Capítulo 18 | Mensaje
MENSAJE
El domingo mis padres nos invitaron a almorzar para celebrar que la degustación había sido un éxito. Cada detalle fue aprobado y Tamara nos informó que ganó el tipo de torta escogido por nosotros. Los Flaming Lamborghini fueron de lo mejor de la velada y, exceptuando a Christian y a Azucena, cada quien se fue tarde a su casa.
Fue tanto así, que Beth no recordó pedirme las fotos que le tomé de cerca a la torta hasta casi el mediodía del domingo, justo cuando Roberto estaba en la ducha y yo me terminaba de vestir. Se quejó de que el fotógrafo de la revista que la acompañó no tomó imágenes con la cercanía que deseaba y no paraba de insistirme porque quería mostrarme un borrador sobre el evento el día siguiente.
Por eso le pedí el celular a Roberto prestado, pues yo me había quedado sin batería durante la degustación y tomé las fotos con el suyo.
—Creo que lo dejé en la mesa de la sala —indicó todavía en la ducha.
—Gracias y disculpa. Beth va a sobrecalentarme el teléfono con tantos mensajes que me ha enviado. —Yo estaba asomada en la puerta del baño y podía ver el reflejo de su cuerpo desnudo en el espejo. Luego de lo de la noche anterior, sentía una emoción que llevaba tiempo sin experimentar en el pecho—. Lindo trasero, señor Rojas.
—Si quieres vienes a verlo más de cerca —sugirió.
Giró y abrió la puerta de vidrio de la ducha. Ya no mostraba su trasero, sino algo más excitante. Sabía que también podía observarme por el espejo.
Era tentador. La noche anterior había tenido ganas de hacer el amor con él, ya llevando unos días sin querer, pero el coctel me hizo trizas. Sin embargo, se nos hacía tarde, Beth esperaba por mí y yo ya tenía mi cabello secado.
—Me gustaría agendar una cita con él cuando regresemos.
—No es necesario, porque está siempre disponible para ti, pero vamos a seguirte el juego.
—Excelente —sonreí.
Me retiré del baño para permitirle acabar. Antes de salir de la habitación para dirigirme a la sala, escuché cómo empezaba a cantar en la ducha. No recordaba la última vez que lo hizo.
Hallé el celular donde me dijo y lo desbloqueé. Sin exigirlo, llevábamos tanto tiempo juntos que conocíamos las contraseñas del otro. Fui directo a lo que me incumbía, ignorando las notificaciones de las redes sociales y los demás mensajes pendientes. Entré a nuestro chat y me envié las fotos para poder pasárselas a Beth.
No obstante, en eso últimos segundos, un nuevo mensaje llegó y un fragmento de él apareció en la parte superior de la pantalla. Era de Micaela. Le envió un beso. La compañera de trabajo de Roberto, la misma que me hacía sentir incómoda con sus ridículos chistes químicos, tenía la confianza con mi prometido para enviarle besos. ¿Por qué?
Quise abrir el mensaje. La coherencia, que no deseaba que acabara hundida en la zozobra de no saber, me exigía que cediera y abriera el chat. No obstante, temí lo que pudiera encontrar. Me angustió que pudiera ser una tontería, invadir su privacidad y el precedente que generaría en la relación. Por otro lado, mi propia culpa me susurró que era el karma que merecía por mi romance con Christian.
Mi celular comenzó a sonar y casi se me cae el de Roberto. Respondí con mi cabeza todavía hecha un desastre.
—Dime que encontraste las fotos —dijo Beth del otro lado de la línea.
—Sí, sí. Ya te las estoy pasando.
Hablé con un tono que no se sintió como mío. Colgué la llamada y le reenvié las imágenes de forma automática.
—¿Se las enviaste?
Roberto estaba apoyado del marco de la puerta, solamente estando cubierto por la toalla sujetada alrededor de su cintura. Mis ojos se posaron en su pecho con un poco de vello y todavía húmedo, sin poder mirarlo a la cara. En otras circunstancias hubiera tomado esa aparición apresurada como un intento de seducción, mas la acumulación de las hipótesis en mi mente me hizo percibirlo como recelo hacia su celular. ¿Por qué? ¿Por miedo a que descubriera algo?
Mi nariz comenzó a arder y la cabeza me palpitaba debido a la presión. Deposité el celular sobre el sillón, solo percatándome entonces, por el entumecimiento de mis dedos, la fuerza que estuve ejerciendo en él. Murmuré una afirmación y pasé de largo junto a él para encerrarme en el baño.
No contaba con la fortaleza para enfrentarlo. Aunque innumerables veces me engañé asegurando que no sería una cobarde en una situación así, no pude hacer más que huir y sentarme sobre las frías baldosas.
¿Y si Roberto me era infiel? ¿Desde cuándo? ¿Con cuántas?
Se me dificultaba respirar al imaginarlo tocando a alguien más; al pensar que luego volvía a mí para seguir interpretando su papel de hombre ideal. ¿Tan buen actor era? ¿Y yo tan ciega?
Le dio unos golpecitos a la puerta.
—¿Amor? ¿Estás bien?
No encontré mi voz para responder. ¿Y si yo no era la única que fingía ser feliz? ¿Y si él también sufría en silencio y tuvo que buscar una válvula de escape?
Negué para mí misma. No, eso no lo justificaba.
Christian...
Mi aventura con él comenzó cuando me daba un tiempo con Roberto, sin embargo, concluyó tiempo después de que decidiéramos retomar la relación. Yo incluso volví con intenciones de terminarle, pero no pude. Enterré el recuerdo de Christian; y no había vuelto a resurgir hasta que ocurrió el reencuentro. Provocaba sensaciones en mí, sí, pero me esforzaba por no caer. ¿Me merecía que Roberto me engañara?
—¿Es de nuevo por la boda? ¿Te sientes abrumada otra vez? —siguió intentando obtener una respuesta—. Puedo escuchar lo agitada que estás. Abre la puerta y hablemos, por favor.
¿Y si Micaela se había equivocado? ¿Y si su intención no había sido enviar un beso, o si lo envió al chat erróneo? ¿Y si mejor confrontaba a Roberto al respecto para aclarar la situación? Eso me daría paz. Pero, ¿y si no había una explicación agradable?
—Me dijiste que el psicólogo te encontró bien, pero hace años que no te daban estos episodios tan seguidos, Laura. Por favor, déjame entrar.
En la universidad me sucedía, cuando el estrés se volvía demasiado, y él siempre estuvo para sostenerme y tranquilizarme. Al regresar de mi estadía con mi abuela, también viví otra etapa de desborde emocional constante. El no saber qué hacer me asfixiaba. Y el querer ser la buena y correcta ante los ojos del mundo, sin importar el costo, lo afianzaba.
Mi celular empezó a sonar. Se trataba de Azucena. Contesté porque necesitaba sacar mi mente del abismo.
—¿Sí? —susurré.
—Te tengo una noticia que te encantará. ¿Estás sentada?
Continuaba en el suelo del baño, con las piernas apegadas al pecho y la espalda apoyada de la puerta. Respiré hondo, esperando absorber algo de la buena vibra de mi amiga.
—Sí, lo estoy.
—Estuve conversando con mi tía y quiere que nos quedemos unos días en su casa. Bueno, yo diría que es más como una mansión, pero, en fin. La idea que te conozca y aprovechen de hacerle los últimos ajustes al vestido. ¿Qué opinas?
Sabía que no era el mejor momento para alejarme de Roberto. Ni siquiera estaba segura de que si, luego de esa duda sembrada, la boda se llevaría a cabo. La emoción generada por la degustación se había ido demasiado pronto. No obstante, ¿y si era espacio lo que necesitábamos?
Era demasiada coincidencia de que precisamente en ese mal momento llegara esa propuesta. ¿Y si era una señal del Universo? En el pasado, ir a la ciudad donde se crio mi madre me había hecho bien. Porque sí, Margarita García seguía teniendo su hogar en el lugar donde conocí a Christian. Visitar a mi abuela iba a hacerme bien.
—Creo que sería bueno. Mañana me terminas de contar, ¿te parece?
—Sí, claro. Suenas rara. ¿Todo bien?
—Sí, tranquila.
Colgué. Limpié las lágrimas en mis mejillas. Quizás ese era el escape que me hacía falta para reflexionar.
Me reincorporé y me lavé la cara. Por suerte todavía no me había maquillado. Volví a llenar mis pulmones con aire, mientras observaba fijamente mi reflejo.
¿Reprocharle a Roberto? ¿Callar? ¿Esperar más señales? Podía procurar estar más atenta a su comportamiento para reunir pruebas más concretas. Ser impulsiva no iba a ser lo mejor. Tenía que estar segura de que no se tratara de un malentendido.
Salí del baño. Roberto ya estaba vestido y me esperaba sentado en la cama. En esos minutos mi visión de él había cambiado, así como la culpa sobre mis hombros se aligeró. Fuese cierto o no, él no era el hombre perfecto. Y no, yo tampoco era la mujer perfecta. Ambos éramos humanos y ambos podíamos caer en tentaciones. El detalle era que las ganas de estar juntos debían ser más fuertes para evitar los deslices.
Me observó en silencio conforme me acercaba. Me senté junto a él y lo abracé. Me envolvió con sus brazos. Me apretó contra él y apoyó su cabeza sobre la mía. Cerré los ojos e inhalé su aroma familiar.
—Me preocupas, Laura. Si no me hablas, no sé qué hacer.
Siempre estaba contigo e intentaba hacerme feliz a pesar de mis quiebres. Deseaba no tener que decirle qué hacer, pero era egoísta exigir tanto. Así como lo era no haber pensado que mi actuación no era la mejor y que eso lo afectaría. No buscaba justificarlo, sino que era consciente de que fuera lo que ocurriese, era responsabilidad de ambos.
—Tal vez me vaya de viaje unos días —dije—. La señora García quiere conocerme y que me pruebe el vestido para los últimos arreglos. Es en la misma ciudad donde vive mi abuela, así que también aprovecharía de visitarla.
Su agarre se suavizó. Intuí que quería que lo viera a la cara, pero no me sentí todavía capaz. No deseaba comenzar a llorar.
—¿Christian también va? —preguntó.
Su interés en ese detalle me descolocó por unos instantes. Sí, algo debía percibir. El primo de Azucena no mantenía la distancia que me hubiera gustado y Roberto me conocía lo suficiente como para darse cuenta de lo nerviosa o incómoda que me ponía. Es decir, de cómo me afectaba su presencia.
—No lo sé. Hablé con Azucena, pero supongo que sí. Es su madre. Seríamos Christian, Azucena y yo. Quizá Beth pueda ir por lo del artículo y...
Se retiró y puso de pie con brusquedad. Ahí sí tuve que posar mi atención en él, no obstante, ahora él esquivaba mi mirada. Veía hacia la cocina.
—Está bien. Cuando sepas bien los detalles, me avisas. Se está haciendo tarde, deberíamos irnos.
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