Capítulo 29 | Decepción


DECEPCIÓN

Me apoyé por un momento de la pared falsa de mi cubículo. Mi mente corría a mil por hora y tras mis ojos se desplegaban escenarios de lo que podía suceder dependiendo de las siguientes decisiones que tomara. Mi corazón latía a un ritmo asustado. ¿Qué haría? ¿Alguien me creería?

Mi atención se posó en mis pertenencias esparcidas por el escritorio. Agarré mi bolso y las empecé a guardar a la vez que cerraba la sesión de mi computadora de trabajo. Necesitaba escapar de allí. No podía arriesgarme a tener otro encuentro desagradable con Juan.

Observé mi entorno. No lo vi.

Noté la puerta de la oficina de Mariela abierta y la luz encendida. Ella era mi superiora, la admiraba y era mujer. A ella podía decirle. No debía importar que Juan fuese su sobrino. Ella me conocía y no dudaría de mi palabra.

Me aferré a mi bolso y caminé hacia ella. Mis piernas se sentían pesadas y el pasillo más largo de lo habitual. A pocos pasos de llegar, Mariela salió estando lista para retirarse.

—Oh, Laura. Qué sorpresa. ¿Viniste a avisarme que te vas un poco más temprano también? —me preguntó mientras apagaba la luz y cerraba su puerta.

—Eh, sí. Y quería hablarle sobre algo.

—Bueno, si es algo rápido está bien. Te escucho.

Me miró expectante. Lo lógico era que se tratara de un tema de trabajo. Pensé en lo sorpresivo que iba a ser para ella. Busqué ordenar las palabras en mi mente para relatar lo ocurrido de la mejor forma, para que me entendiera de inmediato y no tener que repetirlo. Por alguna razón me daba vergüenza decirlo en voz alta, a pesar de saber que no era culpa mía. Mi infidelidad con Christian no era excusa para las acciones de Juan.

—Luces cansada —comentó cuando yo continuaba sin poder decidir cómo empezar—, ¿te parece si mejor lo dejamos para el lunes? Si es algo urgente, me puedes enviar un correo explicativo más tarde y yo...

El sonido de una llamada entrante en su celular la interrumpió. Sacó el aparato de su bolso y respondió.

—Sí, sí. Yo sé que es tarde. En unos quince minutos llego —dijo. Colgó y después soltó una maldición—. Disculpa, ha sido una semana difícil. Decide bien con quién tendrás hijos, nunca te libras por completo de ellos. Quedamos así. Debo irme.

Todo estaba sucediendo demasiado veloz para mi cerebro. Cuando pude reaccionar para detenerla, Mariela ya se alejaba de mí. No pude hacer surgir la denuncia del acoso a tiempo.

Me cuestioné si lo correcto era seguirla. Por lo que compartió no estaba pasando por un buen momento a nivel personal. ¿Estaba bien que le sumara el problema con su sobrino? ¿Qué tan receptiva sería?

—Vaya, qué bueno que no te has ido todavía.

Beth se aproximaba desde mi costado. En sus manos cargaba una pila de papeles. Supuse que pretendía conversar sobre el artículo de la boda. En la mañana también me había abordado, pero la despaché y acordamos discutirlo luego.

—Lo siento. Pasó algo y prefiero que lo hablemos el lunes.

Con ese inicio, consideré la posibilidad de contarle a ella. Era mi compañera de trabajo. Quizá había notado una actitud extraña de Juan. Si Beth me preguntaba sobre el porqué de mi cambio —como seguramente haría—, sería el empujón que necesitaba.

Sin embargo, cuando estuvo frente a mí lo que hizo fue arrojarme lo que sostenía. Los papeles no llegaron a golpearme, sino que cayeron a mis pies. En ese momento fue que sacó a relucir la rabia que sentía.

—Me das asco —dijo. Cada vez ese día se sentía más irreal. Juan proponiendo que me acostara con él y ahora ella escupiendo odio. A pesar de ser rivales, jamás habíamos llegado a faltarnos el respeto. ¿Ese era mi karma por engañar a Roberto?—. Con razón Mariela tuvo consideración contigo y te dio todo lo relacionado con MG. Y yo estaba tan... Agh, qué tonta soy.

—¿De qué hablas, Beth? —susurré.

El pánico volvía. Juan tenía que estarse vengando habiéndole ido a decir todo sobre Christian y yo.

—No seas cínica. Ahora entiendo por qué Juan me insinuó que tú tenías algo con Christian Villarroel. El muy imbécil estaba celoso y seguro fue parte de tu plan para mantenerlo loco por ti.

La forma en la que se interpretaban sus palabras generó que negara con la cabeza. No podía ser. Ella pensaba que mi romance era con Juan. Eso no era nada bueno para mi situación.

—Yo no tengo una aventura con nadie, Beth. Yo me voy a casar con Roberto y lo amo a él.

La última parte había salido con dificultad. Yo ya no estaba segura de que ese era el sentimiento que me mantenía unida a él, pero era lo que Beth debía escuchar. No obstante, no tuvo ningún efecto en ella.

—Los acabo de ver besándose. Eso solo significa una cosa.

—No, eso no es así. —Di un paso hacia ella. Todo se estaba tornando peor—. Él me besó a la fuerza. Me obligó.

—¿Piensas que me creeré eso? No hiciste nada.

—Le tiré café encima. ¿No viste?

Entrecerró la mirada. No, no lo había hecho. Tuvo que solo haberse quedado con esa imagen y marchado.

Me esforcé por formular otro argumento. La indignación en su expresión era abrumadora. Y tampoco se quedó esperando.

Cuando se dio la vuelta y retiró, casi demoro su partida. Sin embargo, me contuve porque su enojo era tal que difícilmente me escucharía. ¿Cómo atreverme a hablar después de eso? Beth esparciría lo que vio, o por lo menos no se quedaría callada si hacía algo en contra de Juan.

Ya no solamente mi vida personal se desmoronada, sino que también el ámbito laboral. Mi realidad se convertía en lo opuesto a lo que siempre me esforcé a tener. Relación rota, falta de ideas para los artículos, compañero de trabajo acosador y ahora Beth considerándome una inmoral y puta. Lo que faltaba era que Azucena descubriera lo mío con Christian.

Respirando por la boca para controlar mis ganas de llorar, me agaché para recoger los papeles del suelo. Eran las notas y borradores sobre el artículo de mi boda. Y así como estaba esa pila arrugada y desordenada, así de destruida estaba mi vida.

Arrojé los papeles a la basura. Si Beth no quería nada con ellos, yo tampoco. Era su trabajo y horas de esfuerzo; era la fantasía a la que había querido aferrarme.

Revisé la hora en mi celular. Ya era hora de salida. Si Juan no me había buscado para continuar propasándose, ya no lo haría. No obstante, las ganas de escapar siguieron allí. No sabía qué hacer y solo había una persona a la que podía acudir. Después de todo, durante todos esos años siempre estuvo. Confiaba en que él me ayudaría a decidir qué hacer. Sin pruebas, con Beth creyendo lo peor de mí, y siendo Juan pariente de Mariela, con el transcurrir de los minutos me sentía más desesperanzada de que pudiera tomar medidas efectivas contra él.

Conduje al trabajo de Roberto. Necesitaba un abrazo y alguien familiar que me asegurara que todo estaría bien. Y no iba a ser capaz de esperar a que llegara al apartamento.

Durante el trayecto me atacó la tentación de llamar a Christian, pues él tenía ese talento innato de silenciar mis preocupaciones y estaba más cerca, pero me recordé que no podía ser egoísta. Ya Christian había sufrido por Ximena y yo no podía mantenerlo atado a mí si escogí a Roberto.

Por ser una fábrica, el acceso era limitado. Roberto me había comentado que por los problemas que estaban teniendo en los procesos, como medida de seguridad adicional, el personal de determinadas áreas debía dejar sus vehículos en el estacionamiento acondicionado para visitantes al otro lado de la calle. Luego de intercambiar algunas palabras con el vigilante, ocupé uno de los espacios disponibles y aguardé por él.

Sabiendo que le faltaba poco por salir y queriendo evitar anunciarle que estaba allí, porque implicaría que pidiera una explicación que no deseaba darle por celular, me mantuve atenta a la salida.

A los pocos minutos la puerta se abrió. Un grupo de trabajadores abandonó la fábrica de forma constante al inicio, después otro de manera más intermitente. Roberto fue de los últimos. Antes de cruzar la calle, se detuvo a revisar algo en el costado de su maletín. Pareció cerrar el cierre lateral y volvió a avanzar para venir hacia el estacionamiento. Sin embargo, Micaela fue la siguiente en salir y debió llamarlo, porque Roberto giró y esperó a que se acercara.

A pesar de haber enterrado el tema del mensaje, esa escena me generó una mala sensación en el estómago. Quise tener la habilidad de escuchar la conversación que tenían. Roberto negó y ella lo sujetó del brazo. Mi prometido dio un paso hacia atrás para al parecer alejarse, pero Micaela terminó de acortar la distancia entre ellos y lo besó.

Me faltó el aire. Mis manos apretaron el volante. Tuve el impulso de huir —mi deseo más recurrente desde la reaparición de Christian en mi vida—, mas me dije que no cometería el error de Beth. Micaela había tenido la iniciativa, faltaba la reacción de Roberto. Y debía admitir que una buena parte de mí, pese a las últimas semanas grises que tuvimos, pensó que la rechazaría.

Me equivoqué. Transcurridos unos segundos, Roberto dejó de estar inmóvil debido a la sorpresa y se inclinó hacia ella para corresponderle. No la tocó con sus manos, pero sí degustó su boca.

Me abracé a mí misma y encorvé mi cuerpo para encogerme lo más posible. Quería desaparecer. Ese beso entre ellos era el golpe más duro que podía recibir. Yo no contaba con la fuerza para salir de mi vehículo y armar un escándalo, sin mencionar que no aprobaba esas actitudes, ni tenía la moral para hacerlo. Yo me acosté con Christian y él se besaba con ella. ¿Y así nos casaríamos en menos de un mes?

Sentía nauseas. De mí. De ellos. De todo. Fue su idea ir a terapia, ¿e incluso así tenía un romance con ella? Yo había terminado las cosas con Christian para darle otra oportunidad a nuestra relación, ¿y él se burlaba de esa forma de mí? ¿Se vengaba? ¿Quería que quedáramos parejos?

Ahora me sentía más acorralada que antes. ¿Con quién podía contar? No quería mortificar a mis padres. ¿Y si Juan se defendía torciendo la historia a su favor y contaba lo de Christian? ¿Con qué cara iría al trabajo y vería a mis seres queridos?

Mi celular comenzó a sonar. De reojo vi que se trataba de Azucena, pero no contesté. Si era que se había enterado de la verdad, preferí retrasar el reclamo. No iba a poder aguantar más ese día.

Me limpié la humedad del rostro y me enderecé. Ya Roberto y Micaela no estaban. Ya quedaban pocos vehículos en el estacionamiento y anochecía. Tenía que ir a casa.

Suspiré. Tal vez lo mejor hubiera sido enfrentarlos al instante. O por lo menos hacerles notar mi presencia allí. No iba a poder disimular el dolor de la traición. Y para agravarlo, en mi corazón eso opacaba lo sucedido con Juan. Ya ni siquiera me importaba que Roberto confirmara lo de Christian, o que Beth le avisara de lo que vio. Quise que también sufriera.

En el camino de regreso, continué secándome algunas lágrimas furtivas. Manejé despacio, siendo precavida por mi estado de ánimo y retardando mi llegada al apartamento, pero sin intenciones de postergarlo. Ya tenía poco que perder y estaba cansada de todo. Que todo se fuera a la mierda si tenía que ser así. Había sido mala idea salir de la cama esa mañana.

Por supuesto que su auto estaba en uno del par de puestos de estacionamiento asignados a nuestra vivienda. Subí por el ascensor y al ingresar lo oí en nuestra habitación. No saludé, pues no era lo que provocaba. Dejé mis pertenencias en los sitios de costumbre y me senté en el sillón para quitarme los zapatos, mientras terminaba de convencerme cómo proceder.

—¿Ahora ni un hola me das? —preguntó Roberto al asomarse a la sala. Guardé silencio. No lo reconocía. Esperaría a que dijera lo que tuviera que decir para luego estallar. Así sería más fácil—. ¿Dónde estabas?

—Por ahí —murmuré.

Bufó y de reojo lo vi regresar al interior de la habitación.

Fui tras él, lista para aclararle dónde estaba y qué vi. Lo confrontaría y si él decidía incluir a Christian en la discusión para desviar el tema como había hecho anteriormente, lo admitiría todo.

No obstante, frené en seco al notar la maleta sobre la cama. Roberto acomodaba ropa en ella.

—¿Y eso? —cuestioné.

—Me voy por unos días a la capital por una serie de conferencias a las que debo asistir —replicó sin mirarme—. El vuelo sale en unas horas.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Ya no hablamos mucho, ¿o sí? —Cerró la maleta y la puso en el suelo—. Usemos estos días para pensar. Las sesiones de la terapia han sido fuertes y tal vez nos haga bien darnos espacio.

—¿Vas tú solo?

Mi pregunta hizo que desviara su vista de la maleta hacia mí. Mi mente reproducía una y otra vez el beso, y en la punta de la lengua tenía la acusación. Algo tuvo que haber leído en mi rostro, porque su expresión de molestia se suavizó.

—Sí. No había presupuesto para más personas. Ya me voy.

Le permití el paso, sin saber si creerle o no. Quise gritarle tantas cosas, pero nada salían. ¿Y si ya no valía la pena? ¿Y si esto era el fin?

Antes de alcanzar la puerta se giró hacia mí. Volvió dando zancadas y me abrazó. No imité su gesto. No causó lo mismo en mí.

—Cuídate. El martes debería estar de regreso.

Asentí.

Al retirarse posó los ojos en mis labios, con la clara intención de besarme. Cuando se acercó, lo esquivé.

—Cuando vuelvas veremos qué pasa —susurré.

Terminó de apartarse soltando un suspiro. No respondió.

Permanecí de pie en el umbral hasta que se marchó. El golpe de la puerta permitió la liberación de un sollozo. Me apoyé del marco y me deslicé hasta el suelo. No había forma de que nos recuperáramos de eso.

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