Capítulo 12 | Gusto
GUSTO
Tener esa cercanía con Christian, el haber olido la mezcla de su sudor con su colonia, y el escuchar su respiración tan próxima, hizo que se me hiciera imposible sacármelo de la cabeza. No se había propasado con el contacto y ese fue el problema, pues me hubiera dado una excusa para alejarlo de mí. Sin embargo, su comportamiento fue común y adecuado, justo como un buen compañero de gimnasio.
Solté un suspiro.
Ya habían transcurrido un par de días desde aquello y todavía podía visualizar claramente la escena en mi mente. No comprendía por qué, si ya habíamos tenido algo en el pasado, seguía poniéndome nerviosa. Lo atribuía a ser el recordatorio de mi infidelidad, mas, luego de las reacciones inconfundibles, supe que no era solo eso.
Cada vez sentía más curiosidad sobre cómo era su vida después de tres años. Azucena me había dado su miniresumen, pero me picaban los dedos por las ganas de investigar y ver hechos tangibles. Observar quién era el Christian del presente y comprobar qué tan bien le había ido con su sueño.
En cama, con la limpieza hecha y la cena para Roberto lista, tomé mi celular de la mesita de noche. Eran pasadas las diez de la noche y no podía conciliar el sueño. Encontrarme sola en el departamento, debido al turno nocturno que tuvo que cumplir mi prometido, a causa de una situación de emergencia, no me facilitó el mantener a Christian fuera de mis pensamientos.
Diciéndome a mí misma que solo sería una búsqueda superficial y una acción netamente para atraer calma a mi mente, puse su nombre en el buscador. Por supuesto que me salieron varias personas. Y no, yo no lo tenía agregado en ningún lado porque no quise dejar ni un solo rastro de nuestra conexión. Así que, revisé los amigos de Azucena y di con él. El inconveniente fue que su perfil era privado. Pude ojear únicamente las imágenes de perfil, las cuales consistían en fotos de él en diferentes poses y escenarios.
Al concluir que lo que hacía no tenía ningún sentido, puse el celular junto a mí e intenté otra vez dormirme. Cuando estuve a punto de hacerlo, surgió la idea de buscar su nombre acompañado por algo que tuviera relación con turismo o viaje.
Di con un perfil oficial en otra red social, llamado «Viaja con Christian». La cantidad de seguidores y publicaciones me impactó, no obstante, era él; una y otra vez en distintos lugares del mundo. Sus fotografías y vídeos tenían miles de corazones y visualizaciones.
Por curiosidad, estuve un rato ojeando su contenido. Había ido a muchos sitios conocidos —y algunos no tanto— de Latinoamérica. Sonreía, hablaba con las personas, visitaba puntos de interés, y probaba su gastronomía. En casi todo salía solo, excepto en contadas ocasiones en las que salió una mujer. Por varios minutos creí que era una novia, pero no tardé en descubrir que se trataba de su hermana.
Debía admitir que lucía feliz, con un brillo en la expresión que no había visto antes. No era el mismo Christian que iba a la oficina, ni siquiera el que me contaba sobre los lugares que quería conocer. Ese Christian solo había sido los cimientos de lo que luego se esforzó por construir. Pese al dolor y el rechazo, había valido la pena ir tras lo que deseaba.
Pensativa, continué deslizando el dedo por la pantalla. Ya eran casi las doce de la noche y, en vez de darme sueño, me sentía más activa, Sin embargo, era consciente de que el día siguiente debía trabajar, así que tendría que obligarme a descansar. Saqué del cajón un frasco de pastillas para dormir. No las usaba de forma recurrente, porque sabía que podían llegar a ser adictivas, pero eran una buena opción para noches como esa.
Volví a acomodarme en la cama y, cuando estuve por bloquear el celular, noté que Christian había publicado algo nuevo. Lo vi, porque no tenía sentido no hacerlo luego de haberle hecho tributo al nombre del perfil y viajado con él.
Estaba en lo que parecía una fiesta en la terraza del edificio más alto de la ciudad. Compartió la vista, el ambiente y una foto suya con una chica. Otra con la misma mujer dándole un beso en la mejilla.
El agarre de mi celular flaqueó y casi se me cae. No supe cómo, pero cuando vi la pantalla de nuevo, me congelé al detallar que le había dado me gusta a la publicación, simbolizado con el corazón rojo que parecía en la parte inferior.
—No, no, no, no —dije—. Soy una tonta.
Deshice la acción, a pesar de ser consciente de que le llegaría la notificación. La vergüenza se instaló en mi pecho. ¿Cómo haría para verlo a la cara? ¿Cómo justificar el haber estado revisando sus redes sociales? No era simplemente el primo de Azucena, ni un influencer turístico. Conociéndolo, lo alentaría a seguir con su absurdo plan de «hacerme abrir los ojos y dejar a Roberto para no ser infeliz». Como si supiera lo que había dentro de mi corazón.
Sin poder corregir mi error, regresé el celular a la mesita de noche antes de continuar arruinándolo. Me acomodé de lado y me cubrí por completo con el edredón. Cerré los ojos y me repetí hasta el cansancio que, con esa cantidad de seguidores, seguramente mi me gusta pasaría desapercibido. Esperé a que las pastillas hicieran efecto.
***
Apenas me quité los lentes de sol la mañana siguiente en la oficina. No había podido dormir nada, ansiosa por cuál sería la reacción de Christian y quién era esa pelinegra que lo acompañó a la fiesta.
Mi humor tampoco era el mejor, incluso Azucena se atrevió a recalcarlo durante el almuerzo.
—Lo siento —dije—. Roberto no durmió anoche conmigo y casi no pude dormir.
Era verdad, solo que omití el detalle relacionado con su primo.
Su expresión se suavizó. Comíamos solas en una mesa y casi terminaba con su pasta con verduras.
—¿Y por qué? —preguntó.
—Según lo que le entendí, una de las máquinas del proceso falló, tuvo fugas y cayeron contaminantes al río —respondí.
Roberto había llegado al departamento poco antes de que yo saliera. Lucía exhausto. Me dio un beso, intercambió unas cuentas frases y después se fue a bañar para dormir. Al mediodía iba a tener que volver al trabajo, pero aseguró que la situación ya casi estaba bajo control.
—Qué mal eso. Debe estar muy estresado.
—Supongo, pero ese es su trabajo. —Encogí los hombros—. Como sea, sígueme contando de esa llamada de Braulio.
Dio unos brinquitos en su asiento y sus ojos brillaron con emoción.
—Me invitó a una sesión de yoga en la playa este fin de semana. Claro, me dijo que también irán unos amigos, pero que le encantaría que fuera. —Levantó los brazos a la altura de sus hombros y comenzó a hacer estiramientos. Solté una risita—. ¿Quieres venir? Me da nervios ir sola.
—¿Tú nerviosa?
—Sí. —Posó los ojos en su plato—. Es que, es diferente a lo que suelo encontrar. Es amable y tan... musculoso. Y se ve interesado en mí. No es tan fácil que un hombre se fije en una mujer con algunos kilos de más y...
—Ey —la interrumpí—, eres hermosa. ¿Qué es eso de andar dudando? Puedes volver loco a cualquier hombre.
Me sonrió. La alegría regresó a su rostro.
—Tienes razón. Es que, ayer vi a lo lejos Javier y andaba con una mujer muy delgada. Yo jamás podré ser así y él...
—Tu peso fue una excusa estúpida, Azucena —gruñí. Su ex nunca la mereció, ni la valoró. ¿Cómo dejarla por haber subido de peso? Debió fue alentarla a hacer ejercicio. No por lo estético, sino por salud—. Enfócate en Braulio. Él sí ve lo fabulosa que eres. No sé si pueda ir, porque tengo planes con mis padres, pero no te frenes por eso y disfruta.
—Maldita sea.
Sus palabras me desconcertaron por unos instantes. Luego, caí en cuenta de que sus ojos estaban fijos en algo detrás de mí. Al girar, vi que estaba mirando a Christian junto a una mujer, quienes hablaban con Mariela. Era la misma de la fiesta, solo que ahora tenía el cabello recogido y vestía un traje de falda color ciruela.
—Esa es Ximena Delgado —murmuró Azucena—. Creí que lo de representar a mi tía había sido una mala broma de Christian.
Guardé silencio, porque no supe qué comentario hacer sin desentonar. Era la mujer con la que casi se casa Christian y habían ido juntos a una fiesta la noche anterior. E iba a representar a su madre, probablemente para finiquitar el asunto de la inversión, y lucían cómodos uno al lado del otro. No podía escuchar bien lo que decían, pero sonreían al conversar con mi jefa.
Sin querer ser atrapada husmeando, regresé mi atención al almuerzo. No tenía por qué importarme, pero sí lo hizo. No podía mentirme. Le había roto el corazón y me usó para olvidarla, ¿cómo podía estar como si nada?
—Vienen para acá —indicó mi amiga.
Me tensé. Sentí cómo mi estómago se revolvía. Tomé agua, indispuesta a desperdiciar esa sopa y ensalada verde. También me preparé para entrar en mi modo profesional e ignorar por completo lo subjetivo.
—Buen provecho, prima —saludó Christian—. Hola, Laura.
Forcé una sonrisa y levanté la mirada. Detrás de él, vi cómo Mariela se había demorado mostrándole a Ximena la comida que le ofrecían a los trabajadores.
—Hola —repliqué.
Continué comiendo, deseosa por acabar para dar cualquier excusa y huir.
—¿Qué pasa, Azu? Te ves como molesta —agregó él.
Mi amiga acomodó todo en su bandeja y entrecerró los ojos.
—Creí que anoche estabas jugando —susurró, mas no sin lucir menos enojada—. Vi las fotos que subiste. Eres mi primo y, aunque antes no hubiéramos compartido tanto, te quiero y me importas. Esa mujer ya te lastimó una vez, ten cuidado.
Christian demostró sorpresa por lo dicho por Azucena; lo mismo que me hubiera gustado decirle si las circunstancias fueran otras. Lo procesó y asintió con lentitud.
—Lo aprecio, prima. Gracias.
—Disculpen la interrupción de su hora de almuerzo, señorita Velázquez y Bermúdez —dijo Mariela deteniéndose en nuestra mesa seguida por Ximena—. Quiero presentarles a Ximena Delgado, la representante legal de MG. Estará unos días por aquí.
—Encantada —contesté.
—Sí, yo igual —me siguió Azucena, mas su sonrisa sí se notó forzada.
La mano de Ximena se dirigió al brazo de Christian.
—Chris y la señora Belmonte me han hablado maravillas de ustedes. Será agradable compartir algún almuerzo juntas —respondió.
De cerca se veía incluso más atractiva. ¿Acaso Christian no podía salir con mujeres que me hicieran dudar menos de mí? Su maquillaje era impecable, ni uno solo de sus cabellos estaba fuera de lugar y su ropa parecía haber sido hecha a la medida y costosa. Al parecer le había ido bien en su carrera de abogada.
—Sí, sí. Mucho —afirmé. Y también interesante si sale a discusión el haber tenido un romance con Christian cuando su relación terminó. Acomodé las cosas en mi bandeja. Evité mirarlo a él—. Lo siento, voy a tener que retirarme. Prometí llamar a mi madre, espero que no haya problema.
—Claro que no, querida —informó Mariela, sonando más amable que de costumbre.
Asentí y me marché luego de despedirme. Azucena me imploró con la mirada que me quedara, pero no pude hacerlo. Mi cabeza no estaba bien para fingir cordialidad, así que no me arriesgaría a hacer algo que me diera puntos negativos en el trabajo.
Coloqué lo que usé para comer en su lugar y me dirigí al ascensor. Volvería a mi cubículo y buscaría distraerme llamando a mi madre. Todavía debíamos decidir a qué hora nos veríamos el fin de semana.
Las puertas se abrieron. Ingresé, pero casi regreso al pasillo cuando Christian también entró.
—¿Qué haces? —cuestioné cuando se interpuso entre la salida y yo, seguro anticipando mi próximo movimiento.
—Voy a buscar café en tu piso —respondió.
Di un paso hacia atrás. Las puertas se cerraron.
—¿De qué hablas? En el comedor hay bastante café. Además, no deberías dejar a tu... a Ximena sola.
—¿Celosa?
Quise haberme podido reír por lo ridículo que era su pregunta. Yo me iba a casar con mi novio de toda la vida, ¿cómo podía estar celosa de que Christian fuera amistoso con su ex? Lo nuestro había quedado en el pasado; bien enterrado.
No obstante, lo que solté fue un suspiro.
—No tengo razones para sentirme así —repliqué.
—No, no las hay.
Apreté los dientes. Su respuesta insinuaba que no había nada entre ellos. Sin embargo, yo vi las fotos.
Crucé los brazos y desvié la mirada hacia los botones que se iban iluminando conforme el ascensor subía. No tenía por qué tener esa conversación con él. Christian no tenía por qué haberme seguido y estar allí.
—Sé que estuviste viendo mi perfil —dijo, logrando el objetivo de captar de nuevo mi atención.
—Fue un error —contesté. Mis piernas temblaron ante lo que se formuló en mi mente—. Tú lo fuiste y lo sigues siendo.
Pese a ser hiriente, sonrió de lado, inmune a ello.
—He aprendido que los errores no son siempre malos, porque depende de la perspectiva de cada quien. Sea como sea, sé que soy un error que en el fondo no te arrepientes de haber cometido.
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