Capítulo 5: Cadena omnipotente.

Serra.

Siempre he dicho que el apellido es una carga que lleva la sangre, para algunos es una bendición y para otros el mismo calvario. Yo arrastro, además de la cadena Vitale, y la de los Fabbri, que eran artistas con mucho talento, pero que nunca llegaron a nada. Sin embargo, ellos tuvieron la oportunidad de echar a ver su arte, el mío, lo escondo entre estas cuatro paredes. Carezco de los materiales de ensueño que cualquier pintor desearía poseer. Compro lo que puedo con lo que me proporcionan mis abuelos. Bastante tienen con pagarme la universidad, a pesar de que estoy estudiando algo que yo no quería. Para ellos no necesito más de lo que tengo, pero se equivocan, a mí me hace falta más para vivir que trabajar el fruto de la tierra que pisan mis pies.

A veces creo que estoy incompleta, que lo que me corre en las venas está a medias, que soy el producto difuso de dos mitades que no tienen nada que ver. Y lo que estoy intentando hacer ahora lo demuestra. Amanece y aún no logro el verde que deseo para las hojas de la vid. He mezclado los diferentes tonos, como siempre, me dejo llevar por mi musa, pero parece que esta se quedó perdida en los iris de algún Carosi, ya que el resultado sobre mi pincel es demasiado familiar a las esmeraldas que ellos tienen como ojos. La ira me invade ¡No puedo tolerarlo! ¿Por dónde anda mi cabeza que acabo de arruinar la mezcla? Me pongo de pie, y decido salir del lugar.

El aire mañanero me golpea el rostro y no es tan refrescante como lo desearía. Limpio mis manos teñidas sobre el mandil, y como si me obligaran a hacerlo, poso mi vista en la ventana del Carosi amargado. Me sobresalto, él está allí, de pie y mirándome. Mi corazón se acelera y siento que esto de verle entre las sombras se puede hacer costumbre. Cosa que no me agrada, ya que de una forma absurda me parece que invade mi privacidad, o yo la de él, pues como una idiota quedo embelesada ante su presencia. Sacudo mi cabeza y doy zancadas hasta mi casa.

Trenzo mi cabello con descuido a un lado y me cambio para comenzar mis labores. Estoy atrasada y lo menos que quiero son los reclamos de mi abuela.
Voy directo a la cocina, el aroma que se desprende es delicioso, las bandejas llenas de comida son un festín colorido para la vista. Las mujeres parecen hormigas que se pasean con prisas de un lado a otro para lograr la perfección ante sus patrones. Me toca llevar el desayuno y no puedo negar que me causa cierta desazón. Camino hacia el comedor con el contenido entre mis manos, otra vez el estómago se me sacude al ver a Angelo encabezando la mesa. Sostiene el diario y frunce el ceño con una mueca mientras lee.

Coloco el café con su fina porcelana blanca y los platillos repletos de cruasanes. Marie, coloca el jugo y las tostadas con sus aderezos, logrando un bonito resultado, "digno" de los dioses, como tanto se nos exige.

—Sírveme el café, por favor —dice él y lo ignoro para que mi compañera se haga cargo—, Serra —termina la frase y me trago el reproche, sé que lo hace para molestar.

—¿Cómo prefiere que se lo haga? —pregunto y él levanta una ceja sin apartar la vista del papel—. No conozco sus gustos.

—Fuerte —responde y esta vez me mira directo a los ojos—. Me gustan las cosas con potencia, que después de tomarlas se queden en el espíritu —a mi lado mi amiga suspira mientras se marcha, y yo ruedo los ojos.

—Claro, sería ilógico que lo bebiera de otra forma —le ofrezco la taza con el contenido en cuanto termino, él lo prueba y hace un gesto delatando su desagrado—. Oh, pensé que así de amargo estaría perfecto para usted —sostiene mi mirada desafiante y sonríe de lado, cosa que no entiendo después de lo que acabo de hacer.

Abre la boca para decir algo, pero lo que le arrojan sobre la mesa nos hace sobresaltar. El líquido queda derramado sobre su camisa, y la vajilla cae al suelo haciéndose añicos. Miro al causante de todo. Luca tiene la cara roja y lo que le ha tirado a su hermano es otra copia del periódico del día de hoy. Angelo se recuesta en su silla, su expresión en estos momentos da miedo. Siento vergüenza, ya que este tipo de reacciones son ajenas a lo que acostumbro. Ellos no dicen nada, y yo me agacho a recoger los vidrios rotos.
—No —siento su mano sujetando la mía, junto al tono de voz imponente—, no es tu deber limpiar las mierdas de Luca —su agarre tira de mí, obligándome a levantarme—. Continúa con tus labores del día, y que alguien más se encargue de esto.

Asiento y salgo rápido dejando detrás el ambiente bien cargado. El corazón se azota dentro de mi pecho, lo que esos hombres desprendían sin emitir palabra alguna era capaz de erizar pieles. Pude sentir su fuerza, el poder ante la imponencia del otro, tan similares hasta el punto de crear un cataclismo. Algo me dice que los Carosi, más allá de ese aire divino y próspero que se les profesa, pueden llegar a ser devastadores. Mi instinto me sigue gritando que me aleje, y eso es lo que pienso hacer.

Llego a la cocina y busco por todos lados, necesito saber la causa de tanto revuelo. Marie llega con un cuenco repleto de fruta fresca, lo coloca en la encimera y me mira con frustración.

—Me voy por unos segundos y cuando regreso hay un desastre sobre la mesa y ni rastro de los patrones —se queja— ¿Qué sucedió? Cuando salí el señor Luca casi me atropella.

—¿Dónde está el diario? —pregunto, y ella se cruza de brazos, sus ojos avellanados chocan con los míos. Sé que me está acusando de histérica.

Pasa uno de los mechones rojizos detrás de su oreja y camina hacia uno de los estantes. Saca lo que deseo y me lo extiende.

—No hay mucho interesante allí —me dice—, a no ser lo del incendio en la bodega Amato y el asesinato de uno de los mafiosos más buscados en el país.

Busco el artículo, y en efecto, ambas noticias han tomado primicia. Los testimonios de otra de las familias que responden ante los Carosi dejan claro que los daños se consideran irreparables. Sin embargo solo la mitad del vino blanco que estaba reposando en barrica fue arruinado, por lo que el periodista especula que pudo ser intencionado. A mi mente llega la conversación que tuvo Luca por teléfono las otras noches, su enojo hoy y como arrojó el diario a Angelo. La tranquilidad del último me desconcierta, es como si no le importara mucho lo sucedido. Cosa rara, pero no quiero darle muchas vueltas, ya que me propuse mantenerme lo más alejada posible de todo lo que tenga que ver con ellos.

—Viste lo del muerto —prosigue Marie que me observa con asombro—, dice que le dieron un disparo en la frente y que se cree que sea un ajuste de cuentas entre clanes —asiento y dejo el periódico a un lado—. También que no es la primera víctima encontrada con el mismo modos operandi. Se dice que hasta a los más peligrosos le envían su verdugo —su voz decanta emoción, sé que este tipo de cosas la atraen—. Te noto dispersa, quieres contarme que pasa —inquiere tomando una de las manzanas del cuenco.

—No es nada, solo mucho por hacer —le respondo evocando la expresión de Angelo ante la actitud de su hermano.

—Ya... y yo me estoy comiendo un hámster —dice con la boca llena y no puedo evitar sonreír. Ella es así, una chica que desprende alegría a pesar de vivir en pésimas condiciones—. En fin, te dejo y voy a recoger el desorden que quedó en el comedor antes de que la patrona se dé cuenta, o peor aún, Anna —ambas sonreímos, y se va.

El día transcurre de forma agotadora, ni siquiera pude visitar los sembradíos, ya que me he mantenido ocupada en lustrar cuanto objeto se le ha ocurrido a la señora Bianca. Se la ha pasado de un lado al otro dando órdenes como un capataz como si ese no fuera el trabajo de mi abuela. Termino de acomodar el último de los candelabros sobre la chimenea del gran salón, cuando casi todos los que tienen altos cargos en el viñedo entran. Acomodo mi delantal y veo que mi abuelo se acerca.

—Aquí estabas, hija, te he estado buscando —me dice tomando mi brazo.

—¿Qué sucede?

—El señor Carosi ha convocado una reunión —susurra y veo entrar al nombrado con su hermano.

—Mejor me retiro —intento zafarme, pero él niega.

—No, hija, tú también has sido invitada —frunzo el ceño, mientras él destila orgullo.

Tira de mí hasta llegar al frente, tengo la mirada gacha aún sostengo el trapo con el que limpiaba y es que lo que desprenden esos hombres me hace sentir pequeña.

—Buenas tardes —escucho su voz y me tenso—, les hemos mandado a llamar porque han sido los elegidos para formar parte del equipo de producción de la principal Villa Carosi en esta temporada —todos aplauden y yo me digno a verle—. No vale la pena ocultar las afectaciones que la casa ha tenido en los últimos años, y los esfuerzos que mi difunto padre en levantar nuestro apellido en la vinicultura. Perdimos lo que éramos generaciones atrás y eso es lo que hay que recuperar —el tono es fuerte y seguro—. Vengo con la ambición a flor de piel y con los recursos necesarios. Ustedes son el otro eslabón fundamental en esta cadena. Cada quién responde a una función específica en la producción del vino por lo que su labor será dirigir ese campo —todos asienten. Entiendo todo a la perfección, pero todavía me pregunto qué hago aquí—. Una nueva estrategia ha sido trazada, serán meses de arduo trabajo y sacrificios, pero sé que podemos salir victoriosos, pongo mi confianza en sus manos y con ella la seguridad de crear el mejor vino que han visto estas tierras —su pasión alcanza el corazón de todos que aplauden al unísono.

Luca da un paso al frente y comienza a decir nombres y apellidos de cada quién y su futura labor en el proceso: Viticultor, Tonelero, Recolector, Bodeguero... mi abuelo queda con su mismo título de agrónomo, logro ver la emoción alcanzar sus ojos. Angelo será el Enólogo principal y su hermano el encargado del marketing. Miro a todos lados, aprecio los rostros felices y satisfechos. Incluso el de este último que esta mañana destilaba azufre por los poros. Está tranquilo e interactúa con todos los trabajadores bajo la calculadora mirada de su hermano mayor.

Marie y mi abuela llegan con las copas que lustré esta mañana sobre unas charolas. Comienzan a repartirlas entre los presentes, el vino rojizo baila dentro de estas. Me mantengo estática mientras realizan el brindis, y la lengua me pica por preguntar directamente a Don Arrogante qué hago aquí. Levantan sus tragos y dan el primer sorbo. Angelo fija sus ojos en mí después de beber. Se acerca hasta nuestra posición y el respingo en mi estómago no se hace tardar.

—Muchas gracias, señor Carosi, estamos muy complacidos con tan nobles palabras —dice mi abuelo.

—Solo expresé la pura verdad, Giorgio, detrás de un buen vino se esconde el sudor del equipo que lo dio todo para crearlo —palmea su hombro y vuelve su vista a mí—. Espero y no haya ningún inconveniente con mi decisión, señorita Vitale, no la veo muy contenta y ni siquiera ha probado el contenido —señala la copa que sostengo.

—Es que no he alcanzado a darle la gran noticia —agrega mi abuelo y mi grado de incomprensión no me deja preguntar qué sucede.

—¿Ah, no? Pues permítame dársela personalmente —dice él con una sonrisa ladeada y sin apartar sus ojos de mí—. Será usted mi asistente personal, Serra.

Mi abuelo sonríe satisfecho, Angelo desprende cinismo de sus iris esmeraldas. El retumbar en mi pecho se dispara después de escuchar aquella declaración y todo lo que viene consigo. La copa se resbala de mis manos, los añicos se esparcen sobre nuestros pies, y así es como detallo lo que será mi vida bajo el mandato directo de ese falso dios con delirios de omnipotencia.

N/A: Ahora sí se complicó esto, bellas, creo que Angelo no midió las consecuencias de sus actos, ¿o tal vez sí?
Gracias por leer ❤❤❤, no olviden dejarme sus comentarios al respecto y recomendar, por favor, necesito que la historia llegue a más lectores ❤❤❤
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