Tres años antes
Llevar el control.
En eso se basaba mi vida.
Que todo se desarrollara de acuerdo con el plan, cumplir con las expectativas de los demás y actuar según lo que fuera visto como correcto. Era cuestión de encajar, agradar y ser admirada. No por necesitar que se me inflara el ego, sino por sentirme merecedora de mis privilegios.
En el último año esos estándares se habían difuminado de mi visión, pero, a medida que terminaba de empacar, volvían a aparecer en el horizonte. En unas horas regresaría a mi realidad y el peso de haber roto ese patrón de «comportamiento adecuado» era más palpable. Una realidad cerca de mis padres, en un lugar donde podía encontrar a un conocido en cualquier esquina, y con la decisión de terminarle al único novio que había tenido.
Roberto no dejó de encajar dentro de los lineamientos a seguir. Tampoco se había portado mal. De hecho, toda chica merecía ese nivel de comprensión y veneración. Sin embargo, si de algo había servido esta temporada lejos; tomándome el tiempo que necesitaba para analizar nuestra relación, fue para comprobar que nos faltaba un ingrediente desconocido para que tuviera sentido continuar juntos. Lamentablemente, tanta compatibilidad nos había hecho caer en la costumbre y no en la corriente prolongada de un amor vívido.
Mis dedos alcanzaron las últimas piezas de ropa interior que quedaban por guardar; las que usé hacía tres días en un último encuentro desmedido. ¿Cómo fue que ese acercamiento espontaneo e impulsivo meses atrás se había convertido en un hábito frecuente que sabía me atormentaría al volver a mi realidad? Por más que deseara que hubiera un botón para borrar algunos recuerdos y así facilitar las cosas, no era posible. Con solo ver la lencería que deslizó por mi piel para quitármela, podía casi percibir el roce de su aliento en mi nuca y el calor que emanaba de su cuerpo. Porque, en eso se resumía Christian; en un fuego intenso.
La forma en la que Christian sacudía mi autocontrol era peligrosa y por eso lo mejor era dejarlo atrás. Sin despedida, ni dramas. Solo avanzar sin mirar atrás. Sin correr el riesgo de aceptar una propuesta de retrasar mi ida, la cual quizá no sería capaz de rechazar.
—¡Cariño, avísame cuando estés lista para ir a tocarle la puerta al vecino! —gritó mi abuela desde la cocina, fracturando mi anhelo inconfesable.
Que me hubiera estado dando un tiempo con Roberto cuando conocí a Christian en ese bar no me hacía sentir menos culpable. Traté de regresar a lo seguro y por eso acabé con la pausa que nos dimos, sin embargo, no pude parar. Confiaba que la distancia haría más sencillas las cosas y todo regresaría a su lugar.
—Tranquila, yo voy —dije cerrando el cierre de mi maleta. La puse en el suelo y la halé hasta salir de la habitación.
La puerta quedaba junto a las escaleras de la planta baja y solo debí avanzar unos cuantos pasos hasta llegar a la entrada principal y también quedar frente al umbral de madera que daba a la cocina. Mi abuela, Rosalinda, se encontraba terminando de preparar una merienda para mi viaje.
Su casa, donde se crio mi madre, era una extensión de su esencia. Colores pastel, adornos de tonos claros, y lo tejido formaban parte de la decoración. Las flores también estaban muy presentes, al igual que las manualidades; la mayoría hechas por ella y el resto compradas en alguna tienda de artesanías. Todo era muy alegre y cálido; mi lugar favorito de niña.
Ya al crecer, las visitas se volvieron menos frecuentes; aunque siempre hablaba con ella por lo menos una vez a la semana. Necesitar un cambio fue la motivación perfecta para quedarme una temporada con ella y disfrutar de lo que en algún momento ya no podría. Así que, en cuanto supe del programa de intercambio estudiantil, no dudé en postular.
—Si quieres vas sacando la maleta, así Raúl ve que no es tanto —indicó.
—Por eso era mejor llamar un taxi.
—No, porque no te hubieras ahorrado el dinero. Raúl es quisquilloso, pero sabe que me debe un favor.
En realidad, era un viudo contemporáneo con mi abuela a quien ella le llevaba una porción de casi todo lo que cocinara. Era bastante reservado y cuidaba su auto como si fuera su pertenencia más valiosa. Aunque mi abuela tratara de disimularlo, yo intuía que su relación iba más allá de ser vecinos, por los paseos que descubrí meses atrás daban durante mis horas en aula.
—Está bien. Ya vengo por mi cartera y lo demás.
Salí y dejé la maleta junto a la entrada. No la bajaría por las escaleras de la terraza hasta estar segura de que Raúl me llevaría.
—Hola, Laura.
Su voz hizo que me reincorporara de golpe y me diera la vuelta. Había estado tan ocupada apoyando la maleta de la pared —el exceso de cosas en su interior provocó que se desformara y afectara su capacidad de mantenerse en pie por sí sola—, que no lo vi al principio de pie del otro lado de la cerca.
—Hola —solté en lo que se asemejó más a un susurro. Seguía aturdida por su presencia, con el corazón latiendo de prisa y la duda de si era una ilusión.
—¿Te ibas a ir sin despedirte?
Antes de continuar con esa conversación, sin desear que mi abuela se enterara de mi desliz, abrí de nuevo la puerta unos centímetros y le dije iría a la casa de Raúl y volvería. Una vez hecho eso, me di cuenta de lo tonto que fue, puesto que se suponía que haría eso desde el inicio.
Con un suspiro, crucé el jardín de mi abuela y fui hasta Christian. Me miraba con curiosidad, con su cabello húmedo y su ropa deportiva definiendo las líneas adecuadas para resaltar sus atributos. Con la urgencia de sacarlo de allí más fuerte que mis ganas de contemplarlo, le sujeté la mano y lo guie lejos de la casa de mi abuela.
No, el supuesto primo de una amiga de la universidad, quien en ocasiones me ofrecía un aventón, no iba a esperar una despedida de mi parte si me iba. La persona seis años mayor que yo, con la que me acostaba por lo menos tres veces por semana, sí.
—Parece que estás huyendo que algo —dijo por lo rápido que lo estaba haciendo caminar.
—Quedamos en que nunca pasarías por la casa de mi abuela.
No quería que la imagen que tenía mi abuela se mí se viera afectada por ese error. Como todos, ella adoraba a Roberto e incluso le decía nieto, al igual que a mi padre le decía hijo. No iba a ser capaz de volverla a mirar a los ojos si descubría mi infidelidad.
—La forma en la que actúas hace que sea más sospechoso de lo que en realidad es —comentó.
Tenía razón, pero no podía retroceder mi impulso de alejarlo de allí lo antes posible. Tiré de él hasta cruzar en la esquina y llegar a la banca donde se solía esperar el transporte público.
—No te compliques. Sí fue mala idea venir —agregó.
Alcé la vista hacia Christian. El reflejo de la luz justo hacía que sus ojos parecieran más color miel que marrones, y la tonalidad de su cabello unos tonos más claros. Pese a la seguridad que había mostrado desde que lo conocí, en esa ocasión transmitía el estar tanteando terreno desconocido. Quizá sí había sido desconsiderado ni siquiera avisarle mi fecha de ida, especialmente por lo atento que fue en cada uno de nuestros encuentros. Pero, ¿cómo se suponía que se cerraba un pacto de pasión que oficialmente nunca debió existir? ¿No era eso darle una importancia adicional a algo que no tenía sentimientos de por medio?
—Sí tuve que decirte, ¿cierto? —repliqué—. No solo desaparecer.
—Cuando anoche me di cuenta de que no te llegaban mis mensajes, ni te entraban mis llamadas, creí que te había pasado algo malo. —Soltó un suspiró y se sentó en la banca—. No nos debemos nada, Laura. Y ambos sabíamos que esto en algún momento iba a terminar. Está bien si preferiste manejarlo así. Espero que me recuerdes con cariño.
Me imaginé cómo me hubiera sentido si la situación fuese al revés; que la persona que frecuentaba y en momentos compartía partes de mí —porque no todo era sexo—, solo me desechara sin considerar decirme. Sin embargo, era más sencillo soltarlo de esa manera. De golpe, sin aumentar las probabilidades de secuelas. No podía ni darme el lujo de recordar.
—Supe que volviste con tu novio hace unas semanas —continuó cuando no pude articular palabra—. Y sé que aceptaste esto porque necesitabas salir de lo cotidiano.
—Y tú olvidar a tu ex —solté. Así como yo de cierta forma lo usé, él había hecho lo mismo conmigo.
Una sonrisa se trazó en sus labios con mi réplica.
—Eres una buena mujer, Laura. Cualquiera estaría afortunado de tenerte, pero lo más importante es que tú te sientas dichosa de estar con quien tengas a tu lado.
—Eso lo sé.
—Si Roberto te hiciera feliz como te dices a ti misma, no me hubieras seguido el juego desde el principio.
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