Capítulo 5

Podría decir que los días siguientes fueron relativamente normales, pero normal habría sido estar junto con mis amigos y ellos se evitaban y me evitaban, pero aún tenía a  Liz, la niña de primer año que se seguía sentando conmigo y me buscaba a las horas de las comidas y de los entrenamientos.

Los entrenamientos ahora básicamente eran para recuperar nuestro estado físico, nuestro estado de resistencia. La verdad es que creo que la única que lo necesitaba era yo, el resto se veían en perfecto estado, lo bueno es que yo también mejoré el mío y me era más fácil aguantar todas las vueltas que corríamos.

— Tengo una hermana. — comentó Liz mientras cenábamos después del entrenamiento del viernes. — ¿Tú tienes hermanas?

— No, en realidad no estoy segura. — admití. —No conozco a mis padres, no sé si tienen otros hijos.

— Tal vez si tienes hermanas. — me dijo con una sonrisa. — ¿Quisieras tener una hermana menor?

— La verdad no lo sé. — la sonrisa de Liz se borró. — No sabría cómo ser responsable de alguien menor.

— Hola. — saludó Cameron, justo a tiempo. Era la primera vez que cenaba con nosotras o que me dirigía la palabra desde la inauguración de la gestión.

— Hola, Cam. Ella es Elizabeth. Liz, él es Cameron. — los presenté, esperando que no se notara en mi tono de voz lo sorprendida que estaba por la presencia de Cameron. Él se veía normal, tranquilo, como si no me hubiera ignorado durante 5 días.

Cameron le dedicó una sonrisa y se sentó en la silla que estaba frente a mí.

— ¿Cómo has estado? — le pregunté.

— Bien, he estado en la biblioteca, tratando de estudiar y rememorar algunas cosas. — explicó él. — Tampoco me he sentido muy bien para comer, fui a la enfermería un par de veces.

— ¿Ya estás mejor? — le preguntó Liz.

— Sí, gracias. — Cameron sonrió. — ¿Primer año? ¿Qué tal tu semana de iniciación? ¿Qué Elemento dominas?

— Fuego. — contestó ella, orgullosa. Y esa actitud que tomó al mencionar su Elemento me hizo sentir mal. Hubo un tiempo en el que creí que el Fuego era destructivo y no me sentía orgullosa de dominarlo porque eso también me hacía destructiva. Pero ver a una niña de 12 años, tan segura del Elemento que iba a aprender a dominar, me provocaba vergüenza de mí misma.

— ¿Sabías que es el mejor Elemento? — dijo Cameron, riendo. No lo escuché reír en tanto tiempo que escucharlo fue casi música para mis oídos.

— Lo sé. —Liz también rió.

— ¿Y tú qué estuviste haciendo, Maleen? — preguntó Cameron, dirigiendo la conversación hacia mí.

—Estresándome con todo esto del futuro.

— Sí, yo también creo que es mucho más difícil para los Dimidiums…

— No debería ser así. — Interrumpió Liz. —Los Plenus son nuestros gobernantes, debería ser más difícil para ellos porque los que deben estar en el Consejo tienen que ser los mejores y no los que tienen la sangre de alguna familia poderosa y con dinero. Yo lo veo así: Los Plenus de sangre pura por generaciones apenas llegan a la cuarta parte de todos los habitantes de Edran, ¿por qué tienen que gobernar los que son la menoría? ¿Por qué los Dimidiums deben aplastarse entre ellos para poder ser el sirviente de un Plenus?

Yo la escuchaba fascinada, se notaba que ella sabía mucho del tema y que ya tenía una posición firme al respecto.

— ¿Y a ti quién te dijo eso, niña?— preguntó el chico de ayer, sentándose en la silla que quedaba vacía.

— Mi familia tiene los pies bien puestos en la tierra. — respondió sin inmutarse de que un Plenus la haya escuchado. — Y acepto que me digas que estoy equivocada pero espero que tengas buenos argumentos.

— Nunca mencioné que estuvieras equivocada, te pregunté quién te dijo eso. De hecho, estoy completamente de acuerdo contigo.

— No creas que no sé de ti, Nathan Mcguinty. El chico problema de la familia Mcguinty quienes, por cierto, perdieron su lugar en el Consejo por lo que asumo que odias tanto a los Plenus de sangre pura como a los Dimidiums y Sahumers.

— Niña, yo soy de sangre pura. El hecho de que mi tía haya decidido mantener una relación con un Sahumer no cambia mi sangre. Mi familia planea quitarle el apellido a mi tía, por lo tanto el apellido no estaría manchado.

— ¿Manchado?— intervine. — ¿Para no abandonar el Consejo van a quitarle el apellido a tu tía y que el linaje de los Mcguinty no esté “manchado”?

— Comprendiste. — me respondió secamente.

— No es solo eso, Maleen. — Cameron estaba bastante serio, con el ceño fruncido.  — En Edran se hacen 2 registros. El primero es al nacer, registran tu nombre, tus apellidos y esas cosas. El segundo es cuando estás a punto de entrar al Instituto, cuando se supone que tu marca ya está formada. En este registro te clasifican como Dimidium o Plenus y el apellido es importante. Entras en los registros del Elemento. Los Sahumers que entran a Edran lo hacen con un apellido de algún Elemental, abandonan su apellido de Sahumer, estén o no casados con alguien de aquí. Entonces si te quitan el apellido dejas de estar registrado, te conviertes en un Sahumer con una marca y eso no es posible, ningún Sahumer tiene una marca de Elementales…

— Entonces no eres ni Sahumer, ni Dimidium, ni Plenus. — continuó Nathan. — Eres NADA y como nadie puede, mejor dicho, nadie quiere darte un apellido, no puedes hacer nada. Y estás fuera. La marca que tenías se borra y queda como una cicatriz, te borran los recuerdos y te echan de Edran. No puedes volver a entrar.

— Los Plenus creen que esa es la manera de solucionar las cosas. — terminó Liz. — Echando a todo aquel que es diferente, que piensa diferente y que quiere cosas diferentes.

— Tenemos que hablar. — la voz familiar hizo que Cameron y yo levantemos la vista inmediatamente. Pude ver cómo la sonrisa de Cameron se formó en el instante en el que vio a Dal de pie, delante de nuestra mesa. Su expresión era de cansancio y preocupación, pero aún así nos mostró una pequeña sonrisa.

Ella también me estuvo evitando durante toda la semana, en todas las clases se sentó en la primera fila, algo que no era muy habitual en ella. En los entrenamientos ella buscaba estar de pareja con alguien más y el que quedaba libre se veía obligado a practicar conmigo ya sea para el control de Fuego o para los entrenamientos al aire libre. Además que apenas cruzábamos palabras en la habitación. Ella solía entrar cuando yo estaba durmiendo o yo cuando ella lo hacía.

— Hola. — saludó Liz con una sonrisa dirigida a Dal. Parecía que el enojo de la conversación se le había borrado.

La pequeña sonrisa de Dal se borró al ver a nuestros dos acompañantes. Liz seguía con una sonrisa y Nathan la ignoraba. Abrió la boca y luego la cerró. Permaneció de pie unos segundos más y luego se alejó.

Cameron y yo nos miramos completamente extrañados.

— Ya volvemos. — le dije a Liz mientras le hacía una seña a Cameron para que me siguiera.

— ¿Me van a dejar con el lunático? — Pero Cameron y yo ya nos habíamos puesto de pie y caminamos detrás de Dal.

— ¡Dal! — la llamé mediante un grito. — ¡Dal, espera!

Siguió caminando como si no me hubiera escuchado, pero sabía que lo hizo porque cada vez aumentaba más su paso.

Cameron y yo corrimos hasta quedar frente a ella.

— Dal. — comenzó Cameron. — ¿Qué pasa contigo?

— Nada, tengo cosas importantes para hacer.

— ¿Qué pasó? ¿Qué nos ibas a decir? — insistí.

— Nada. — repitió Dal, tratando de esquivarnos pero se lo impedimos.

— Dal…

— Ya cállense los dos. — dijo enojada. — Dejen de meterse en mi vida. Yo estoy bien tal y como estoy ahora, estoy bien estando lejos de ustedes, no siempre vamos a estar juntos y quiero comenzar a hacer mi vida sola. ¿Creen que nos veremos después de que termine este curso? No va a ser así, así que consideren lo que estoy haciendo como un favor para que maduren.

Por un momento, sólo por un segundo, pude notar una mirada de disculpa pero esa mirada se borró extremadamente rápido. Nos dejó de pie allí, sin saber qué responderle, sin saber si sentirnos ofendidos, enojados, tristes…

— Ya no escucho su voz. — dijo Cameron por fin.

— ¿Qué?

— Ya no me deja escuchar su voz. — repitió Cameron. — No me lo permite, estaba escuchando unos susurros pero ya se acabó, no escucho nada.

— Ya se le pasará, Cam. — Dije, dándole unas palmaditas en la espalda.

— No me importa. — dijo él, en un tono totalmente serio, el cual me hizo sorprender. Quité mi mano de su espalda. — No me importa lo que pase con Dalilea, no me importa lo que haga desde ahora. Traté de ayudarle, de apoyarla pero si quiere que las cosas sean así por mi bien.

—Cam…

— No, Maleen. No me importa. Si Dal es así, nunca la conocí y no me interesa conocerla ahora. Nos vemos luego.

Y se alejó sin decir otra cosa. Vi cómo se iba por el camino contrario al que usó Dal. Cameron se escuchó tan dolido y a la vez tan serio, tan real. Me preocupaba que ése fuera el fin de la relación de ambos, no sólo de su relación como pareja sino también como amigos. Al instante en el que vi la interacción de ambos pude darme cuenta de lo felices que eran cuando estaban juntos y que siempre pensaban primero en el otro y estaba preocupados por cómo se sentían. Era una amistad de años, no se podía terminar así como así. Entendería perfectamente si Dal me decía aquellas cosas sólo a mí, porque me conocía hace menos de un año, pero a Cameron no, ellos siempre estuvieron dispuestos a dar todo por el otro. Sabía que Cameron dijo esas palabras con rabia, la rabia y el dolor hablaron por él, pronto se daría cuenta de lo que dijo y de lo mucho que necesitaba a Dal.

Dal ya lo sabía, siempre supo que necesitaba de Cameron, ¿Qué la hacía actuar de esa forma? ¿Qué le estaría pasando para que cambiara tan radicalmente? Juro que trataba de entenderla, de imaginar cosas lo suficientemente malas pero era como si nada justificara la forma en la que actuaba con Cameron.

— ¿Qué pasó? — Me preguntó Liz. Sin darme cuenta cuando llegó, Liz estaba de pie frente a mí, sosteniendo su mochila y la mía.

— Nada. — mentí.

— Cameron estaba muy molesto. — comentó. Su mirada era de interés, definitivamente quería saber qué pasó. — Vine porque el Lunático no dejaba de mirarme… ¿Cameron y esa chica estaban juntos? ¿Así como pareja? ¿Juntos? — la forma en la que lo preguntaba, uniendo ambas manos y entrelazándolas me hizo reír.

— Sí, juntos. Están teniendo un pequeño problema, nada que no se pueda arreglar. — dije con una sonrisa fingida. — Cosas de parejas.

— Cameron me agrada, ¿Tú tienes novio? — preguntó con una sonrisa divertida y con los ojos bien abiertos.

— Yo… pues… es… es complicado. — respondí con una mueca. Era la verdad, no sentía bien catalogar nuestra relación, tampoco quería que fuera una relación abierta, sólo era que no sabía si debía ser yo la que decida si éramos novios o no. Yo podía hacerme ilusiones de que estábamos juntos, pero tal vez para Santiago no era así. Consideré que mejor era no quedar como una tonta, desesperada que se hace falsas ilusiones y dice que es pareja de alguien aunque no sea así.

— No debería serlo.

— No todo es fácil.

— Cada uno es el responsable de que todo sea difícil. — me dijo Liz. Me sorprendía que una niña como ella fuera capaz de decir esas cosas. En sólo una semana me daba cuenta que era mucho más madura que yo, que analizaba las cosas más que yo, pero las analizaba bien, era como si estuviera segura de todo lo que decía, como si hubiera estudiado un guión al pie de la letra y sólo decía lo que debía. A su lado yo me sentía como la pequeña.

— Sarajov, hoy a las 8 en la puerta del comedor. — me dijo Nathan y se fue sin esperar una respuesta afirmativa de mi parte.

— Tarde de nuevo, Sarajov. — dijo Nathan. Estaba apoyado contra la pared.

— Aún no son las 8. — me excusé.

— Son las 8.

— Son las 7:56.

— Como sea, sígueme. — respondió después de poner los ojos en blanco.

Bajamos unas gradas que llevaban al gimnasio que era una enorme habitación subterránea. Había muchas máquinas para ejercitar varias partes del cuerpo, un área bastante grande de colchonetas.

Me tendí sobre las colchonetas boca arriba y con las piernas dobladas. Nathan se sentó contra mis piernas y me dijo que hiciera abdominales.

— Cuando te canses ni me digas, sólo sigue haciendo abdominales. — dijo después de un rato.

— ¿Esto es lo que voy a hacer toda la hora?  ¿Por qué te dijeron que me entrenaras?

— Es un castigo.

— ¿Qué hiciste? ¿Golpeaste a un Dimidium?

— Sólo le rompí la nariz, no sé por qué hacen tanto lío. — respondió. Me detuve, esperando algún indicio que me aseguraba que sólo bromeaba pero nada. — Sigue.

— ¿Por qué lo hiciste?

— Porque estaba estorbándome. — dijo como si fuera algo obvio. — Le dije que se apartara y siguió con sus porquerías así que le di el golpe frente a todos.

— ¿Sólo por eso? Necesitas controlar tu ira.

— Por eso me pusieron con una de las rubias más irritantes que pueden existir. — moví mi pierna rápidamente y le di una patada en la espalda. Él se fue hacia adelante y me miró furioso. Me sujetó una pierna y me la dobló con la otra. — Vamos, intenta patearme de nuevo.

Tenía tan buen control sobre mis piernas que se me hizo imposible intentar moverme un poco sin ocasionarme yo sola algún tipo de dolor.

— Eres un imbécil. — dije, mirándolo a los ojos. — Si te denuncio estás fuera del Instituto.

— Estaríamos fuera los dos, preciosa. Es una trampa. Si yo caigo, tú te caes conmigo. Saben que tú no respetas a los Plenus y que yo no respeto a nadie. Tu falta es mi falta y la mía es la tuya. Aceptémoslo, nos quieren a los dos afuera.

Ni siquiera me atreví a preguntar por qué, no quería saber por qué se empeñaban en sacarme de aquí. No quería creerle pero algo me decía que él decía la verdad. Un movimiento en falso y estaría fuera del Instituto y seguro encontraría alguna excusa para echarme de Edran. Pero ¿Por qué? ¿Qué se supone que hice? ¿Por qué me consideraban una amenaza? Yo no iba a darles lo que querían, si querían sacarme les iba a costar más que una pelea de adolescentes.

Después del entrenamiento volví a mi habitación.

—Te llegó una carta. —anunció una de mis compañeras de habitación cuando atravesé la puerta. En toda la semana ninguna de ellas me dirigió la palabra y ahora sonaba hasta amable.

— ¿Qué?

— Que cuando llegué había una carta en el piso, tiene tu nombre, la dejé sobre tu cama.

Me senté sobre la cama y sostuve la carta en mis manos. En una cara del sobre estaba escrito mi nombre “Maleen Sarajov”.

Abrí el sobre y desdoblé la hoja, al hacerlo cayó una pequeña fotografía. La hoja sólo tenía dos palabras al centro de la hoja: “Tu abuelo

Me dirigí a la fotografía y, efectivamente, era mi abuelo. Pero no estaba anciano, no debía tener más de 55 años, su pelo crespo, su apenas notoria sonrisa y de la mano sujetaba a una niña que reconocí al instante. Era yo.

— ¿Quién dejó esto? — pregunté sin quitar la vista de la fotografía.

— Ya te dije que estaba en el piso cuando llegué. Alguien debió tomar tu carta por equivocación, las cartas no se entregan los lunes sino los viernes. ¿Era algo urgente?

— Yo no tengo nadie que me escriba. — respondí por lo bajo, arrugando la hoja.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando volví a ver la foto. 

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Espero que les guste el capítulo. Sólo un anuncio. Subiré cada semana en miércoles o viernes. Gracias por seguir la historia. No se olviden compartir, votar y comentar. 

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