Extra 1 | En dos maletas

Laura

Jamás imaginé que llegaría a tener mis pertenencias reducidas a dos maletas. Claro, estando dispuesta a pagar el exceso de equipaje. Porque no, no quería que Christian se hiciera cargo de todo. Ya era suficiente con que pagara los pasajes, con la excusa de que el destino era una sorpresa, que lamentablemente iba a tener que descubrir dentro de poco y no al llegar a la isla que había escogido como hogar.

Soltar era bueno. Eso fue una de las lecciones que aprendí durante mi año de reencontrarme conmigo y trabajar en mi calma. Entregar el departamento y regresar a la casa de mis padres por una temporada, mientras definía qué haría con mi vida, fue difícil. Sin embargo, comprendí que fue un retroceso momentáneo para volver a agarrar impulso.

Tener el control de mi tiempo y enfocarme en mí, sirvió. Haber renunciado y desligado a ese ambiente, que terminó siendo desagradable, me quitó una gran cantidad de estrés de encima. Quien admiraba resultó siendo una decepción, compañeros de trabajo —incluso mujeres— cuestionaron mis acusaciones hacia Juan, y mi amistad con Azucena no tuvo arreglo. El despido de mi acosador y su condena de tres meses de prisión, dieron cierre a ese círculo. No era suficiente para el efecto subyacente que dejó en mí, con el cual todavía lidiaba, pero avanzar evitó que el desgaste continuara.

Iniciar de nuevo con Christian era bueno. Eso lo sabía. A pesar del miedo en la boca de mi estómago por embarcarme hacia lo desconocido, no me retractaría. Ya lo había hecho antes y el resultado fue el sufrimiento de ambos.

Como si detectara lo que sucedía en mi interior, su mano tomó la mía en el asiento entre nosotros. Paré de mirar por la ventana del taxi, para posar mis ojos en él. Acarició mi mano con su pulgar y el pensamiento que predominó por ese instante en mi mente fue cómo el color gris de su camisa resaltaba el tono de sus iris y el borde de las mangas cortas apretaban sus bíceps.

Una sonrisa se formó en mis labios. Más allá de esa atracción física, en él estaba mi sitio seguro. En realidad, no importaba dónde estuviéramos, si lo tenía para sostener mi mano de esa manera, lo demás estaría bien. Se sentía correcto. Y me aferraría a eso ante esas dudas que lo único que buscaban eran mantenerme atada a mi zona de comodidad, la cual fue, durante unos meses antes de reencontrarnos, un apartamento tipo estudio que me permitió ahorrar para esa aventura.

—¿Cómo vas con el próximo artículo? —preguntó.

Ya casi llegábamos al aeropuerto. Ya casi nos íbamos. Ya casi me despedía de la ciudad donde crecí.

—Bien. Ya lo tengo listo. El siguiente está en proceso, aunque tengo tres semanas de holgura para entregarlo —respondí—. Sabes que me gusta planificarme para no sentirme presionada.

Y había descubierto que así mi ansiedad se mantenía controlada. Además, Magnolia, la hermana de Christian y mi nueva jefa, me daba la libertad de explorar los temas que me interesaban relacionados con la industria de la moda, lo que facilitaba la fluidez. Todavía se publicaban algunos en la antigua revista, en donde Margarita era socia, pero mis lectores accedían a todos en el blog de MG impulsado por Magnolia.

—¿Te han comentado de una campaña que piensan hacer? Ayer me llegó el correo con el resumen mensual. No suelo leerlos completos, pero eso llamó mi atención.

—No sé nada de eso —repliqué—. ¿Campaña sobre qué?

Negó—. Mejor no hablamos de eso hoy. Seguramente Mag no te ha dicho para no distraerte de este paso que estamos dando.

El taxi se estacionó en la entrada del aeropuerto. Christian le pagó mientras yo liberé un suspiro.

—No debiste mencionarlo entonces. Ahora no pondré sacármelo de la cabeza.

Sonrió—. Mejor, así no piensas en formas de escaparte.

Se bajó del vehículo, retrasando mi respuesta. Cuando también lo hice, él ya estaba sacando el equipaje del maletero con la ayuda del taxista.

—Christian... —gruñí.

Depositó mi maleta mediana junto a mí, y plantó un beso en mi sien.

—Como tenemos varios días de holgura, quizá logres sacarme la información de alguna manera... —murmuró.

Lo que se formuló en mi cabeza fue la imagen de ambos haciendo el amor en distintos lugares de su apartamento, al cual iríamos y yo todavía no conocía. Justo como hicimos en su habitación de hotel y semanas después en el mío.

El calor se reflejó en mis mejillas y el estruendo del maletero del taxi cerrándose me hizo dar un brinco. Si el señor había escuchado, lo supo esconder, no obstante, igual sentí un poco de pena.

Todavía me estaba acostumbrando a eso de él. Roberto nunca fue así de expresivo. Sin embargo, aunque me causara cierta vergüenza por haberme cohibido con mi sexualidad, me encantaba cómo esos comentarios inesperados y picantes me aceleraban el corazón.

Oí a Christian agradecerle al taxista y el señor se montó en su auto y se fue.

—¿Lista? —preguntó con una mano en mi maleta más pesada y la otra en la suya, considerablemente más pequeña.

Respiré hondo para volver a tener el control y no ingresar al aeropuerto estando alterada.

—Lo estoy.

Yo no tenía demasiada experiencia viajando; mucho menos con vuelos internacionales. Christian lo sabía y de memoria me relató todo el proceso, con consejos incluidos. Así fue cómo el peso de su equipaje estaba por debajo del límite y yo me excedí más de lo que esperaba; por no hacerle caso. Y, él no demoró en regocijarse cuando a una señora le quitaron un envase de perfume por sobrepasar los mililitros permitidos, mientras que yo no tuve problemas con una fragancia que él me regaló.

Cambió su asiento con el mío para cederme la ventana. Ya con los cinturones abrochados y con el avión empezando a moverse, sujeté yo su mano en esa ocasión. En realidad, la campaña de MG no me generó la común necesidad de enterarme. Por esas horas, seríamos los dos aislados del mundo.

Cuando llegamos a Aruba era de noche y no pude detallar demasiado desde el aire. Me percaté de que una parte de la isla contaba con más iluminación que la otra, haciéndome intuir de los espacios naturales que poseía. Sabía poco de ese lugar y Christian no me había dado la oportunidad de indagar antes de esa fecha. Vería todo por primera vez y debía admitir que en el fondo era emocionante.

—¿Quieres ir a tomar algo y dar una vuelta, o prefieres esperar a mañana? —preguntó cuando ya habíamos pasado por inmigración y teníamos nuestras maletas con nosotros.

A pesar de querer explorar ese lugar, porque por algo Christian lo había escogido para ser su base, también me sentía un poco cansada por el viaje, especialmente por el estrés mental de que todo saliera bien. Además, me daba curiosidad conocer su apartamento. Yo sabía que no era el mismo hombre de hacía cuatro años, sino que ya era fiel a él y a la sencillez con la que deseaba vivir su vida. No esperaba algo de lujo, sino acogedor y limpio.

—Creo que mejor me das el primer tour mañana. —Paseé la mirada por el cielo nocturno, las altas palmeras del otro lado de la calle y las personas que caminaban a nuestro alrededor. Parecía irreal—. Lo que quiero es... —Sonreí por mi ocurrencia antes de decirla y me enfoqué en su expresión—... darme una ducha y seducirte para que me digas secretos empresariales de MG.

Trató de suprimir una sonrisa, pero terminó formándose una cargada de picardía.

—Y con toda la ropa ligera que cargarás por el calor que hace aquí, no creo poder resistir demasiado.

Me estiré un poco y lo besé. Mi intención fue retirarme de inmediato, sin embargo, él atrapó mi rostro en sus manos y prolongó el beso unas pulsaciones más.

—Entonces mejor no lo hagas —susurré sintiendo escaso aire en los pulmones.

Permitiéndome dejarme llevar y siendo consciente del toque extra que daba ese jugueteo previo, me di la vuelta y me dirigí hacia un grupo de taxis sin esperar por él.

—Laura —me llamó cuando solo había avanzando algunos metros—. Te amo.

No era la primera vez que lo decía, pero de todas formas me hizo estremecer. Me giré con ese mismo sentimiento desbordando de mi pecho.

—Y yo a ti.

Mi presente estaba lleno de Christian y de la luz radiante que traía consigo, dejando sin espacio a las inseguridades y miedos.  

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