Extra 2 | Copa de más
Laura
Necesité sentarme un momento de nuevo en la barra. Ya me dolía el abdomen de tanto reír y las piernas de tanto bailar. Llevábamos tres días seguidos visitando los lugares nocturnos de la isla y todavía quedaba una lista de los pendientes.
—¿Ya te quieres ir? —preguntó Christian apareciendo junto a mí y colocando su mano en mi espalda baja. Estaba sudando y sus ojos tenían el brillo de tener alcohol en la sangre.
—No, solo necesito una pequeña pausa —contesté dándole una sonrisa. Revisé la hora en el reloj de mi muñeca. Era la una de la mañana—. Y tal vez otra Margarita.
Esperé a que el que atendía la barra le entregara la orden a la pareja al lado de nosotros, quienes noté hablaban inglés, para pedir mi cóctel en español.
Una de las cosas que me agradaba, y a la vez fascinaba de esa isla, era la mezcla de idiomas y cultura. Cualquiera en la calle hablaba tres, cuatro o hasta cinco idiomas. Y yo sintiéndome orgullosa por emprender esa aventura con nivel intermedio de inglés.
El hombre le preguntó a Christian si quería otra cerveza, pero él se negó. Dijo que ya había bebido suficiente por el momento.
—¿Es idea mía, o cada día bebes un poco más? —cuestionó.
Se había dado cuenta. Su mano libre descansaba sobre la barra, así que coloqué la mía encima.
—Estoy probando mis límites —admití—. Supongo que no conocer a nadie y estar contigo me da confianza para hacerlo. Sin mencionar que la Laura buena y perfecta quedó atrás.
Me acarició la espalda, haciendo contacto con la piel expuesta a través de los tirantes del vestido. Me hizo estremecer.
—Si te diviertes y estoy para protegerte, está bien. Todas tus versiones me encantan.
—Y a mí las tuyas. Incluso el que balbucea dormido y me asusta.
—A mí la Laura que ronca. La Laura osa, más bien. —Imitó supuestamente cómo hacía yo a veces al dormir.
Me hizo reír, pero de todas formas hundí mis manos en sus costillas para hacerle cosquillas y que parara.
—Lo tuyo es peor. Ni siquiera sé cómo hacer esos ruidos —repliqué.
En vez de continuar con la conversación, se me quedó observando en silencio. Todavía sonreía y había dulzura en sus ojos. Amor, de hecho. Un amor ardiente que no dejaba de excitarme y sorprenderme. ¿Cómo había hecho para terminar allí, en esa isla, y con una vida tan distinta a la que planeé? Me asustaba que fuera un sueño del que en cualquier instante despertaría.
Mi cóctel llegó y tuve que retirar la vista de Christian para beber otro poco. Ya me sentía ligeramente fuera de mi estado normal. Todo se percibía más intenso. Su roce. La música. Mi alegría.
—¿Bailamos más cuando acabes el trago? —propuso él—. Después, si tienes ganas, vamos a otro sitio que queda aquí cerca.
—¿Qué tal si bailamos y luego vamos a casa? —inquirí—. No me gustaría quedarme dormida como anoche. El veinteañero pareces tú, y no yo.
—Mmm... —Se acercó a mi oído. Su respiración me hizo temblar—. Esa idea me gusta más. —Besó mi sien y se volvió a apartar—. Y tranquila. Yo sé que no estás acostumbrada a esto.
—No lo digas como si me estuvieras obligando. Yo estoy aquí porque quiero, amor. No me imagino estando en otro lugar, ni haciendo otra cosa.
Ya habíamos hablando de eso. Ya me había preguntado una y otra vez si de verdad estaba segura de dejar la ciudad donde construí una vida para irme con él. Si estaba dispuesta a asumir los viajes como parte de mi rutina y durar meses sin ver a mi familia debido a ello. Si lo elegía a él y al camino que transitaba.
Y no se trató de haber renunciado a mí y mis propios sueños con tal de ir tras Christian. No era eso. Yo necesitaba un escape del caos en el que se convirtió mi vida, de las consecuencias de mis silencios y errores, y de esa Laura complaciente. Si las cosas no hubieran funcionado entre nosotros al reencontrarnos, mi trabajo con los artículos para Magnolia de todas maneras me hubiera hecho salir de mi entorno acostumbrado en busca de historias para contar. Que las circunstancias se alinearan y tuviera a Christian conmigo, era un lindo regalo que debía aprovechar.
—Lo sé —respondió—. Y eso me hace feliz.
—Y a mí.
Le di otro sorbo a mi trago, mientras esas palabras entibiaban mi interior. Sí, esa aparente locura había sido lo correcto.
El género de la música de fondo cambió. Ya no era la salsa que habíamos estado bailando, sino el reggaetón que incitaba a movimientos y roces más provocativos. De solo ver a los demás bailándolo, me ruborizaba. No me imaginaba ser capaz de imitar esos pasos en público. A Christian le gustaba y a veces colocaba canciones. Exclusivamente en privado me había atrevido a dejarme llevar un poco para deleitarlo.
Vi de reojo a mi pareja. Miraba hacia la pista de baile y pude notar cómo se estaba ligeramente moviendo con el ritmo. Percibía sus ganas de ir hacia allá, pero no lo hacía por mí. Estaba conmigo y era consciente de que ese género iba más allá de mi zona de comodidad.
Lo pensé a la vez que continuaba con la bebida. Ya había considerado adentrarme en ese otro nivel de soltura. No implicaba nada. Solo era un baile. En el que había que olvidarse un poco de la vergüenza. Y, claro, tener confianza. Aunque el resto de los bailes también eran así. La diferencia era que ese era más sexualizado.
Sin darme cuenta, vacié mi vaso.
La idea de romper esa atadura que hacía que me cohibiera, especialmente por la etiqueta de que una mujer decente no debería bailar así, se iba tornando más atractiva. Tenía menos de una semana en ese lugar. La mayoría de los que nos rodeaban eran turistas y estaban tomados. La luz era escasa y el tamaño del grupo de personas era suficiente para pasar desapercibida. Y, por encima de todo esos detalles, estaba con el hombre que había volteado de cabeza mi mundo y con el único que me imaginaba haciendo algo así.
—Vamos, Laura alocada. Desátate —murmuré con la vista en quienes parecían estarla pasando bien en su propia burbuja candente—. Eres normal. Eres divertida.
—Sí lo eres —replicó Christian confundido—. ¿Estás bien, Laura?
—Lo estoy. Ven.
Me levanté de golpe y sujeté su mano para arrastrarlo a la pista de baile lo más rápido posible; antes de tener tiempo para arrepentirme. Mi cabeza se sentía ligera. Me había excedido con la velocidad en la que me tomé la Margarita. Me reí ante la ocurrencia de que así se llamaba la madre de Christian. Qué gracioso.
—Creo que ya llegaste a tu límite de alcohol —dijo—. ¿Quieres agua, o algo de comer?
Era tan adorable. Yo quería perder un poco la cabeza y él se preocupaba por mi hidratación. Tuve que darle un beso fugaz en los labios.
—Quiero bailar como lo hacen todos y quiero que sea contigo —contesté—. Quiero que sea tu cuerpo. Tus manos. Enséñame.
Se quedó observándome, estupefacto. Tenía los brazos extendidos a sus costados. No decía nada. No se movía. ¿Era tan difícil de asimilar?
Me di la vuelta y pegué mi espalda a su pecho. Busqué con mis manos las suyas y las coloqué en mis caderas. Mi organismo estaba caliente. Por el tequila. Por tener mi trasero contra el cierre de su bermuda. Por la adrenalina de estar haciendo algo que por largo tiempo consideré inmoral.
—Chris...
Antes de que terminara mi súplica, comenzó a moverse y a guiarme con su agarre. Sus dedos se hundieron en la tela de mi vestido y su respiración rozaba mi cuello. Dejaron de importarme los desconocidos a nuestro alrededor. Solo éramos nosotros en ese vaivén de ardiente complicidad.
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