Capítulo 4 | Tensión
TENSIÓN
Tan pronto como me quité los tacones en nuestra habitación, los brazos de Roberto me rodearon desde atrás. Me apretó contra él y hundió la nariz en mi cabello ya suelto.
Podía ver el reflejo de ambos en el espejo junto al armario. La imagen era de la pareja perfecta, pero por alguna razón se sintió como si se tratara de otras personas. Al llegar a casa, el torbellino de emociones que significó la propuesta de matrimonio se resumió a la fría duda de si había aceptado por las razones correctas, o si solo porque era lo que se esperaba de mí.
Su mano encontró el cierre en mi espalda. Lo deslizó hacia abajo con lentitud, haciéndome temblar ante los minúsculos movimientos. Hizo mi cabello a un lado y plantó un beso en mi nuca, propiciando otro estremecimiento.
Me di la vuelta. Miré sus ojos verdes, comprobando el hambre de mí en ellos, y extendí ligeramente mis brazos para permitirle deslizar la tela fuera de mis hombros, de mis extremidades y de mi pecho. Quedé con el sostén de encaje y transparencias expuesto.
—Ese es nuevo —murmuró. Separó un poco sus labios y contempló la pieza de lencería sobre mi busto pequeño.
—Así es —sonreí.
Desabotoné su camisa con paciencia, usando la expectativa para mejorar su experiencia. Después, le quité la correa y lo besé a la vez que jugaba con el botón de su pantalón.
Instantes después, me sujetó de la cintura y me desplacé según su voluntad hacia la cama. Me depositó sobre ésta y se mantuvo unos instantes observándome desde el borde de la cama.
—Soy el hombre más afortunado, ¿sabes?
—Y yo la mujer más afortunada —respondí apoyándome de los codos para poder devolverle la mirada.
El cansancio y el repertorio de pensamientos que me atacó ese día, así como la energía que me arrebató la angustia del encuentro con Christian, se tradujeron en no estar de mucho ánimo para el sexo. No obstante, hacía poco me había propuesto matrimonio y ya lo había reprogramado dos veces. Esa noche no acababa todavía y merecía que terminara siendo especial. Y eso incluía ese momento de intimidad.
Bajó sus pantalones para quedar solo en bóxers. Haló de mi falda para terminar de quitarme el vestido también y lo ayudé en el proceso. Ya completamente en ropa interior los dos, se puso sobre mí y unió nuestras bocas de nuevo.
Le respondía tratando de imitar su intensidad. Nuestras lenguas rozaban y nos dábamos suaves mordiscos. También le acariciaba la espalda a la vez que él delineaba mis costillas.
Ya podía sentir su anatomía preparada para adentrarse en mi interior. Bajó un poco más su mano para trazar círculos en mi cadera y preparar más su entrada. Desvió su atención a mi cuello, depositando besos húmeros, y aproveché de envolver sus cabellos en mis dedos para que no se detuviera. Apreté mis labios, suprimiendo mis quejidos.
—Estoy loco por ti —murmuró cerca de mi piel, su aliento caliente provocando que los músculos de mi abdomen se tensaran más—. Tanto que sería capaz de embarazarte ahora mismo.
Sus palabras acabaron por arruinar mis ánimos de tener relaciones con él. Yo había renovado la inyección anticonceptiva hacía un par de meses y no estaba en mis planes procrear tan pronto. No dentro de los próximos cinco años, por lo menos. Que ya estuviera pensando en hijos y que lo mencionara, fue un balde de agua fría sobre mí.
Guardé silencio y él siguió con lo suyo. No notó lo incómodo que volvió la situación para mí.
La mano con la que no se apoyaba descendió más, hasta el inicio de mis pantys. Supe que a continuación, como siempre hacía, sacaría el rostro de la curvatura de mi cuello para colocarlo de nuevo frente al mío y así ver mi expresión mientras seguía avanzando hacia la zona que creía solo había sido de él.
Sus dedos se aventuraron por mi apertura. La acarició, pero no estaba presente la humedad que en ese punto ya debía estar. Los introdujo un poco, buscando corregir la situación. En paralelo, me escaneaba con la mirada, verificando las reacciones de lo que hacía en mí.
Hice un esfuerzo por relajarme y no pensar en el futuro. No en bebés. No en el estrés que sería organizar una boda. No en la infidelidad que cometí años atrás. Pero no funcionó. No podía hacer a un lado los pensamientos y eso afectó el funcionamiento de mi cuerpo.
La confusión se asomó por su rostro, ya notando que había algo mal, pero sin detectar si era a causa de él, o de mí. Sin embargo, no se detuvo. Insistió en arreglarlo; también deseando acabar la noche de esa manera. Mi centro comenzó a molestar debido a la fricción, por lo que enrosqué la mano en su brazo para que parara.
—Más despacio. Intenta humedeciendo con saliva —sugerí.
Asintió, pero sabía que su ego masculino estaba a poco de verse afectado.
Hizo lo que le pedí, mas optó por continuar realizando la acción con su miembro. Se quitó el bóxer y la dureza húmeda se sintió mejor siendo frotada contra mí. Hizo a un lado mi ropa interior, y busqué relajarme cerrando los ojos y permitiendo que mis caderas se mecieran a su voluntad. Los suspiros se escaparon de mi boca y empecé a disfrutarlo.
No abrí los ojos. Masajeaba mis senos y mi abdomen se contraía cada vez más, conforme iba haciendo un poco de presión adicional. Sin necesidad de separar los párpados, podía visualizar perfectamente los mechones negros adheridos a su cara por el sudor y sus ojos marrones llenos de fuego.
—Mírame —suplicó en tono ronco.
Y obedecí, pero la imagen frente a mí fue ajena al lugar al que divagó mi mente. Caí en cuenta de que había estado pensando en Christian y no en mi prometido. Quedé paralizada, intentando procesar lo inapropiado de la escena.
Las palabras no salieron a tiempo de mi boca. Antes de que pudiera decir algo, se fue introduciendo dentro de mí. Pese a haber estado lista momentos antes, su acceso se tornó dificultoso. No al punto de dolerme, pero sí de tener que presionar los labios para no quejarme.
—¿Estás bien? —preguntó deslizando el pulgar por mi mejilla.
Asentí, sin ser capaz de articular palabra.
Me creí capaz de dejar que el acto avanzara. Su longitud terminó de entrar en mí y se recostó sobre mi cuerpo, refugiando el rostro en mi hombro. Lo rodeé con mis brazos, con mi mirada puesta en el techo de la habitación y esperando que eso acabara. Quería complacerlo. Hacerlo feliz. Cumplir mi papel. Pero no se sentía bien y unas lágrimas silenciosas se escaparon de mis ojos.
Seguí recibiéndolo, todavía con el pánico de formalizar la relación bajo mi piel. Aún con la imagen de Christian en mi cabeza. Sus respiraciones pesadas cerca de mi oído solo me hicieron sentir más abrumada.
Salió de mí y sabía cuál sería la siguiente posición.
Monotonía. Eso éramos. Ese debía ser el problema.
Me sacó la ropa interior sin que yo tuviera que hacer algún esfuerzo y unió mis piernas para colocarlas hacia un lado. Pretendió volver a sumergirse en mi calidez, pero por más presión que ejerció, no pudo cumplir con tu cometido. Separé las piernas para ver si hacía alguna diferencia, sin embargo, fue peor. En su intento por continuar con la penetración me lastimó al punto de hacerme soltar un lloriqueo.
Roberto se retiró de inmediato. Se sentó al borde de la cama y me miró con preocupación.
—Amor, no estás bien.
Sequé las lágrimas y también me senté. Tomó mis manos en las suyas, pero no pude apartar la mirada del acolchado.
—¿Qué ocurre? —agregó.
No podía decírselo. Lo lastimaría.
—¿Es porque mencioné lo de tener hijos? Fue cosa del momento, sé que no está en los planes todavía. No pensé que te sentara tan mal —continuó.
Negué. Eso solo era una parte de la verdad, y ni siquiera la de mayor peso. Optó por acunar mi rostro en sus manos y me hizo observarlo. Dulzura era lo que irradiaba; no reproche.
—Laura, ya hemos hablado de esto. No te calles las cosas.
Respiré hondo. Eso sí debía guardarlo.
—Fue un día largo en la oficina y pensar en la boda y en los preparativos me dio algo de ansiedad. Lo siento.
—No hagas eso. No te disculpes.
Depositó un ligero beso en mis labios, recordándome por qué era el mejor y yo la peor por haberle hecho lo que le hice.
—Iré un momento al baño y volveré para que podamos hablar de lo que sea, abrazados, hasta quedarnos dormidos.
Lo vi dirigirse al baño, brindándome una buena visual de su trasero. Su cuerpo era atractivo y su personalidad lo convertía en el paquete perfecto. Yo solo podía esforzarme por estar a su altura.
Me cubrí con una bata de seda para dormir. Fui por un vaso de agua y acomodé la cama para acurrarme mientras volvía. Contemplé de nuevo mi anillo, consciente de que debía terminar de digerir la idea de que esa boda sucedería. Ya casi podía escuchar las opiniones contrastantes de mi madre y Azucena sobre la decoración y la comida que se serviría.
Unos minutos después, los brazos de Roberto me cubrieron. Giré para abrazarlo y apoyar la cabeza de su pecho. Acarició mi espalda y esperó paciente a que yo iniciara cualquier tipo de conversación. No obstante, pese a necesitarlo, no tuve ganas de hacerlo. Quizá hubiera sido bueno que él lo hiciera; para distraerme y trazar un camino lejos de mis miedos. Pero Roberto no me sacaba fuera de mi zona de comodidad y de los deseos que reflejaba. Seguro creyó que eso era suficiente.
Nos mantuvimos en silencio. Yo misma, ayudada con el cansancio, fui cediendo ante la tranquilidad del sueño.
***
—Luces horrible.
Lo último que necesitaba esa mañana era un comentario malintencionado de Beth. Recién me había quitado mis lentes de sol para sentarme a trabajar, cuando mi rival dentro de la revista se asomó para decirme los buenos días, aunque sabía que solo quería averiguar qué tal me había ido entrevistando a Christian. No le cedía el trabajo, porque no afectaría mi carrera por él. Yo era una profesional y sabía separar las cosas.
—Fue una larga noche —respondí, esperando que lo tomara como quisiera, y concentrándome en la pantalla de mi computador, rogando que se marchara.
Y no era mentira. Solo había podido dormir unas pocas horas. Un par de horas antes de que sonara mi despertador, fui al baño y no pude volver a conciliar el sueño. Normalmente hubiera adelantado algo de trabajo, pero no tuve intenciones de lidiar con Christian y lo interesante que estuvo la entrevista, mucho menos cuando su rostro apareció en mi mente a punto de hacer el amor con Roberto. Por lo que recibí los primeros rayos del sol entretenida con un juego que supuestamente ayudaba a combatir la ansiedad.
—¿Y ese anillo? No lo había visto. ¿Acaso... te casarás?
Mis manos dejaron de teclear. De reojo vi el símbolo de mi compromiso. La noche anterior se sentía como un sueño y una pesadilla al mismo tiempo. Y no, no debía sentirse así.
—Eh... sí.
Soltó un chillido de emoción que jamás creí escucharía de ella. Con su aspecto refinado y callado —más nariz estirada de lo que yo era— no me la imaginé haciendo ese ruidito chillón en la oficina. Se abalanzó sobre mí y me abrazó, como si fuéramos las mejores amigas. No pude moverme ni para devolverle el abrazo.
—¡Muchas felicidades! —exclamó todavía sin soltarme—. Dime, por favor, que podré escribir sobre tu boda.
—Bueno... en realidad...
—¡Gracias!
Me dejó ir y se fue sin más.
Fue inesperado que ella fuera la primera persona a la que le contara. Mi madre solo me envió un mensaje en la noche para confirmar si acepté y hacerme prometer que le regalaría la mitad de mi hora de almuerzo para charlar. A Azucena quise decírselo en persona y aún no me topaba con ella.
No fue una sorpresa que Beth quisiera dedicarle un artículo a mi boda. La revista solía cederle un espacio a sus trabajadores para que se compartieran eventos significativos de sus vidas. A la audiencia le gustaba leer sobre los que hacían posible la revista, especialmente si había drama, y ostentosidad. Además, al final del semestre, se votaba para decidir el mejor artículo y premiar a ese redactor por buen compañero. La vez anterior ganó Juan y le dieron un viaje por tres días, con todo pagado, a una isla del Caribe.
Revisé la hora y retomé el darle cuerpo a la entrevista. Todavía tenía una hora para que Christian llegara y recibirlo en planta baja.
Lo que garabateé fue cobrando coherencia y mejor fluidez frente a mí. Cambié la secuencia de las preguntas un poco para que la lectura se sintiera más homogénea. Fui señalando en mi libreta lo que ya había colocado, y descartando lo inútil.
Fue inevitable no sentir admiración hacia sus padres. Que su padre trabajar todas las horas extras posibles para que su madre pudiera dedicarse a la costura, al hogar y a los niños, no debió ser sencillo. Pocas horas y mucho trabajo. Los frutos del esfuerzo no llegaron rápido, pero cuando lo hicieron, pudieron abrir la primera tienda cerca del centro. Todavía tenía la fotografía que se tomaron ese día, la cual le facilitó para incluirla en el artículo. Sin dudas era una historia cargada de perseverancia, esperanza y amor. En medio de un mundo que se creía tan frívolo, disfrutaba relatando la historia detrás de ese éxito, para recordar que los que estaban en la cima no comenzaron allí, sino que suele haber una incansable lucha detrás.
Por eso redactar y contribuir con esa sección de la revista me llenaba tanto. Era gratificante revelar lo que había detrás del glamour.
Me detuve cuando mi organismo indicó que era hora de la tercera taza de café de la mañana. Todavía tenía algo de tiempo para agarrar un breve descanso y beberlo con calma, así que guardé el archivo y me dirigí a la reducida habitación donde estaba la cafetera.
Era un área común. Había dos mesas con sillas demasiado pegadas entre sí y el resto del espacio era ocupado por un reducido mueble empotrado, con la cafetera, un fregadero, y una nevera mediana. Se compartía con todos los de la planta, por lo que siempre intentaba estar atenta sobre qué hora sería la mejor para ir.
El café se había acabado, así que puse a hacer más mientras iba vertiendo el sobre de crema y azúcar en mi taza. Oí a una persona entrar a la habitación, pero no giré, suponiendo que era cualquier compañero de trabajo que también buscaba la manera perfecta para sobrellevar la jornada. Su presencia cobró importancia cuando pasó detrás de mí tan cerca que rozó mi espalda.
Me apoyé del mesón, quedándome quieta por un momento y diciéndome que debió ser producto de mi imaginación. No obstante, se paró a mi lado y se estiró de forma descarada para agarrar una de las tazas diagonal a mí. Su costado tocó mi brazo y su imagen abarcó mi campo visual por unos segundos. Por el olor, su cabello y ropa supe de inmediato que era Christian.
—¿Qué haces? —pregunté en un hilo de voz, aterrada por que sí supiera quién era y estuviera dispuesto a traer al presente la cercana relación que tuvimos. Cada vez me sentía menos capaz de lidiar con él. Estaba empeorando mis niveles de ansiedad.
—Me sirvo café —respondió restándole importancia a cómo invadió mi espacio personal. Para respaldar sus palabras, agarró la jarra de la cafetera y llenó su taza—. ¿Te sirvo?
Solo me quedé mirándolo, intentando ver a través de sus movimientos confiados y ojos astutos. Él siempre me fascinó y a la vez me asustó un poco el ser su presa. No me hacía sentir poderosa, sino vulnerable. No me gustaba. Era peligroso.
Aunque no acepté, de todas formas, puso café en mi taza. Mis ojos seguían en él, aprovechando que estaba enfocado en esa acción. Sin embargo, me obligué a dejar de parecer una acosadora y di un paso hacia un lado, poniendo una distancia más prudente entre ambos.
—Llegaste media hora antes —comenté, ideando alguna manera de escabullirme.
—Sí, ya estaba aburrido en el apartamento de Azucena. —Regresó la jarra a su lugar y giró para apoyar la espalda baja del borde de la superficie. Probó su café y me observó durante ello—. Se te va a enfriar.
Por reflejo, agarré mi taza. Ya tenía lo que quería, así que solo faltaba una excusa para marcharme y pautar encontrarnos en un rato en el recibidor.
—Voy a descargar el borrador de lo que llevo para que en un rato puedas leerlo —dije dando los primeros pasos en dirección de la puerta que se mantenía abierta—. Puedes esperarme en planta baja si quieres, o... aquí. La sala de reuniones todavía no está en condiciones.
—Oh, Laura. Qué bueno que te encontró. —Volteé de golpe, con los nervios a flor de piel, y me topé con Beth bloqueándome la salida—. Encontré al señor Villaroel muy solo en recepción y me dijo que le contaron que la sala de reuniones estaba en remodelación. ¿A ti también te informaron lo mismo?
Le di un sorbo a mi café antes de replicar. El sabor y la calidez colaboró en la recuperación de mi serenidad.
—Sí, pero no recuerdo quién —mentí.
—Pues, no es cierto. Claro que está disponible —contestó.
Forcé una sonrisa, sin atreverme a ojear a Christian. Sentí vergüenza profesional por haber privado a mi entrevistado de condiciones óptimas, e inquietud por lo que pudiera estar pensando.
—Iré a hacer lo que le comenté y me encuentro con usted en la sala de reuniones —informé todavía sin girar. Mantuve el formalismo por la presencia de Beth.
La rubia asintió satisfecha y se hizo a un lado para dejarme pasar. Terminó de ingresar a la habitación y se quedó cuando me retiré.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top