Capítulo 7 | Espontáneo


ESPONTÁNEO

Ser llamada a la oficina de Mariela a poco de culminar la jornada laboral no era bueno. Que justo viniera Juan a avisarme lo hizo peor. En el trayecto de mi escritorio a la oficina de Mariela, estuve atenta ante cualquier actitud extraña, como la que tuvo en el ascensor el día anterior. Sin embargo, actuó casual, con el mismo aire de molestia hacia mí, como si la escena hubiera sido producto de mi imaginación.

La puerta estaba entreabierta, así que toqué. Mariela me permitió pasar de inmediato.

—Buenas, permiso —dije.

—Cierra la puerta, por favor —respondió cerrando su portátil para enforcarse en mí—, y siéntate.

Hice lo que me indicó. Ocupé una de las sillas frente a ella y estiré mi falda antes de mirarla y esperar sus palabras.

—¿Me muestras tu anillo de compromiso? —Extendió su mano—. Muchas felicidades. No había tenido tiempo de decirlo antes.

Me permití relajarme al saber que ese sería el tema de la charla. Seguramente también hablaría sobre el artículo que haría la revista sobre la boda, el cual redactaría Beth.

Accedí a su petición. Examinó el anillo en mi mano por unos segundos y sonrió antes de soltarla.

—Divino. Tiene buen gusto.

—Muchas gracias.

—Debes estar muy emocionada. Encontrar a alguien bueno para casarse no es fácil y que sea precisamente tu primer novio lo hace más increíble. Quedará espectacular como titular.

—Sí, pienso lo mismo —contesté con una sonrisa.

No éramos amigas, pues era mi jefa y siempre habría esa línea de respeto. Sin embargo, también la admiraba y se sintió bien que tuviera el gesto de felicitarme y decirme esas palabras, a pesar de terminar enfocándose en la revista. Y sí, la noticia iba a verse bien en la portada.

Apoyó los codos de la mesa y entrelazó sus dedos para colocar el mentón sobre ellos. Me observó un momento a través de sus lentes de lectura.

—¿Qué has pensado del vestido? El señor Villarroel me comentó del gesto que quiere hacer su madre. Créeme, te arrepentirás si dejas pasar esa oportunidad. Los modelos preliminares que he visto son exquisitos.

No creí que Christian fuera a contarle a Mariela sobre eso. Y, por la intensidad en su mirada, sabía que —como insinuaba— no iba a poner negarme. MG iba a ser inversionista en la revista, por lo que había que mantenerlos contentos. Además, asegurar una exclusiva del debut de su colección de vestidos de novia iba a ser un buen logro.

—Creo que aceptaré —repliqué.

—Excelente. —Volvió a sonreír, pero esa vez sí llegando a sus ojos y mostrando los dientes—. Te verás como una diosa y será bueno para la revista.

Abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una carpeta para dármela. La ojeé y me encontré con fotos de varios vestidos de novia.

—Margarita me envió esos para que escojas uno. Puedes tomarte el fin de semana. Consúltalo con tu madre, con tus amigas, con quien quieras. El lunes me dices cuál te gusta —agregó.

Los que pude ver por encima, lucían hermosos. Como de princesa. Aunque significara aceptar un favor de la madre del hombre con el que le fui infiel a Roberto, era algo con lo que muchas soñaban y también me haría ahorrar el dinero. En verdad iba a ser tonto si decía que no. Aprovechar esa oportunidad en el fondo no tenía nada de malo, porque no implicaba nada relacionado con Christian. Su madre era quien quería hacerlo por mí, porque le gustaban mis artículos, por mi relación con Roberto y por Azucena.

—Perfecto.

—Lo que sí es que... —Dudó un momento. Sí, esa conversación era muy distinta a las de trabajo que solíamos tener—. Bueno, ¿has pensado en inscribirte en un gimnasio? No es que estés gorda, pero si vas a lucir un vestido de novia para MG...

—Entiendo —dije, forzando una sonrisa.

Sin necesidad de haber tenido la oportunidad de lucir un vestido de MG, yo ya había considerado entrar en un gimnasio. Los últimos meses me había descuidado un poco con mi peso, habiéndome metido de lleno en el trabajo. De verdad quería conservar mi puesto y recibir un aumento. Además, la competencia con Beth siempre me tenía al borde.

El resto de la charla fue breve. Me preguntó acerca de Roberto, de mis padres y de lo que planeaba para la boda, para disimular que el encuentro había sido en realidad de trabajo. La nueva inversionista estaría contenta y sería una buena historia para la revista.

Mientras conducía a casa, se me ocurrió llamar a Azucena después de la cena. Alrededor de un mes atrás ella me comentó que se había inscrito en un gimnasio no muy lejos de la oficina, que el ambiente era agradable, espacioso e iban en su mayoría mujeres.

Debido a la charla con Mariela, llegué al apartamento casi una hora después que Roberto. Dejé mis llaves y bolso en el colgador junto a la puerta. Me deshice del alargado y delgado gancho que mantenía en su lugar el moño que cargaba, así como de mis tacones. Por fin era viernes y lo único que quería era lanzarme en el sofá y ver películas con mi prometido.

Y justo así me esperaba. Él estaba en la sala, ya en su pantalón de algodón para dormir y camiseta, con las piernas descansando sobre la mesa de patas cortas. Incluso tenía un bol con palomitas de maíz en su regazo.

—Hola, amor —dijo cuando me acercaba.

—Hola, disculpa por llegar tarde. —Saqué la blusa del interior de mi falda y la desabotoné un poco para sentirme más libre. Coloqué las fotografías que me dio mi jefa en la mesa y me senté junto a él—. Tengo que contarte algo.

—¿Qué es eso que trajiste? —Se extendió para tomar las imágenes. Ojeó las primeras antes de mirarme en espera de mi explicación—. Luce costoso.

—Lo son, pero podré usar el que yo quiera gratis. Como sabes, Azucena es sobrina de la dueña de la marca y le comentó sobre la boda. Margarita García quedó conmovida con nuestra historia y nos quiere dar ese regalo.

—¿Y dejará que te quedes con el vestido? ¿Así nada más?

—Bueno... —Agarré algunas palomitas y las metí en mi boca—, me tomarán unas fotos con él, podré usarlo en la boda y luego lo regresaré.

Roberto frunció el ceño y volvió a poner las fotografías en la mesa.

—¿No piensas conservar el vestido del que será uno de los días más importantes de nuestras vidas?

Que lo dijera de esa manera sí hizo que me sintiera culpable. ¿En serio era extraño no querer gastar una considerable cantidad de dinero en una prenda que solo me pondría una vez?

—Yo puedo comprarte un vestido. No necesitamos caridad —añadió.

—Mi jefa insistió.

—¿Ya aceptaste entonces? ¿Sin consultarme?

La ilusión que me hice camino a casa sobre el vestido se derrumbó. Era cierto. Habíamos quedado en decidir los detalles de la boda entre los dos y yo fallé en hacerlo. Pero todo había ocurrido tan rápido.

—Ella va a ser la nueva inversionista de la revista y sabes cómo es mi jefa. Si le da ese gusto a la señora García, los dueños de la revista seguro se pondrán contentos. Tal vez me tomen en cuenta para un aumento.

Roberto soltó un suspiro. Sabía que yo tenía razón. De todas formas, su expresión seguía seria.

El apartamento olía a que él ya había hecho la cena. Yo me había estado comportando algo extraña —con mucha razón, pero él no podía saberlo— y Roberto continuaba dándolo todo por nosotros. Acababa de volver a ceder ante mis decisiones con tal de hacerme feliz. Quise recompensárselo.

—Oye —susurré.

Cuando sus ojos volvieron a posarse en mí, comencé a desabotonar el resto de mi blusa para dejar a la vista mi sostén blanco. Su mirada fue de inmediato a mi pecho, pero no se movió.

Me incliné ligeramente para que tuviera una visión más tentadora de mí y guie una de sus manos a mi busto. Quitó los pies de la mesa y puso el bol allí con su mano libre. Giró su cuerpo hacia mí, expectante.

Puse su otra mano en mi cintura y uní nuestras bocas. Me aferré a la camiseta de su equipo favorito de fútbol y lo invité a profundizar el beso. Mi lengua acarició sus labios y buscó la suya.

Eso fue suficiente para terminar de avivar el deseo en él. Hizo presión en ambos lados de mis caderas y haló con suavidad de mí. Sabía lo que pedía, así que me senté sobre su regazo. Tomé el borde de su camiseta para deshacerme de ella, dejando su pecho al descubierto. Roberto, por su lado, deslizó la blusa por mis brazos para lanzarla lejos. Luego, tiró de la falda hacia arriba para exponer la otra prenda de mi ropa interior.

Junté nuestras frentes; mis ojos fijos en los suyos. Puse mis manos cerca de sus clavículas y empecé a balancearme sobre él. Sus manos apretaban mis muslos.

Nunca lo habíamos hecho en el sofá. Me hizo sentir bien haber tomado esa iniciativa y que lo estuviera disfrutando. Era bueno variar para mantener la relación emocionante. No sabía en qué momento dejamos de preocuparnos por eso. No deseaba monotonía por el resto de mi vida y me esforzaría por remediarlo. Nos lo merecíamos.

—¿Te imaginas lo bien que me veré usando un vestido de novia de Margarita García? —murmuré.

—Solo puedo pensar en cómo te verás cuando te lo quites —replicó con poco aire en sus pulmones.

Sonreí y me incliné para mordisquear el lóbulo de su oreja. Sofocó un gemido. Yo sabía lo mucho que eso le gustaba.

—Y será mejor de lo que piensas, porque voy a inscribirme en el gimnasio. Todo esto va a estar más firme para ti.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

Llevé de nuevo mis labios a los suyos. Ya podía sentir lo listo que estaba para mí. Tanto que debía dolerle.

Sin romper el beso y sin dejar de moverme, tiré de su pantalón para exponer su miembro caliente al tacto. Con una de mis manos sosteniéndolo y con la otra haciendo a un lado la parte inferior de mi ropa interior para retirar el último obstáculo, lo posicioné en mi entrada. Bajé sobre él poco a poco, separando unos centímetros nuestros rostros para ver su expresión.

Liberé un gemido cuando terminó de ingresar. En esa ocasión fue él quien continuó con el beso y yo seguí moviéndome. Sus manos recorrían mi espalda, mientras las mías acunaban su rostro.

La conversación que tuve con Azucena hizo que me diera cuenta de que no tenía por qué permitir que Christian me desbalanceara de esa manera. No iba a dañar mi relación Roberto solo por su repentina presencia. Como ella había dicho: lo nuestro había sido puro sexo, sin sentimientos incluidos. De hecho, esperaba que se hubiera reencontrado con su ex, aprovechando de que estaba en la ciudad.

Lo que tenía con Roberto era diferente. Roberto llevaba años estando y se había quedado conmigo en todas mis facetas. Valía la pena seguir intentándolo.

Con una fuerza que no solía usar a menudo, Roberto me sostuvo contra él, manteniéndose sumergido en mi interior, y nos levantó un poco del mueble para poder cambiar de posición. Me colocó bocarriba y salió de mí para quitarme las prendas inferiores, incluyendo la falda. También aprovechó de deshacerse de su pantalón y yo hice lo mismo con mi sostén.

—Así sin gimnasio estás perfecta —dijo antes de volver a estar sobre mí.

—Gracias, pero...

Me interrumpió volviendo a adentrarse en mí de forma repentina. Solté una exclamación de sorpresa, sin embargo, lo rodeé con mis piernas. Él escondió su rostro en la curvatura de mi cuello y lo abracé.

—No entiendo por qué no habíamos hecho esto antes —gimió.

Podía sentir los frenéticos latidos de su corazón y su respiración pesada. Y yo no me quedaba atrás. Debía admitir que estar haciendo el amor en la sala me encendía incluso más. Con Christian nunca importó el sitio, mientras que con Roberto todo era de manera más convencional. Quizás esas dosis de espontaneidad y locura era lo que nos hacía falta.

Volvió a alzar la parte superior de su cuerpo para observarme. Mis paredes lo apretaban, haciéndose más notorio su tamaño con cada movimiento que realizaba. Puse una mano en la zona baja de su espalda y la otra la llevé a mi punto más sensible para estimularlo.

Así era como debía ser. Estar de esa manera con él, disfrutando del otro y siendo felices. No había peleas, ni inseguridades; solo un secreto que jamás podría revelarle. Era posible vivir así. Cuando Christian se fuera de la ciudad, lo volvería a sacar de mi cabeza y todo regresaría la normalidad. La culpa desaparecería.

Con ese pensamiento tuve mi orgasmo. Lo que se acumuló fue liberado en los pequeños espasmos de mi cuerpo y los gemidos que no pude contener. Ante eso, Roberto se adhirió a mí otra vez y aumentó las velocidades de sus embestidas. A los segundos, acabó dentro de mí.

Permaneció quieto unos instantes, disfrutando de las sensaciones. Le acaricié la espalda y también me permití concentrarme únicamente en ese instante. En nuestras pulsaciones que se regularizaban. En el calor de nuestros cuerpos. En nuestra transpiración.

—Te amo —dijo.

—Y yo a ti.

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