Capítulo 25 | Declive
DECLIVE
La conversación con Margarita me dejó desestabilizada. Fue una completa sorpresa que supiera de nosotros. No me dijo cómo, pero deduje no había sido reciente. ¿Acaso fue durante nuestro romance? ¿Después? ¿Lo había compartido con alguien más?
No me trató mal e incluso demostró su preocupación por mí, sin embargo, pensar que en cada momento Magnolia o Ximena podían estar juzgándome en sus mentes, tachándome de mujer infiel y malvada, me hizo desear que la noche pasara rápido para volver a casa. Por lo menos era claro que Ximena sabía algo.
¿Cuánto tardaría Azucena en enterarse? Ella era mi amiga, pero más de una vez había expresado lo fan que era de mi relación con Roberto. No me creía capaz de soportar su mirada de decepción, o reproche.
—¿Entonces te vas mañana?
Dejé de apoyarme del marco de la ventana y miré a Christian. En su mano tenía un vaso de whisky. No habíamos cruzado palabras desde la mañana.
Después de cenar, Azucena me pidió el favor de que nos viéramos en la sala para que la ayudara a escoger unas fotos. Mientras esperaba por ella, me entretuve viendo hacia el jardín. Al principio fue por las luciérnagas, mas no tardé en deambular por mis angustias.
—Sí —contesté, buscando el instante ideal para sutilmente dirigirme al centro de la habitación y así evitar sentirme acorralada—. Tengo trabajo que hacer.
Tardó en responder, así que lo rodeé y fui hacia el otro extremo del sofá más cercano. Un obstáculo entre ambos minimizaba riesgos.
—Y un prometido al cual regresar.
—Así es. Y una boda que terminar de planear.
Se dio la vuelta. No contaba con tu típico porte de seguridad y su expresión determinante. En sus ojos había visto ese brillo de alguien que se estaba excediendo con sus tragos.
—¿Lo que pasó no cambió nada? —preguntó.
Tenerlo vulnerable en espera de mi réplica fue desolador. Mi indecisión y mi actuar impulsivo de la noche anterior también le hacía daño. Claro que había cambiado algo; ahora mis dudas eran mayores. No obstante, admitirlo no nos haría ningún bien.
—No.
Ante mi negativa, se limitó a asentir. Luego, como estando en automático debido a lo tenso de su andar, se dirigió hacia la puerta. Estuve por dejarlo ir. Sin embargo, lo dicho por su madre ejerció más presión en mi pecho. Supe que no encontraría un poco de paz si no lo afrontaba.
—Tu mamá piensa que eres caprichoso y que yo soy un capricho. Te defendí, pero quiero saber si lo soy —solté.
Cerró de nuevo la puerta, pero no giró.
—No lo eres.
—¿Entonces por qué yo? ¿Por qué no alguien más? ¿Por qué te empeñas en lo nuestro? ¿Qué aporto yo en tu vida? —interrogué—. Por favor, mírame, Christian. No entiendo cómo alguien como tú insiste en alborotar más el desastre que soy.
Me encaró. Su gesto era más firme.
—Tienes buen corazón. Tu alrededor te importa más que tú misma y a mí me hace falta mucho de eso. Para ser más tolerante y no terminar de desligarme de mi familia. Tu cariño es sincero y tu desastre, como lo llamas, es algo que me gustaría ayudarte a mejorar.
Me quedé sin palabras. Deseé también tener alcohol para digerir más de prisa su confesión.
Él me atraía por lo libre y radiante que era; y yo a él por ser lo contrario. Mi autosabotaje buscó poner en duda lo dicho, sin embargo, su forma de comunicarlo no dejó cabida para cuestionamientos. Yo no era un capricho.
Christian no se movió y por algún motivo tuve ganas de llorar.
De repente, mi charla con Ximena retumbó en mi cabeza.
—Ximena me dijo que se siguen acostando —murmuré—. ¿Es cierto?
Eso sí hizo que se acercara. Le permití que tomara mi mano. Antes de que hablara, mi corazón se contrajo. Sí había algo de verdad.
—No te voy a mentir, Laura. Ximena y yo no tenemos una relación, pero sí hemos tenido sexo varias veces en los últimos tres años. Estuvimos mucho tiempo juntos, ambos hemos estado solos y ha sido de mutuo acuerdo sin compromisos. Sexo y ya.
Me preparé para recuperar mi mano. Eso dolió.
—¿Cuándo fue la última vez?
—Cuando aceptó representar a mi mamá y fuimos a esa fiesta.
—¿Ni siquiera un beso después de eso?
—No. Ni palabras románticas, ni gestos de cariño.
—Ella es demasiado posesiva contigo como para creer que...
—Laura —me interrumpió. Soltó mi mano y giró con cuidado mi rostro para que lo mirara. Me enojó que lágrimas se acumularan en mis ojos. Me lastimaba imaginarlo estando con ella—. Te estoy diciendo la verdad. Pude haberlo negado, pero no. No lo haré. Luego de esa última vez, volvimos a quedar para vernos, pero no pude. Ya no paraba de pensar en ti.
Cerré los ojos. Cuánto anhelé en ese instante que todos los impedimentos desaparecieran y poder besarlo y olvidarme de todo en sus brazos. Eso era lo que quería mi alma. No obstante, mi mente no me dejaba tranquila.
Secó mis pómulos.
—Lamento herirte, porque sé que debes sentirte como yo lo hago al pensarte en manos de Roberto. Eso me da un poco de esperanza.
Me abrazó.
—Disculpa, Laura. Es que estaba hablando con mi... ¿Qué pasa aquí? ¿Chris?
Abrí los ojos de golpe. Azucena había entrado a la habitación y ninguno de los dos la escuchó. Todavía tenía la mano en la manilla de la puerta.
Christian se apartó conservando la serenidad. Por el otro lado, yo estaba llena de pánico.
—Qué bueno que llegaste, prima. Ven y abraza a tu amiga. Está teniendo una crisis pre-boda, o algo así —dijo él. Estiró el brazo hacia Azucena para que obedeciera.
Yo no pude participar en su acto. Permanecí en silencio, pero eso fue suficiente para que la preocupación abarcara las facciones de mi amiga y se apresurara a colocar los brazos a mi alrededor.
—Tranquila, Lau. Todo saldrá bien —me aseguró.
Christian encogió los hombros cuando lo miré todavía siendo consolada por Azucena. Levantó el vaso en mi dirección y se acabó el trago antes de irse.
***
El viaje de regreso a mi hogar con Roberto fue insípido. No era lo mismo viajar sola que acompañada y, aunque fuera incorrecto, llegado el momento no tuve muchos ánimos de irme. Incluso, deseé que sucediera algo para impedirlo. No quería encarar a Roberto luego de mi crimen.
Sin embargo, por el otro lado y de forma irónica, me entretuve en varias oportunidades recordando mis interacciones con Christian. Sus miradas, sus frases y su actuar. Me atrapé sonriendo un par de veces debido a él y mis mejillas entibiadas a causa de los rastros en mi memoria de sus besos.
Al llegar a mi ciudad de residencia, Roberto continuaba en horario laboral, así que tomé un taxi. Ya en el apartamento, desempaqué de una vez y me distraje comenzando a pulir la entrevista que le hice a Margarita García. Todo estaba limpio y en orden, por lo que mi única tarea hogareña sería preparar la cena.
—Es un gusto tenerte de regreso —fue el saludo que Roberto me dio para después plantar un fugaz beso en mis labios e irse a bañar.
Durante la cena, conversamos sobre cómo iban las cosas en su trabajo y mi estadía en la casa de la creadora de MG. Por supuesto, me enfoqué en cómo mi admiración por ella creció y en lo satisfecha que estaba con el vestido. Solo me preguntó una vez por Christian y, para evitar una desviación del tema sospechosa, le comenté sobre las fricciones familiares que había. Y bueno, también mencioné a la ex todavía interesada en él.
Al terminar de comer, le insistí en que yo me encargaría de recoger la mesa. Él cedió regresando a su asiento y terminando su copa de vino. Podía sentir su mirada sobre mí mientras lavaba los platos. No fui capaz de ojear en su dirección, porque temía encontrarme con alguna mala expresión. Sabía que la raíz de todo era mi sentimiento de culpa, que él no me había dado hasta los momentos ningún indicio de estar molesto o de sospechar algo. Sin embargo, prefería evitar esa minúscula posibilidad.
Oí la silla ser arrastrada, anunciando que optó por levantarse. No interrumpí mi tarea. Avanzaba hacia a mí. Todavía me faltaba enjuagar el sartén.
Cuando estuve por soltar cualquier frase para escapar de ese silencio agobiante, sus manos se posaron en mi cintura. Depositó un beso casi en el lóbulo de mi oreja y luego inhaló colocando su nariz a un costado de mi nuca.
Me estremecí. Fui consciente de cada zona en la que su cuerpo hacía contacto con el mío, incluyendo su entrepierna contra mi trasero. De todas maneras, terminé de lavar el sartén, esperando comprobar hasta dónde quería llegar.
—Te extrañé —murmuró.
Cerré la llave y me apoyé del borde del fregadero. Ahora me hacía cosquillas con su respiración del otro lado de mi cuello. Una de sus manos jugueteaba con el cierre de mi sudadera.
—Y yo a ti —respondí.
Ya podía sentir el movimiento dentro de sus pantalones de dormir. En lugar de venir a mí la expectativa y el deseo de hacer el amor con él, recordé cómo me sentí imaginándome a Christian con Ximena y lo que dijo él que sentía al saberme con Roberto. ¿Estaba Christian en ese instante pensando en cómo mi prometido me hacía suya?
Roberto deslizó el cierre hacia abajo, revelando la delgada franelilla de satén. Esa mano se introdujo en el escote para cubrir y masajear mis senos. La otra mano bajó hacia el borde de mis pantalones cortos.
—¿Estás cansada? —preguntó mostrando consideración debido al viaje que tuve.
Negué, sin poder concentrarme lo suficiente para hablar. No era como Christian, pero tampoco mi anatomía podía ignorar sus estímulos.
No me sentía lista para tener intimidad con Roberto. Lo de Christian seguía siendo demasiado reciente y no me agradaba la idea de saltar de un hombre a otro. No obstante, ¿qué culpa tenía Roberto de mi confusión? Después de esos días lejos, lo normal era que anhelara estar con él.
Mostré mis intenciones de girarme y lo permitió. Haber creído que hallaría acusación en su mirada ya parecía absurdo. Lo que Roberto quería era amarme. Y, a pesar del impacto que tuvo el viaje en lo relacionado con Christian, yo no pude revocarle a Roberto ese privilegio.
Con su mano buscando en esa ocasión el interior de la prenda inferior de mi pijamada, fui yo quien atrajo su boca a la mía. Retiró su mano, pues prefirió ejercer presión con su cuerpo sobre mí. Su miembro despierto impactó contra mi pelvis y provocó un jadeo.
—Vamos a la cama —pidió ronco.
Su nivel de calentura me estaba sorprendiendo. Era atípico que me manoseara lavando los platos, o que me hiciera presión con su erección de esa manera.
Fuimos a la habitación e hizo que me acostara sobre mi espada con los pies todavía tocando el suelo. En vez de extender la sesión de besos, me quitó de inmediato mis prendas inferiores. Yo todavía tenía incluso la sudadera puesta, pero él no tuvo interés en retirar los otros elementos de mi vestimenta.
Se bajó los pantalones. Sujetó mis caderas y me animó a arrastrarme más cerca de él para facilitar la penetración. Observé su pene a punto de rozar mi vulva. Pensé en cómo tuve sexo con Christian casi cuarenta y ocho horas atrás, pero ahora me encontraba con él. De igual forma, recordé el mensaje que Micaela le envió antes de mi viaje...
Detuve mi movimiento y retrocedí para juntar mis muslos.
—Amor, ¿podemos usar preservativo?
Roberto arrugó el rostro, como si la palabra fuera desconocida para él.
—¿Por qué? Hace años que no lo usamos.
—Es que Ximena me prestó un traje de baño y he sentido un poco de picor. Mañana iré a hacerme unos exámenes. No quiero contagiarte con algo.
Y en esencia era cierto. No me protegí al inicio con Christian y no correría el riesgo de enfermar a Roberto a causa de ello. Yo creía lo dicho por Christian acerca de estar bien, pero no me quedaría tranquila hasta estar segura. De la misma manera, convencería a Roberto de hacérselos. ¿Y si sí tenía un romance con Micaela?
—Ella debe cuidar su higiene y salud. No te angusties por eso. Sigamos.
Colocó sus manos en mis rodillas e intentó volver a abrirme las piernas. Me senté y él detuvo su avance.
—No me sentiré cómoda si no usamos un preservativo.
Suspiró.
—Tranquila, no te disculpes. El problema es que no tengo uno. El último que tuve estaba por vencerse y se lo di a un amigo.
Tomé una de sus manos y la acaricié.
—Tendremos que esperar entonces a mañana —dije.
Obviamente no estaba contento con el giro de la situación. Sin embargo, no se quejó al respecto.
—Entonces, así será —contestó.
Se apartó para encerrarse en el baño.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top