Capítulo 20 | Abuela


ABUELA

Quedarse en casa ajena implicaba no estar segura de cuándo levantarme. Demasiado temprano resultaba incómodo, especialmente en mi situación, pues deambular por los pasillos o estar en una habitación sin nadie podía ser extraño. Por otro lado, despertar demasiado tarde conllevaba a una mala imagen.

Mis ojos se abrieron en automático, como si tuviera que ir a trabajar. La cabeza me dolía un poco por el par de copas que me tomé; ofrecidas por Margarita e imposibles de rechazar. Pese a ello, agudicé mi oído con el fin de detectar algún movimiento del otro lado de la puerta. Era temprano, pero no sabía si en la rutina de esa casa era demasiado temprano.

Me dieron mi propia habitación en el segundo piso de la vivienda. Se encontraba junto a la de Azucena y contaba con vista a la parte frontal. El colchón de la cama doble y sus coberturas eran tan cómodas y suaves que se sentía como si me abrazaran. El resto de la recamara era igual de acogedor, con tonos neutros de grises y blancos. Incluso tenía mi propio baño.

Le envié un mensaje a mi amiga para averiguar si por lo menos ella estaba despierta también. No supe a qué hora se durmió, solo que seguramente había sido después de la media noche, porque yo me retiré un poco antes y ella bailaba muy animada con Christian. Se había tomado muy en serio el intentar mantenerlo alejado de «las garras de su ex».

Al no obtener una respuesta inmediata, busqué hacer tiempo yendo al baño. Luego de cumplir con mi rutina mañanera de cuidado facial y de vestirme para no salir hecha un desastre, me asomé por la ventana, en un último intento por obtener un indicio que me hiciera abandonar tranquila la alcoba.

Era el hogar de una de las mujeres que admiraba. Además, ahora estaba relacionada con mi trabajo y mi boda. Quería ser perfecta.

A través de la ventana pude detallar que el vehículo en el que llegamos no estaba. De hecho, solo se encontraba el auto alquilado por Christian. Solté un suspiro. Por supuesto que iniciaban temprano el día para atender la empresa.

Sintiéndome un poco ingenua, salí hacia el pasillo para bajar a la cocina. Ya mi estómago, acostumbrado a su itinerario, exigía algo para desayunar. En el camino me topé con la señora de servicio, quien fue amable y me informó que tenía un plato esperando por mí en el comedor. Azucena no me contestó, ni la vi, así que supuse que seguía durmiendo.

Ingresé al comedor y de todas las personas con las que podía coincidir, precisamente fue con Ximena. Estaba sentada de lado y con las piernas cruzadas, todavía vistiendo una bata de seda. También llevaba un sobretodo fabricado con el mismo material, pero que no cumplía con la función de cubrir el escote por estar desamarrado. Ella sí parecía sentirse en casa.

—Buenos días —saludé. Habiendo localizado mi desayuno, avancé hacia él.

Ximena apartó la mirada de la tablet en la que leía algo y separó su taza con olor a café de su boca para devolverme la cortesía. Con sus lentes para leer y su moño que dejaba los mechones correctos sueltos, me sentí en una sesión de fotografía.

—Margarita me pidió que te dijera que mañana será la prueba del vestido. Hoy se le presentó un improvisto y por eso se pospuso —indicó.

—Gracias —contesté ocupando la silla frente a ella.

Comencé a comer en un silencio incómodo. Ella continuó en lo suyo, ignorando mi existencia, y yo traté de hacer lo mismo esperando que la comida no me cayera mal debido de ello. No podía parar de preguntarme si yo le desagradaba. Y, de ser así, el porqué. ¿Acaso sabía de lo mío con Christian? ¿Había notado algo? Era abogada, así que se suponía que debía ser buena detectando mentiras.

—Laura, ¿cierto? —dijo luego de un rato.

—Sí.

—¿Quieres café? No sé tú, pero yo no puedo comenzar el día sin una taza de café. No me importan los sermones de Chris.

Forcé una sonrisa para no hacer una mueca. Así que él también había compartido su campaña a favor del té con ella.

—No, gracias. Así estoy bien.

—Oh, cierto que escuché a Chris diciéndole algo a los empleados sobre no darte café. Tranquila, lo dejé muy dormido.

Esa insinuación rozó el exceso. No había confianza para ese tipo de comentarios. Era obvio que marcaba territorio.

—Seguro quedó muy cansado de anoche —repliqué para seguirle el juego. Fue en tono calmado, esperando que le quedara claro que no me interesaba.

—Así es.

Comí un poco más antes de continuar con la conversación. No me había dado cuenta de ello, pero, a pesar de ser hermosa y con piernas, busto y altura mejores que los míos, me veía como un peligro. ¿Planeaba recuperar a Christian?

—Lo que pasa es que me prohibieron el café por un tiempo y seguro mi prometido le pidió el favor de que estuviera pendiente de que hiciera caso —aclaré. Saqué el celular del bolsillo de mi vestido y me dispuse a fingir por unos segundos que leía un mensaje. Me puse de pie—. Disculpa, voy a tener que irme. Visitaré a mi abuela y ya está esperando por mí.

—Descuida. Pásala bien.

Fui por mi bolso y también le comuniqué a Betty dónde iría, por si Ximena planeaba alguna artimaña. No importaba si el chófer no estaba, yo saldría a tomar un taxi.

Al abrir la puerta principal, me encontré cara a cara con Christian. Él estaba terminando de subir los escalones. Vestía ropa deportiva y su franela estaba empapada de sudor.

—¿Huyes tan pronto? —preguntó.

Siendo consciente de que me había quedado con la boca semiabierta mientras lo observaba debido a la sorpresa, aclaré mi garganta y recuperé la compostura. Lo dicho por Ximena fue mentira.

—Hoy no será la prueba del vestido, así que aprovecharé de pasar el día con mi abuela —contesté.

—¿Cómo te irás? No queda cerca de aquí.

Yo solo quería rodearlo y alejarme de él. Verlo transpirar generaba un no sé qué en mí que hacía sentir débiles mis piernas y tibias mis mejillas. Incluso recuerdos se asomaban. Pero, claro, él tenía que obstaculizar mi vía de escape.

—Soy adulta. Resolveré. Con permiso, vengo en la noche.

—Te llevo.

—¿Qué? No.

En lugar de quedarse para continuar escuchando cómo me negaba, me esquivó y caminó unos pasos en el interior del recibidor para agarrar las llaves del auto alquilado.

Me hubiera gustado seguir siendo una niña o incluso una adolescente para poder salir corriendo sin quedar mal. ¿Cómo huir de él si quería hacerme un favor?

—¿No estás cansado por el ejercicio? —pregunté tratando de persuadirlo—. Deberías ir a bañarte y comer... Ximena está en el comedor, puedes ir a acompañarla.

Me miró confundido. En medio de mi afán por hacer que se retractara, se me escapó esa última frase. Sí, la conversación con su ex quedó dando vueltas en mi cabeza.

—¿Sí recuerdas que iba a casarme con ella y que no apoyó mis sueños, cierto? Soy amable con Ximena por lo cercana que es a mi madre y por los años que estuvimos juntos, pero te aseguro que sugerirme desayunar con ella no es una carta que puedas usar para convencerme.

Cedí a que me llevara a la casa de mi abuela. En lugar de encender el aire acondicionado del vehículo, mantuvo los vidrios abajo, pensando que el olor de su transpiración podría incomodarme. Pero no fue así. Christian no olía mal. De lo contrario, me gustaba, al igual que el efecto de la luz del sol en su piel.

Me enfoqué en ver nuestro entorno para distraerme, así como para minimizar las posibilidades de que iniciara una conversación. Solos, en un espacio pequeño, y en la ciudad donde nos conocimos e hicimos tantas cosas, no podía generar otro impacto que ponerme nerviosa.

Mi plan fue llegarle de sorpresa a mi abuela. Por lo que durante el trayecto también rogué silenciosamente que lo de pasar el día horneando fuera cierto. La tranquilidad me invadió cuando vi el pequeño automóvil que se compró a principios de año.

—¿A qué hora te busco? —preguntó Christian estacionándose al frente.

Tuve que reprimir la petición de que me dejara una cuadra antes, como hacíamos tres años atrás. Ya no había nada que esconder. Simplemente era el primo de mi amiga e hizo el favor de traerme.

—No te preocupes. Le diré a mi abuela que me lleve —contesté bajándome del vehículo y cerrando la puerta antes de que pudiera insistir.

Me despedí con un movimiento de la mano y me dirigí a la entrada principal de la casa de mi abuela. Al ojear hacia él, noté que continuaba allí. Supuse que quería asegurarse de que mi abuela pudiera recibirme.

Toqué el timbre y, antes de poder escuchar sus pasos, el olor a bizcocho fue captado por mi nariz. Había sido verdad el dedicarle ese día a preparar los dulces para la fiesta de cumpleaños de la nieta de su amiga. Ya estando yo allí, con gusto la ayudaría.

—Laura, mi vida, qué grata sorpresa —me dijo al abrir la puerta, aunque no viéndose tan impactada por mi presencia como anticipé.

Nos dimos un abrazo que perduró. Tenía más de un año sin verla y, por alguna razón, estar con ella hizo que mis ojos se humedecieran.

—Sé que puede sonar feo, pero no luces tan sorprendida —comenté al acabar el abrazo y siguiéndola hacia el interior. Tenía que alejar esas ganas de desahogarme concentrándome en algo más. Ni siquiera a ella podía revelarle mis angustias.

—Sabía que te darías cuenta. —Me senté frente a la isla de la cocina y la vi revisar el interior del horno—. Tu madre llamó para decirme que vendrías.

—Típico de ella.

—Tú eres muy parecida. Seguro en unos años harás lo mismo —sonrió—. Te guardé un poco de crema de mantequilla. Está en la nevera por si quieres.

Ayudar a mi abuela con la torta y los ponquecitos me hizo recordar cuando pasaba las vacaciones de mi infancia con ella. Claro, en aquel entonces yo me preocupaba más por comerme los sobrantes y lamer los restos de la mezcla. Cuando viví con ella, en ese tiempo que conocí a Christian, sí me esmeré por aprender. Lo enseñado por mi papá estaba bien, pero nada como el toque especial de las abuelas.

El día transcurrió de prisa. Luego del almuerzo, fuimos a llevar los encargos a la casa de su amiga, quien vivía a unas pocas cuadras. A pesar de insistirle, prefirió no quedarse y regresamos a su casa para tomar té y comernos los ponquecitos de chocolate que dejamos para nosotras.

Después, de reír como tenía tiempo sin hacerlo y de hablar sobre mis padres, la boda y el trabajo, fui a lavar los platos como le había propuesto.

—No es que quiera que te vayas, pero ya está oscureciendo y no trajiste tu equipaje, así que supongo que no te quedarás aquí —dijo mientras acomodaba los platos para dejarlos escurrir.

No lo había dicho en tono molesto.

—De hecho, esperaba que pudieras llevarme —confesé.

—Yo no puedo conducir de noche, querida. El doctor me lo prohibió. Creo que tendrás que quedarte o llamar a un taxi... Aunque, ¿Christian no podrá venirte a buscar?

Fue una suerte que tuviera un vaso de plástico en mis manos, pues éste se cayó al escucharla decir ese nombre. ¿Cómo lo sabía?

Recogió el vaso.

—Disculpa.

—Tranquila. —Me escudriñó con la mirada, aumentando mi nerviosismo. La culpa empezaba a ejercer presión—. Así se llama el primo de tu amiga, ¿no? El hijo de Margarita García.

—Ah, sí. Sí —respondí aliviada. Continué con mi labor—. No me gustaría molestarlo.

—Y... también es el joven con el que saliste hace tres años, ¿cierto?

Ese crudo golpe hizo que tuviera que apoyarme del mostrador. El miedo me invadió. En esas fracciones de segundo intenté idear alguna respuesta ingeniosa que desestimara lo que me decía, sin embargo, al detallar sus ojos, entendí que no habría manera de hacerlo. Seguridad en sus palabras era lo que emitía su mirada.

—¿Cómo sabes? —murmuré agachando la cabeza. No quería ver la expresión de decepción.

—Eres mi nieta y viniste a quedarte conmigo. Tenía que saber con quién salías tanto y por qué no podía dejarte frente a la casa. La hija de Raúl me ayudó a investigar.

Esperé por el reproche. Estaba comprometida con Roberto y quedarme en la misma casa con el hombre con el que tuve un romance era inapropiado. ¿Acaso mi madre también sabía? Lo dudaba, ella hubiese hecho un escándalo de ello.

—Lo siento, abuela. Yo sé que estuvo mal. Yo no...

Su mano cubriendo la mía hizo que detuviera mis disculpas. Con su otra mano, alzó mi mentón para que la viera a los ojos. No había recriminación, sino pura comprensión y cariño.

—Detente, Laura. Respira. No eres una criminal. —Limpió con sus pulgares mis lágrimas escurridizas—. No eres perfecta y está bien. Las relaciones de pareja son complicadas y nadie tiene derecho a opinar sobre tu vida privada, ni señalarte. Ni siquiera yo. Tampoco tu mamá.

—Pero Roberto... Él... Yo fui tan... Y ahora...

—Eres humana y pasaban por un mal momento. Se estaban dando un tiempo, ¿no? Y admito que Christian es un joven guapo. Viviste lo que viviste con él, porque fue lo que quisiste hacer. Ya está hecho. Es el pasado y no lo vas a cambiar. —Apartó el cabello de mi rostro—. En el presente vas a casarte con Roberto. Tomaste tu decisión. Y, si ese muchacho tiene intenciones de volver contigo, deberás escoger qué hacer. Esa es una de las partes complicadas de la adultez, pero, sea lo que sea, yo te apoyo en lo que elijas y sé que tu madre a la larga lo hará también.

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