretando cualquier parte de su piel expuesta.

Hasta que tomaron el atrevimiento de posarse en su trasero, donde se dio el gusto de tocarlo a su antojo antes de amasarlo con fuerza con un nuevo grado de posesión. Parecía ser que Pedri aún no olvidaba por completo aquel baile que compartió con Pablo antes, y era como si quisiera borrar cualquier recuerdo de las manos de su mejor amigo de ella. Poca era la ropa que llevaba, pero se sentía acalorada, con las ganas de calmar ese fuego interno que él le provocaba.

Tenía la piel erizada, sabía que iba a ser difícil borrar de ella los recuerdos de esa noche, y ciertas partes de su cuerpo estaban empezando a sucumbir ante todos esos toques. Con el calor asfixiante llenándole el pecho, justo cuando él se separó de sus labios para retomar el camino de besos húmedos a su cuello, fue que dejó salir aquellos gemidos que estaba conteniendo y, buscando un poco más, comenzó a moverse encima de él.

Sus caderas rozaban contra las de él, creando una fricción nada pudorosa entre ellos, haciendo chocar sus partes íntimas, entre las cuales solo se interponía la suave tela de su bikini y el bañador de Pedri. Podía sentir como cierta parte de su cuerpo comenzaba a ponerse dura debajo de ella y se tragaba con satisfacción cada gemido que soltaba, hasta que un fuerte apretón en su trasero con demasiada autoridad hizo que él empezara a llevar el ritmo de los movimientos.

Quiso reír ante la ironía de estar más mojada en ese momento que cuando estaba en la piscina, un chiste sucio que quizás podía soltarle en cualquier otro momento.

En un momento donde no esté sintiéndose tan bien con la fricción de sus zonas íntimas o cuando no estuviera llenando la habitación con gemidos. Las manos de Pedri dejaron atrás su trasero y, con seguridad, subieron con caricias a través de su espalda. Se detuvieron en un punto exacto, jugueteando con la cuerda del nudo de su bikini. Quiso reír por un momento ante la duda que lo invadió, pero no quería romper el momento, y se le hizo bastante difícil cuando sintió como le dejaba un mordisco en el cuello, más fuerte que cualquier otro. Ese sin duda dejaría una marca que debería de asegurarse de cubrir.

Tiró sin fuerza de su cabello, haciendo que volviera a levantar la cabeza y le escuchó soltar un gruñido, le besó de manera descuidada antes de fijarse mejor en su estado. Sabía que ella debía tener una apariencia semejante a la que él estaba teniendo en ese momento. Su Canario tenía el cabello desordenado, los labios hinchados y los ojos desorbitados, llenos de excitación y que solo pedían ir a por más.

Podía sentir como sus dedos tocaban su espalda, hasta llegaba a decir que con algo de timidez, rodeando el nudo del bikini. Lo miró, sin decir nada y en completo silencio, sabía que le estaba pidiendo permiso, era como si necesitara oírlo de ella antes de poder hacer algo. Se acercó a su rostro, a tal punto de rozar sus labios, y antes de que él iniciara un nuevo beso, se alejó, solo para susurrar:

—Quítalo.

Solo fue un segundo de confusión, antes de que Pedri volviera a atacar sus labios en un beso y, con dedos ágiles, deshizo ambos nudos de su bikini de un rápido tirón. Gaia ni siquiera quiso saber a dónde fue a parar, en ese momento no le importaba nada que no fuera el chico debajo de ella. Siguió moviéndose arriba de él, cada vez con más necesidad, mientras lo besaba, hasta que en un rápido movimiento las posiciones se intercambiaron.

Pedri la había sujetado de la cintura y, haciendo su mayor esfuerzo, rodó por el cómodo sillón hasta que él quedó encima de ella. Gaia abrió las piernas, dejando que él se acomodara en medio de ellas para que así no se detuviera la fricción entre ellos. Sintió toda su piel erizarse cuando el Canario le acarició el rostro con cariño y poco a poco fue bajando esas mismas caricias por su cuello hasta llegar a su pecho. Se detuvo ahí durante unos segundos, tirando levemente de la cuerda de su collar y jugueteando con el dije de torbellino azul, parecía gustarle mucho. Entonces, dejó todo eso atrás y volvió a su trabajo, acunó uno de sus senos con una mano y reinició los movimientos de cadera, con más ganas que antes.

Gaia solo podía gemir ante todo lo que estaba sintiendo. Pedri con una mano masajeaba uno de sus senos, mientras que al otro le daba atención con la boca, lamiendo y chupando con entusiasmo. En su estudio solo podía escucharse su voz ligada con la del Canario, ambas sin poder expresar palabras reales más allá de gemidos y gruñidos de excitación. Cuando la fricción de sus caderas se hizo más fuerte y necesitada, rodeó con sus piernas la cintura del jugador para apegarlo por completo a ella.

De pronto, la boca de Pedri se alejó de sus senos y los movimientos frenéticos de su cintura se detuvieron, haciéndola soltar una queja por ello. Estaba caliente y no quería detenerse en ese momento, solamente deseaba terminar esa noche con él follándola y teniendo un orgasmo. Abrió la boca, pensando en preguntarle porqué se detenía; pero una mano se posó en su cuello de forma dominante, haciendo que todas las palabras se quedaran atascadas en su garganta, mientras que con la otra no dejaba el fuerte agarre en su cintura.

O eso fue hasta que trazó un camino con sus dedos hasta posarlos por fuera de la parte baja de su bikini, comenzando a acariciar su zona íntima y pudiendo notar lo mojada que estaba debido a él. La mano en su cuello aflojó la presión y le permitió dejar salir aquellos gemidos que se contuvieron en su garganta, demostrándole lo mucho que le estaba gustando. Pedri acercó su rostro al suyo, con una calma provocadora y le besó cortamente antes de dejarle un mordisco en el labio inferior, para luego susurrarle:

—¿Quieres que pare?

—Si lo haces, te olvidas de mi.

Él sabía que no se lo iba a pedir, estaba solamente jugando con ella. La sonrisa burlona en sus labios se lo decía, pensó en decirle algo. Cualquier cosa que demostrara que ella también tenía el control en esa situación, pero de su boca solo pudo salir un gemido cuando sintió como la presión de sus dedos aumentaba, provocándole un cosquilleo que recorría desde su zona íntima hasta la boca de su estómago. Mierda, ahora sí que no quería hablar, solo cerró los ojos y se dejó llevar por el delicioso placer que él le provocaba.

Entonces, sus dedos se colaron dentro del bikini y empezaron a rozar su punto dulce unos segundos, antes de que uno de ellos fuera introducido en su interior. Gaia solo se dejó hacer, echando la cabeza hacia atrás sumergida en el placer y dándole a Pedri toda la libertad con su cuerpo, el cual la aprovechó para volver a estimular sus pezones con la boca. El ritmo que mantenía en ella era embriagadoramente perfecto.

Poco tardó en introducir otro dedo, haciendo que un cosquilleo la llenara por completo y sin dejarle opción de hacer algo más que arquear la espalda y pedirle por más. Cuando el pulgar también se unió, con pequeños círculos en su clítoris mientras los demás dedo seguían moviéndose dentro de ella, Gaia solo podía sentirse en una nube de placer y tuvo que tomar la poca cordura que le quedaba para sujetarle la mano y darse un respiro. Pedri olvidó los besos y las caricias, y se acercó a su oído para poder susurrar:

—¿Qué sucede?

—Así no… Te quiero a ti, Pedro, por favor.

A Gaia le gustaba ser dominante, en todas sus relaciones anteriores lo había sido. Joder, pero es que nunca había probado lo bien que se siente ser la dominada y Pedri la estaba llevando a ese punto de la excitación en el que no le importaba nada y donde solo deseaba estar con él. Lo mejor de todo es que él estaba igual o peor que ella, podía sentirlo, la dureza de su miembro presionándole el muslo y pidiendo a gritos una liberación que necesitaba y ansiaba.

Pedri la miró a los ojos durante unos segundos, pudo notar el brillo del deseo en ellos, y de inmediato se lanzó hacia sus labios, en un beso necesitado y candente. Gaia se dio el lujo de pasarle las manos por el cabello, despeinándolo y tirando de él para poder escuchar sus gruñidos de gusto y, cuando estuvo satisfecha, comenzó a bajarlas por su pecho. Para disfrutar de la sensación de los músculos debajo de sus dedos.

Pedri se separó de ella, no sin antes dejarle una última mordida en los labios, y se colocó de rodillas en la cama. Gaia se tomó un segundo para admirar la vista, su torso desnudo, caliente por el ambiente que los envolvía, con los músculos tensos y bastante bien trabajado producto de las largas horas en el gimnasio. Joder, era una vista que podía admirar por horas. Sus ojos no se apartaban de cada movimiento de sus manos, las vio deslizarse hasta tomar el borde del bañador y bajarlo un poco, sintió un cosquilleo inexplicable al ver cómo se le marcaba el miembro en ellos.

Sin embargo, no los bajó por completo. En cambio, sus manos lo dejaron y volvieron a ella, posándose en la única prenda de su bikini que aún quedaba en su cuerpo.

—¿Alguna vez llegué a decirte que el azul es mi color favorito? —cuestionó él, sin mirarla, con los ojos fijos en aquella prenda.

—Sí, lo hiciste. Creo que fue mi forma de lograr tentarte aún más. Me queda bastante bien, ¿verdad?

Él no respondió, pero sus dedos se pasearon con una peligrosa tentación por sobre su zona íntima.

—Demasiado —respondió, con un tono ronco—. Pero ahora quiero verte sin él.

—¿Y qué estás esperando?

Pedri le dio una sonrisa coqueta, observó su pecho subiendo y bajando por la respiración intensa de lo que estaban a punto de hacer. Soltó su bikini y paseó sus manos por los muslos, dejando leves caricias que solo le hacían desear mucho más, todo eso antes de volver a tomar el borde de su propio bañador y tirar de él hacia abajo, quitándoselo a medias, pero dejándole ver aquello que la tenía tan ansiosa.

—¿Pero qué…? ¿Qué carajos estáis haciendo, joder?

La puerta de su estudio se había abierto con un fuerte estruendo y trajo consigo el grito impertinente de una persona que los descubrió. Las estrellas que adornaban el techo desaparecieron en el mismo momento en que la luz se encendió y junto con ellas se fueron todas sus ganas de continuar con aquella escena tan erótica que estuvo protagonizando con Pedri. Sin embargo, la molestia la llenó de repente, ¿quién carajos se atrevió a entrar a su estudio sabiendo que estaba prohibido?

—¡Sal de aquí, Fer!

En serio, eso debía ser una jodida broma pesada. Era la segunda vez, en la noche, que Fer les interrumpía en un momento íntimo, podía llegar a dejarlo pasar si tan solo no hubiesen estado en un punto bastante adelantado y si no los hubiera encontrado en una situación tan bochornosa. La voz de Pedri sonaba agitada y un tanto molesta, no podía culparlo por ello, sabía que debía estar igual de frustrado por las constantes interrupciones que han tenido.

Quiso incorporarse del sillón, pero el pesado cuerpo de Pedri se mantenía arriba de ella, de una forma en la que podía cubrir su desnudez de los ojos de su hermano. Soltó un suspiro, quedándose quieta y mirando por unos cuantos segundos el techo de la habitación, aunque le causaba un poco de gracia que los hayan encontrado de esa forma, la frustración sexual que tenía era mayor. No había llegado tan lejos solo para quedarse caliente y a las puertas de un ansiado orgasmo.

—Pedri, termina de subirte los pantalones de una vez y bájate de ella, lo digo en serio —ordenó Fer, no de tan buen humor—. Gerard pasó delante de esta puerta dos veces. ¡Dos, Pedri! ¿Qué habrías hecho si él hubiese entrado aquí?

Gaia solo pudo escuchar como Pedri se quejaba en voz baja ante el regaño de su hermano y de alguna manera se estiró para tomar algo por encima de su cabeza. Cuando se dio cuenta, un cojín blanco que tenía en su sillón de forma decorativa fue puesto en su pecho, no necesitó palabras de su parte para saber que era su forma de cubrirla mientras Fer siguiera ahí y pudiera encontrar algo más. El Canario se quitó de arriba de ella cuando la vio cubierta, se levantó y se subió el bañador como si nada.

Con molestia, Gaia sostuvo el cojín sobre su pecho y se sentó en el sillón, dirigiéndole una mirada a Fer, quien seguía observándolos con una ceja alzada desde la puerta del estudio. Ella no solía avergonzarse de manera fácil, en realidad, quizás antes que la hubiesen encontrado en esa misma situación le habría causado bastante gracia; pero ahora no estaba para chistecitos de segunda. No cuando había una clara desventaja de su parte en esa circunstancia, teniendo un cosquilleo en la boca de su estómago que no iba a ser calmado de la forma en que le hubiese gustado.

—Se supone que mi estudio está prohibido —dijo Gaia, tratando de tomar el control—. No tuviste que haber entrado aquí.

Fer alzó la ceja.

—¿Y qué hacéis vosotros en este lugar, eh? Al parecer el juego de las escondidas os vale coña y preferís terminar aquello que iniciaron en aquella videollamada, ¿no?

Gaia se sonrojó, recordando aquel momento. Era la segunda vez que Fer los veía en una situación comprometedora de esa manera y no supo que responder. Volteó a mirar a Pedri, quien, a pesar del evidente cabreo que tenía, también se veía avergonzado como ella. No podía culparlo, que los encontrara justamente su hermano mayor no debía ser lo más agradable del mundo.

Fer pasó una mano por su cara, suspirando, antes de dirigirles una mirada seria.

—Sé que os gustáis muchísimo y que os tenéis muchas ganas, ¿vale? Lo comprendo, pero vi a Gerard pasar dos veces por fuera de esta puerta y si se le hubiese cruzado por la cabeza la idea de entrar, no la habrías contado, Pedri.

—¿Por qué actúas de esta manera? —bufó Pedri, sentándose a su lado—. Solo sal de aquí y déjanos continuar con esto, le pondré el pestillo a la puerta.

Gaia mordió su labio, pero fue incapaz de aguantar la pequeña risa que salió de ella por las palabras de Pedri. La mirada de Fer se posó en ella y tuvo que volver a aparentar seriedad ante sus ojos molestos. La verdad era que entre todas las personas de la fiesta, agradecía bastante que hubiese sido Fer quien los haya encontrado. No quería ni imaginar qué reacción habrían tenido Jordi, Busi, Ferrán o, la peor opción de todas, Xavi.

—Ahora sí —siguió Fer—, vestíos y salid de aquí, ¿de acuerdo? Haré mi papel de hermano mayor molesto y os daré una charla para que algo como esto no vuelva a repetirse.

—No estábamos haciendo nada —mintió Gaia.

—Venga, y que el amiguito de Pedri esté tan contento es de a gratis, ¿no?

Gaia ni siquiera tuvo que voltear para ver a lo que se refería Fer, sabía exactamente de lo que hablaba, lo había sentido contra ella hace tan solo unos minutos atrás. Soltó un bajo bufido y se tentó por un momento a lanzarle el cojín que utilizaba para cubrir su pecho desnudo. Lo menos que quería hacer en ese momento era salir de ahí, no cuando se sentía tan incómoda por la calentura que todavía estaba presente en su cuerpo. Le echó una mirada a Pedri, sentado en silencio a su lado, con la mirada fija en algún punto bastante lejos de su hermano, quizás tratando de tranquilizarse.

Se olvidó un momento del intruso en su estudio, sujetó más en contra de si el cojín sobre su pecho, y se deslizó por unos centímetros por el sillón hasta apegarse a Pedri y poder acariciarle el cabello. Su Canario fijó los ojos en ella y le dio una sonrisa antes de tomarle la mano y dejarle un beso. Incluso en esos momentos seguía siendo el mismo romántico de siempre y no pudo evitar morir de ternura ante esa acción. De inmediato, Fer se quejó en voz alta, llamando la atención hacia su persona.

—Os lo digo en serio, o salen o llamo a Xavi —les dijo Fer, con voz seria—. Os doy cinco minutos para que podáis arreglaros. Cinco —resaltó—. Y Pedri, si no puedes calmar a tu amiguito, mejor asegúrate de ocultarlo bien antes de salir.

Y con esas últimas palabras, Fer salió del estudio soltando una estridente risa, que contrastaba por completo con el tono serio con el cual les había estado hablando hasta el momento. Por un segundo, Gaia tuvo el temor de que pudiera llamar la atención de las personas que se estaban ocultando cerca de ese lugar; pero se tranquilizó al recordar que todos en el equipo eran lo bastante competitivos como para distraerse por unas simples risas. Lo más probable era que todos estuvieran concentrados en sus escondites antes que cualquier otra cosa, solo para no perder los doscientos euros que apostaron en contra de su hermano.

—Lo lamento —susurró Pedri, sin mirarla y todavía sujetando su mano. Gaia frunció el ceño—. Lamento haberte echo pasar por esta situación incómoda. No sé lo que me pasó, yo debí controlarme y…

—No te disculpes por nada, cariño —le interrumpió, con una sonrisa tranquilizadora—. En serio, no te preocupes por nada de esto, yo también me confié mucho con pensar que nadie se atrevería a entrar aquí solo por una advertencia de Geri.

—Si tal vez yo…

—Venga, va. No es tu culpa, Pedro, en serio —rió—. Acá somos culpables ambos por igual. Culpables de tenernos una ganas incontrolables.

Pedri la miró, con un brillo divertido en los ojos y Gaia tomó esa como su oportunidad para acercarse a él y volver a juntar sus labios. No quería que siguiera comiéndose la cabeza con culpas o reproches solo por una escena incómoda frente a su hermano. La verdad era que había sido un momento algo graciosa  y que quizás podría llegar a contar en el futuro como una anécdota divertida para sacar algunas risas, sobretodo porque sabía que Fer no les iba a dejar olvidarla.

—Puede ser que el hecho de que nos hayan interrumpido tantas veces nos llevó a actuar como un par de adolescentes hormonados en la primera oportunidad que vimos —continuó Gaia, acariciando su cabello. Sabía que con sus caricias no estaba siendo de mucha ayuda para que él lograra bajar el problema entre sus pantalones, pero se preocuparía por ello luego—. Vamos, hay que arreglarnos y salir porque si no tu hermano de seguro volverá a entrar con lo cabreado que parece estar. Ya terminaremos con esto luego.

—Ha cogido la mala costumbre del equipo de interrumpirnos, solo que peor —se quejó Pedri—. Nos aseguraremos de ponerle el cerrojo la próxima vez.

—O que mejor no haya nadie en la casa. Te lo advierto, cariño: Soy bastante ruidosa.

Pedri sonrió.

—No espero otra cosa de ti.

Contrastando el ambiente incómodo en el que los había sumergido la repentina irrupción de Fer en la habitación, Gaia se acercó a Pedri para dejarle un suave beso en la mejilla; pero su acción no fue completada, porque este tenía otros planes. El Canario volteó rápidamente el rostro e hizo que sus labios chocaran y ella no tuvo ninguna queja ante ello, el tiempo que tenían se les estaba agotando; pero eso no parecía importarles ni un poco. Ya se dieron el gusto de probarse y les había encantado, no hallaba manera de poder tener las manos quietas.

Mucho menos cuando Pedri se las ingenió para volver a colocarla encima de él en un rápido movimiento y ella, siguiendo los mismo pasos, se deshizo del cojín que la cubría. No entendía porque parecían tan desesperados, quizás por la calentura que han estado conteniéndose todo ese mes, pero no deseaba parar. Ni aún sabiendo que el hermano mayor del chico que estaba besando y tocando en ese momento se encontraba del otro lado de la puerta con un evidente enfado.

¡Os quedan tres minutos! —les gritó Fer, aporreando la puerta de su estudio con fuerza.

Gaia se separó de los labios de Pedri con enfado. Él no estaba mucho mejor, soltó una baja maldición antes de gritarle una grosería de vuelta a su hermano. Sabiendo que iba a ser imposible poder terminar aquello que tanto ansiaban, con un suspiro se bajó del regazo de su Canario y se pasó una mano por el rostro. Había sido su culpa en primer lugar, no debió solo haberse fiado en la confianza de creer que nadie iba a entrar en su estudio solo porque se catalogó como un lugar prohibido en el juego.

Al menos agradeció que, como dijo Fer, a Gerard no se le cruzó la idea de entrar solo por si acaso. No tenía ni idea de cómo iba a explicar esa situación si él hubiese sido quien los encontrara, por más relajado que fuera su hermano, sabía que iba a meterse en un gran problema si siquiera llegaba a verla de esa manera. Todo lo concerniente a su vida sexual, Geri quería omitirlo de su cabeza y fingir que aún era su hermanita virginal e inocente.

Se paseó por su estudio, buscando la parte de arriba de su bikini, que no sabía a dónde había ido a parar. Lo encontró justo a unos metros del sillón, cerca de su computador, y lo cogió del suelo con pereza, ya resignada a tener que vestirse y enfrentar la charla que seguramente les daría Fer. Volvió a mirar. Pedri, que continuaba sentado en el mismo lugar que antes con los ojos cerrados, quiso reír por ello; pero se contuvo de hacerlo, sabía que era su forma de buscar tranquilizarse y bajar el problema que tenía dentro de los pantalones.

—Como tu hermano haga que pierda los doscientos euros que aposté, te juro que lo asesinaré —dijo Gaia, en voz alta, para tratar de distraerlo un poco—. Me los va a pagar él, te lo digo de una vez.

Pedri abrió los ojos y la miró, deteniéndose unos segundos en su desnudo pecho, antes de levantarse y acercarse a ella, para cogerla suavemente de la cintura.

—Si perdemos, nos pagará a los dos —trató de bromear, pero una mueca se asomó en sus labios—. Yo… yo necesito más de cinco minutos para poder salir.

Fue una tentación para Gaia voltear a ver exactamente a lo que él se refería y, como casi toda la noche, no se contuvo de hacerlo. Frunció los labios, tratando de ocultar la sonrisa que quería salir de ellos al ver su estado, no tenía porque sentirse tan orgullosa de haber provocado eso; pero no podía evitarlo. Joder, había estado tan cerca de poder probarlo que casi quiso gritar por ello, el destino al parecer no quería que ella terminara su cumpleaños con un orgasmo. Vaya mierda.

Sin embargo, eso no tenía que ser igual para los dos. Como si nada, Gaia rompió la poca distancia que había entre ellos y, colocándose de puntillas, volvió a unir sus labios en un beso. El calor de la habitación parecía no haberse ido, porque de inmediato los envolvió en un mar caliente que solo hacía que sus ganas incrementaran. Ambos se atraían como un imán, siempre dispuestos a seguir tocándose y disfrutando uno del otro, sin importar cuantas interrupciones tuviesen.

Las manos de Pedri volvieron a sujetarle la cintura con esa posesiva confianza a la que ya se había acostumbrado. La piel se le erizó cuando su pecho desnudo chocó contra el de él, un pequeño recordatorio de que estaban volviendo a perder la guerra contra sus propias ganas y que el deseo existente era mayor a cualquier sentimiento de vergüenza que la intrusión de Fer pudo haberles provocado. Sabía que de esa manera no lo estaba ayudando, si quiera debía estar empeorando el problema en sus pantalones y, por ende, también la molestia en la boca de su estómago, aquel cosquilleo que le pedía a gritos calmarse con el hombre que la besaba.

El beso subió de intensidad, ambos olvidándose por completo a la situación a la que habían llegado. Gaia soltó un suspiro necesitado cuando sintió como su labio inferior era mordido, al mismo tiempo que las suaves manos del Canarios se adueñaban de su trasero, volviendo a tomar posesión de él al tocarlo y amasarlo a su gusto. Ella, en cambio, aprovechó para disfrutar un poco del pecho bien trabajado de su chico, sintiendo los músculos debajo de su toque y la piel erizarse cuando el camino de sus dedos la llevó hasta el borde del bañador.

Tenía que controlarse, sabía que debía hacerlo; pero es que la parte cuerda de su cerebro parecía haberse apagado desde que probó sus labios por primera vez. Pedri se separó del beso, para mirarla directamente en el momento en que lo tocó por encima del bañador. Él había tenido detalle de darle un gustito, era justo que ella se lo retribuyera, ¿no? Su mano actuó por instinto propio, sabiendo exactamente lo que te tenía que hacer y como moverse. Supo que estaba haciendo un buen trabajo cuando empezó a escuchar suspiros por su parte.

¡Se os han acabado los cinco minutos, salgan ya!

La voz de Fer por detrás de la puerta los hizo a los dos soltar una maldición en su dirección, el más molesto por eso era Pedri. Gaia hizo una mueca, se suponía que debía ayudarlo con el problema que tenía, no empeorarlo. Alejó su mano de él, con demasiado pesar, y le dio una sonrisa apenada, que los estuvieran interrumpiendo constantemente ya estaba tachando en lo ridículo.

—Lo que te dicho: Un par de adolescentes hormonados, amor —le dijo Gaia, dejándole un rápido beso en los labios.

Pedri, sin estar del todo contento, soltó una suave risa sin gracia y se inclinó hacia ella, dejando caer la cabeza en su hombro, donde lo escuchó murmurar algo que se podía deducir como los números. Sabía que con su acción anterior solo había empeorado el problema entre sus pantalones y no existía forma de que él pudiera salir de esa manera sin que se notara lo que estuvo a punto de pasar en el estudio. Paseó su mirada por el lugar, buscando algo con lo que ayudar al Canario —Esta vez de verdad— y encontró la respuesta en el mismo sillón en el que antes estuvieron compartiendo un momento caliente.

Le dio un par de palmaditas a Pedri en la espalda para que se levantara, porque lo de cerrar los ojos y contar hasta cien no iba a ser de mucha ayuda, sacudió el bikini en su cara, indicándole que le ayudara a colocárselo. Una vez lista, aunque seguía escuchándolo murmurar los números —Ya iba por el cincuenta— y vio que su problema no había disminuido ni un poco, tomó distancia para volver a coger el cojín que él le dio para cubrirse, esta vez le iba ser de ayuda.

—Tu hermano no nos está dando el tiempo adecuado para que te ayude con eso, lo cual es una lástima porque nos habríamos divertido mucho.

—Que eso no nos detenga para un futuro —dijo Pedri, con un tono bajo, como si estuviera tratando de controlarse y Gaia no dudaba que así fuera—. Te aseguro que las interrupciones no serán eternas.

Toc. Toc. Toc.

Gaia soltó una suave risa cuando escuchó el ruido proviniendo de la puerta, Fer de seguro estaba perdiendo la paciencia esperándolos. Le tendió el cojín a Pedri y él lo sujetó contra si, cubriendo esa parte importante de su cuerpo que representaba un problema para ellos y, una vez listo, volvió a acercarse a él para dejarle un beso en los labios.

—Terminaremos esto otro día —dijo, como una promesa que pensaba cumplir.

Decían que era mejor tarde que nunca y si esa frase se iba a aplicar a ellos en aquella situación, entonces esperaría ansiosa el momento en que se les de. Sin interrupciones, sin ninguna clase de molestia que pudiera dejarlos con las ganas, justo como estaban ahora.

¡Venga, chicos, no me hagáis entrar de nuevo!

—Es que no se cansa, eh —bufó Pedri, haciendo presión con el cojín—. Te juro que me voy a vengar de él por esto que nos está haciendo.

Gaia rió, mirándose de pasada en el espejo que tenía; pero sin tomar mucha atención a su aspecto porque no le estaban dando el tiempo suficiente para ello. Sabía que su apariencia no debía ser la ideal, y quizás si salía de esa forma cualquier persona que la viera a ella o a Pedri, se daría cuenta de inmediato que algo había sucedido. Caminó junto al mediocampista hacia la puerta del estudio para salir y calmar el malhumor de Fer. Ya estaba tachando en lo ridículo esos momentos de interrupción, casi parecía ser a propósito por parte no solo del hermano de su chico sino también del equipo, ¿por qué todos parecían tener una especie de radar que les ayudaba a interrumpir los momentos que más ansiaba?

Antes habían sido los besos, dejándolos solo en un casi y con las ganas de tener que esperarse hasta su fiesta de cumpleaños, dónde la mayoría estaba lo suficientemente ocupado para fijarse en ella. Y ahora era aquel momento sexual, dejándola en las puertas de una ansiada liberación.

Fer estaba parado en medio del pasillo, con una mueca seria, los brazos cruzados y el entrecejo fruncido. Gaia pensó en fijarse más en él, pero notó que se encontraba solo a unos pasos de la puerta de su habitación, lugar que era el escondite de Pablo en ese juego de las escondidas, y, de nuevo, la letra “G” de su nombre se había vuelto a caer. Sin embargo, en ese momento no estaba para pensar en eso, no cuando tenía al hermano de su casi algo mirándolos tan seriamente.

Gaia muy pocas veces se había sentido avergonzada y justo ese momento, luego de que el calor abandonara su cuerpo; pero aún con el cosquilleo en su estómago, podía sentir como sus mejillas se coloreaban mostrando lo abochornada que se encontraba al haber sido descubierta en una escena que ella misma catalogó como de “adolescentes hormonados”. Abrió la boca para hablar, pero Pedri se apresuró a colocarse delante de ella, haciendo que la mirada de Fer se clavara en él y, sobretodo, en el cojín que cubría esa zona importante.

—No tenías porque hacernos salir —bufó Pedri hacia su hermano—. No sé que es lo que te tiene tan molesto, pero no es justificativo para que hagas a Gaia pasar esta vergüenza.

—¿No sabes que es lo que me tiene molesto? Hermano, por favor, vi a Gerard pasar dos veces por esa puerta —Ni siquiera tuvo que voltear a ver dónde señalaba para saber que se refería a su estudio—. De haber entrado, os habría encontrado en la misma situación en la que yo los vi y no hubiese sido bonito para nadie.

—Entonces échame la charla a mi, pero déjala a ella.

Fer soltó una risa seca.

—Que digno te comportas para estar en ese estado, hermano —bromeó, siendo más una pulla y mirando hacia el cojín. Pedri se sonrojó de manera furiosa—. Ya pasaste los dieciséis años, creo que deberías tomar un poquito más de consciencia antes de meterte en este tipo de situaciones o, bueno, antes de saber donde meter la…

—¡Fer, te juro que…!

—¡Basta! —chilló Gaia, interponiéndose entre los dos hermanos—. De verdad, estáis haciendo esto más serio de lo que realmente es.

La rubia le echó una mirada a los dos chicos de Canarias. Fer no dejaba atrás la molestia por haberlos encontrado en una situación comprometedora y eso afectaba también al humor de Pedri, el cual miraba con enfado todo el acto de reproche de su hermano. Gaia pensó que lo mejor era interceder entre esos dos, porque todo estaba escalando a un nivel al cual no debería irse. Sabía por el futbolista que la relación con su hermano mayor era bastante buena, pocas veces habían llegado a discutir y le sentaba muy mal ser la causa de la pelea verbal que estaban teniendo en ese momento.

—Gaia, no es personal, lo juro —le dijo Fer, bajando un poco su tono de voz; pero sin dejar atrás el reproche en sus palabras—. Me caes bien y pienso que hacéis buena pareja, pero estabais jugando con fuego. ¿Qué hubiera pasado si Gerard entraba? Está borracho y tú eres su hermanita, sé que no habría sido bueno ni para ti y mucho menos para mi hermano.

—Tienes razón, ¿vale? —aceptó, abochornada. Gaia sabía que lo que decía era verdad—. Pedri y yo nos dejamos llevar, tuvimos que haber tenido mucho más cuidado. Lo lamento, no tuviste que habernos visto así.

Fer fijó su vista en Pedri, de nuevo.

—¿Qué pasa, hermano? —le preguntó con una molesta burla—. ¿No piensas decir nada? ¿O acaso te comió la lengua la catalana?

—¡Me cago en…!

Pero el insulto molesto de Pedri quedó en el aire, siendo opacado por el sonido de una puerta abriéndose. Por un momento, Gaia sintió miedo de ver a Gerard aparecer y encontrarlos en medio del pasillo, no importaba que tan borracho estuviera su hermano porque de lejos podía olerse qué era lo que estaba sucediendo ahí, peor cuando su Canario aún mantenía el cojín pegado a su zona privada.

Sin embargo, el alivio recorrió en ella cuando se dio cuenta que era la puerta de su habitación; pero la sorpresa tomó su lugar al ver a Pablo saliendo de ahí cogiendo la mano de Ainhoa. Sabía que su mejor amigo escogió su dormitorio como escondite para el juego —Lo conocía de sobra— pero no tenía ni idea que la morena casualmente también había pensado en el mismo sitio. Una sonrisa pícara floreció de sus labios, tratando de contener la emoción que la albergaba, hasta que se dio cuenta que el cabello de la jugadora se encontraba mojado y la camiseta que usaba no era la que le prestó, sino una que guardaba en su armario que le pertenecía a Gavi y que no era lo bastante larga como para cubrirla por completo, ya que dejaba ver sus muslos desnudos.

Las ganas de soltar una burla ante eso fueron demasiado grandes, pero entonces recordó que no estaba sola en el pasillo. Pedri seguía a su lado, ocultando cierta parte de su cuerpo detrás de un cojín, y Fer también se encontraba ahí. Entonces, fue cuando empezó a sentirse mal por él, al mayor de los Gonzáles le gustaba Ainhoa y, a pesar de haber quedado como amigos producto de ser rechazado en una cita, Gaia sabía que no era tan fácil deshacerse de esos sentimientos así como si nada.

Por lo que, a Gaia no le sorprendió ver cómo el semblante normalmente tranquilo de Fer volvía a recobrar ese brillo molesto, sin abandonar la sombra de la curiosidad.

Las manos de la morena y el sevillano se desligaron en un parpadeo, como si jamás hubiesen estado juntas. Gaia podía percibir el ambiente tornándose incómodo, bastante más pesado de lo que le gustaría y por un momento habría dado todo para volver hace minutos atrás, con Fer teniendo toda la atención en Pedri y ella, y no en los dos nuevos integrantes de aquel pasillo. O mejor, hubiese deseado estar todavía en su estudio, con el mediocampista entre sus piernas y gritando su nombre en el tan ansiado orgasmo que quería, pero al parecer no podía tener todo en esta vida, ni siquiera en su cumpleaños. Que injusto.

—¿Qué estabais haciendo allí? —preguntó Fer.

Gaia no sabía si era el malhumor por haberlos encontrado en una posición comprometedora o, en cambio, los celos al ver a Ainhoa y Gavi salir de una habitación juntos, pero el tono que utilizó Fer para soltar esa pregunta fue de temer. Para ella, y Pedri, lo mejor que podían hacer en esa situación era estar calladitos y mantenerse al margen. Ya les había tocado una reprimenda por parte del canario mayor, ahora solo observaría desde la distancia la explicación que ambos jugadores iban a dar.

—Nosotros…

—Nos estábamos ocultando —Gavi interrumpió de pronto, cortando las palabras de Ainhoa. Tenía la mandíbula rígida, tenso por el tono molesto con el que fue abordado—. Por casualidad ambos escogimos el mismo lugar para escondernos.

—¿Acaso fue también una casualidad que terminaras empapada bajo la ducha con él?

Fer ni siquiera miró a Pablo, sus ojos estaban fijos en Ainhoa mientras soltaba aquella sarcástica pregunta, cargada con un tono tan frío que la Fortaleza de la Soledad de Superman podía parecer una isla tropical a su lado. En su desconcierto por el ambiente tenso que los rodeaba, Gaia se preguntó cómo era que el hermano de Pedri sabía que la catalana y el Sevillano habían quedado bajo el agua de la ducha.

Fue entonces que decidió mirarlos bien. Ya se había fijado en Ainhoa, con el cabello mojado y usando una camiseta de hombre que claramente no le pertenecía. Así que fue el turno de Pablo, con el pecho desnudo, el bañador desordenado e igualmente con varias gotas de agua cayendo por su castaño cabello. Sí, Fer simplemente había deducido algo que se notaba a simple vista.

La tensión era algo que podía cortarse con una tijera, un hilo tenso y casi palpable que lo envolvía en un ambiente de incomodidad y aspereza. Gaia por un momento se sintió aliviada de no ser el centro de atención, de no ser la que estuviera sometida a un interrogatorio; pero cuando vio los oscuros ojos de Ainhoa, brillando en la más pura vergüenza, un golpe de empatía le llenó por completo. Quizás debía hacer algo por ella, soltar un chiste y hacer que la atención de Fer se centrara de nuevo en su persona.

Pero Pablo se le adelantó, colocándose frente a Ainhoa, cubriéndola con su cuerpo como un protector. No le sorprendió para nada verlo de esa forma, aún siendo dos años menor y desde que se conocieron, Gavi había hecho lo mismo con ella cuando la veía en una situación tensa. Siempre buscando protegerla y defenderla, él no iba a ser menos con la chica que le gustaba.

—La culpa es mía —dijo, con firmeza en la voz, mirando directamente a Fer—. Fui yo quien la arrastró a esta situación. No fue su intención terminar así.

La tensión simplemente se elevó porque Pablo y Fer se sumergieron en un duelo de miradas, frente a frente, sin necesidad de palabras y que por un segundo pensó que sería eterno. Fue en ese momento en que se tomó un tiempo para mirar a Pedri y notó el brillo de la incomodidad en sus ojos, sin saber que decir o hacer para que todo ese estúpido momento terminara de una buena vez.

Gaia había abandonado la empatía y la vergüenza, ahora la molestia recorría sus venas ante el duelo de machitos que estaban teniendo Gavi y Fer. Ellos, sin darse cuenta o si quiera quererlo, ponían a Pedri en una posición comprometedora, obligándolo a lidiar con las tensiones y la incomodidad que acarreaba estar en medio entre su hermano y uno de sus mejores amigos. Estaba claro que su Canario intentaba actuar con lógica, ser la voz de la razón y buscando siempre que ninguno de las otras tres personas en ese pasillo saliera lastimada, pero eso lo agotaba, lo incomodaba y ponía una enorme carga sobre sus hombros. Una que no debía llevar, ya que no eran sus problemas amorosos.

Olvidándose de la escena de aquellos tres, escuchando como Ainhoa trataba de justificarse, tomó la mano de Pedri para darle apoyo, dejando leves caricias en ella. El Canario la miró fijamente, también desentendiéndose momentáneamente de aquel trío amoroso sin resolver, y le dio una sonrisa. O al menos lo que intentaba ser una, porque salió más como una mueca extraña producto del tenso momento que estaban presenciando.

Ella tan solo esperaba que ese mal llamado triángulo amoroso —Porque por ahora los sentimientos presentes eran unilaterales hacia una misma chica— no terminara con la buena relación de amistad que llevaban Fer y Pablo. Y, sobretodo, que no siguiera afectando a Pedro, aún sin querer.

—Insisto, no fue culpa de ella, tío.

La voz de Pablo la trajo de nuevo a la realidad, todavía defendiendo a Ainhoa y tratando de llevarse la culpa por haber acabado debajo de su ducha. Gaia ya lo interrogaría mejor sobre lo que había sucedido cuando estuvieran en la cama, con la fiesta ahora si terminada. Lo único que podía decir con certeza, era que ninguno de los que estaba ahí presente mejoraba el estado de ánimo de Fer, ya molesto e indignado por haberlos encontrado en un momento de intimidad sexual, y ahora se le sumaban los celos por Ainhoa y Gavi.

De pronto, pasó de ser la simple espectadora de ese espectáculo a la protagonista principal cuando los ojos oscuros de Ainhoa se fijaron en ella y Pedri, escudriñándola con la mirada. Su aspecto actual no era el mejor, con el corto cabello rubio revuelto y el bikini mal acomodado, sabiendo que Pedri debía verse igual, todo en ellos no dejaba dudas de que algo había sucedido, un encuentro caliente que se le podía atribuir a las ganas que se tenían y a las hormonas descontroladas. Aún así, con todo en su contra, Gaia levantó el mentón con dignidad, sin hacer caso a la sonrisa burlona que Pablo le dirigía.

—¿Qué hacíais vosotros dos? ¿No se suponía que íbamos solo a jugar al escondite?

Las palabras burlonas de Ainhoa hicieron que un furioso tono rojo se posara en sus mejillas, no estaba acostumbrada a ser la burla de nadie y menos no tener una réplica ante los comentarios burlones que le lanzaban. Sin embargo, Pedri apretó su mano, y le devolvió la mirada a la jugadora, con una sonrisa torcida entre sus labios.

—Podríamos preguntaros lo mismo —replicó, de forma astuta—. Parece que la camiseta no es lo único que es demasiado corto para cubrir todo lo necesario, ¿no es así?

Volvió a pasar sus ojos por los muslos desnudos que la camiseta de Pablo no podía cubrir y sonrió de forma divertida. Más aún cuando la sonrisa en la cara de Ainhoa decayó, dejando paso a una mueca desafiante en su rostro, cosa que le sacó una risa que no dudó en compartir con Pedri. Había hecho la última burla en ese juego verbal que inició la morena y, por ende, le ganó.

Entonces, Pablo hizo uno de los peores chistes que escuchó jamás, quizás no lo había pensado mucho y solo soltó su comentario para dar a entender que todos ahí tenían algo que esconder. Fer, por su parte, parecía haber dejado todo el enfado atrás y solo tomó el camino de la resignación, para fijar su atención de nuevo en ellos. Era la persona con más edad en ese pasillo y, por ende, la que debía actuar con una actitud más responsable.

—Realmente esperaba más responsabilidad de vosotros —les dijo, con firmeza—. Esto no es para lo que vinimos aquí.

El silencio que los envolvió fue solo un pequeño momento de paz, sin tensión o incomodidad. Se alegró por eso, sintiendo como Pedri seguía sosteniendo su mano con cariño, sin olvidarse de sujetar el cojín en su parte privada, y escuchando el bajo sonido de la música que provenía de la parte baja de la casa. Sin embargo, antes de poder captar de que canción se trataba, el ruido de unas voces mezcladas con una risa que conocía a la perfección resonaron por el pasillo y, en menos de unos cuantos segundos, los propietarios hicieron acto de presencia.

Javi y Aurora, ambos quejándose por haber sido descubiertos y, para su mala suerte, Gerard, tambaleante de ebrio y riéndose detrás de ellos. Al darse cuenta del grupo parado en medio del pasillo, la sonrisa de su hermano se ensanchó como la del gato de Cheshire y el brillo de la victoria se instaló en sus ojos, bastante ufano y con aires de triunfo. Gaia dio una patada en el suelo, soltando una baja maldición ante la derrota, justo en el mismo momento en que su mano fue soltada.

Eso le trajo el recuerdo de su estado, pasó la mano por su cabello para tratar de arreglarlo y rezando porque su hermano estuviera lo suficientemente alcoholizado como para darse cuenta de su apariencia, y esperaba que tampoco de la de Pedri, mucho menos del cojín que seguía apretando en contra de si, está vez con más fuerza que antes.

—¡Os tengo! —exclamó su hermano, con extrema euforia—. ¡Cada vez estoy más cerca de ganar esta apuesta!

Gaia pensó que se había librado, que su hermano estaba más interesado en el montón de dinero que todos apostaron antes que otra cosa, pero entonces sus ojos azules, tan parecidos a los suyos, se posaron en ella por unos segundos, antes de moverse hacia Pedri. Gerard frunció el ceño, tal vez notando su estado, quizás dándose cuenta de la cercanía que mantenían o, probablemente, preguntándose por qué el canario tenía uno de los cojines de su set-up con él. Cualquiera de esas opciones eran igual de peligrosas.

—¿Y vosotros que hacíais? —cuestionó Gerard, con la voz seria y sin el común arrastre de palabras que ocasionaba la bebida. Parecía ser que el alcohol abandonó su cuerpo cuando la vio.

No había que ser genio para darse cuenta que aunque esa pregunta fue echa al aire, iba dirigida hacia Pedri y ella. No era de extrañar, su hermano sabía de su interés por mediocampista, siendo el primero en enterarse durante su partido de despedida del club; pero ella solo esperaba que lo hubiese olvidado. Que tan solo pensara que había sido el típico flechazo al conocer a un chico guapo. Evidentemente, esa noche la suerte no estaba de su lado.

Así que actuando lo más desinteresada posible, se encogió de hombros y, con voz neutral, le respondió:

—Divertirnos —soltó, con un suspiro—. Al menos hasta que nos interrumpieron, de nuevo.

Bufó, sin faltar a la verdad.

—Parece que el verdadero espectáculo estaba aquí —comentó Aurora, con tono burlón, pasando su mirada por todo el grupo—. Y yo perdiéndomelo.

Gaia hizo una mueca, los únicos que parecían estar disfrutando al cien por ciento esa situación eran los recién llegados Javi y Aurora. Ella ya ni siquiera trataba de darle la vuelta al momento en su cabeza con algún chiste o buscarle algún tipo de gracia, se había quedado caliente y acaba de perder doscientos euros. Pedri no parecía mejor, estando entre la molestia por la incomodidad que le causaba estar ocultando las consecuencias de su desliz bajo aquel cojín y quizás el miedo de que Gerard se diera cuenta de su estado, y conectara los puntos de lo que sucedió, como había hecho Ainhoa.

Y, hablando de la jugadora, su voz la trajo de vuelta a la realidad.

—Quiero irme a casa ya —espetó, con tono firme, y avanzando un paso—. Por favor, que alguien me lleve.

Su hermano —La peor persona imaginable para ese momento— se tambaleó hacia la morena, demostrando su ebrio estado y le extendió una mano, sin dejar atrás la sonrisa de triunfo en sus labios. Para ella se trataba de un acto amable y divertido; pero para Ainhoa era todo lo contrario.

—¡Te he ganado! —dijo Gerard, eufórico.

Sin embargo, los ojos oscuros de Ainhoa mostraron un brillo furioso y, aunque sabía del desagrado de la morena por su hermano y su apellido, se llevó una sorpresa al verla soltarle un manotazo para apartar su mano. La ira le llenó las venas, ¿es que acaso tenía que estar siempre a la defensiva? ¿Ser tan hostil con todos?

—Me voy sola si es necesario.

Ainhoa pasó por el lado de Gerard, con indignación; pero Gaia no iba a dejar eso así. Había sido buena y amable con ella, no solo por Pablo sino también porque la consideraba una chica a la que se le debía dar una oportunidad, ¿por qué no podía recibir el mismo trato respetuoso de su parte?

Caminó unos pasos por detrás de ella, dispuesta a recriminarle en la cara el acto infantil que tuvo; pero su hermano la detuvo por la cintura en el momento en que pasó por su lado, previniendo exactamente lo que iba a hacer. Javi y Aurora la adelantaron, murmurándole en voz baja que no le tomara importancia, Fer y Pablo los siguieron. Su mejor amigo le dirigió una mirada de pena, como si estuviera pidiéndole disculpas en nombre de Ainhoa.

—No gastes tu energía en tonterías —le pidió Gerard, con un tono que contrastaba todo su porte relajado. Gaia hizo una mueca molesta—. Mejor dime qué hacíais todos en medio del pasillo, ¿os han quitado los mejores escondites?

Gaia se tomó una segundo, inhalando profundamente para calmar su enojo.

—No, solo… —dudó, sabiendo que no podía decir la verdad. O al menos, no toda—. Yo no quería esconderme sola, sabes que este juego no me trae buenos recuerdos.

—Mierda, hermanita, estas son las cosas que odio del alcohol —dijo Gerard, con voz afectada y pasando una mano por su rostro—. Me quema el cerebro por completo y hace que me olvide de las cosas realmente importantes. Lo lamento, jamás debí haber propuesto jugar a esto, dolçor.

Solamente atinó a asentir antes de que Gerard la atrajera en un abrazo. La escondidas no era un juego que le fascinara, pero podía jugarlo de vez en cuando. Sin embargo, siempre tenía que pensar muy bien en su escondite, tratando de que los recuerdos no la alcanzaran e hicieran de ella una cobarde. Una niña asustada por estar tanto tiempo en un lugar encerrada, con temor a que la luz del lugar se fuera de repente y la oscuridad la envolviera, obligándola a hacerle frente a su mayor miedo.

Después de todo, había sido con un juego de las escondidas de niña en el que había adquirido su fobia. Aún recordaba como se quedó encerrada en un armario de limpieza durante horas, sin poder salir y con la oscuridad poco a poco llegando a ella. Podía recordar su desesperación al verse sola en un lugar tan pequeño, como al principio gritó pidiendo ayuda; pero la persona que debía buscarla jamás la salvó. Luego dio paso a la angustia, sintiendo como las paredes se encogían y le quitaban el aire para poder respirar.

Podía escucharlo todo, sonidos que supuestamente no existían; pero que ella podía oír con claridad. Uñas rasgando las paredes, susurros de voces que se acercaban cada vez más y pasos que se aproximaban. Estaba atrapada, sin poder salir, y con el corazón palpitante, acelerando con velocidad debido a los ruidos. Su cabeza ni siquiera podía pensar en algo, era una niña y se había quedado en blanco, paralizada ante la oscuridad que la envolvía en sus garras, llevándola a lo más profundo.

El sudor en sus manos había traspasado a todo su cuerpo, se sentía acalorada y asfixiada, como si el oxígeno no pudiera llegarle a los pulmones. Sin embargo, eso no detuvo el vómito que soltó y el llanto que la acompañó, fue mucho peor cuando el ruido se intensificó, como los susurros se hicieron más fuertes y esta vez vinieron acompañados por dedos que la tocaban, intentando arrastrarla hacia el fondo de la oscuridad, donde se encontraban todos los males.

Gaia no sabe cuanto tiempo había pasado ahí, a sus seis años no entendía por completo lo que significaba desmayarse; pero al parecer ella lo hizo. Su padre la sacó de ese lugar, junto a Gerard, ambos recién llegados del trabajo y encontrándola en una escena demasiado vergonzosa aún para una niña de su edad: Completamente inconsciente, sudada, encima de un charco de vómito y teniendo leves temblores. Era simplemente patético de recordar.

Sintió una mano en su mejilla que la hizo volver a la realidad, dejando atrás aquel espantoso recuerdo de su infancia. Parpadeó, tratando que las lágrimas no salieran de sus ojos y le obsequió una sonrisa tranquilizadora a su hermano. Se suponía que la nictofobia desaparecería con el tiempo, solo siendo un miedo de niños, pero en ella no ocurrió así y por más que su hermano mayor y su padre dijeran que necesitaba a un psicólogo especialista en eso, había alguien importante en su vida que se negaba una y otra vez, indispuesta a aceptar que necesitaba ayuda porque solo era “una manera de querer llamar la atención”.

—¿Estás bien?

La inconfundible voz de Pedri le hizo soltar una baja maldición. Había pensando que el Canario tomó el mismo rumbo que los demás detrás de Ainhoa, pero no fue así, seguía estando allí con ella y fue testigo de aquel momento de debilidad.

—Ella solo…

—Sí, estoy bien —dijo, interrumpiendo a su hermano. No iba a dejar que la hiciera quedar como una miedosa delante de Pedri—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Hay que ir con Xavi?

La mirada intensa de Gerard no se relajó, mucho menos dejó atrás su estado preocupado; pero no dijo nada, lo cual agradeció.

—Sí, ya he encontrado a la mayoría. Me deben faltar unos cuantos, creo. Debéis de ir a reunirse con ellos —les dijo. Gerard le dio otro abrazo, antes de fijar sus ojos en Pedri—. No la dejes sola, ¿de acuerdo? Acompáñala en todo momento.

Gaia solo bufó ante la petición, tirando más a obligación, de Gerard hacia Pedri. Sintiéndose como una niña a la que debían colocarle un cuidador, era simplemente estúpido y exagerado de parte de su hermano.

Pedri asintió, tomándose la orden de su ex capitán demasiado en serio. El leve momento de desconexión que Gaia había tenido hace tan solo unos minutos fue suficiente para que toda su preocupación saltara y ponerse alerta. ¿Qué había sido eso? ¿Y por qué un simple juego de las escondidas podía provocar esa reacción en ella? Entonces, todas las lámparas que había visto alrededor de la casa y las pequeñas luces en forma de estrellas en las habitaciones estaban tomando un poco más de importancia en su cabeza. Pero, por más que trataba de pensar una respuesta lógica, no lograba conectar los puntos.

Vio a Gerard perderse por el pasillo, alegando que debía buscar a los que faltaban y lograr llevarse todo el dinero apostado, y aprovechó el momento a solas para acercarse de nuevo a Gaia y poner una mano en su mejilla, acariciándola con cariño.

—Vamos abajo, amor —le dijo, con suavidad—. Quizás habremos perdido doscientos euros cada uno, pero yo me siento como un verdadero ganador esta noche.

Gaia sonrió, alzando una ceja.

—¿Sí? ¿Y eso a qué se debe?

Verificando que no hubiera nadie en el pasillo, se acercó a ella hasta volver a sentir el calor de su piel contra sus dedos. El cojín que había estado sujetando ya no importaba, aquel que había estado ocultando su estado, porque toda la excitación que sintió se esfumó en medio de aquel largo momento que compartieron, sin quererlo, con Fer, Ainhoa y Gavi. Lo dejó caer al suelo, y con su otra mano libre pudo cogerla del mentón para besarla.

Joder, estaba cayendo como un adicto. Cada vez se contenía menos en las ganas de besarla y tocarla, buscando siempre ser el centro de su atención y que esos ojos azules se fijaran en él, que no dejara de verlo. Le gustaba la sensación de sus labios contra los suyos, con esa conexión tan única que lo hacía sentir especial. Era simplemente increíble.

—Se debe a que hoy logré lo que quise hacer desde la primera vez que te vi —le dijo, cuando se separó de ella. Gaia soltó una suave risa, de esas que le gustaban—. Me importa poco perder doscientos euros, solo quiero seguir besándote toda la noche.

Y con eso, volvió a juntar sus labios, deseoso de seguir con esa unión entre ellos. Iba a recordar esa noche especial, que solo era el inicio de la relación.

Buenas, buenas. Aquí he llegado con otra nueva actualización. Y con este capítulo ya terminamos la fiesta de Gaia, vaya que sí estuvo interesante.

Bien, traigan agua porque Pedri y Gaia se están quemando de lo calientes que están 🔥

Pobre, Fer. No sabía si reír o regañarlos en ese momento. Menos mal que a Geri no se le ocurrió entrar porque sino Pedri no la habría contado xd.

• ¿Les ha gustado el capitulo?

• ¿Se esperaba que Gaia y Pedri se lo montaran ahí mismo, en una casa rodeada de futbolistas?

• ¿Que habrá pasado entre Gavi y Ainhoa en la duda, eh? 👀

• Ay, la fobia de Gaia. ¿Qué opinan de ella? ¿Tienen alguna teoría de quién fue la persona que no la sacó de ese armario cuando era pequeña?

• ¿Quién creen que ganó el juego de las escondidas? Se anuncia en el próximo capítulo xd.

Antes de acabar, si les gusta Raphinha, les recuerdo que tengo una fic de él. Por si quieren ir a leerla ❤️

Espero que les haya gustado, agradezco mucho los comentarios y los votos. ❤️

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