Capítulo 23 | Arder


ARDER

La sensación de su lengua estimulando mi punto más sensible era algo de otro mundo.

Roberto y yo no practicábamos el sexo oral. Él nunca tuvo la iniciativa y a mí me apenaba tomarla. Saber lo que era tener la boca de alguien entre mis piernas, solo enfocado en darme placer, fue lo que descubrí con Christian. Él era mayor y era obvio que tenía más experiencia. La forma en que me mordía ejerciendo la presión justa para no hacerme daño y variaba la velocidad y el punto de enfoque, no podía conseguirse sin suficiente práctica. Mantenerme al borde con cada segundo que pasaba, torturándome, no debía ser una habilidad común.

El control de mi mente sobre mi cuerpo era casi nulo. Mis músculos reaccionaban a sus estímulos. Me arqueaba. Juntaba los dientes. Y mis caderas se balanceaban para beneficiar el roce. Por si fuera poco, su mano no paraba de pasearse por mi abdomen, e incluso a veces subía más y apretaba mis pezones.

Cuando se apiadó de mí, obedeciendo la exigencia de mis dedos enredados en su cabello, me fue imposible suprimir los gemidos. La liberación de todo lo acumulado me hizo tener el mejor orgasmo en mucho tiempo. Fue inevitable que mis muslos se cerraran y aprisionaran su cabeza. Me hundí contra el colchón. Mi mente quedó en blanco por varios segundos. Y si eso no era sentir la gloria, no podía imaginar cómo sería.

Como para recordarme que continuaba allí, volvió a pasar su lengua por mi clítoris. Debido a la reciente explosión, lo que sentí fueron unas ligeras punzadas de molestia. Separé las piernas y de inmediato tuve a Christian estirándose sobre mí para besarme.

—Seguro despertaste por lo menos a Azucena —comentó con una sonrisa pícara.

—Jamás deduciría que somos nosotros —repliqué con dificultad ante los besos húmedos que depositaba en mi cuello—. Primero piensa que son Ximena y tú.

—Nadie hace ruidos tan deliciosos como los tuyos.

Antes de que pudiera contestar, atrapó una vez más mi boca en la suya. Podía sentir su miembro caliente rozando mi vulva. Ya quería volver a tenerlo dentro de mí, estirando mis paredes y dejándome sin aliento. Sin embargo, haber traído a Ximena a colación, instaló una preocupación en mi cabeza. Yo tenía una pareja estable, pero Christian aparentemente no.

Corté el beso girando el rostro hacia un lado.

—Tú te cuidas, ¿cierto? O sea, estando con otras mujeres.

Se retiró un poco.

—Sí, claro. Yo soy responsable. Y tampoco es que soy un mujeriego o algo así.

—En el baño no sacaste un preservativo. Yo me inyecto, pero las enfermedades...

—Tampoco pensaste en eso, ¿o sí? —Su sonrisa decayó al notar que mi preocupación era seria. Terminó de apartarse y, cuando recogió su pantalón del suelo, creí que se iría, no obstante, sacó de su billetera el paquete de un condón. Se sentó en el borde de la cama—. No tengo nada y sé que tú tampoco. Por eso no fue lo primero que cruzó por mi mente cuando me sedujiste. Ya no creo que haga mucha diferencia, pero si te hace sentir más cómoda, está bien.

Antes de que respondiera, se lo puso y volvió a acercarse. No destruí su libido. ¿Por qué? ¿Por qué pese a ello se quedaba?

—No te seduje —murmuré.

—También está bien si quieres echarme toda la culpa.

***

Desperté por el sonido de mi celular. Sin abrir todavía los ojos, estiré el brazo hacia la mesita de noche y respondí sin comprobar de quién se trataba.

—¿Hola?

—Buenos días, amor. ¿Todavía duermes?

Era Roberto. Separé el celular por un momento de mi oreja para revisar la hora. Eran más de las nueve de la mañana.

—Eh... sí. Anoche... anoche después de visitar a mi abuela fuimos al bar y me dormí tarde —contesté.

Me di la vuelta para sentarme en la cama. Cubría mi desnudez con el edredón. Junto a mí, Christian frotaba sus ojos y también se sentaba. Un nudo se formó en mi garganta. Estaba hablando con Roberto todavía encontrándome en la cama con Christian; despertándome de haber tenido sexo con él.

—Ah, qué bueno. ¿Qué tal la pasaste? ¿Quiénes fueron?

Christian me miraba atento a la conversación. Conforme se prolongaba la llamada y su presencia, más asco sentía de mí.

—¿Por qué preguntas quiénes fueron? —cuestioné comenzándome a alarmar debido a la culpa.

—¿Por qué no hacerlo?

Desvié la atención hacia mi regazo y puse la mano en mi frente.

—Disculpa, es que me duele un poco la cabeza. Azucena me convenció de tomarme varios tragos anoche —mentí—. ¿Te puedo llamar en un rato? Luego de que coma y me tome una pastilla.

Demoró unos instantes en responder, pero no le quedó otra opción.

—Sí, claro. Tranquila. Te amo, ¿lo sabes?

—Lo sé. Yo también a ti.

Colgué y regresé el celular a su lugar.

Quise esconderme bajo el edredón y esperar a que Christian desapareciera. Deseé que la solución fuera así de fácil y no tener que cargar con las secuelas de lo que sucedió. No iba a negar lo bueno que estuvo, pero eso no lo convertía en correcto.

—¿Ahora no me mirarás? —preguntó.

Sabía que era tonto tomar esa actitud, mas fue mi reacción en un intento por hacerlo más llevadero. No podía con la vergüenza de haberle dicho a mi prometido que lo amaba teniendo a otro hombre desnudo a mi lado.

Respiré hondo y alcé la vista.

—Lo siento. No está siendo fácil.

—Que me despierte, después de lo de anoche, y escuche cómo le dices a otro que lo amas, tampoco es la definición de fácil.

¿Celos? ¿Reproche? ¿Con qué derecho lo hacía? ¿Acaso se le olvidaba cuál era nuestra situación? Yo me iba a casar y él era un romance del pasado con el que pequé.

—Tú fuiste quien se empeñó en meterte en mi vida y en hacerme ver que no soy feliz. Que nos hayamos acostado no hace que Roberto y todo lo demás desaparezca mágicamente.

—Lamentablemente no. —Su mano buscó la mía. La alejé de su alcance, a pesar de lo mal que me hizo sentir. Suspiró y se giró para colocar los pies en el suelo—. Está bien. Fue mi culpa. Sexo y ya, ¿cierto?

El tono que empleó fue como si yo lo hubiera usado, cuando ambos nos habíamos dejado llevar por la atmósfera de tantos recuerdos agradables compartidos. No pudo haberse ilusionado.

—Sexo y ya —repetí.

Pese a lo cruel que me hizo sentir, sabía que era lo mejor. Yo no tenía la fuerza para darle un cambio tan radical a mi vida. Esperaba que luego de luego de esa noche apasionada su interés en mí menguaría.

No dijo nada más y abandonó la cama para recoger su ropa. Percibiendo el peso de la tensión entre ambos, decidí ahora sí cubrirme por completo con el edredón. Christian era libre y un fuego ardía en su interior; yo, por el contrario, tenía expectativas que cumplir y me carcomía el remordimiento de no hacerlo.

Permanecí así hasta que lo oí salir de la habitación. Después me bañé y vestí para bajar al comedor. Haría lo que mejor hacía: sonreír y fingir que todo estaba bien. Mi realidad no cambió y tenía el compromiso de probarme mi vestido de novia esa tarde.

En el comedor, me encontré con Ximena, Magnolia y Christian, quien cargaba a su sobrino con un brazo y comía con el otro. En cambio, Ximena, frente a él y arreglada como si estuviera en su oficina, anotaba en una agenda, mientras Magnolia revisaba algo en su tablet.

—Buenos días —saludé irradiando una alegría prefabricada.

Obtuve las respuestas esperadas y llegué al que supuse era mi asiento, debido a encontrarse un plato cubierto.

—Qué cosas, ¿no? Por poco llegan juntos —comentó Ximena sin molestarse en separar la vista de lo que hacía.

—Espero que mi hermano no te haya hecho pasar un mal rato en el bar —dijo Magnolia; ella sí pausando lo que hacía para mirarme—. Azucena me contó que se ofreció para buscarte, a pesar de que luego tenía que ir a hacer un trabajo.

Disimulé mi sorpresa bebiendo un poco de jugo. Así que había sido su idea buscarme.

—Para nada —repliqué—. Fue agradable ir y distraerme un rato.

—Además —intervino Christian—, Laura es una excelente pareja de baile. Fue hasta divertido.

Ojeé en su dirección. Ya no comía, sino que mecía al bebé, quien lo observaba con sus enormes ojos grisáceos. Se había despertado. Su atención estaba fija en la pequeña criatura. Fue imposible no sentir ternura.

Esa escena fue interrumpida por mi celular sonando. El ruido asustó al bebé y comenzó a llorar. Magnolia se levantó para ir por él y yo me disculpé y me marché de la habitación.

Se trataba de mi madre. Respondí la llamada mientras caminaba hacia el exterior de la vivienda. Algo de aire me haría bien y los bancos que vi en el jardín frontal lucían cómodos.

Ya tenía un par de minutos hablando, cuando la puerta se abrió y Ximena se unió a mí. Sin embargo, no se sentó. Se apoyó de una de las columnas y sacó un cigarrillo para fumar. Por lo menos tuvo la consideración de ponerse en un punto para que el viento se llevara el olor lejos de mí.

—No, mamá. No estoy molesta, pero me hubiera gustado sorprender a mi abuela —dije.

—Disculpa, hija, pero no quería que llegaras de repente y no la encontraras. Ella a veces se va de paseo con don Raúl y...

—Así que la abuela ya te contó.

—Por supuesto que ya sabías. —Mi mamá soltó una risa breve.

—Sí, desde que viví con ella. Lo que entiendo es por qué no terminan de mudarse juntos.

—Cada uno debe disfrutar de su espacio. A cierta edad es diferente. —Escuché a alguien llamándola en el fondo—. En fin, no te quito más tiempo. Saldré con tu papá para ir viendo la ropa para la boda. Recuerda pasarme fotos más tarde del vestido. Besos.

—Mamá...

—Disculpa por invadir tu privacidad. Es que a Margarita no le gusta que fume dentro de la casa, porque desbalanceo su mezcla de aromas —dijo Ximena.

—No te preocupes. No era nada secreto. Ya voy a regresar para terminar de comer.

Me dirigí a la puerta. No quería otra conversación a solas con ella.

—Christian está planificando un viaje largo, de varios meses. Está esperando que los asuntos de MG con la revista terminen de formalizarse y que Magnolia pueda asumir el control, para irse.

A pesar de ser consciente de ello, pues ese era su trabajo, que Ximena me lo comunicara hizo que me detuviera. No por la información, sino por la intención que había.

—Suena lógico. Siempre ha dejado muy en claro que su intervención es temporal.

Se apartó de la columna para acercarse a mí. Se apoyó del marco de la puerta. Su belleza, guardarropa, actitud y éxito me hacían sentir inferior, al punto de desear huir.

—Fracasé en hacerlo cambiar de opinión. Creí que luego de nuestro reencuentro podríamos retomar nuestra relación, pero me equivoqué. Está empecinado en menospreciar las oportunidades que tiene frente a él. A nadie le he dado segundas oportunidades, exceptuando a Chris.

La manera en que podían interpretarse sus palabras me obligó a pedir que fuera específica. No iba a quedarme con la duda. No cuando el haber caído de nuevo en los brazos de Christian podía en peligro mi relación estable.

—¿Con reencuentro te refieres a...?

—Sexo. Hacer el amor. Como lo quieras llamar. Siempre se hace el duro, pero estuvimos juntos mucho tiempo y todavía quedan restos dispuestos a arder. —Inhaló más que las veces anteriores y no le importó que lo expulsado impactara contra mi rostro—. ¿Qué opinas tú? ¿Debería seguir insistiendo? Sé que no has pasado por una ruptura, así que no debes saber cómo es, pero creo que tu opinión me ayudaría. Sé que has compartido mucho con él.

Mis ojos se humedecieron por la rabia, así que opté por tocarme la nariz para secundar mi excusa.

—Perdón, me dio alergia. —Me estrujé los ojos. Me sentí traicionada al enterarme de que Christian se había acostado con Ximena. Y no solo una vez, sino varias veces, como lo dio a entender. Él no me debía fidelidad, pero, después del drama que armó sobre cómo lo salvé, le restaba veracidad. ¿Cuántas veces fueron? ¿Cuándo había sido la última? ¿Antes de ayer?—. Supieras que no tanto. No como para opinar en su vida privada. Sea lo que sea que decidas, ojalá sea lo mejor para ambos.

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