Capítulo 14 | Intento
INTENTO
No estaba segura de si Christian bailaba para tentarme, o sin ninguna mala intención. La cuestión era que durante sus pausas entre ejercicios movía su cuerpo al ritmo de la música y repetía la letra, especialmente de las canciones sugerentes de reggaetón. Porque sí, gran parte del repertorio que colocaban era de ese género y él lo disfrutaba.
Tres años atrás no había sido así, ni tampoco iba acorde con la imagen de oficina que conservaba fresca en mi mente. Sin embargo, sí con el alma libre que proyectaba en sus redes sociales. Lucía despreocupado y feliz, al punto de hacerme desear un poco.
Se sentó frente a la máquina donde ejercitaba su espalda. Puso sus manos en cada extremo de la barra que colgaba de una polea y, antes de halarla para acercarla a su nuca, su mirada cruzó con la mía.
Desvié mi atención de inmediato. Me di la vuelta para disimular colocando las mancuerdas que estuve usando en su sitio. Después me fijé en Braulio, quien había estado explicándole a Azucena el siguiente ejercicio, y alzó una ceja mientras ojeaba de mí a Christian. Se había dado cuenta de mis miradas.
—Señora Laura, su prometido está aquí —informó Cristal sacudiendo su mano desde el mostrador y hablando por el micrófono por encima de la música.
Roberto estaba de pie frente a ella, sosteniendo un ramo de flores y atento a nosotros. Pero, ¿desde cuándo? ¿Me había visto embobada con el primo de Azucena?
Con el temor de haber sido descubierta, tomé agua de mi botella y fui a saludarlo. Los que no tuvieran ropa deportiva no podían acceder al área de las máquinas.
—Qué sorpresa —dije.
Antes de decir algo, me dio un beso intenso que hizo mis mejillas arder. Al apartarse, me dio las flores.
—Está bien para variar, amor. ¿Qué tal una cita? Pensé que ya estabas por salir, ¿cierto? ¿O calculé mal la hora?
—Sí, ya casi terminamos. Solo me faltaba un ejercicio, pero puedo saltarlo por hoy... —Posé los ojos en Braulio y él me hizo una señal para que me fuera. Azucena también movió su mano en modo saludo/despedida—. Déjame ir a cambiarme y vamos.
No me retiré sin darle otro beso. Me dirigí a los baños y en ningún momento volví a mirar a Christian. Era mejor hacer como si no existiera.
Me di una ducha rápida y vestí con la misma ropa que llevé al trabajo ese lunes. En diez minutos estuve lista. Roberto esperaba por mí apoyado del escritorio y entreteniéndose viendo a las personas haciendo ejercicio.
—Vamos, amor —indiqué.
Me quitó mi bolso deportivo de las manos y se lo guindó en el hombro. Y, como gesto diferente, rodeó mi cintura con su brazo y depositó un beso en mi sien para salir caminando de esa manera. Era un poco incómodo, pero no me aparté.
—¿Te parece si dejamos tu auto en casa y luego vamos a la cita en el mío? —preguntó.
—Sí, está bien.
Hicimos según lo acordado. Durante el trayecto fui capaz de convencerme de que no había visto lo de Christian, y que su demostración exagerada de cariño era como su forma de compensar lo del sábado, al igual que las flores y la cita sorpresa. El domingo había sido demasiado callado y el tema no fue tocado. Sin embargo, lo sentía debajo de todo, como un monstruo al asecho.
—No me comentaste que el primo de Azucena también va al gimnasio con ustedes —dijo Roberto cuando salíamos del estacionamiento del complejo de departamentos.
Dejé de pasar los dedos por los pétalos de las flores coloridas. Lo miré para examinar sus facciones. Lucía relajado, con la atención fija en la vía y ambas manos en el volante.
—No va como tal con nosotras. No nos ponemos de acuerdo para ir y entrena por su cuenta —repliqué—. No me pareció necesario.
—Para mí lo es si tiene que ver contigo. —Acercó su mano y puse la mía a su alcance para permitirle tomarla—. ¿Y el otro chico que entrena con ustedes, quién es?
Su interrogatorio comenzaba a resultarme extraño. Incluso parecía un acto de desconfianza. Mi ilusión de que no se había dado cuenta se tambaleó. ¿Acaso también notó el deseo en mi rostro?
—Como somos nuevas, el gimnasio tiene la opción de emparejarnos con un miembro más antiguo, para que nos enseñe a usar las máquinas y qué ejercicios podemos hacer. Se llama Braulio y creo que le gusta Azucena. Ella no ha querido contarme mucho todavía, pero supuestamente se está cocinando algo —contesté para darle la tranquilidad que sabía necesitaba.
Llevó mi mano a su boca y plantó un beso en ella.
—Gracias por contarme, amor. Sé que he estado algo distraído por el trabajo, pero sabes lo mucho que me encanta que me hables de tus cosas.
—Tranquilo, entiendo. Disculpa por no haberlo compartido. Lo de la revista de esta semana y su retraso me tuvo estresada.
Colocó mi mano en su regazo y la mantuvo allí el resto del camino.
Lo de la revista había sido cierto. Acabó saliendo un día después por fallas del equipo de diseño gráfico y Mariela quería crucificar a todo el mundo. No obstante, el jueves por la mañana cada uno de los involucrados recibió su ejemplar e inició la circulación. La mía ni fui capaz de abrirla, simplemente la dejé en el cajón de mi escritorio.
El sol comenzaba a ocultarse cuando Roberto se estacionó en el parque principal de la ciudad. Era una amplia área verde casi por completo cercada. En el interior había varios senderos de concreto y espacios para descansar y pasar el rato al aire libre. También lo atravesaba un río, dando pie al par de puentes que le proporcionaban un toque más mágico. En el día era común ver ardillas trepando por los árboles y aves de distintos colores. Antes ese era nuestro lugar favorito, aunque en pocas ocasiones llegamos a visitarlo de noche.
—Me enteré de que hoy habrá música en vivo y venderán parrilla. Espero que te guste la idea.
—Me encanta.
Accedimos por una de las entradas secundarias. Luego de avanzar unos metros empezaron a verse otras personas en el lugar y a escucharse música instrumental en la distancia. Las farolas que iluminaban la ruta tenían lazos decorándolas y en algunos árboles y arbustos guindaban hilos de luces.
Llegamos a la zona donde se instaló el sencillo escenario. En él, un grupo de músicos, comandados por su director, le daban vida a las partituras frente a ellos, rodeados por arreglos florales y globos blancos. Cerca había una serie de parrilleras con distintos tipos de carnes cocinándose y siendo servidas.
Encontramos una mesa de dos puestos desocupada y nos sentamos en ella. Había un ambiente bastante familiar, con niños corriendo y sus padres llamándolos a comer. Yo desentonaba por mi ropa formal de oficina, pero no me importó.
—¿Quieres algo en especial? —cuestionó.
Negué.
—Lo que escojas estará bien.
Lo vi alejarse. Antes de ir por la cena, fue a un sujeto que vendía bebidas que sacaba de una cava. Me trajo gaseosa de naranja y ahí sí fue a comprar nuestros platos. Por él, iniciaría la dieta el día siguiente.
Yo había convencido a Azucena de hacer la dieta conmigo. Le gustó porque consistía en comer mucha proteína, lo cual daba una sensación de saciedad que ayudaba con la pérdida de peso. Sin carbohidratos, ni grasas, en unos días notaríamos la diferencia. Era ideal para lo que necesitaba, colaboraba con mis músculos a la hora de ejercitarme, y tenía lógica para mí; pese a algunos artículos de reseñas negativas que conseguí. De cualquier forma, hacerla por dos semanas debía ser más que suficiente.
Recibí a Roberto con una sonrisa. Moví el ramo de flores que traje conmigo y lo acomodé en el medio de la mesa para que pudiera colocar los platos de plástico. La cena era más abundante de lo que creí, pero no iba a comer con remordimiento. Era consciente de que Roberto estaba esforzándose por que pasáramos un rato agradable, especialmente por mi escena de llanto en la que él no supo qué hacer. Incluso me sentí culpable por haber estado viendo a Christian bailar.
—¿Está bien así?
—Sí.
Comenzamos a comer. Me contó un poco sobre su día en el trabajo y yo hice lo mismo. Nos reímos, me dio un pedazo de costilla cuando la mía se acabó e intercambiamos miradas dulces. Fuera del ámbito sexual y del tema boda, nos llevábamos bien. Buena comunicación, buena organización, buena compañía. Nos entendíamos y conocíamos. Era la garantía de tener una vida tranquila.
Me distrajo algo blando que tocó mi pierna. Al descender la mirada me encontré con un balón y una niña se acercaba corriendo a buscarla. Roberto se levantó y lo recogió del césped antes de que ella llegara. Se lo entregó en sus manos y la niña se fue dando brincos luego de agradecerle.
—¿Ocurre algo? —cuestionó al atraparme con la mirada fija en él.
Negué—. No es nada. Solo admiraba lo adorable que luciste.
Soltó una risita y volvió a su asiento.
—También te verías adorable con una.
Me limité a sonreír.
Eso era lo sensato. Casarnos y formar una familia; no continuar siendo afectada por Christian. Con él no habría un futuro estable. Y no podía seguir dándole largas a formalizar mi unión con Roberto, porque nos estábamos cayendo a pedazos. Ese evento importante también nos haría bien. Reafirmar nuestra decisión de permanecer juntos nos fortalecería.
Me incliné hacia adelante y puse mi mano sobre la suya.
—Amor, ¿qué tal si decidimos hoy la fecha de la boda?
Roberto terminó de masticar de prisa y le dio un sorbo a su cerveza de lata mientras asentía.
—Por supuesto, eso me haría muy feliz —dijo—. Estaba esperando que te sintieras lista. De hecho, hoy hablé con mi hermano y me preguntó al respecto.
La emoción en su rostro me dio calidez en el pecho. Pese a los problemas y mis inseguridades, estaba ansioso por casarse conmigo.
Gabriel, su hermano, vivía en el otro extremo del país desde la muerte de su madre. Consiguió un mejor puesto de trabajo y prefirió poner distancia para superar el dolor. No volvía desde el funeral. Era unos años mayor que Roberto, aunque no había tenido una relación lo suficientemente seria todavía. Lo que no entendía, porque era agradable de tratar.
—¿Qué tal en dos meses? Mi mamá me dijo que con un lapso así se sentiría cómoda para planificar todo.
—Me parece bien. Puede ser la semana siguiente de la conmemoración de la muerte de la mía. Así estoy aquí y podemos irnos tranquilos a la luna de miel.
Me había olvidado de ese detalle. Roberto todos los años le mandaba a hacer una misa a su madre.
—Si quieres puede ser en tres meses, por si hacerlo tan cerca de esa fecha te incomoda —sugerí.
—No. —Colocó su otra mano encima de la mía, la misma que cubría la suya—. Mejor así. Será una motivación para sonreír luego de recordar un suceso triste. Además, sabes que tenemos la bendición de mi mamá y sé que estará contenta de vernos casados.
Mis ojos se humedecieron un poco al pensar en la dulce suegra que tuve. Me trató como a una hija y horneaba unos panes divinos. Fue una lástima que falleciera en ese accidente automovilístico. Por otro lado, el padre de Roberto, luego del divorcio, se desapareció del mapa. A veces hablaban, pero la relación no era estrecha y sabía el rencor que tenía Roberto por no llegar a tiempo para el funeral de su madre.
—Me gusta la idea —sonreí—. Por cierto, ya que hablas de luna de miel... ¿Qué tal si vamos pensando a dónde ir?
—Antes de eso, quiero que sepas que intentaré ser mejor y estar más atento a ti y a lo que te hace sentir mal. —Retiró la mano que tenía de bajo y tomó mis manos—. La forma en la que terminaron las cosas el sábado me preocupó, pero también hizo que me diera cuenta de que está mal confiarse de que todo va bien. Te amo, me encantaría tener una vida entera contigo, y no quiero perderte.
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