Capítulo 6 | Vestido


VESTIDO

Conduje a casa de mis padres todavía un poco nerviosa con el actuar de Juan. Christian era suficiente y no necesitaba a ese imbécil queriéndose propasar conmigo. Ya en el auto, me molesté conmigo misma por no haber hecho algo, como golpearlo, o gritarle que se alejara. Afrontar, eso era lo que yo hacía. Si no le ponía un alto desde el inicio, las cosas podían escalar sin control.

Me estacioné y respiré hondo. Quizás estaba exagerando y lo único que Juan quiso fue asustarme y arruinarme la tarde. Me esforcé por creerlo, porque necesité que fuera así. Mi atención debía estar puesta en la boda y en resolver mi indecisión. Dejé ese asunto en segundo plano y escogí esperar a cómo se comportaría la siguiente semana.

Tampoco era necesario comentarlo con Roberto todavía. Sería causarle un disgusto sin razón. En la universidad se peleó con un chico por propasarse conmigo, así que no iba a propiciar otro evento de ese tipo sin estar segura de las intenciones del sobrino de mi jefa.

—Modo boda, Laura. Modo boda —susurré para mí.

Retiré las manos del volante y apagué el vehículo para ir a tocar el timbre de la angosta casa frente a mí.

Mis padres vivían en una zona residencial a un costado de la ciudad. Eran hileras de casas de ladrillos pegadas unas con otras; con las mismas fachadas de diminuto jardín y escalera de hierro. La construcción era de dos plantas y solo contaba con cuatro ventanas en la parte frontal. Era la casa donde crecí, pero años atrás dejó de verse grande.

Mi madre abrió la puerta, pero Lulú, su poddle negro, fue quien vino corriendo para recibirme. Brincó a mi alrededor, desesperada por ser acariciada. Me agaché para complacerla un poco, antes de abrazar a mi madre e ingresar a su casa.

Ella tenía un gusto por las flores y el vinotinto. Después de que me mudé, convenció a mi padre de remodelar su hogar, para que ese tono de rojo y el color crema fueran los dominantes. También había muchas alfombras y cuadros; la mayoría pintados por ella. Cuando crecí, dedicó su tiempo extra a volverse más obsesiva con la limpieza y a pintar paisajes o animales en mi antigua habitación. Por otro lado, papá estaba en un club de juegos de mesa con varios amigos, cuyos hijos también ya habían dejado el nido. Su juego favorito era el dominó y adoraba poder jugarlo con Roberto, ya que yo nunca fui buena.

—¿Estás bien, hija? Luces un poco preocupada —dijo mamá todavía con el brazo a mi alrededor y llevándome a la sala.

Allí, viejas versiones de mí me observaron desde las fotografías amontonadas en un amplio estante. En ese mueble estaba resumida mi vida y la de mis padres. Por supuesto, Roberto en buena parte de ellas. No me perturbaron hasta ese momento, en el que también detallé que había un espacio libre.

—Cosas del trabajo. —Dejé mi cartera en el sillón y me senté junto a ella—. ¿Movieron las fotos?

—Sí, hice espacio para las fotos de tu boda —contestó. Sonrió y apretó mi mano irradiando emoción—. Qué gran bendición, hija. Por fin te casarás y con un buen hombre.

—Pero si llega a portarse mal contigo, recuerda que todavía puedes llamarme para que le de una paliza. —La voz de mi papá provino de la cocina, cuya entrada era un umbral al fondo de la sala. Segundos después, se asomó y vino a nosotras cargando una bandeja con galletas. Él era el repostero, no mamá—. Y le dije a tu madre que era mejor comprar un estante nuevo. No sé cómo hará cuando nos den nietos.

Solté una risita nerviosa y acepté la galleta con chispas de chocolate que me ofreció. Plantó un beso en la cima de mi cabeza y se fue a sentar al lado de mi madre.

—No se emocionen que no habrá nietos aún.

—Tranquila. Sabemos que es cuestión de ustedes, aunque no creo que Roberto quiera esperar tanto —comentó ella—. De todas formas, decidan lo que decidan, ojalá no tengan dificultades.

A ellos les costó tenerme y era probable que ocurriera lo mismo conmigo. Tuvieron éxito casi cinco años después de casarse y una vez mi abuela me contó que antes de mí, atravesaron una mala racha y casi se separan.

Mi padre tomó la mano de mi madre entre las suyas y ella giró para mirarlo. Los ojos de ambos estaban llenos de amor y me pregunté si Roberto y yo nos veíamos así estando juntos. Y si lo seguiríamos haciendo treinta años después. También me cuestioné si éramos tan fuertes como para resistir crisis cuando las discusiones eran inexistentes.

Comí más galletas y escuchamos a mi madre hablar sobre centros de mesa y vestidos. Pensó en, por supuesto, telas vinotinto combinadas con adornos color champaña. Yo indiqué que prefería el azul rey con decoración plateada —sabiendo que Azucena seguro me apoyaría—, ya que era el color favorito de Roberto y mío. Ella dijo que le parecía bien, pero no le dio mucha importancia. Respecto a los vestidos, me gustaron solo dos de falda acampanada y varias capas de tul, pero los descarté al suponer el precio.

Las dos horas que estuve con ellos giraron en torno a mí y a la boda. A mi mamá no le interesó mucho ver mi anillo, así que debí acertar al creer que ayudó a Roberto a escogerlo.

***

Ya al mediodía del viernes deseaba que el día terminara para poder estar todo el fin de semana en casa, en mi burbuja, fingiendo que todo mantenía su normalidad. Roberto no tocaba el tema de la boda a menos que yo lo hiciera, así que el ambiente no era como en la oficina, donde la mayoría estaba interesado en conocer detalles de la boda. Mi prometido debía intuir que todavía no me acostumbraba a la idea, al igual que no tenía cabeza para eso a causa de mis responsabilidades laborales. Lo respetaba y eso me hacía merecerlo menos.

Ya cuando Christian estuviera fuera del radar, me aseguraría de comportarme como una novia normal. Sabía que la presencia de ese error del pasado afectaba mis pensamientos. La culpa no me dejaba disfrutar de esa etapa de mi vida. Tampoco me permitía asincerarme con Roberto. La noche anterior consulté algunas páginas sobre avivar la chispa en relaciones que llevaban años y encontré varias cosas que lucían útiles y me animaría a compartir con él. Tenía que hacer un esfuerzo para que lo nuestro funcionara. No podía ser un fracaso.

—Casi no has probado tu ensalada —comentó Azucena observándome desde el otro lado de la mesa—. Ni hablado.

Como para restarle importancia a mis disputas mentales, hundí el tenedor en el mar verde y llevé lo atrapado a mi boca. Después le sonreí, ignorando por completo a su primo sentado junto a ella.

—Lo siento. El asunto del vestido me tiene pensando todavía. Mi mamá insiste en que vale la pena gastar el dinero, pero no creo que sea buen idea si va a ser algo que solo me pondré una vez en la vida.

Ese dinero podía usarse para la fiesta, para aplicar para la compra del apartamento, o para cualquier otra cosa más importante que lucir como una princesa.

La mirada de Azucena se iluminó y volvió a aparecer esa sonrisa de villana con planes de dominación mundial, la misma que me dio esa mañana al saludarme y me hizo creer que estaba bajo los efectos de algún estupefaciente. Codeó a su primo en las costillas, quien soltó un leve gruñido por tener la boca llena de pasta.

—Vamos, Chris, dile.

Dejé el tenedor descansando sobre el plato y me apoyé del respaldar de mi silla antes de depositar mi atención en él. El castaño también había hecho un buen trabajo fingiendo que no comía con nosotras al tener la vista puesta en su teléfono la mayoría del tiempo y con uno de sus audífonos incrustado en el oído. Azucena solo me dijo que la noche anterior había llegado igual de distante y que suponía que su salida misteriosa no salió como esperaba. Tal vez alguna extraña en un bar lo rechazó.

Christian bloqueó su celular y también posó su intensa mirada en mí. Mis músculos se tensaron y el haber recordado nuestros momentos de intimidad mientras hacía el amor con Roberto retumbó en mi cabeza. Ese efecto en mí no era correcto, ni sano. Mi versión ingenua de tres años atrás seguía anhelándolo.

—Azucena le contó a mi madre sobre el problema que estás teniendo seleccionando tu vestido de novia y le preguntó si podía recomendar algún lugar que tuviera modelos como los que quieres, pero a bajo costo. Entonces...

—No era necesario —lo interrumpí para dirigirme a mi amiga. Sea como sea, me enteré que su tía sería la nueva inversionista de la revista y no estaba bien molestarla con temas así—. Qué pena.

Christian frunció el ceño por haber frenado su explicación y se profundizó al escuchar mis palabras.

—Es mi tía, Lau, y ella preguntó cómo estaba la amiga de la que siempre hablo. Se emocionó con que fueras a casarte con tu primer novio. No es algo tan común ahora.

Asentí y vacié más jugo en mi vaso de vidrio. Primer novio, quien supuestamente era el único con que el que había estado. Pude notar un brillo de diversión mezclado con complicidad en la mirada de Christian, como si también hubiera tenido el mismo pensamiento que yo.

—Está bien. Escucho —murmuré.

—Entonces, mi mamá dijo que era una coincidencia que justamente a finales de año piensan lanzar su línea de vestidos de novia, en la que mi hermana ha trabajado mucho. Esta mañana llamó de nuevo y me pidió el favor de preguntarte si estarías dispuesta a lucir uno de los vestidos de esa colección, sin costo alguno y devolviéndolo después.

La última parte de lo que contaba salió entredientes.

Tuve que repetir sus palabras en mi cabeza para asimilarlas. No podía creer que la dueña de MG me estuviera considerando para usar uno de sus vestidos. Yo tenía varias de sus prendas en mi armario, pero nada tan costoso como lo sería uno de los primeros vestidos de novia que sacaría.

En ese instante me imaginé usando uno de los vestidos que me gustó la noche anterior, solo que con Margarita García siendo quien lo diseñó y confeccionó. Incluso me vi en una fiesta, rodeada por mis seres cercanos.

—Puedes pensarlo y avisarle más tarde a Azucena si lo prefieres —agregó Christian, regresando mi mente a lo tangible—. Seguro quieres consultarlo con tu... prometido.

Esa palabra sonó extraña en su boca. Seca. Volví a poner los pies sobre la tierra y recordé quién era él y por qué sería inmoral lucir un vestido de novia hecho por su madre.

—Sí —me forcé a decir. Redirigí de nuevo toda mi atención de Azucena—. Voy a hablarlo con Roberto primero y te aviso al final de la tarde, ¿está bien?

—Bueno. —Mi amiga encogió los hombros, ya no tan animada como antes.

Me sentí mal porque lo único que quiso fue encontrarle solución a mi problema. Estuve por decir algo más, pero Christian se levantó abruptamente.

—Voy de salida. A las 3 vengo a darle una vuelta a las modelos —indicó acomodando las cosas en su bandeja para llevársela—. Te las encargo.

Después se apartó sin esperar la respuesta de Azucena. Ella suspiró y le dio un largo trago a su jugo.

—El Chris del primer día era más genial.

—Es guapo, tal vez ya tiene un romance por ahí —solté sin pensarlo. Mis ojos se agrandaron al notarlo, pero lo complementé con una risita para volverlo casual.

Por supuesto que no funcionó, mi amiga me miró por un momento como si ya estuviera perdiendo la cordura debido a la boda.

—Siempre y cuando no sea su ex, todo bien —contestó, colocando los cubiertos en su plato vacío—. Mi tía dijo algo de que justamente la tal Ximena Delgado estaba atendiendo un caso en la ciudad.

Esa información terminó de quitarme el apetito. Yo conocía ese nombre porque una vez lo vi en el identificador de llamadas del celular de Christian. Era la exnovia que quiso olvidar estando conmigo. No sabía mucho de su historia, solo que estuvieron muchos años juntos y ella lo dejó porque no apoyaba el estilo de vida que deseaba para sí, lejos de la profesión que ambos estudiaron. No conocía más detalles y él siempre esquivó mis preguntas calentándome.

—¿Por qué? ¿Tan mala fue con él?

—No la conocí, pero, según el chisme que me contó mi mamá a medias, lo dejó cuando anunció que no ejercería derecho, ni formaría parte de la compañía familiar. Al parecer lo que quería era viajar y tener un blog turístico. No sé si lo habrá hecho. Admito que no lo sigo en ninguna red social.

Repetía que su aspiración era ser libre, sin tener que cumplir con horarios laborales, ni estar anclado a uno solo lugar. Sin embargo, no esperé que se refiriera a cambiar el ser abogado por esa actividad para generar dinero poco convencional. Tal vez por eso hablaba tan apasionado sobre tantos lugares interesantes, alimentando mi fascinación por él.

—¿Y sufrió mucho cuando su ex lo dejó? —cuestioné.

—Supongo que la amaba. Creo que hasta se iban a casar. Sé que después de eso, salió por unos meses con una chica universitaria, pero mi prima contó que fue puro sexo y luego no supo más al respecto.

No había sido tan discreto sobre lo nuestro y que fuera ocho años mayor que yo seguro hizo del tema más picante. Pero no, no había sido puro sexo. También conversábamos, escuchábamos música y comíamos durante las pausas.

—Qué bien informada estás a pesar de no ser cercanos —dije, haciendo un esfuerzo por continuar distrayéndome con ella y no permitir que mi mente se transportara a sensaciones que no debía etiquetar como memorables.

—Qué te puedo decir. Mi mamá es del tipo de persona que está pendiente de todos y llama de vez en cuando a los parientes que más aprecia. Así se entera de los cuentos y los comparte conmigo.

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