Capítulo 24 | Capricho
CAPRICHO
Contemplarme frente a ese gran espejo no me hizo sentir tan alegre como debería. Y no era por estar disconforme con el vestido. De hecho, no podía ser más perfecto. Se ajustaba a mi pecho con su escote de corazón y diminutas flores brillantes bordadas. Se perdían en el inicio de la falda acampanada, la cual contaba con pliegues pronunciados que la dividían en capas. Las flores volvían a asomarse en algunas de ellas.
—Te queda divino —exclamó Magnolia caminando a mi alrededor.
Incluso ella lucía más emocionada que yo. Busqué corregirlo embozando una gran sonrisa y pasando mis manos por la tela, como si la contemplara fascinada y escéptica por encontrarme por fin probándomelo.
—Hay que hacer unos pequeños ajustes aquí, señorita Villarroel —señaló Betty detrás de mí. Sentí sus manos y luego cómo colocaba un par de pinzas para ajustar más la pieza mi figura.
—¿Seguiste con la dieta esa, Lau? —preguntó Azucena desde el sillón.
Estábamos en una habitación del hogar de Margarita García, cuya tres de sus paredes estaban cubiertas por un espejo continuo. Algunos maniquís, un par de asientos y un escritorio ocupaban parte de sus costados, dejando el centro despejado, solo para el banquillo circular sobre el que yo estaba. También podían verse varios bocetos pegados en la pared. Ese debía ser el estudio donde ocurría parte de la magia de la marca.
—No, no lo hice —repliqué, molestándome un poco con que lo trajera a colación.
—¿Dieta? —inquirió la hermana de Christian—. Queremos clientas sanas. Nada de dietas que salen por internet. Por eso le pedimos a Mariela tu talla para adaptar el vestido.
Me abstuve de comentar cómo mi jefa me sugirió inscribirme en el gimnasio porque usaría ese vestido.
—Me dejé ganar un poco por el estrés de que todo fuera perfecto —dije—. Gracias por el vestido.
Magnolia me sonrió y apretó mi mano con ternura.
—No hay de qué. Disfruta. —Me tomó una foto y luego se dirigió a Betty—. Eso sería todo. Ayúdala a quitárselo, por favor. Voy a buscar una botella de champaña para celebrar un poco. Claro, yo un jugo.
Mientras Betty me ayudó a quitarme el vestido, Azucena me pasó mi ropa. Margarita no pudo estar presente debido a una importante reunión, a la cual por suerte acudió con Ximena. Christian, por su lado, salió después del almuerzo y no había vuelto.
—Súbeme el cierre, Azu. Por favor —le pedí para evitar tener que batallar con cerrar mi blusa.
Ya Betty estaba terminando de guardar el vestido en su funda especial.
Azucena volvió a acercarse para hacer lo indicado. Hizo mi cabello suelto a un lado y lo subió. Luego, con la amabilidad que la caracteriza, pretendió acomodar de nuevo mis mechones en su lugar. Sin embargo, algo provocó que se detuviera.
—Laura, ¿eso es un chupón? —murmuró.
Alarmada, fui hacia el tramo del espejo más cercano. Me revisé. Y sí, tenía un pequeño hematoma en la parte trasera de mi cuello. Christian se había excedido.
Azucena todavía esperaba por una respuesta.
Solté una risita para buscar restarle importancia.
—Iban a ser muchos días lejos de Roberto. La despedida estuvo buena.
Mi amiga negó con diversión.
—Quién lo diría. Por lo menos tiene cuidado de no dejarlo en sitios tan visibles.
La copa de champaña llegó justo a tiempo. Betty se retiró y Magnolia, Azucena y yo nos quedamos bebiendo un poco. La hermana de Christian era bastante agradable. Al principio, la conversación giró en torno a la boda, pero después se fue desviando hasta enfocarse en los hombres.
—¿Y cómo supiste que Ricardo era el indicado? —preguntó Azucena—. ¿Sí ha sido como imaginabas?
Magnolia sonrió ante la interrogante de su prima. Yo, por mi parte, bebí otro sorbo de champaña y esperé atenta a su respuesta. No era frecuente oír en vivo la experiencia amorosa exitosa de alguien más y eso era justamente lo que necesitaba en medio de tanta confusión.
—Pocos lo saben, pero antes de Ricardo yo salía con un primo de Ximena. Nos llevábamos bien, y creo que quizá demasiado bien. Conocí a Ricardo en una fiesta y fue... explosivo. No digo que fue amor a primera vista, pero sí que todo fluyó tan natural que acepté que intercambiáramos números. —Tocó su anillo de casada y lo miró por unos momentos—. Desde entonces, no hubo hombre en este mundo con quien me la pasara mejor. Yo creo que de eso se trata. No tanto de si todo es perfecto, sino de no querer estar con nadie más. Y bueno, todo lo que va de la mano con eso.
—Qué hermoso. Yo estoy viviendo algo así, pero a la vez me da algo de miedo —comentó Azucena.
—Mi consejo es que disfrutes el hoy. Poco a poco ves cómo avanzan las cosas y tomas tus decisiones.
Sabía que era necesario que yo también agregara mi opinión. Estaba de acuerdo con lo que Magnolia decía, sin embargo, escucharlo en voz alta me causó conflicto porque yo estaba yendo en contra de ello. Debido a Christian, comenzaba a desear estar con alguien que no era mi prometido. De ser así, ¿de qué servía el matrimonio y todos nuestros planes? Por el otro lado, ¿qué quedaba si descartaba a Roberto? ¿Un antiguo romance que todavía se acostaba con su ex? ¿Valía la pena escoger ese camino?
La puerta se abrió y Margarita ingresó a la habitación.
—Disculpen, chicas. Se me hizo difícil llegar antes. Ya Mag me dijo que el vestido te quedó maravilloso, Laura. Me alegra mucho.
—Sí, estoy encantada —contesté.
—¿Quieres champaña, mamá? Así te relajas.
—No, hija, gracias. De hecho, como Laura se va mañana, vine a preguntarle si hacemos la entrevista en mi oficina antes de cenar.
Terminé el contenido de mi copa y me puse de pie.
Yo decidí no esperar hasta que concluyera la semana para irme. Ya me había probado el vestido, así que quedarme más tiempo iba a ser innecesario. No dar cabida para que se presentara otra oportunidad de cruzar la línea con Christian iba a ser lo mejor. Tenía que alejarme y pensar muy bien lo que sucedió y lo que sabía.
—Me parece bien. Gracias por acordarse.
Dejé a Magnolia y a Azucena conversando para seguir a Margarita al despecho que tenía en su hogar. Se encontraba junto al estudio donde me probé el vestido. Igual que el resto de la vivienda, predominaba el blanco y los tonos grises. Las cortinas estaban corridas, permitiendo el paso de los rayos del atardecer y la vista al jardín trasero y a la piscina.
En lugar de sentarse tras su escritorio, tomó asiento en uno de los sillones individuales al lado de la ventana. Yo hice lo mismo. Como no traje mi material de trabajo conmigo, decidí que lo mejor sería grabarla con mi celular. Después haría los respaldos en la nube. Ella aceptó.
—Le pedí a Betty que trajera té. No debe tardar —indicó.
Si charlar con Christian fue interesante, con ella lo fue mucho más. Me dio detalles que siendo ella la protagonista de su historia solo podía tener y resaltó las veces que estuvo por rendirse. Hizo hincapié en la importancia del apoyo familiar y que se sentía satisfecha por dejar un legado. Reforzó el por qué decidí dedicarme a artículos de moda: encontrar esas historias que demuestran que va más allá de las apariencias y lo plástico. Más allá de fingir perfección.
—¿Y hay algo de lo que se arrepienta? —cuestioné.
Estaba por servirse más té, pero mi interrogante hizo que cambiara de opinión. Miró a través de la ventana y precisamente Christian acababa de llegar en el auto que alquiló. Cuando volvió a enfocarse en mí, su vibra alegre, la cual no se vio afectada ni siquiera al relatar pruebas que tuvo que superar, se ensombreció.
—No haber logrado que Christian sintiera la marca como suya y presionarlo al punto de alejarlo de nosotros.
De verdad estaba siendo sincera conmigo. No me había detenido a pensar lo duro que debió ser para ella que Christian no quisiera ser parte de lo que construyó y que, además, se desligara viajando. Claro, Christian estaba viviendo su sueño, sin embargo, yo me había dado cuenta de que la relación con su familia tenía algunos problemas. Esa era una gran diferencia entre él y yo. Era libre, sí; pero no estaba en paz con sus seres queridos. Yo no me imaginaba en una situación así.
—Sé que Christian los ama —sentí la necesidad de decir—. Por cómo habló de ustedes cuando lo entrevisté y lo que hemos compartido, sé que es así. Tal vez solo tienen que terminar de abordar más a fondo ciertos temas para fortalecer su relación.
No me extendí más porque temía estarme propasando. Se trataba de un asunto familiar y yo no tenía potestad para inmiscuirme.
Margarita me sonrió, pero el gesto no llegó a sus ojos.
—Desde pequeño siempre fue muy caprichoso, ¿sabes? Creí que su afán por viajar era un capricho más y no entendíamos cómo se suponía esperaba vivir de eso. Los padres nos preocupamos y queremos lo que creemos mejor. Christian nos demostró que estábamos equivocados y que no era un capricho pasajero. —Se acomodó en su asiento y cambió de pierna cruzada. Apoyó el codo del brazo del sillón y acomodó la cabeza en su mano para verme de lado—. Ahora, no sé qué eres tú. Te invité a mi hogar para asegurarme de que fueras un capricho, o para que por lo menos alguno de los dos se diera cuenta de que es así. ¿Tú qué piensas, Laura?
Había soltado de forma tan sutil el hecho de que sabía de mi cercanía con Christian que me costó unos momentos comprender sus palabras. Ella era consciente de las chispas que había entre Christian y yo, así como que pronto yo me casaría. ¿Acaso acceder a hacer mi vestido también fue parte de su plan para poder tenerme bajo su techo? ¿Qué leyera y le gustaran mis artículos fue mentira?
Pausé la grabación y respiré hondo. La mirada de Margarita no era de estarme juzgando, sino de desafiarme. Quería saber más sobre su hijo y yo.
—En este instante voy a hablarle como Laura, la mujer que aprecia a Christian; y no como Laura, su admiradora y redactora de una revista. No creo que Christian sea caprichoso. Para mí, es consecuente con lo que desea y tiene la valentía de ir tras eso. Es una buena persona y eso debería darle tranquilidad.
—¿Aprecio? ¿No dirás que lo amas?
Así como ella me abrió su corazón, yo también lo haría. Sin filtros. Sin miedo a ser señalada.
—Me voy a casar. No tengo derecho a decir o insinuar que lo amo. Ya ni siquiera sé qué siento por Roberto. —Suspiré. Mi voz había temblado. Bebí otro poco de té—. No quiero lastimar a nadie. No puedo anteponer lo que deseo por encima de las personas que amo. No soy tan fuerte como Christian.
Margarita se inclinó hacia adelante y me extendió su mano.
—Dame tu mano, cariño —dijo.
Eso hice. Su piel era suave y cálida.
—Hagas lo que hagas, siempre habrá alguien que se disguste o salga afectado. ¿Crees que estaría donde estoy si cada segundo me detuviera a pensar qué dirá o hará tal persona? ¿Si me frenara porque: ay, pobrecito? No, cariño. En la vida hay que tomar decisiones y tener dosis de egoísmo. Estás aquí por eso.
—¿No me dirá que me aleje de su hijo? —murmuré.
Negó.
—Él es un hombre adulto y sabe lo que hace. Me caes bien y sé que no eres una oportunista. Lo que no quiero es que salgas lastimada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top