Capítulo 9: Entre facetas y máscaras.

Serra.

Hoy es uno de esos días en los que no quisiera salir de este estudio. Puede parecer tonto, pero este lugar con sus pinturas, es mi refugio. Siento que la vergüenza taladra mi piel, en el último día he cometido más estupideces que en mis veintidós años de vida. Todas las cosas absurdas que le dije al señor Angelo me hacen abofetearme mentalmente, y ni hablar de la escena que interrumpí en el despacho con su esposa. Pongo una mano en mi frente, no sé cómo podré verle otra vez a la cara. Cierro los ojos y solo lo puedo recordar mirándome con repudio e incredulidad. Su respuesta fue como un golpe a mi autoestima y sentido común en general.

Cuando estamos juntos me cuesta mantener la boca cerrada. En él veo la imagen de mi represión, veo a un ser de soberbia que quiere hacer y deshacer conmigo a su antojo y algo en mi sangre hierve al saber que estoy atada a un Carosi que tensa mis cadenas a su antojo. Me repito una y otra vez que es mi deber, pero mi parte egoísta recuerda que no es así, pues este era el lugar que le correspondía a mi padre, y estoy pagando la desgracia de haberlo perdido por partida doble.

Las luces del alba se cuelan por mi ventana, suspiro y dejo los pinceles a un lado. Salgo del cuartillo, e involuntariamente miro hacia su ventana, él no está allí, cosa que me hace andar más rápido, ya que es tarde. Corro directo a la cocina y en esta me encuentro a Marie que bate algo con ensañamiento.

—Buenos días —saludo agitada pasando por su lado— ¿Qué te hizo la pobre crema para que la trates así? —bromeo mientras busco jugo de naranja.

—Nada, solo se me pareció al rostro de alguien y le doy el trato que merece.

—Espero y el parecido no haya sido al mío —sonríe de medio lado y noto que algo no está bien, se ve agotada—. No sabes cuánto siento haberte dejado sola con los quehaceres, Marie, pero el indeseable de Angelo así lo impuso, sé que tú y las chicas tienen más trabajo ahora.

—No seas idiota, Serra, es una gran oportunidad que tarde o temprano te iba a llegar. No tienes por qué sentirte culpable —me regaña—. Además, par de horas más no me matarán, me las van a pagar y necesito el dinero, lo sabes.

Asiento, y doy un sorbo a la bebida, Marie tiene muchas responsabilidades, las cargas sobre su espalda son tantas que no se permite un simple respiro. Sin embargo siempre está sonriendo, regalando esa felicidad que solo ella desprende, y el hecho de que ahora no la vea me preocupa.

—Ah, y no te atrevas a volver a insultar al señor Angelo en mi presencia —continúa—. Él y Giuliana son lo único bueno de esa familia —noto la amargura en su voz, y la imagen de Bianca viene a mi mente, creo que he desarrollado cierta indisposición hacia ella.

—Lo dices porque no trabajas codo a codo con él, es un engreído prepotente.

—Y bien guapo diría yo —mueve sus cejas con picardía y no le contesto, ya que en ese aspecto tiene razón—, yo babearía si lo tuviera cerca de mí todo el tiempo.

Hago una mueca, y mientras más lo pienso su cercanía solo me provoca el deseo de estrellarle algo en la cabeza. Dejo el vaso a un lado y busco una de las especialidades de la pelirroja en la repostería.

—Ya se agotaron los cruasanes —afirma un poco molesta—. El señor Luca se encargó de zampárselos todos.

—Otro más que queda prendado de tu cocina.

—No lo creo, somos demasiado ordinarios para él. Aunque acaba de venir a exigirme, por segunda vez, que se los prepare todos los días.

«Ordinarios», eso somos para personas como los Carosi. Me gustaría darle ánimos a mi amiga, pero no puedo contrariar esa verdad, he visto como ellos hacen sentir pequeños e insignificantes a los demás, y por el amargor en su semblante sé que ella también ha sido testigo.

—Como sea, algo me dice que ya va a ser un esclavo de tu cocina —sonríe ante el comentario—. ¿Hace cuánto dices que pasó Luca por aquí?

—Unos cinco minutos.

Responde tranquila, yo me tenso recordando que voy tarde.
Le doy un beso en la mejilla como despedida, y salgo corriendo del lugar. Llego a casa, me coloco un par de botas café. Tomo mi sombrero de paja y voy directo a la entrada del viñedo.

La brisa es cálida y en el aroma mañanero se intensifican las esencias frutales. El paisaje es hermoso, llanuras bañadas de un verde intenso y rodeadas de colinas que se pierden en el horizonte. Es el trabajo de todo un año de cuidados de los suelos y plantas, esfuerzos desmedidos por parte de cada una de las personas que trabajaron estas tierras. Ahora se alzan a los ojos de todos siendo un regocijo para el que lo contempla.

—Hermoso, ¿verdad? —me sobresalto y busco su voz a mi lado, no sentí cuando llegó.

—Sí, lo es.

Angelo mantiene la vista fija en los cultivos y su semblante serio, es demasiado misterioso. La forma en la que observa todo a su alrededor es una mezcla extraña entre pasión y nostalgia. Me hace no poder dejar de escrutar su perfil de piel dorada y hasta cierto punto me remueve la empatía.

—¿Vamos? —pregunta volviendo su vista a mí. El verdor en sus esmeraldas me absorbe mientras logro asentir.

Caminamos entre las parras en silencio, sus dedos rozan las hojas, emana calma con cada paso que da. Yo, por el contrario, estoy intranquila. Odio que esta sensación se intensifique cada vez que lo tengo cerca. Se detiene y evalúa uno de los racimos. Lo palpa, acción que parece más una caricia, antes de arrancarlo. Toma una de las uvas y me la extiende.

—Pruébala —exige mientras la acerca a mi boca.

El calor se concentra en mi cara, y el recuerdo de cuando puso su índice sobre mis labios es un detonador a la misma sensación electrificante que recorrió mi cuerpo con mero toque. Me aparto un poco de él, y tomo un fruto de otro racimo. Lo introduzco en mi boca y él hace lo mismo con el que me ofrecía.
El sabor de la Corvina hace explosión en mis sentidos degustativos. Sus jugos azucarados se esparcen por las papilas, y la alarma salta en mi cerebro diciéndome que ya está lista para su cosecha. No sé cuál será la expresión en mi rostro, pero estoy segura de que gratifica a Angelo, pues la sonrisa que se extiende en su semblante es una señal de victoria. Él tenía razón, y ahora lo noto, no solo el dulzor es el deseado, sino que el color ennegrecido de todas las bayas está al parejo.

—Están perfectas —admito.

—Tendremos que adelantar la vendimia.

—Sí, ajustaré el itinerario, si así lo desea —él asiente, se encuentra demasiado pensativo—. ¿Esta era tu forma de demostrarme que “el maravilloso poder de los Carosi” ya tocó estas tierras?

—No, es mi forma de convencerte de que debes confiar en lo que te digo —él se me acerca—. No soy ciego, Serra, sé que no te agrado y que esto para ti es una tortura, pero tenemos que hacer que funcione de una forma u otra —suspira y me mira directo a los ojos—. Tampoco creo en las cosas divinas, dejé de tener fe hace muchos años, pero lo que hoy veo me exige creer en algo más allá de lo hechos físicos. Puede ser una tontería —sonríe de lado—, pero algo me dice que queda poco tiempo.

Lo veo extrañada, esta faceta de él es totalmente nueva, es como si hubiera dejado caer alguna máscara.

—¿Poco tiempo para qué? —él suspira.

—No lo sé, pero hay que aprovecharlo —se yergue y mira hacia el cielo. El sol le baña las facciones que regresan al estado de meditación por unos segundos—. Esta tarde, a las tres, nos reuniremos con Luca, quiero que todo lo que se haga esté más que planeado, no admitiré casualidades ni fallas de ningún tipo. Puedes retirarte, cambia lo que tenga en mi agenda para la próxima semana, lo que sea puede esperar.

—Como desee.

Avanzo varios pasos hacia la salida, él se ha quedado en el medio de los cultivos. Un hormigueo me taladra el estómago y en dos ocasiones giro a verlo, pero su acción sigue siendo la misma. Apresuro el paso y a varios metros se encuentra mi abuelo conversando con Luca. Alza su mano en tono de saludo y le correspondo igual, pero no me les acerco. Tengo bastante que hacer.

En mi cuarto organizo el itinerario. La agenda de Angelo está demasiado cargada, llena de viajes y reuniones por todo Veneto. Me llaman la atención varias casillas que marca en tinta roja con un simple punto. Tienen el mismo intervalo de doce días entre ellas, sin embargo por más que busco una descripción para saber de qué se trata no encuentro nada. La duda me abarca y dificulta mi trabajo, ya que no sé si cambiar esas extrañas citas o no.

Adelanto los horarios de lo que resta de mes. Me siento insatisfecha con el resultado, ocupé demasiado tiempo en esto, no he almorzado y faltan pocas horas para la reunión. Mi cabeza duele, y todavía no me enfrento al verdadero trabajo que se nos viene encima. Releo los planes de Angelo y me parecen tan complejos como fascinantes. Demandan exigencia y compromiso, haciendo que me pregunte si estoy preparada para ello. Sé que no puedo defraudar a mi abuelo y ese es el motor que me impulsa, pero me gustaría que esa motivación viniera de mí misma.

Como algo ligero antes de salir de casa, organizo los panfletos en mi regazo y cuando estoy a punto de entrar por la cocina escucho un silbido. Detengo mi paso y miro hacia su dirección. Carlo se me acerca a paso apresurado, noto su prepotencia haciendo que mi cuerpo se tense, ya que pocas veces lo he visto así.

—Tenemos que hablar —exige.

—Tengo cosas que hacer.

—¿Me vas a seguir evitando, Serra?

—No te evito, Carlo, simplemente no eres el único con otras obligaciones.

—Eso no justifica por qué me dejaste plantado anoche —reclama, y yo también me pregunto lo mismo—. Nunca me has rechazado en dos años —se acerca más—, entiende que necesito saber qué te sucede.

Miro a ambos lados y algo en mis adentros se encoge ante su demanda, rompí parte de nuestro compromiso y eso me hace sentir culpable.

—De acuerdo, podemos hablar unos minutos, pero no aquí.

Echo a andar, él viene detrás de mí, siento sus pasos sobre la tierra y es la primera vez que me incomoda su cercanía. Rodeo mi casa por la parte trasera y me coloco a un costado de mi estudio. Recuerdo el día en que comenzamos lo nuestro, me di cuenta de que el chico apuesto de las caballerizas me atraía demasiado y no podía dejar pasar dos días sin verlo, hablarle o escucharlo reír. Lo sentía como un respiro a mi rutina impuesta, como algo que yo había decido tener por gusto y placer propio. Solo no tuve en cuenta que con Carlo todo venía a medias, con tiempo limitado y que mientras yo pensaba en complacerlo, él cuidaba que su prometida no se enterara de su amorío secreto.
Hoy vuelvo a repasar todo en mi mente y me pregunto si no me estoy conformando con poco.

—¿Y bien? — busca mi mirada poniéndose frente a mí.

—Estuve trabajando hasta tarde con el señor Angelo...

—Sabías que estaría de guardia toda la noche —interrumpe y noto su incomodidad.

—Estaba cansada —justifico sin ánimos.

—Hemos vivido mucho juntos, Serra, te conozco. Dime qué hice y cómo puedo remediarlo.

—Sabes lo que quiero, Carlo...

—¿Esto es por Nicole? —pregunta exasperado—. Ya hemos hablado antes este tema, Serra, aceptaste lo nuestro sabiendo que estaba comprometido. A ella no la puedes utilizar como excusa.

La simple mención de su nombre hace que el enojo me corroa, él nunca ha dejado de recordarme lo que soy para él y por más que lo niegue no voy a pasar de ser una segunda opción en su vida. Siempre ha dicho que me ama, que haría lo que fuera por mí, pero esto que ahora le recorre la mirada no se asemeja al amor. Es como una guerra de entre su capricho y el miedo a perderme.

—No estoy utilizando a nadie. Por primera vez en mucho tiempo estamos hablando de mí. ¿Es que no te has dado cuenta? Simplemente estoy agotada de querer más y recibir tan poco —él niega y veo como tensa su cuerpo.

—Serra, sabes lo importante que eres para mí, pero no puedo hacer más, estoy sacrificando demasiado —me da el mismo repertorio que conozco de memoria—. Lo nuestro llegó tarde, pero podemos hacer que dure para toda la vida si me das un tiempo, sabes que te amo, mi flor —utiliza las mismas palabras que me siempre me hacían regresar a sus brazos.

—La que tardó fui yo al darme cuenta que quiero y merezco más. Estoy harta de que todos dispongan de mí cómo y cuándo les dé la gana y ahora veo que tú haces lo mismo —me mira asombrado—. Los siento, Carlo, anoche en verdad sí estaba cansada, ahora, reconozco que lo que me ofreces no es suficiente.

Queda petrificado con la respiración agitada. No tenía planeado nada de esto. Romper lo poco que tengo no era una opción, pero supongo que sí algo que necesitaba hacer. Me duele, sé que él no lo esperaba, ni yo misma lo hacía. Tengo mucho que pensar al respecto, tal vez así pueda encontrarnos una solución, darnos otra oportunidad.

Le doy una última mirada, antes de intentar marcharme, doy unos pasos y el agarre en mi brazo me detiene haciendo que se me caigan todos los papeles.

—¡No hemos terminado, Serra! —tira de mí aplicando una fuerza innecesaria—. ¿Piensas irte y dejarme solo con toda esa mierda que has dicho? —inquiere poniéndome frente a él. Está demasiado enojado, lo veo en sus ojos.

—Tengo cosas que hacer —intento zafarme pero él ejerce más presión—. Cuando estés más calmado podemos hablar —musito.

—Ya me cansé de oírte, Serra —espeta pegándome a él—, no puedes desechar lo nuestro cuando sabes que lo que te une a mí es más fuerte que tus habladurías —su tono me intimida—, y te lo voy a demostrar ahora mismo.

Intenta besarme, pero giro mi cara, acción que lo enoja porque se cierne más sobre mí y estampa mi espalda contra la madera de la caseta.

—Déjame ir, Carlo —balbuceo, pero es un ser endemoniado que sigue buscando mis labios.

Me remuevo incómoda, siento la desesperación crecer en mi pecho mientras él refriega su cuerpo aplastando él mío. Mantengo un forcejeo al cual él no quiere ceder, y por primera vez, le tengo miedo.

—No te me resistas más, Serra —demanda entre dientes.

Su tono me estremece. Me veo perdida cuando toma mi mentón con violencia y estampa su boca contra la mía.

N/A: Aquí nadie es lo que parece...
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