Capítulo 13 | Rara
RARA
La llegada del fin de semana fue un alivio. Esos dos días serían libres de Christian, pues Azucena y yo decidimos tomarlos como descanso. Además, necesitaba pasar tiempo con Roberto y ocuparme de las cosas del hogar, como ir al supermercado, una una de las actividades que más disfrutábamos juntos. A lo largo de la semana íbamos armando la lista conforme notábamos qué hacía falta, facilitando el proceso.
—De la picante no, recuerda que nos irrita el estómago —dije al verlo examinando el frasco de salsa para pasta incorrecto.
—Lo sé, solo estaba viendo la receta que sale en la etiqueta —replicó. Agarró la correcta y la puso en el carrito mientras me daba un beso en la sien—. ¿Qué tal si hago unas deliciosas hamburguesas hoy para celebrar nuestra primera semana comprometidos y tu inicio en el gimnasio?
Forcé una sonrisa, sin corazón para menospreciarlo.
—Sería maravilloso, amor. Gracias.
—Bien, iré por los ingredientes. Ya vuelvo.
Solté un suspiro cuando lo perdí de vista.
¿Acaso se le había olvidado que mi intención era bajar de peso y que comer hamburguesas de noche causaba el efecto contrario? Todavía no decidíamos la fecha de la boda, pero tampoco podía demorarme en cumplir mi meta. Incluso ya había investigado y seleccionado unas cuantas dietas que lo acelerarían. Me faltaba era comentarlo con Azucena, a ver si se animaba también y nos ayudábamos a no caer en tentaciones. Después haría otra compra pequeña de los alimentos que iba a tener permitido comer.
Mi celular comenzó a sonar. Lo saqué de mi cartera y me extrañó que fuera una videollamada de mi abuela. Conecté los audífonos antes de responder.
—Hola, abuelita, ¿cómo estás?
Estaba sentada en su mesa favorita para tomar té; en una esquina donde estaba colgada la pintura de un jarrón y con la ventana a su costado que permitía la entrada de luz natural. Su cabello teñido estaba rizado y tenía sobre él una corona de flores. Lucía adorable, a pesar de tener una expresión seria.
—Molesta —dijo.
Más confundida todavía, dejé de empujar el carrito y me apoyé de él.
—¿Por qué?
—Porque no me contaste que Roberto por fin te propuso matrimonio. ¿En serio tenía que enterarme por tu madre?
Suprimí las ganas de reír, porque sabía que eso solo la haría enojar incluso más.
—Lo siento, se me pasó.
—¿Pronto será uno de los días más felices de tu vida y se te olvidó contarle a tu abuela? Me rompes el corazón, cariño.
Colocó una mano en su pecho para darle dramatismo a sus palabras. Ya su expresión se había suavizado e inclinado hacia una más juguetona. Yo sabía que en el fondo lo había entendido desde el inicio y solo quiso divertirse conmigo.
Pese a ello, lo dicho en realidad generó un nudo en mi pecho. No me había puesto a fantasear con ese día y, ahora intentando visualizarlo, no podía. Me había emocionado por el tema del vestido y me estaba llegando la emoción que transmitían los demás por nosotros, pero no lo veía nacer como algo innato de mi interior. Christian y sus acercamientos no lo estaban haciendo más sencillo. No era el mejor momento para las dudas y para cuestionarme si de verdad era y sería feliz con Roberto.
—Sabes que era una broma, ¿cierto? No estoy molesta contigo —dijo con suavidad ante mi repentino silencio.
—Sí, es solo que... —Estuve por soltar un poco lo que llevaba acumulando en mi interior. Con ella siempre era fácil hacerlo. Sin embargo, en el último segundo me arrepentí. También adoraba a Roberto y contarle sobre mis inseguridades solo la preocuparía. Por eso callé—. No es nada.
Se acercó más a la pantalla y estudió mi rostro. Mi reacción despertó en ella lo que traté de evitar.
—¿Estás bien, Laura?
Esa pregunta directa agrietaba mi mentira de estarlo. No, no lo estaba. Sentía que caminaba sobre una delgada lámina de cristal que en cualquier momento se quebraría y me haría caer al vacío. Percibía a Christian como el peso en mis hombros que aceleraría el proceso, y a Robert como el único que saldría lastimado. Pero no, no podía decirlo en voz alta.
—Más o menos. Estrés del trabajo y de los preparativos —contesté lo que sonaría común en mi situación.
Mi abuela asintió con lentitud. No la convencí.
—Ya veo. Y... ¿ya tienen lugar y fecha? Así me voy planificando para asistir.
—No, todavía no. Ambos hemos estado ocupados y...
Dejé de hablar cuando Roberto apareció por mi costado y se detuvo junto al carrito para colocar en él lo que cargaba en sus manos. Era mi excusa para desviar el tema de conversación.
—Mira, abuela, aquí está Roberto.
Me pegué de mi prometido para que la cámara del celular nos captara a los dos. Él la saludó y me quité los audífonos para que pudieran intercambiar algunas palabras.
El resto de las compras transcurrieron normales. Me concentré en el presente y en conseguir lo anotado en la lista, haciendo a un lado el tema de la boda. No obstante, sabía que mi abuela tenía razón. Pronto tendríamos que acordar el lugar y fecha de la ceremonia; habría que hacerlo más real. Mi madre ya me lo había preguntado también.
Cuando llegamos a la salida del centro comercial, le pedí a Roberto que se adelantara al vehículo. Me preguntó por qué y le mentí diciendo que iría al baño.
En realidad, me dirigí a una tienda para adultos a comprar algo que me llamó la atención cuando pasé frente a ella al llegar. No había vuelto a tener cabeza para el sexo, pero tras varios días y sin que Roberto diera el primer paso, decidí que era mi momento de actuar y hacer que quedara atrás lo sucedido con anterioridad. Solo había que llevar las cosas con más calma.
El vehículo lo habíamos dejado en el estacionamiento subterráneo del centro comercial. Al haber cumplido con mi misión y volver, no me encontré con nadie en las escaleras eléctricas y el pasillo también estuvo vacío. Caminé un poco más de prisa porque no pude evitar sentir incomodidad ante esa soledad, recordando la película que vimos la noche previa.
El celular sonando en el interior de mi bolso me hizo dar un brinco. Me apoyé de la pared y respiré hondo.
—No seas ridícula, Laura —murmuré.
Revisé el aparato y me encontré con un mensaje de Roberto preguntando si todavía me faltaba mucho y si prefería que me esperara en la entrada principal. La próxima vez eso iba a ser lo mejor.
Cuando estaba armando la respuesta rápida de que ya me dirigía para allá, oí pasos detrás de mí. Era consciente de que el escalofrío que me recorrió fue tonto, así como las escenas de terror que aparecieron en mi mente. Sin embargo, tuve que armarme de valor para girar y detallar quién se acercaba.
No vi a nadie.
Con la paranoia despertándose, olvidé el mensaje para Roberto y me apresuré a salir de ese pasillo. La puerta solo estaba a unos cuantos metros y allí estaría mi prometido.
Avancé con mi oído agudizado. A pesar de lo acelerado que se encontraba mi corazón, identifiqué pisadas a mis espaldas. El pavor no me permitió voltear.
De un segundo a otro empecé a correr y ni siquiera me detuve cuando aparecieron frente a mí unos trabajadores del centro comercial. Por supuesto que me vieron extrañados cuando pasé entre ellos.
—¿Está bien, señora?
La pregunta sí me hizo frenar. Agarré con fuerza la tira de mi bolso y giré. No me fijé en ellos, sino en el hombre con sombrero, lentes de sol, y grueso abrigo que venía a paso lento y con las manos ocultas en sus bolsillos. Decir que tenía un aspecto sospechoso era poco, pues era un día caluroso.
No me quedé a indagar. Asumí que podía ser una exageración mía, a raíz del estrés y preocupación a los que he estado sometida últimamente. Salí hacia el área del estacionamiento y pude comenzar a calmarme en cuanto vi a Roberto esperándome en su auto.
El trayecto a nuestro hogar transcurrió hablando sobre qué película veríamos esa noche. En él, acomodamos las compras entre los dos, teniendo un orden preestablecido bien marcado. Después, Roberto comenzó casi de inmediato con la preparación de sus hamburguesas. Como de costumbre, no me permitió ayudarlo al ser algo especial que quería preparar para mí. Así que, fui a darme una ducha.
No podía sacarme todavía el susto que pasé en el pasillo del centro comercial. No fui capaz de comentarlo con Roberto, porque no quería preocuparlo y era la primera vez que me sucedía. Además, podía ser una simple confusión y mala pasada de mi mente.
Christian. La boda. El extraño. Todo se mezclaba y me hacía decaer el ánimo. Ni la sensación de las gotas impactando contra mi cuerpo me ayudaron a estabilizar mis pensamientos. Esperé que ocuparme de mí y organizar el escenario de mis planes para cuando la película acabara funcionara.
No me puse lencería nueva, pero sí un conjunto turquesa que iba de maravilla con mi tono de piel. Encima me puse mi bata de seda color perla. También me sequé un poco el cabello y apliqué crema hidratante con aroma. Con mis pantuflas puestas, salí con la voz de Roberto llamándome.
Sobre la isla que separaba la cocina de la sala había cuatro hamburguesas, repartidas en dos platos. Eran bastante grandes y no creía poder con ambas. Mejor dicho, el remordimiento no me lo permitiría. Las veía y no podía dejar de pensar en las calorías que contenían y en el trabajo perdido del gimnasio.
—¿Y esta diosa de dónde salió? ¿Qué hiciste con mi prometida? —preguntó Roberto viniendo a mi encuentro y abrazándome para depositar un corto beso en mis labios—. Hueles divino. Me encanta.
—Y eso que no has visto lo demás —repliqué con una sonrisa seductora.
—¿Ah, sí?
Asentí y me incliné para besarlo yo.
—Si dices eso voy a tener que saltarme la cena y la película...
Negué—. Nada de eso.
Fue a darse un baño rápido y yo me encargué de preparar la sala para la película. Esos eran los días tranquilos y juntos que me gustaban. En los que todo parecía encajar y se sentía bien. Dejé de pensar en el desconocido del pasillo, concluyendo que sí había sido un error.
A los pocos minutos Roberto volvió y nos acomodamos en el sofá frente al televisor. Nos comimos las hamburguesas viendo una película sobre secuestros. La comida le había quedado exquisita y no pude evitar comerme las dos.
Lo hice con el consuelo de que el lunes iniciaría con la dieta. El día siguiente hablaría con Azucena y luego saldría un momento a comprar lo que necesitaría, que sería nada de carbohidratos y mucha proteína.
Quizá los fines de semana me costaría disimular un poco con Roberto. Sabía que él no estaba de acuerdo con las dietas, pero también que no insistiría en llevarme la contraria. Además, de verdad deseaba lucir espectacular en el vestido y esa era la forma de hacerlo a tiempo. Después todo volvería a la normalidad.
Con los platos dejando de ser obstáculos, me recosté contra su pecho descubierto. Tracé círculos sobre su piel y a veces deslizaba los dedos provocativamente un poco más abajo, pero sin cruzar la frontera de su ombligo. Se estremecía con mi toque y confiaba que la expectativa lo iban preparando poco a poco para lo que vendría después.
La película acabó con la aparición de los créditos y me puse de pie para llevar los platos a la cocina. Desaté el nudo de mi bata para permitir un ligero vistazo de lo que había debajo y lavé los platos tarareando una canción y moviendo ligeramente mi cuerpo. De reojo, pude notar a Roberto observándome desde el sofá. Cuando cerré la llave, se levantó.
—¿Planeas algo para hoy? —cuestionó aproximándose.
Sonreí mientras me secaba las manos.
—Si estás interesado en unirte, sí.
Me encontré a mitad de camino con él. Me escaneó con la mirada y colocó una mano en mi mejilla para acariciarla. Acercó mi rostro al suyo para unir nuestros labios. Fue un contacto dulce. Así como él me sostenía con ternura, yo también acuné su cabeza en mis manos y lo mimé.
Cuando la situación no se encendía con la intensidad que quería, corté el beso para sonreírle mordiéndome el labio inferior.
—Te tengo una sorpresa.
Tomé su mano y lo guie a nuestra habitación. En ella, lo senté en la cama y deslicé la bata fuera de mis brazos hasta hacerla acabar en el suelo. Me alejé de su alcance cuando pretendió agarrarme. En lugar de ello, fui por la caja que dejé en la gaveta de la mesita de noche. Con su mirada curiosa, la coloqué junto a él y me senté sobre su regazo encarándolo. Me sujetó de la cintura.
—Has estado más creativa últimamente —comentó.
En vez de responder, me estiré para abrir la caja y enseñarle las esposas afelpadas del interior. El asombro se esparció por su expresión.
—¿Qué piensas hacer con eso?
—Tú decides: me las pones a mí, o yo te las pongo a ti. ¿Qué te enciende más?
Se quedó en silencio unos segundos, meditando lo que ocurría. Sus manos me apretaban contra su ya palpable erección, pero su mente se había quedado concentrada en las esposas.
—¿Segura que quieres esto? —murmuró.
Yo era consciente de lo alejado que estaban las esposas de nuestra cotidianidad. De hecho, más de una vez juzgamos a esas parejas que tenían que recurrir a métodos extraños y juguetes para mantener la pasión vida. Pero, ahí estábamos, convirtiéndonos en ellos. Le tenía fe a que sería nuestra salvación si se empleaba de la manera correcta.
—Sí.
—Espósame tú.
Dicho eso, lo besé con desenfreno. Me olvidé por unos momentos de las esposas y me dediqué a demostrar el fuego que encendía al acceder.
Con los labios doliéndome un poco, me retiré para que se tendiera en el centro del colchón. Pasé la cadena de las esposas por uno de los tubos de la cama de barrotes y después inmovilicé ambos de sus brazos con ellas. Hizo fuerza para comprobar si funcionaban y sí lo hicieron.
—Todo tuyo —dijo.
—Todo mío.
Como en su voz no lo noté incómodo, procedí a quitarle su pantalón de pijama para dejarlo en bóxers. Me acomodé sobre él y fui esparciendo besos húmedos por su mandíbula y cuello, hasta bajar por su pecho y abdomen y rozar el borde de su ropa interior. Temblaba dependiendo de la zona y las esposas sonaban al agitarlas. Sofocaba los gemidos presionando la boca contra su brazo.
Reconociendo el fuego en su mirada y el tamaño del bulto debajo de mí, volví a enderezarme y desabroché mi sostén para exhibir mis pechos. Él se sentó buscando llegar a ellos, pero lo empujé hacia atrás con sutileza. Yo estaba al mando.
Tiré unos centímetros hacia debajo de su bóxer para liberar su miembro. En lugar de introducirlo enseguida en mi interior, recorrí su extensión con mi centro. El roce caliente fue generando la contracción de los músculos de mis mulsos y abdomen. Era un poco extraño no poder sentir sus manos paseando por mi cuerpo, o sosteniéndome. No obstante, sí parecía una buena forma de variar la rutina.
Volví a besarlo y nuestras lenguas se tocaron. Él tiraba de las esposas, como si por instantes se olvidara de que estuvieran allí y el deseo por deslizar sus dedos por mi piel pudiera más que él. Cuando fueron insoportables las ganas de convertirnos en uno solo, en esa posición y sin apartarme de su boca, hice hacia un lado la parte baja de mi panty y guie su pene a mi entrada.
Le mordí el labio por error cuando alzó las caderas de repente para apresurar la intromisión. Luego del quejido a causa de la herida, Roberto me mostró una sonrisa. De cualquier forma, examiné su rostro un momento para comprobar que lo le había sacado sangre.
—Estoy bien. Sigue —pidió.
Y así hice. Comencé a balancearme sobre él, llevando por completo el ritmo de la situación. Me permití ser mala, cambiándolo de improvisto y descendiendo con brusquedad para generar esas expresiones y gemidos imposibles de contener. Sin su agarre, me sentía de cierta manera más expuesta, pero a la vez el pensar que ese elemento adicional nos ayudaría a avivar lo nuestro fue suficiente. No esperaba repetirlo pronto, porque sí me gustaban sus manos recorriéndome.
En esa nueva burbuja de intimidad, comprendí que la confianza estaba para probar sensaciones distintas. Lo que no podía identificar era por qué me había tardado tanto en dar ese paso. Christian no debió aparecer para que lo hiciera. Se suponía que la relación estaba en manos de Roberto y mías, y buscar soluciones era parte de continuar escogiéndonos todos los días. ¿Acaso para Roberto de verdad no hacía falta nada?
—Amor, quítame las esposas.
Sus palabras me forzaron a abrir los ojos y a salir de la nube de gozo. Negué con picardía, creyendo que le gustaría que fuese parte del juego. No obstante, su expresión se tornó seria.
—Por favor, quítalas.
La contundencia en su voz hizo que dejara de moverme. Sentía los hilos de sudor descendiendo por mi espalda y el corazón retumbando con fuerza en mi pecho. El nivel de disfrute que había alcanzado por comenzar a estimular mi punto sensible, decayó. Lo que vi en su mirada acabó con mi ánimo y me llenó la cabeza de dudas.
—Creí que podría, pero no. No me gusta. Me siento como un objeto.
Me retiré y busqué en el interior de la caja las llaves. Una vez liberado, me cubrí con mi bata. No supe qué decir, así que me senté en el borde del colchón. Me sentí culpable por sí haberlo estado disfrutando.
Lo oí moviéndose detrás de mí y después su mano se posó en mi hombro.
—Laura, tampoco quiero que te pongas así. De verdad hice el intento de complacerte, pero no me sentía bien.
¿Entonces su placer había sido fingido? ¿Por qué no comunicar su incomodidad desde un principio? ¿También se daba cuenta de que nos estábamos desmoronando?
—Lo siento. Yo solo quería que hiciéramos algo distinto. Creí que nos haría bien —murmuré.
Sacó las piernas de la cama y se sentó junto a mí. Con la mano que no tenía en mi hombro, sujetó una de las mías. No podía mirarlo. Sabía que hacerlo me haría soltar lo que llevaba por dentro y no le haría eso.
—Lo del disfraz de gatita estuvo bien, pero esto sí fue demasiado para mí. Discúlpame tú. —Hizo una breve pausa, en la que se dedicó a acariciar mi mano con su pulgar—. Sabía que pasaba algo, pero no creí que fuera que estuviéramos mal. Has estado rara y cuando quieras hablar de ello, aquí estaré. Si es por el compromiso, podemos cancelarlo y volver a intentarlo más adelante. Lo importante es que...
—No, no es eso —lo interrumpí. Si continuaba hablando y siendo tan comprensivo solo me haría sentir peor. No podíamos cancelar el compromiso. No cuando todos sabían. No cuando ya tenía vestido. Levanté la cara—. Yo solo... No sé, Roberto. No sé qué pasa.
En vez de forzarme a darle una respuesta concreta, me rodeó con sus brazos y me atrajo a su pecho. También lo abracé, apoyando mi frente de su clavícula, y lloré. No dijo más. Se concentró en acariciarme la espalda y susurrar que todo estaría bien.
Lloré porque me sentía sin salida. Porque, por más que quisiera sentirme bien, no podía. Porque, a pesar de los esfuerzos, todo se sentía peor. No quería perder eso. No quería lastimarlo. Tampoco quería destruir lo que habíamos construido por años y comenzar de cero.
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