Capítulo 32 | Consuelo

CONSUELO

Me acabé la botella de vino y me comí una de las hamburguesas, mientras me lamentaba por los desenlaces del día. Ya me había quedado sin mi modelo a seguir y sin mi amiga, estaba a un paso de también quedarme sin prometido y sin boda, y quizá pronto sin trabajo. Todo se desmoronaba y no veía la manera de regresar las cosas a cómo eran. Mi vida estaba en crisis y el miedo a fracasar ya no existía, porque estaba justo en ese punto. Había tocado fondo.

A oscuras en mi departamento, me tendí sobre la cama —la cual se sentía más grande— y comencé con otra botella. Intenté ver algo en el celular para distraerme, pero no lograba concentrarme lo suficiente. Continuaba repitiendo en mi cabeza cada gesto y cada frase de ese día. Mariela apoyando a su sobrino acosador y la sumisión de las mujeres. Roberto admitiendo su infidelidad y confirmando sus sospechas sobre Christian y yo. Azucena insultándome y terminando nuestra amistad.

Yo sabía que permanecer enfrascada en esos pensamientos no me daría tranquilidad. Sin embargo, me reí ante la idea de escribir un artículo sobre la presión de las mujeres en nuestra industria y la cara que pondría Mariela al leerlo. Jamás dejaría que lo publicaran y tal vez así ella idearía un plan para que me despidieran. Pero me iría dándome ese gusto y habiendo acusado a Juan. Después de eso, todo podía terminar de irse a la mierda.

Al notar la pesadez en mi cabeza y que las risas producidas por escenarios hilarantes que se formaban en mi mente se tornaban difíciles de controlar, puse la botella en el suelo para parar de beber. Me quité la falda y me desabroché la camisa sin levantarme de la cama. No había revisado la hora, pero debía ser bastante tarde, por lo que era momento de esforzarme por dormir.

Acostada de lado abrazando una almohada, sentí un frío extraño y tuve ganas de llorar de nuevo. Percibía un vacío agobiante en mi pecho. La culpa me susurraba que me merecía esa soledad. ¿Acaso yo era una mala persona?

Tan pronto como se formuló esa pregunta, negué. Me había equivocado y lastimado a personas que quería, pero eso no me convertía en una villana. Estaba sufriendo debido a ello. Alguien malvado no sentiría remordimiento. ¿O sí?

Dándome cuenta de que estaba lejos de lograr dormirme, tomé otra decisión estúpida a cambio de silenciar mi mente por varias horas. Estiré el brazo y abrí el cajón para sacar mi frasco de pastillas para dormir. Examiné una por unos instantes, consciente de que era riesgoso por el vino en mi organismo. El doctor lo había dicho. No obstante, añoraba que ese día por fin llegara a su fin y un poco de calma. Un poco de peligro para acallar el tormento no lo vi tan grave.

La tragué y me di la vuelta para esperar que hiciera efecto.

***

El ruido del timbre amenazando con destruir mis tímpanos me sacó del sueño. Las punzadas en mi cabeza eran insoportables, sin embargo, sabía que eran por la cantidad de vino que bebí. En mi boca había un sabor amargo, el recuerdo de haber vomitado en la madrugada. Al hacer el edredón a un lado y sentarme en el borde de la cama, la habitación se tambaleó un poco. Mi rodilla dolió por el golpe que me di horas antes camino al baño.

Continuaron llamando a la puerta y solté un gruñido. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Por qué no solo se iba?

Me eché el cabello hacia atrás. Con ese movimiento, mi cerebro acabó de reaccionar y la memoria de haber encargado comida china me atacó. Me había despertado momentos atrás con hambre. ¿Acaso me dormí otra vez?

Abandoné la cama, caminando cerca de la pared debido a la somnolencia que todavía sentía, y casi se me caen las llaves al agarrarlas. Mis manos tenían ligeros espasmos que comenzaron a preocuparme.

El sonido del timbre fue combinado por golpes en la puerta.

—¡Ya voy! —grité.

Enojada, introduje la llave en la cerradura y abrí sin confirmar si se trataba de la comida que pedí. Al encontrarme con Christian, pretendí volver a cerrar la puerta, pero él lo impidió.

—Laura, espera —dijo.

No quería verlo. Pensé en lo mal que podía resultar si Roberto llegaba. Ya no deseaba distanciarnos más.

—Vete —pedí.

Empujé la puerta de nuevo, mas él usó su pie como obstáculo.

—Azucena me dijo que no fuiste al trabajo. Está molesta con los dos, pero sé que se preocupa por ti. De lo contrario no me hubiera hablado después de echarme de su departamento.

Apreté los labios. Todavía podía escuchar su voz llamándome perra.

—Ya me viste. Estoy bien. Ahora vete. Por favor.

Me miró contrariado.

Ya la bomba había explotado y era obvio que la más afectada era yo. ¿Qué había perdido él? La cercanía con una prima con la que meses atrás casi nunca hablaba. Nada más. Pronto se iría a su viaje, seguiría con su vida libre y dejaría todo el desastre atrás.

—No luces bien. ¿Por qué... estás así?

Sus ojos se pasearon por mí. Tragué grueso y miré hacia abajo. Mi camisa continuaba completamente abierta, dejando a la vista mi ropa interior. Maldije y me cubrí.

—¿Y ese golpe en tu rodilla? —preguntó notando también el hematoma—. Estás pálida.

—Christian —suspiré—, no estoy bien, pero que estés aquí no me facilita las cosas.

Estuvo por responder, pero unas pisadas lo hicieron girar. Como movió su pie, aproveché de cerrar la puerta. Adherí mi espalda contra ella. Mi corazón había empezado a latir de prisa y mis piernas se sintieron más débiles. Preferí echarle la culpa a la irresponsable combinación del alcohol con la pastilla de dormir.

—Laura —dijo desde el pasillo.

Guardé silencio y me quedé muy quieta, esperando que así se marchara.

Tocó la puerta otra vez.

—Laura, vino un chico a traerte comida —agregó.

Mi estómago rugió. Necesitaba comer con urgencia. Llevé las manos a mi cabeza.

—Déjala ahí, por favor. Cuando te vayas, la recojo.

—¿En el suelo? ¿Segura?

Imaginarme la delgada bolsa en contacto con la suciedad transportada por los zapatos de todos los que vivían en ese piso, fue desagradable. Terminé de abotonarme la camisa y abrí la puerta unos centímetros, solo asomando parte de mi cuerpo y estirando mi brazo para que me diera lo que pedí.

—Ya, dámela.

—Tenemos que hablar, Laura. Déjame pasar, por favor.

—¿De qué, según tú, tenemos que hablar? —cuestioné.

Ya todo estaba hecho. Nada de lo que conversáramos iba a poder cambiar algo. Sería una pérdida de tiempo y combustible para mi enredo mental.

—No tienes por qué lidiar con esto sola. Yo también soy culpable. Incluso más que tú. Fui demasiado optimista y egoísta. Lo siento.

Hubiera sido sencillo aceptar lo que decía, sin embargo, yo era tan culpable como él. Pude actuar de un montón de formas para alejarlo o para apartarme yo, pero simplemente no lo hice. En el fondo yo siempre quise que ocurriera. Nuestro romance de tres años atrás no quedó enterrado como creí, solo hibernando. Verlo lo despertó y fue ingenuo pensar que sería capaz de contenerme interactuando tan de cerca con él. Especialmente porque me gustaba la Laura que se manifestaba en su presencia.

Terminé de abrir la puerta para cederle el paso y me di la vuelta para buscar unos pantalones en mi habitación. Lo oí entrar y cerrarla. Al regresar a la sala, lo encontré viendo las fotos de Roberto y mías guindadas en la pared.

—¿Sabes cómo se enteró Azucena? —pregunté.

—Me dijo que Roberto se lo gritó.

Asentí. Seguro se había cruzado con él cuando se fue.

Caminé de largo hacia la cocina para buscar un plato. Ojeé el reloj del microondas. Eran casi las cuatro de la tarde. Con razón tenía tanta hambre.

—¿Cómo lo descubrió Roberto? —cuestionó.

Yo ya me había sentado en el comedor y revisaba los envases. Christian se acercó para apoyarse del espaldar de la silla frente a mí.

—Lo sospechaba y se lo confirmé —repliqué—. Alguien le ha estado enviando correos hablándole de nosotros. Yo creo que puede ser Ju-

Callé. Juan era mi problema. Que se implicara significaba más tiempo con él.

No obstante, no lo dejó pasar.

—¿Juan? ¿El sobrino prepotente de Mariela?

Me metí un pollo agridulce a la boca, utilizando ese tiempo para pensar. Era obvio que no le agradaba.

—Laura, él me pidió dinero. Negué todo y no te dije para no preocuparte. Dime si crees que es ese idiota.

Arrastró la silla hacia atrás y se sentó. Iba a seguir insistiendo hasta que se lo contara.

Juan era un desgraciado.

—A mí me pidió que me acostara con él —solté—. Le tiré café encima y me fui.

Christian puso ambas manos sobre la mesa y frunció el ceño.

—¿Qué? —Estuve por repetírselo, mas se levantó de golpe, casi tumbando la silla en el proceso—. Ese maldito.

Sacó el celular del bolsillo interno de su chaqueta y empezó a marcar.

—¿Qué haces? —pregunté—. Ya puse la queja en el Departamento de Recursos Humanos.

—Llamo a Ximena. Hay que denunciarlo ante el ministerio también y prohibirle que se acerque a ti.

Me quedé anonadada viéndolo hablar con ella. Estaba molesto y urgido por hacer algo al respecto. Indignación fue lo que esperé, no que contactara a su ex para llevarlo a instancias superiores. Irradiaba su fuego característico y deseaba arrasar con Juan. La calidez me llegó y fue agradable saber que contaba con él.

Quedó en reunirse con ella mañana y colgó.

—No tengo pruebas, Christian —dije—. ¿Sí crees que pueda hacerse algo?

Vino hasta mí y permití que tomara mi mano. La acarició con su pulgar y en sus ojos vi una devoción que me dificultó respirar. La misma que vi en la cafetería.

—Quiso chantajearme y seguro alguien habrá notado una actitud extraña —contestó—. Y así no lleguen a tomar medidas contra él, habrá ese precedente y lo más probable es que evite acercarse a ti.

Asentí. Aunque solo sirviera para asustarlo, era buena idea. La realidad se estaba volviendo menos oscura.

—Gracias.

Depositó un beso en la cima de mi cabeza. Mi corazón retumbaba con fuerza, pero antes de hacer otro gesto, se retiró de nuevo al otro lado de la mesa.

—Acepté salir de tu vida y cuando me vaya seguro será más sencillo, pero no puedes cargar con todo tu sola. Ximena se quedará un tiempo y, a pesar de los roces que tuvieron, ella es confiable y profesional y sé que estará para lo que necesites. Y espero que Azucena recapacite.

La mención de su prima hizo que recordara que falté al trabajo y que desde ayer mi mamá no sabía nada de mí. Ella estaba enterada del regreso de Roberto y me pidió que le avisara cómo resultó todo. Me limpié la comisura de los labios y me levanté.

—¿A dónde vas?

—Por mi celular.

—Termina de comer. Yo te lo busco.

Iba a negarme, pero él ya se había apartado de la mesa. Se detuvo junto al sofá en espera de que le indicara dónde estaba. Me volví a sentar. Todavía no me sentía del todo bien y debía admitir que era reconfortante tenerlo para atenderme.

—Está en mi cama —dije.

Fue por el celular, pero cuando regresó no fue lo único que trajo con él. Tenía bajo el brazo la botella de vino y en la mano que no sostenía el celular el frasco destapado de pastillas para dormir. Había descubierto la locura que cometí.

—Laura...

No fui capaz de hablar, aguardando algún tipo de sermón. Dejó las cosas sobre la mesa y me observó. Estaba preocupado. La culpa y la sensación de no tener escapatoria se fue asomando otra vez.

—No, Laura —dijo con suavidad.

Se agachó junto a mí para quedar un poco por debajo de mi altura. Lo miré con los ojos llorosos. Colocó la mano en mi mejilla.

— No te hagas esto. Todo saldrá bien. Ya verás.

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