Capítulo 35 | Despedida
DESPEDIDA
Llevaba varios días sin salir del departamento. Tenía la comida que necesitaba y hablaba con mis padres por videollamada, pero no tenía ánimos de recibir a nadie. Estar en pijama y ver películas y series era lo que ocupaba mi rutina. Esas paredes eran mi lugar seguro y no planeaba apartarme de ellas todavía, mucho menos en la fecha de la no-boda. Juan continuaba en la calle, habiendo pagado su fianza, y lo estaría hasta el juicio. Ximena pudo conseguir una orden de alejamiento, gracias a los correos que recibió Roberto y fotos mías que encontraron en su escritorio, pero no iba a confiarme.
De cualquier forma, aún me daba ansiedad quedarme sola en un espacio público. Así fuera el pasillo del supermercado. Siempre andaba mirando por encima de mi hombro y entrar en un baño era impensable. Esperaba que con Juan en prisión ese miedo se aliviaría.
Apagué el televisor cuando me di cuenta de que lo escogí ver tenía una boda dentro de su trama. Era una cruel burla del universo. Me levanté del sofá y volví a sentarme frente a mi computadora en el comedor. Ya había tomado la decisión de renunciar, sin embargo, me estaba costando redactar la carta. Concluí que era lo mejor. Tener a Mariela como jefa iba a ser incómodo y no estaba interesada en trabajar en otra sección de la revista.
Me asustaba quedar desempleada. No obstante, recordar que Roberto lo había hecho y que no se arrepentía, me dio más valor. Soltar no tenía nada de malo. Mi tiempo en la revista había culminado y, como en los otros aspectos de mi vida, era hora de buscar otro camino.
Escuché mi celular olvidado en la isla de la cocina vibrar. Lo ignoré. Ese día no respondería a ningún mensaje. Mis padres ya lo sabían.
Después de mi conversación con Roberto en el cementerio, cada uno se encargó de comunicarle a nuestros familiares la decisión y mi madre se ofreció a informarle a los invitados y a los servicios contratados. Solo iban a regresar una parte del dinero por lo cercana de la fecha, pero Roberto me lo cedió para que pagara el apartamento mientras encontraba un sitio donde mudarme. Porque no, no podía conservar el lugar escogido por ambos. Vivir en la evidencia de nuestro proyecto fallido no iba a permitirme avanzar.
El timbre sonó. Primero me sobresalté, pero después maldije. Otra interrupción. Esperaba que no fuera un regalo de boda a domicilio que no fue cancelado, o mi madre yendo en contra de mis deseos.
Acomodé mi bata y ajusté el nudo en mi cintura para ir a ver de quién se trataba. No abrí de inmediato. Por precaución vi antes a través del visor de la puerta. Del otro lado estaba Christian, con una franela sencilla, en jeans, lentes de sol y una maleta. Se suponía que ya se había ido. Yo vi las publicaciones en su perfil.
Tocó otra vez el timbre.
Dudé en dejarlo pasar. Mi corazón comenzaba a latir con fuerza. Ya me había resignado a tenerlo fuera del panorama. Ya Roberto no estaba y mi vida se encontraba en reconstrucción, pero elegir estar a su lado todavía significaba un futuro inestable que no estaba segura de poder manejar.
Pese a ello, decidí quitarle el seguro a la puerta y abrir. Charlar con él no era comprometerme y le debía mi atención, por lo que hizo por mí y por el bien que me hacía. Durante los primeros instantes, ninguno de los dos habló. Se quedó quieto observándome, a través de sus lentes polarizados, como si no hubiera planeado qué hacer una vez me tuviera en frente.
—No te cases —dijo cuando abrí más la puerta y había separado los labios para preguntarle qué hacía allí—. No lo hagas. Sé que prometí no interferir, pero yo...
—Christian... —busqué interrumpirlo para aclararle que no habría boda.
Él no era invitado, así que no recibió la noticia por parte de mi madre. No obstante, creí que Margarita, Magnolia o Ximena se lo diría. Al parecer no fue así.
—Espera. Sí, yo sé. Somos diferentes y tal vez yo no entro en el estereotipo de hombre con el que sueñas. Lo que hago para vivir no es convencional y seguro te asusta, pero... —Calló para inhalar hondo. Miró hacia el suelo y pasó la mano por su cabello.
Era la primera vez que lo veía tan disperso e incapaz de ordenar sus ideas. Hablaba rápido y no se detenía para respirar. ¿Yo estaba generando eso en él? Tenía que admitir que era bueno no ser la que se desbordaba emocionalmente para variar.
Terminó liberando un suspiro y levantando la vista de nuevo. Se aferró a la agarradera de la maleta.
—Fue una idiotez haber venido. Perdón. Sé que tomaste tu decisión y tengo que respetarla —añadió—. Mejor no le digas a Roberto y olvida que sucedió.
Se dio la vuelta para irse. No pude guardar más silencio.
—No me voy a casar, Christian. La boda se canceló hace una semana.
Giró y se deshizo de sus lentes. Sus ojos estaban enrojecidos, como si no hubiera dormido.
—¿Es en serio? —cuestionó.
—Es en serio —contesté. Retrocedí unos pasos—. Ven. Entra.
Había ido hasta allí por mí y se merecía que le relatara lo que ocurrió. Ingresé y puse a hervir agua para ofrecerle té. Su hermana me había regalado una caja con sobres variados y, cuando me quedé sin café, decidí comenzar a tomarlos.
Se sentó en el taburete de la isla y yo me quedé de pie al otro lado. Agradecí haberme peinado ese día y maquillado un poco para subirme el ánimo.
—Tuve que reprogramar compromisos para volver. Me esforcé por dejar de pensar en ello e incluso adelanté la fecha de mi viaje, pero no pude suprimir los impulsos de venir e intentarlo una última vez —confesó cuando finalicé con mi relato y quedó claro que Roberto y yo habíamos quedado como amigos—. Laura, ¿quisieras unirte a mi viaje? No. Casi me olvido de tu trabajo. Lo mejor sería quedarme yo un tiempo, pero no puedo.
—Yo no te pediría que te quedaras, ni que cambiaras tus planes por mí. —Pensé en si estaría bien contarle acerca de que pronto estaría desempleada. Implicaría una atadura menos e incrementar la posibilidad de estar juntos—. Voy a renunciar a la revista. De hecho, estaba escribiendo la carta cuando llegaste.
—¿Sí vendrías conmigo? —preguntó.
Buscó tomar mi mano desocupada, con la que no sostenía mi taza. Permití que lo hiciera. Había la esperanza de un nosotros en su mirada. El sí estaba desesperado por abandonar mi boca; pero era lo que deseaba, no lo correcto para ambos. Ya no era cuestión de defraudar y herir a los demás, sino de no estar preparada para emprender una aventura de ese tipo.
—¿Laura?
La nariz me empezó a arder. Dolía tener que rechazarlo una vez más, sobre todo porque era por mis propias limitaciones. Solté la taza y cubrí su mano con la mía.
—Christian, acabo de salir de una relación de muchos años. No puedo aceptar, porque no puedo dar ese paso si no sé quién soy estando sola. Tengo muchas cosas que mejorar en mí antes de hacer eso.
No podía decirle que también era por temor a no poder lidiar con su estilo de vida. Eso era parte de mis inseguridades y estaba dentro de lo que debía trabajar en mí. Y tenía que hacerlo por mi cuenta. Quizá con un especialista, pero sin la presión de apresurarme para complacerlo a él. Tenía que ser un crecimiento personal real y no forzado.
Su expresión decayó, mas hizo un esfuerzo por mostrar una ligera sonrisa.
—Espero que entiendas —agregué.
Asintió ante mis palabras.
—Lo hago. Agradezco tu sinceridad y me alegra que quieras enfocarte en ti. Es una buena decisión. —Recuperó su mano y terminó de beber su té—. Bueno, te dejo para que termines tu carta de renuncia. Voy a ver si puedo irme en el vuelo de la tarde. Podemos escribirnos de vez en cuando, ¿te parece?
Su tono había cambiado y ahora evitaba mis ojos. Repetí lo que dije en mi cabeza y me di cuenta de que no había sido para nada sutil. No era que no tuviera sentimientos por él, sino que no era la versión adecuada de mí en ese momento.
En lugar de responder, rodeé la isla para no tener ese obstáculo entre nosotros. Él giró en el taburete para encararme, atento a mis intenciones. Escogiendo ceder un poco a mis anhelos, sujeté su rostro en mis manos y lo besé. Las manos de Christian fueron hacia mi cintura y me invitó con un ligero tirón a sentarme sobre su regazo. Sin embargo, no me permití dejarme llevar hasta ese nivel.
Negué y separé nuestros labios, mas sin soltarlo todavía.
—Quiero estar contigo, pero no es el momento, ni puedo pedirte que esperes por mí —susurré—. Tienes que irte para continuar con tus proyectos y yo debo quedarme a reencontrarme conmigo misma y establecer nuevos objetivos.
Quitó sus manos para acariciar las mías.
—¿Si te propongo vernos dentro de un año, accederías? ¿Es suficiente tiempo? —preguntó.
—¿Y si uno de los dos conoce a alguien en ese tiempo?
No le agradó la suposición, pero había que ser realistas. Era una probabilidad. Muchas cosas podían suceder durante ese período y tampoco se sentía bien atarnos a una promesa de ese tipo. Esperar por el otro, con tantos kilómetros de por medio, no era justo para ninguno sin haber iniciado una relación formal todavía.
—Lo diremos. Y si queremos cancelar la cita, el otro lo entenderá —replicó.
A pesar del miedo de que conociera a alguien en uno de los tantos países que visitaría, acepté su propuesta. Se llevara a cabo o no ese encuentro, sabía que la ilusión de verlo de nuevo sería una motivación adicional durante el trayecto en ascenso que esperaba por mí.
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