Capítulo 34 (Segunda parte)

Liz

- ¿Puedo ver a mi hermana? - le pregunté a mi mamá mientras ella cepillaba mi cabello. Me gustaba cómo se sentía cuando ella deslizaba sus finas manos por mi cabellera, lo hacía tan suavemente y me hacía adormecer.

- No, Lizzie. Maleen aún tiene que concentrarse. - me explicó ella sin cesar sus caricias.

- Pero ya ha pasado mucho tiempo y aún no estamos juntas.

- Lizzie, ya sabes que nos llegará el tiempo de estar juntas y también sabes lo importante que es que tu hermana esté concentrada, si vas a hablarle solo la distraerás y eso sería perjudicial. A tu padre no le gustaría que lo arruines.

- ¿Ya puedo decir que es mi papá? - A mis compañeros de clase que me molestaban, que me ignoraban o los Plenus que se sentían superiores, quería gritarles que no tenían derecho a molestarme porque mi papá formaba parte del Consejo y era tan importante como sus padres. Pero mamá me recordaba que lo tenía prohibido, que nadie debía saber quién era mi padre para que las cosas entre ellos dos estén bien y él me siga mandando regalos.

- Tu papá está orgulloso de ti. - me respondió. - Lo ha estado desde siempre. Y yo también. Haz hecho un gran trabajo, mi niña, y sé que tu hermana también está agradecida.

- ¿Cuándo vamos a irnos de aquí para vivir juntos? ¿Los cuatro? - La miré, esperando descifrar su expresión por si me contestaba alguna mentira, pero solo me dedicó su sonrisa de siempre y me obligó a bajar la mirada para seguir con las caricias.

Ninguna de las dos habló pero ella tarareaba una canción que me hacía adormecer aún más. Se cortó cuando la puerta se abrió y Santiago entró.

- Maleen necesita un cambio de ropa, su vestido está lleno de sangre y alguien tiene que ver cómo están las marcas, podrían estarse infectando. - Usó un tono duro.

- ¿Y qué? ¿Quieres hacerlo tú? - le preguntó mi madre, con una sonrisa burlona. No hacía falta conocer a ambos para saber que Maleen y Santiago no podían estar en la misma habitación sin que intentaran asesinarse el uno al otro.

- Estoy seguro que no me dejará acercarme. Así que haz algo al respecto, no necesitas que ella muera por tus malos cuidados. - Mi madre se aclaró la garganta.

- Lizzie, mi niña, ¿te importaría ayudarme con eso? - Asentí rápidamente porque esa mi oportunidad de ver a Maleen y hablar con ella para saber cómo estaba, para saber si estaba tan emocionada como yo de irnos a vivir juntas. Quería saber todos los planes que ella tenía, quería saber si ya no me veía como su amiga y si ahora era su examen. - Pero, cielo, no vayas a hablarle y no escuches lo que te dice, aún está medio ansiosa y confundida.

- Bien, pero le ayudaré.

Me dieron su uniforme de entrenamiento para que se lo entregara y un botiquín de primeros auxilios para que la ayudara con lo que necesitara.

Suspiré antes de entrar a su habitación.

- Hola, te traje algo de ropa. - dije cuando noté su mirada encima de mí. Estaba en un rincón, con su cabello cubriéndole los costados de su rostro. Su cabello se parecía mucho al de mamá y yo deseaba tenerlo igual para ser idéntica a ellas. Envidiaba su cabello. - Puedo ayudarte con la sangre.

Cuando hablaron de sangre no tenía idea de que sería tanta. Su vestido de graduación estaba completamente teñido de color guindo y estaba un poco duro debido a la sangre seca. Se puso de pie, me quitó la ropa de las manos y entró al cuarto del baño sin decir una sola palabra.

Pegué mi cabeza contra la puerta para escuchar lo que hacía. Escuché el sonido de la regadera y unos cuantos gemidos de su parte. Toqué la puerta pero ella no respondió.

- Maleen, puedo ayudarte. Tengo un botiquín.

Tardó como un minuto en abrirme la puerta. Tenía su cabello sujeto en un moño, ya estaba vestida de negro pero sus ojos estaban rojos, como si estuviera intentando aguantar las lágrimas.

- Es mi espalda. - explicó ella.

- Te la limpiaré. - Ella asintió y se sentó en el piso. Abrí el botiquín y saqué algunas bolitas de algodón y las sumergí en agua. Ella levantó su camiseta y se soltó el sostén para dejar su espalda completamente libre.

No me esperaba aquella imagen. Su espalda estaba cubierta de sangre seca y resaltaban las marcas de los Elementos en un rojo muy claro, como si las marcas se las hubieran hecho con una navaja, incluso parecían estar en 3D, podía pasar mi mano por encima y sentir cada uno de los trazos de las marcas.

Los algodones que pasaba por su espalda se pintaban de café muy rápido y debía cambiarlos.

- Creí que no estarías aquí. - dijo Maleen, reprimiendo un gemido de dolor. - Creí que te alejarían de este lugar.

- Tengo que estar con nuestra familia. Mamá me quiere aquí...

- ¿Ella no te dijo que era mejor que te fueras? - volteó la cabeza para mirarme. Se parecía tanto a mamá, era igual de bonita aunque ahora se viera medio moribunda.

- No, sé que me quiere aquí para ayudar como ahora. Te estoy ayudando.

- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde el Ataque al Instituto? - fruncí los labios, se suponía que no debía hablar con ella, se suponía que no debía decirle nada que la desconcentrara. Pero es que esa era la única forma de hablarle y quería seguir escuchando su voz sin ese toque de resentimiento que aún sentía por mí. Quería ganármela de nuevo. Era mi hermana mayor y deseaba que ella me quisiera como su hermana menor.

- 3 días. - respondí.

- ¿Dónde has estado estos 3 días?

- Mamá me hizo una habitación llena de todo. - le expliqué emocionada. -La tv de la sala de estar me la llevaron allí, tengo una pequeña nevera llena de comida deliciosa, una cama muy grande llena de almohadas, y algunos de los libros que a ti te gustan. Y no te preocupes, pedí que me llevaran tus cosas para que no les pasara nada.

- Entonces no sabes qué está pasando. - no me preguntó, lo dijo como un comentario para ella misma. - ¿Por qué hiciste esto, Liz?

- ¿Esto? No sé qué quieres decir.

- Me refiero a ayudarles a atacar el Instituto, a ayudarles a que hirieran a Cameron...

- Es que... mamá lo quería así. Mamá quería que la ayudara y ella sabe qué es lo mejor para nosotros, ella es muy inteligente. Y ahora necesita que tú la ayudes, tienes que hacerlo, eso la hace muy feliz. ¿No quieres verla feliz?

- De hecho no, no quiero. Quiero verla muerta y quiero que sufra...

- ¡¿Cómo puedes decir eso?! - exclamé casi con un grito. - ¡Es tu mamá!

- ¡No lo es! - me gritó y se volteó para mirarme de frente. - ¡Mírame Liz! ¿Una madre hace esto? ¡Mira como estoy! ¿Te parece que lo que hace me está ayudando en algo?

- Yo sé que las inyecciones duelen pero...

- ¿Inyecciones? ¿A ti también te inyectan?

Asentí. Desde que estoy en el Instituto yo tenía que hacerlo sola y me costaba más pero sí me inyectaba y me dolía cuando el líquido entraba, muchas veces llegaba a vomitar pero mamá insistía en que esta inyección me ayudaría a estar sana.

Maleen me miró como si no me reconociera. Como si estuviera dudando en qué hacer ahora. Creo que solo tenía una cosa clara: seguía odiando a mamá y eso solo significaba que no iba a pasar lo que yo deseaba. No podríamos ser una familia. Ella no quería que lo fuéramos.

Maleen me estaba quitando lo que yo más quería.

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