Capítulo 26 | Terapia



TERAPIA

Esa noche tuve que volver a tomar pastillas para dormir. Roberto no salió del baño y no tardé en deducir que no lo haría hasta que se asegurara de que yo me hubiera dormido. Eso solo hizo que el peso de mi culpa fuera mayor. Darle y darle vueltas a todos los acontecimientos de las últimas semanas, de los últimos meses, e incluso de los últimos años, que nos llevaron a ese punto alimentó mi insomnio. Sin embargo, el día siguiente iría a trabajar, así que tuve que obligarme a entre comillas descansar.

Jamás habíamos tenido un disgusto de ese calibre. No, no hubo gritos ni insultos, pero el silencio era muchísimo peor. Y yo me sentía como la responsable de que estuviéramos en esa situación. Si tan solo hubiera sido sincera con él sobre mis dudas respecto a lo nuestro. Si le hubiera hablado de Christian. Si lo hubiera enfrentado sobre ese mensaje. Deseé haber tomado un sinfín de decisiones diferentes. Me sentía tan hundida que no sabía cómo remediarlo.

Durante la rutina matutina no intercambiamos palabras. Yo me encargué del desayuno y ni siquiera posó sus ojos en mí a lo largo de la mayor parte del tiempo en el comedor. Al final fue que tuvo la osadía de hablar.

—Creo que tenemos que ir a terapia —dijo acomodando los cubiertos en su plato vacío—. No podemos seguir así.

No creí que fuera capaz de hacer esa sugerencia. Pensé que se limitaría a guardar silencio mientras se le pasaba la molestia, para luego actuar como si nada hubiera sucedido. Algo había cambiado. Ya se daba cuenta de nuestros problemas e incluso comenzaba a estar dispuesto a enfrentarlos. Sin embargo, yo no estaba segura. Ir a terapia implicaba concluir que habíamos fallado.

—Roberto, ir a terapia es...

—Querer hacer lo posible por salvar nuestra relación. —Se puso de pie y colocó mi plato bajo el suyo—. Si es lo que quieres hacer, la terapia puede ser el camino.

Me examinó y le sostuve la mirada. En esos instantes pude ver el amor que todavía me tenía y me pregunté si él podía encontrar eso en mis ojos; escondido en algún lado. Nos íbamos a casar y asistir a terapia era mejor que cancelar una boda. Tal vez eso me ayudaría a entender por qué terminé enganchada con Christian, menospreciando así todo lo construido con Roberto.

—Está bien —cedí—. Tienes razón. Vayamos, pero seamos discretos. No quiero que mi mamá se altere.

—Estoy de acuerdo. Agendaré entonces una cita para esta semana y te aviso. —Cubrió mi mano con la suya y la apretó—. Hoy te irás a hacer los exámenes, ¿cierto? Pediré permiso para salir un poco antes del trabajo para poder también hacérmelos. Sé que así te sentirás más tranquila. Eso es lo que quiero.

Ahí estaba de nuevo la voz que me decía lo estúpido que sería dejar ir a alguien como él.

***

Tuve que pedir una hora libre en el trabajo para poder ir a hacerme los exámenes. Mariela quedó encantada con la entrevista que le hice a Margarita y con las fotos del interior de su vivienda, las cuales tomé con ayuda de Azucena. Eran pocas las imágenes que habían de Margarita en la intimidad de su hogar, por lo que su interés en la mujer con la que su hijo tuvo un romance y el viaje me dio por lo menos esa ganancia.

Como aseguró Christian, no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual y no me contagió nada. De todas formas, ni Roberto volvió a intentar tener intimidad conmigo, ni yo lo busqué. La grieta en la relación se había agrandado incluso más. No obstante, no afrontamos la situación en voz alta. Las sonrisas no se sentían reales, ni los gestos cotidianos de afecto.

No fue hasta que casi a final de semana que Roberto me preguntó si esa tarde después del trabajo me parecía agendar la cita para la terapia, que volvió a materializarse el hecho de que estábamos por casarnos, pero nos encontrábamos en el peor momento de la relación.

No me podía concentrar en el trabajo. Beth se acercó a primera hora a parlotear sobre la boda y no pude evitar responderle de mala manera para que me dejara en paz. Entre eso, saber que Christian regresaba ese día y la terapia, yo no era capaz de terminar de revisar un párrafo sin quedarme analizando mis errores y cuántos la especialista en relaciones señalaría.

Dejé de mover el bolígrafo entre mis dedos y adherí mi frente al escritorio.

—Necesito un café —murmuré—. Café y azúcar.

Antes de que mi autocontrol me detuviera, me levanté de mi asiento y fui hacia la habitación con la cafetera. Ya era casi mediodía y a esa hora la mayoría prefería esperar el almuerzo en lugar de pausar el trabajo para volverlo a hacer dentro de unos minutos.

Llegué a la cafetera y tomé mi taza, pero fui interrumpida por mi celular sonando en el bolsillo de mi chaqueta. Era mi madre, la persona con la que más y menos necesitaba hablar en ese momento.

Luego de meditarlo unos segundos, suspiré y respondí.

—Buenos días, mamá.

—Hija, ¿cómo estás? Estos días no hemos hablado mucho.

Claro que estaba preocupada, ignoré sus llamadas más de una vez porque era más sencillo fingir por mensaje. Ya faltaba solo un mes para la boda y no quería que se mortificara.

—Sí, todo bien. Es que he estado ocupada con el trabajo por los días que falté. Disculpa.

—Ah, bueno. Entiendo. ¿Quieres venir un rato después del trabajo? Hacemos la cena juntas.

—Es que tengo planes con Roberto más tarde.

—¿Sí?

—Sí.

—Yo hablé con él hace rato y me dijo que saldría tarde de trabajar, por eso también te invité, para acompañarte.

Quise golpear mi cabeza contra el mostrador. Se me olvidó que la excusa de tener otra cosa que hacer con Roberto ya la había usado hace unos días, por lo que era turno de demasiado trabajo. Me sentía mal mintiéndole, pero sabía que con tal solo mirarle el rostro me desmoronaría. Habían sucedido demasiado esos días.

—Mamá...

—Hija, ¿sí está todo bien?

Su tono hizo que mi nariz ardiera y mis ojos me picaran.

—Sí.

Pero mi voz tembló y era imposible no notarlo. Me di la vuelta para estar encarando la cafetera por si alguien decidía entrar. Estar últimamente siempre al borde de las lágrimas no implicaba que deseara que mis compañeros de trabajo lo supieran. No era profesional. Debía mantener mi imagen.

—No me mientas, Laura. Sabía que esa sensación en el pecho es porque algo pasa. ¿Es el trabajo? ¿Demasiada presión? ¿O es Roberto que te hizo algo?

—No es... No es eso. —Necesitaba dejarlo salir, pero no podía—. Yo no puedo...

—Soy tu madre. ¿Qué es, hija? Dime y lo resolvemos juntas.

Cerré los ojos, como si la tuviera en frente y me apenara sostenerle la mirada. Respiré hondo. Sí iba a tener que decirle. Solo así iba a estar menos agobiada.

—Estoy teniendo problemas con Roberto e iremos hoy a terapia —confesé.

Lo que obtuve del otro lado de la línea fue silencio. Abrí los ojos. Mi corazón palpitaba con fuerza.

—Ustedes se aman, así que tengo fe en que podrán resolver sus diferencias. No le des tantas vueltas al asunto, hija. Yo sé cómo eres y tienes que concentrarte en sacar la relación a flote y continuar siendo feliz. He leído que en la actualidad las crisis antes de contraer matrimonio son muy comunes.

Mis sentimientos estaban difusos, pero no la corregiría. Anhelaba que tuviera razón y que se tratara de algo normal. Pensar en haber pasado tantos años junto a alguien y estar a punto de prometer seguir haciéndolo por el resto de mi vida me daba temor. Se lo debía dar a cualquiera.

—Sí, mamá.

—El exceso de trabajo también pudo haberlos afectado. Quizá sea bueno que planifiquen un viaje, así sea un fin de semana antes de la boda para reencontrarse. Pueden probarlo antes de ir a terapia.

Sus ganas de contribuir ejercieron presión en mi pecho. ¿Qué pasaría si mi relación con Roberto no tenía salvación?

—No lo sé. Ya Roberto agendó la cita. —Ya no tenía ganas de llorar, ni de tomar café. Lo mejor sería regresar a mi escritorio. Me di la vuelta y mi espalda baja chocó contra el borde del mostrador cuando retrocedí de golpe al encontrar a Christian apoyado del umbral de la puerta—. Te amo, mamá. Gracias. Te llamo más tarde, ¿bien?

No esperé su respuesta. Colgué. Debía abandonar ese espacio. Estar a solas con él no era lo indicado con mis sentimientos tan revueltos.

—Disculpa. No quería interrumpirte —dijo ahora sí ingresando a la habitación—. ¿Ibas a tomar café?

—Iré a terapia con Roberto —solté.

No había sido mi intención contarle. Simplemente salió; ya no tan atascado por habérselo dicho a mi mamá. En el fondo yo sentí que se merecía saberlo luego del intercambiado que tuvimos la noche antes de irme. Lo que dijo me llegó e hizo que asentara más profundo en mí.

—Qué bien —replicó, mas perdiéndose el brillo jovial—. Ojalá los ayude a ver con mayor claridad las cosas.

Esperé unos instantes a que dijera algo más, pero no lo hizo. Como no tenía nada más que hacer allí, volví a mi puesto de trabajo.

La breve charla con mi madre sí me ayudó a serenar mi mente. Entré en modo de que pasara lo que tuviera que pasar y me lo repetí cada vez que se asomaba la posibilidad de hundirme de nuevo en mi debate interno. Tenía que confiar en que algo bueno saldría de la sesión de terapia.

La hora llegó y recogí mis pertenencias sin ningún improvisto. Me despedí y en pocos minutos me hallaba encendiendo mi auto. No obstante, a medida que me acercaba a la dirección del especialista, mi optimismo decaía. ¿Y si había alguna forma de que detectara la culpa que cargaba sobre mis hombros? ¿Y si decidía indagar y utilizar sus técnicas hasta hacerme confesar todo?

Roberto ya estaba en la sala de espera cuando llegué. Se puso de pie, pero no me recibió con la intención de darme un beso, por lo que me senté para no tener una escena incómoda, cuya única espectadora sería la secretaría.

—Cuando salga la pareja que está adentro venimos nosotros —indicó.

Asentí y me dediqué los primeros minutos a pasear la mirada por el lugar, deteniéndome a apreciar los afiches sobre la inteligencia emocional.

—¿Y si nos vamos un par de días de viaje? —pregunté tomando el consejo dado por mi madre—. Quizá romper con la rutina es lo que nos hace falta. Si no funciona, podemos intentar con la terapia.

—Acabas de regresar de viaje.

—Sí, pero no es igual. Estar juntos desconectados del mundo puede ser la solución.

Yo era consciente de que lo que realidad sugería era continuar evadiendo nuestro problema. Sin embargo, me atemorizaba más que se expusieran nuestras faltas y terminar de destruirnos.

—En un mes nos vamos a casar, Laura. Debemos escoger la opción más efectiva —suspiró—. Sinceramente, yo creo que irnos, como dices, lo que hará será empeorarlo todo.

No se esforzó por ocultar su cansancio. Lo que no pude saber fue si era consecuencia del trabajo, o de lo nuestro.

—¿Por qué? —me atreví a cuestionar.

Pasó las manos por su cabello y cuando me miró su tristeza también fue evidente.

—Porque ya no me creo las justificaciones que me invento de por qué Christian te mira y te habla como lo hace, ni de por qué te pone nerviosa. Al principio creí que era por ser el hijo de Margarita García, pero lamentablemente te conozco y sé que no es solo por eso.

Abrí la boca para con urgencia decir algo que lo convenciera de equivocarse. No obstante, estaba demasiado conmocionada como para idear una aclaración coherente.

—¿Ves? Estoy en lo correcto. Te parece atractivo y...

—Micaela te envía besos por mensaje —lo interrumpí arrojando la carta que podría darle vuelta a la situación—, y he notado lo atenta que es contigo. ¿Por qué? ¿Le gustas?

Ahora el que quedó anonadado fue él. Arrugó el rostro.

—¿Revisaste mi celular?

—Roberto y Laura, ya pueden pasar al consultorio —informó la secretaria, evitándome el tener que responderle de inmediato a Roberto.

Tomé mi bolso e ingresé primero. No, lo nuestro no se arreglaría con un viaje.

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