Capítulo 33 | Aliados

ALIADOS

Christian hizo que llamara a mi mamá para que se viniera a quedar conmigo. Esa fue la condición para que se fuera. Estaba preocupado por mi bienestar y no se sintió tranquilo dejándome sola; y tal vez tenía razón en estarlo. No se fue hasta que ella llegó.

Claro, a mi mamá le dio curiosidad su presencia en mi departamento y no perdió tiempo en hacer preguntas, las cuales esquivé. No quería hablar del tema todavía con ella. Lo que sí le pareció un buen gesto lo hecho por Christian. Y debí admitir que había sido una buena idea. La compañía de mi progenitora me ayudó a sentir menos acabada que la noche anterior. Incluso se le ocurrió hacer una torta a mitad de la noche y hacer una videollamada con mi abuela para que nos asesorara, quien tenía el rostro cubierto por una mascarilla.

Solo lloré un poco cuando mi mamá se acostó junto a mí y me abrazó. No necesité alcohol, ni pastillas para dormir; sus brazos a mi alrededor fueron suficientes para hacerme conciliar el sueño luego de un rato. Su amor de madre y la calma que me dio Christian con su respaldo.

En la mañana, consideré tampoco ir al trabajo. Quise quedarme viendo telenovelas con mi madre y comiendo más dulces, sin embargo, el timbre sonando a las siete arruinó mis planes. Con mi pijama de girasoles y sin detenerme a verme en el espejo, fui a abrir para que no despertaran a mi mamá.

Frente a mí estaba Ximena. A esa hora ya estaba impecable; en un vestido dorado brillante con detalles en negro y una chaqueta del mismo color. Su cabello estaba amarrado hacia atrás, solo con un par de mechones frontales estratégicamente sueltos. No tuvo pudor en escanearme de pies a cabeza.

—¿No vas a trabajar? —preguntó.

—Eh... no.

Entrecerró la mirada y empujó la puerta para obligarme a dejarla pasar. Ingresó al departamento con sus tacones golpeando con fuerza el suelo.

—Sí irás. No tienes por qué estarte escondiendo. Vas a ponerte hermosa y le demostrarás a ese degenerado que no le tienes ni una pizca de miedo, ¿entiendes?

La determinación en su voz me dejó perpleja. Era similar a la empleada por Christian, como si de verdad le importara.

Caminé hacia ella.

—¿Por qué haces esto? —cuestioné. Una cosa era la denuncia y otra que viniera hasta donde vivía tan temprano a sacarme de allí—. ¿Para quedar bien con Christian?

Colocó su maletín en mi sofá y llevó las manos a sus caderas.

—Claro que no. Puede que no me agrades por motivos que ambas sabemos y están de más mencionar, pero no perderé la oportunidad de darle una patada en el culo, metafóricamente hablando, a un cretino. Lo hago por las mujeres.

Me sorprendió parte de su elección de palabras, que desentonaban con su refinado aspecto. No obstante, fui contagiada por la motivación que emanaba. Tenía razón, no podía quedarme encerrada en mi departamento. Por supuesto, no era por estar avergonzada, sino debido al bajón emocional ocasionado por la pelea con Roberto. El detalle era que podía ser interpretado de otra manera por los demás.

Revisó el reloj en su muñeca.

—Vamos, Laura. Se está haciendo tarde. No me hagas tener que hurgar en tu armario.

Asentí y fui a darme una ducha rápida. No tardé demasiado escogiendo qué ponerme, porque solía tenerlo organizado con algunos días de antelación. Ese nivel de preparación era hacia lo que me inclinaba y quizá por eso la incertidumbre de las últimas semanas me tenían tan mal.

Cuando salí de nuevo a la sala, me encontré a mi madre conversando con Ximena. Le había dado café y un trozo de la torta que hicimos. Al verme, Ximena se despidió de ella de lo más encantadora, con un abrazo y un beso en la mejilla. Sí, la ex de mi amante, quien todavía tenía algunos sentimientos hacia él.

Ximena hizo que me montara en su auto y me entregó un documento con el que si firmaba la aceptaría como mi representante legal en lo relacionado con el caso de acoso sexual laboral. Lo hice, consciente de que era la mejor ayuda que podría hallar.

Tal vez era tonto, pero la percibí como un escudo que me protegía del exterior. Sentí menos inseguridad y agobio junto a su andar confiado y expresión decidida. Fue conmigo hasta mi puesto de trabajo, donde me dejó para ella reunirse con Mariela. Al notar mi alarma, me indicó que era para tratar temas vinculados con MG.

El día transcurrió sin imprevistos. Beth me ignoró, Juan no se atrevió a acercarse y a Azucena solo la vi a lo lejos a la hora de almuerzo. Ningún tipo de interacción era mejor que pasar malos ratos. Mariela tampoco hizo comentario alguno, solo me envió un correo para preguntarme por el artículo, el cual, ya con la mente más controlada, pude terminar.

Lo que quedó de la semana fue parecido. No supe nada de Roberto y cuando decidí escribirle para preguntarle cómo estaba, no me respondió. Lo entendí. Necesitaba tiempo y espacio. Lo que esperaba era que no me odiara, aunque me lo mereciera.

El viernes, el día de la fiesta, llegué al departamento después del trabajo sin expectativas. Ya me sentía mejor y le pedí en la mañana a mi mamá que volviera a su casa, así que estaba sola otra vez. No obstante, no fue abrumador. Acurrucarme en el sofá a comer helado y ver una serie hasta quedarme dormida era tentador. El tiempo con mi progenitora y con Ximena tuvieron un buen impacto.

Todavía no daban respuesta del Departamento de Recursos Humanos, pero ya la denuncia había sido introducida en el Ministerio del Trabajo y el lunes debían dar algún tipo de respuesta. Juan recibiría una citación y harían averiguaciones. Sin embargo, Ximena quedó en avisarme lo necesario e hizo hincapié en que me concentrara esos días en mí. Era mandona, directa y vanidosa, mas comprendí por qué Christian se había enamorado de ella. Era tan apasionada como él en sus convicciones.

Necesitaba ser fuerte como ellos. Tenía que aprender a canalizar mis emociones y no suprimirlas; hacerlo hacía que se desbordaran sin control en algún momento. Asimismo, no podían afectarme tanto los estímulos externos, ni anteponer tan seguido a los demás. ¿Cuántas veces no callé o di palabras de aliento, sin recibir lo mismo a cambio? ¿De qué sirvió haber seguido con Roberto, con la cabeza llena de dudas, por temor a herirlo? Todo acabó siendo peor. La única certeza que me quedaba era el resguardo de mis padres.

Suspiré. Por lo menos los tenía a ellos y temporalmente a Ximena, a quien no le caía bien, y a Christian, quien se mantenía distante.

Estuve por bajar el cierre de mi falda, pero el sonido del timbre lo impidió. Resoplé, esperando que no fuera nadie que arruinara mis planes. Me sorprendió que se tratara otra vez de Ximena, porque apenas hacía un par de horas nos habíamos despedido. No obstante, su atuendo ya era distinto. Su vestido era de fiesta y sus accesorios de diamantes. Le faltaba era arreglarse el maquillaje.

—Hola —dije, aferrándome a la puerta y rogando que no intentara lo que se estaba formando en mi cabeza—. No voy a ir si a eso viniste.

—Margarita quiere que vayas. ¿Le dirás que no a ella? —replicó—. Además, te hará bien para distraerte.

Meses atrás jamás imaginé que alguien como ella quisiera que fuera a una fiesta en su honor. La conversación que tuvimos durante su entrevista continuaba fresca en mi mente y cómo dijo que le agradaba. Pensé en que quizá no tendría la oportunidad de usar el vestido hecho por su marca. ¿Christian le habría contado algo de lo ocurrido?

—¿Ella sabe lo de Juan? —pregunté.

—Por mi parte, todavía no. Pero si tengo que usar esa carta para hacer presión y despidan a ese infeliz, lo haré.

Me aparté de la puerta, recordando lo que me había dicho de no esconderme. Ya todo estaba en movimiento y asistir a ese evento y estar en público con la nueva inversionista de la revista me daría ver más respaldada. Y unas copas de champaña y música seguro me subirían más el ánimo.

Me coloqué el mismo vestido que usé la noche de mi compromiso. Ximena terminó con su maquillaje en mi sala y en menos de treinta minutos ya íbamos camino al edificio de la revista.

La fiesta era en el comedor, modificado para auspiciarla. Había un escenario, mesas con comida, espacio en el centro para bailar y sillas alrededor para descansar. La ventaja de ese lugar era la vista de la ciudad y el acceso a la terraza. Podía entender por qué lo escogieron y no al salón destinado para ello.

Entre las decoraciones con tela en las paredes y el escenario, destacaban los pendones con los logos de ambas empresas.

En cuanto crucé el umbral, sentí como si todos los ojos se posaran en mí, pero sabía que debía ser producto de mi imaginación. En el otro extremo podía ver a Margarita conversando con el director de la revista, acompañada de sus hijos y sobrina. No muy lejos estaba Mariela, interactuando con los editores de otras secciones de la revista. Seguro habíamos llegado después de los discursos.

Como no tenía a donde más ir, pues Azucena no iba a recibirme con los brazos abiertos y Beth mucho menos, seguí a Ximena hasta su otra representada. Mi examiga terminó lo que había en su copa y lo usó como excusa para apartarse antes de que los alcanzáramos.

—Oh, Laura. Qué grato verte —saludó Margarita siendo la primera en notar mi presencia, cortando su charla con Edmund—. Luces divina.

—¿Ese vestido es de nuestra colección del año pasado? —preguntó Magnolia. Detuvo a un mesero que iba pasando con champaña y me entregó una copa—. Yo creo que lo es.

Christian, quien había estado viendo hacia otro lado, posó su completa atención en mí, pero no dijo nada.

—Sí lo es —respondí sintiéndome importante con esa atención—. Mi mamá me lo regaló.

—¿Y usted es? —quiso saber el director Edmund. Él estaba por encima de Mariela y me di cuenta de cómo veía hacia nosotros.

—Laura Velázquez —contesté sin titubear y sin haber perdido el acceso a mi modo profesional—. Redactora en la sección de estilo de vida.

—Ya veo. Usted es la que hizo los artículos sobre MG.

—Y otros maravillosos, como prendas hechas con material reciclado y la importancia del estilo del cabello en algunas culturas —agregó Magnolia—. Muy inspirador.

El señor Edmund asintió intrigado y empezó a hacerme preguntas al respecto. Jamás había conversado con él y, aunque experimenté el nerviosismo esperado, pude desenvolverme bien. Solo por eso se reforzó la idea de que asistir había sido acertado.

—Sin dudas una integrante excelente de la revista —intervino Margarita aprovechando una pausa para rodear mi brazo con el suyo—. Y si me disculpan, me la robaré un momento. Mientras tanto, Magnolia le hablará sobre una idea que tiene y cuenta con todo mi apoyo.

Sabiendo que nadie iba a negarse, haló sutilmente de mí para caminar juntas.

—Muchas gracias por sus halagos —dije ya habiendo avanzado varios metros—. No han sido días tan buenos y ha sido muy agradable venir.

—Tranquila, querida. Son sinceros. —Le dio unas palmaditas a mi brazo—. Lo que me llama la atención es que Mariela ya no parece tener la misma percepción de ti. Le comenté del proyecto de Magnolia y me ofreció fue a Beth para que se encargara, cuando le dije que te queríamos a ti.

Aunque no debía sorprenderme, me molestó que continuara con su abuso de poder. Ellas me habían pedido a mí, ¿por qué sugerirles a Beth? Sin embargo, debido a mi pasado con Christian quizás era lo mejor. Necesitaba estar tranquila, no más presión, ni mezclarme con su familia.

—Beth es muy buena también. Confío en su trabajo —contesté.

Y era cierto. A pesar de ser mi rival y ahora estuviéramos en malos términos por lo que creía de mí, no ponía en duda sus habilidades. El artículo sobre mi boda hubiera quedado increíble con su pluma.

—Y creo en tu criterio, pero me desagrada cuando las personas hablan mal de sus colegas. No importa si no se soportan, ambas representan una misma empresa.

Beth apareció en mi campo visual. Nos miraba, dándose cuenta de que su campaña contra mí no dio resultados.

—Christian me comentó que tuviste un... inconveniente con el sobrino de Mariela —continuó Margarita luego de brindarle una sonrisa gentil a algunos compañeros que la saludaron—. No me dio detalles, pero espero que eso no haya afectado la objetividad de Mariela. ¿Tú qué crees?

Claro que para mí la actitud que ambas habían tomado era injusta, sin embargo, no era el momento ni el lugar para hablar mal de mi jefa. Sea como sea le debía respeto. Mi ética lo decía.

—Supongo que tendrá sus motivos. Prefiero no comentar al respecto —repliqué.

Margarita asintió pareciendo agradada con mi respuesta. Nos detuvimos y se quedó viendo unos instantes a las parejas que bailaban.

—Ya tomaste tu decisión, ¿cierto? Y mi hijo no es parte de ella. —Dejé de ver a las personas para enfocarme de nuevo en Margarita. Ella miraba a su hijo hablando con Ximena—. Busca disimularlo, pero sé que le pasa algo.

—Sí —me limité a decir.

No estuve segura de qué tanto abarcaba esa afirmación y no era un tema que deseara profundizar con ella. Quería lo mejor para Christian, Roberto y yo. Y tal vez la Laura actual no lo era para ninguno.

Margarita retomó el andar. Volvíamos hacia donde empezamos.

—El vestido se verá hermoso —dijo—. Espero que me envíes fotos de la boda.

Forcé una sonrisa.

—Gracias. Lo haré.

Cuando llegamos al punto de partida, Magnolia seguía conversando con Edmund, pero Christian detuvo su plática con su ex. Me ofreció su mano.

—¿Quieres bailar? —preguntó.

Podía tratarse de nuestra despedida. No debía faltarle mucho para irse. No me importó lo que pudiera pensar Azucena, ni Beth, ni Juan, ni nadie. Ya lo peor que podía suceder pasó. No me negaría a esa última dosis de él.

—Sí, está bien.

Sujeté su mano y fui con él hacia el centro de la habitación. Puso las manos en mi cintura y yo llevé las mías en sus hombros. Era música lenta e instrumental. No era de los géneros enérgicos o sensuales que solíamos bailar. Daba una sensación más íntima, incluso demasiada para interpretarla en público. No obstante, no había otro lugar en el que quisiera estar más que bajo su mirada y toque.

—Luces mejor —murmuró—. Me alegra que hayas venido.

—Y a mí.

—No te escribí porque...

—Está bien —lo interrumpí—. Entiendo que así es más fácil para ambos. Ximena ha sido un gran apoyo. Gracias.

—No hay de qué.

Nos hizo girar y aprovechó el movimiento para traerme más cerca. Ascendí mis manos hasta su cuello. Su colonia me embriagaba y no podía separar los ojos de su rostro. Era como si solo estuviéramos nosotros. Mi corazón latía con fuerza y el pensamiento que más ocupaba mi mente era el de besarlo. Pero, continuaba lo suficientemente cuerda para contenerme. Lo que me hacía sentir no se había esfumado aún.

—¿Qué dijo mi mamá? —cuestionó.

—Quiere que trabaje en un proyecto con ella.

—¿Aceptaste?

—Todavía no sé si podré.

No podía ir por encima de las decisiones de Mariela. Además, tampoco estaba segura de si mi tiempo en la revista se prolongaría. Dependía del tipo de repercusiones que surgirían con el caso de Juan.

Como había descendido la mirada, puso la mano bajo mi mentón para volverla a alzar. Su pulgar rozó mis labios entreabiertos. Me costó respirar.

—Prométeme que no harás locuras y que pedirás ayuda si la necesitas —dijo.

Sin embargo, solamente podía concentrarme en cómo se movía su dedo haciéndome estremecer.

Acortó la distancia. Tenía la intención de besarme, importándole en lo más mínimo los espectadores. Y quise haber tenido el mismo grado de indiferencia, porque no hubiera retrocedido.

—Voy al baño —me excusé.

Me escapé de su agarre y maniobré entre los presentes, sin prestarle atención a sus expresiones.

Entré en el baño de mujeres de ese piso y me apoyé del lavamanos. Inhalé hondo. Abrí la llave y me eché un poco de agua en el cuello. Observé mi reflejo.

El maquillaje seguía bien. El vestido igual. Mis mejillas más coloradas y mis ojos con un brillo peculiar. Todavía podía sentir sus manos sobre mí. Consideré que era momento de marcharme. Temí que la atracción superara la razón y perdiéramos nuestro avance.

Escuché la puerta. Me reincorporé fingiendo que me acomodaba el cabello.

—Tenías que denunciarme en el ministerio y restregarme cómo tu amante te manosea, ¿no es cierto?

Me congelé. Era Juan.

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