Capítulo 2 | Invitado

INVITADO

Azucena fue la primera en salir del ascensor. Su enterizo se acoplaba bien a sus curvas voluptuosas y era de un tono de azul similar al que abarcaba la mitad de su cabello liso. Christian le hacía contraste con el traje oscuro que eligió. Su mirada no se apartó ni por un segundo de mí.

En medio del pánico, extendí mi mano hacia él para estrechar la suya. Escogí fingir que no lo había reconocido para facilitar las cosas.

—Es un gusto conocerlo, soy Laura Velázquez —me presenté, conservando mi cordialidad profesional.

No devolvió el gesto de inmediato y temí que derrumbara mi plan. Actuar tan confiada como lo hice, consciente de que mi cabello era diferente a cómo lo llevaba tres años atrás, me permitió atreverme a sembrar la duda en él de si me conocía, o no. Sin embargo, quizás estaba siendo demasiado ingenua. Un nuevo peinado no era suficiente para despistar.

—El gusto es mío. —Su reacción y que apretara mi mano me hizo sentir aliviada—. Puede tutearme y preferiría que fuera algo recíproco.

Todavía sujetaba mi mano. Seguía igual de suave y tibia como la recordaba...

—Me parece bien —respondí apartándome con sutileza.

Demoré en idear cómo continuar, mi mente había quedado en blanco y un silencio ruidoso comenzaba a asentarse. Por suerte, Azucena también estaba en el pasillo con nosotros.

—¿Puedes llevarlo para que se reúna con Mariela? —preguntó mi amiga—. Yo vengo después por él para darle el recorrido. Antes debo arreglar un problema que surgió en ambientación.

Yo era quien estaba en problemas. Mi más grande error estaba frente a mí y era capaz de arruinar mi vida. Fui una tonta en no investigar la noche anterior quién sería el reemplazo de Margarita García, quien canceló a última hora por tener que ocuparse de otros pendientes. Todo por haberme desbalanceado por esa pequeña caja aterciopelada en el auto de Roberto. ¿Acaso no pudo esconderla mejor?

—Sí, claro —dije.

Azucena me dio un breve abrazo como despedida, a los cuales todavía no me acostumbraba. Ella era bastante afectuosa, y no lo era más por la charla que le di sobre limitar las muestras de cariño en el trabajo.

—Tengo el vestido en mi maletero. Más tarde te lo doy —me susurró antes de irse.

¿Por qué tenía que aparecer el mismo día que me pedirían matrimonio? ¿Qué broma cruel era esa del karma?

Afiancé el agarre de la carpeta en mi poder y me di la vuelta. Mientras más pronto me deshiciera de él, mejor.

—Por aquí, por favor. Sígueme para que conozcas a la redactora en jefe, Mariela Belmonte —indiqué apegándome a mi papel.

Conforme avanzaba, consideré cederle el artículo a Beth, aunque no podía encontrar una razón aceptable. Era una asignación importante, impulsada por mí y que ocuparía un gran porcentaje de la edición del próximo mes de la revista física, acompañado por material en las redes y en la página web. Era una gran oportunidad para destacar.

—¿También estarás en el recorrido que me dará Azucena? Mi prima es genial, pero todo lo que dice es demasiado para una sola persona.

Me esforcé por pensar en que solo estaba intentando sonar amable y aliviar el ambiente entre ambos; y que no era que buscara pasar más tiempo conmigo. Así me hubiera reconocido, no tenía sentido que quisiera acercarse de nuevo a mí. Ya no iba a dejarme deslumbrar por su experiencia, ni estaba en una posición de poder pasar desapercibida.

—No, lo siento. Todavía debo desocuparme de unos pendientes para poder empezar con la primera parte de la entrevista al final de la tarde —expliqué.

—Ah, claro. Entiendo.

Se conocía de la existencia de los dos hijos de Margarita García, pero solo su hija estaba envuelta en el negocio. Quizás él había aceptado incorporarse un poco debido a la reciente muerte de su padre.

Me esforcé por no mirarlo. Christian jamás me habló de sus padres, pero sea como sea perder a uno de ellos debió ser difícil. Quise decir algo, mas las circunstancias no eran las adecuadas.

Fue un alivio llegar a la oficina de mi jefa. Sin tener que anunciarnos, ni pasar por el proceso de las presentaciones, Mariela ya estaba de pie dándole la bienvenida al invitado.

—Señor Villarroel estamos encantados de tenerlo aquí —declaró con una sonrisa bien practicada.—. Por favor, tome asiento. —Señaló la silla acolchada del otro lado del escritorio—. Muchas gracias, Laura.

—Sí, gracias —hizo eco Christian.

Extendió su mano hacia mí, demorando mi partida. Con diplomacia, acepté el gesto y estreché su mano. Lo siguiente que sucedió me hizo poner en duda las verdaderas intenciones de su visita a la revista. Sentí cómo su pulgar acarició ligeramente el mío, haciéndome estremecer. Era un gesto que solía hacer en el pasado cuando estábamos en público y deseaba apartarse de todos. Para hacer más hincapié en que no me estaba imaginando cosas, me dedicó un tipo de sonrisa que conocía demasiado bien antes de apartarse.

Anonadada, me di la vuelta y avancé lo más erguida hacia mi escritorio. Me enfoqué en empujar mis hombros hacia atrás, en mover un pie frente al otro y en apretar la mano tocada contra mi pecho. Me faltaba el aire. Temí que su presencia generara repercusiones que lastimarían a Roberto y destruirían lo que llevaba tantos años construyéndose.

Ese miedo permaneció conmigo y seguramente me acompañaría como mi sombra durante la estadía de Christian en la zona. El resto del día no pude concentrarme como debía y cada frase que plasmaba la percibía careciente de esencia. Me salté la hora de almuerzo y reemplacé la comida por tazas de café para apaciguar la ansiedad. Sabía muy bien que Azucena iba a insistir en que me sentara con ellos, así que evité por completo la situación.

Sin embargo, al acercase el final de la tarde, esconderme en mi cubículo no era una opción. Tenía una entrevista por hacer y otro material que se sustentaría con ella. Era importante para mi carrera. Me llené de valor y fui por Christian como habíamos quedado al reino de Azucena: ambientación y escenografía. Ella se encargó de darle el recorrido correspondiente y me texteó al terminar

Él se encontraba en el pasillo frente al ascensor cuando las puertas se abrieron en el piso de fotografía; listo para irse conmigo. Evité el contacto visual conforme avanzó hacia mí, apretando con más fuerza el blog de notas en mi poder. El pensamiento que llenaba cada espacio de mi mente era lo cerca que estábamos, solos, en esa reducida caja de metal. No, no podíamos ir a la sala de conferencias.

En medio de un impulso, consciente de lo fatal que sería ese escenario, presioné el botón de planta baja. Dejó de textear en su celular, y antes de que pudiera soltar su interrogante, yo di mi explicación falsa:

—Como están haciendo una remodelación en la sala de conferencias, tendremos que hacer la entrevista en la recepción. Espero que no haya problemas con eso.

—No hay problema, me gustan los espacios abiertos y la recepción del edificio es muy agradable.

—Perfecto.

Lo guie a una zona con sofás diagonal al escritorio principal de la recepción. Ocupé un sillón individual para evitar la cercanía y repasé las primeras preguntas en mi mente mientras lo venía acomodarse en su puesto. El sitio era ideal para prevenir cualquier evento inoportuno, poco ruidoso y con los pares de ojos adecuados.

Comencé con la entrevista orientada hacia el trasfondo de la marca y sus pilares fundamentales. No era solo sobre el éxito que era, sino cómo había llegado hasta allí y la esencia que la diferenciaba de los demás. Era una compañía familiar y, aunque lo ideal hubiera sido tener a Mariela García, que su hijo, quien también había estado en el proceso de formación, me revelara detalles no estaba mal.

Más allá de hacerle homenaje a la trayectoria de MG, la intención era recalcar el apoyo que recibió de su difunto esposo. Fue reconfortante la manera en la que Christian habló de ellos, así como de su hermana. En medio de nuestra aventura compartimos superficialmente detalles de nuestras familias; y sentí una ligera molestia por no haber tenido acceso a esa clara importante parte de él.

—Hubo un tiempo en que estuve distanciado de mi familia por discrepancias —dijo—. Y fue difícil encontrar el camino de regreso a casa, pero una persona especial contribuyó a que lo hiciera.

Mi lapicero dejó de moverse.

Repasé nuestras interacciones más allá del sexo y lo que hizo más ruido en mis memorias fue compartir que era el cumpleaños de mi madre y preguntarle por un recuerdo bonito de su infancia. En aquel momento no me respondió, pero algo tuvo que cruzar por su mente.

Cada fibra de mí gritaba que se refería a mi persona. En el fondo quería que fuera así; que mi paso por su vida hubiera tenido un impacto significativo de alguna forma.

No me atrevía a levantar la mirada de mis notas y él no siguió hablando. Era obvio que esperaba una reacción de mi parte, mas no era capaz de dársela.

Su celular sonando fue lo que me sacó de esa situación. Él suspiró sin contestar. Lo que hizo fue silenciarlo y ponerse de pie.

—Disculpa, ¿podemos continuar mañana? Tengo un compromiso que atender dentro de una hora.

Aunque no me agradaba tener que alargar esa entrevista para el día siguiente, fue un alivio que hubiéramos sido interrumpidos.

—Sí, claro —repliqué también levantándome—. ¿A las 9?

—Sí, está bien.

Se acercó como si lo hiciera en cámara lenta. Me quedé muy quieta, siendo la única explicación de que su objetivo era besarme. Ahí. En el recibidor de mi sitio de trabajo. Donde todos sabían de mi relación con Roberto.

Tenía que apartarme, sin embargo mi cuerpo se sentía demasiado tenso para moverse. Sus ojos acaramelados estaban clavados en mí y fue inevitable no desviar mi mirada en los últimos instantes a sus labios. Todo mi organismo estaba en llamas y en conmoción.

El beso en mi mejilla fue lo que logró que reaccionara. Mi brazo se extendió como si en lugar de ese tipo de despedida hubiese optado por estrechar su mano. No obstante, mi mano terminó chocando con su abdomen, tornando la situación más incómoda. Fue como si lo hubiera querido apuñalar con la mano.

Cuando se alejó, me miró como si no pudiera decidir si sentirse confundido, o si reírse. En cambio, yo solo deseé desaparecer.

Abrí la boca para excusarme, pero me detuvo.

—Tranquila, no lo hagamos raro.

Me dedicó una sonrisa y se retiró. Yo esperé a que desapareciera por la entrada principal para desplomarme en el sillón. Fue imposible no recordar que esa misma frase fue la que usó la noche que nos conocimos, cuando accidentalmente mi cabeza golpeó su espalda mientras yo pretendía huir del bar a donde una compañera de la universidad me había arrastrado.

Ya sin el peso de tenerlo allí, mi mente comenzó a maquinar de nuevo si ese reencuentro había sido planeado, o una burla del destino; de si ya era el momento de pagar por mis mentiras. Cada vez era más ridículo pensar que mi actuación lo había despistado. Quizá solo me seguía el juego porque, como yo, deseaba dejar lo sucedido en el pasado. Lo más probable era que hubiera rehecho su vida junto a alguien. Y no pareció mala idea indagar en ello el día siguiente.

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