Capítulo 49: Cenizas.
Serra.
Los rayos de sol resplandecen sobre la hoja en la que dibujo, los trazos a colores cálidos se hacen más vivos. Sonrío, es mi mejor obra, ansío tanto que mamá la vea. Ella se encuentra a unos metros, acomoda el equipaje con papá, harán un viaje. Se ven vibrantes, ella lleva un vestido blanco con flores rojas y él esa camisa celeste que tanto le gusta. Me pongo de pie, tomo el dibujo para mostrárselo; ellos echan a andar. Los llamo, pero no giran, se dirigen a afuera, hacia el auto que espera por ellos. También salgo de la casa, mi mano está en alto sosteniendo el papel que ondea en el aire. De pronto el ambiente cambia, el sol se esfuma, y son ráfagas de viento las que pelean con el dibujo para arrancarlo de mis manos. Grito sus nombres, ya no quiero que vayan, dicen que será por poco tiempo, pero tengo la certeza que no regresarán.
El desespero abarca mi pecho, lloro, con la súplica en mis labios. Corro más fuerte, pero siento que no avanzo, no logro alcanzarlos. Están sumiendo al auto, no pueden ir, no volverán, me dejarán, quiero ir con ellos. No quiero quedarme aquí, sola.
—No estás sola, cariño.
La voz de mi abuelo detiene mis pasos, él está aquí, viste de blanco, resplandece entre tanto gris. Sus brazos me alzan, deja que lo abrace mientras él, pasa las manos por mi trenza.
—Quienes te aman, te esperan, tienes que regresar —murmura.
—¿Qué hay de ti?
—Acompañaré a tus padres, también los extraño.
—¿Prometes cuidarlos?
—Lo prometo, juntos velaremos por ti.
Aunque las palabras me tranquilizan no dejo de derramar lágrimas, acomodo la cabeza en su hombro, disfruto su tibieza, su presencia. Siento que el sueño me invade, junto a un arrullo, ese rezo disfrazado de canción que tanto dedica a los dioses, me dejo ir…
El zumbido en los oídos es incesante. Los párpados pesan, la garganta me arde como si un objeto estuviera atravesándola. Lucho por abrir los ojos, siento espasmos en los dedos. Entonces escucho un murmullo, uno que cada vez se hace más claro, conozco la voz, es ella, es Marie. Intento murmurar su nombre, alzar los brazos a pesar del desplome que hay en ellos. Busco fuerzas, necesito salir de esta sombra, ver luz. Abro los ojos con un impulso que acelera mi respiración. Las sensaciones en mi cuerpo son desagradables, gimo, intento hablar. Busco a mi amiga con la mirada, ella corre hacia mí exaltada.
—¡Serra, est… despi…ta!
Me cuesta entenderla, reconocer el ambiente no es difícil, estoy en una sala de hospital. Un hombre la aparta, revisa mis pupilas con una linterna. Percibo varias personas atendiendo mi estado. Los recuerdos de cómo llegué aquí usurpan mi mente. Sí, la caseta no existe, el fuego se llevó los últimos recuerdos que tenía de mi madre y casi arrasa conmigo también cuando quedé atrapada entre las llamas y el humo que contrajo mi garganta. Es abrumadora la tristeza que me abarca, apenas puedo reaccionar en mis cinco sentidos. Los médicos manipulan cada espacio de mí, explican lo que ocurrió con mi cuerpo y que es una suerte que ya esté despierta. Estuve en coma, en un limbo, fui afortunada en regresar, o eso dicen ellos. La realidad es que mi estado es deplorable, no siento fuerzas, las quemaduras en mi pierna, brazos y manos arden en demasía.
Cuando la revisión termina Marie entra, su sonrisa débil y los ojos hinchados me indican que estuvo llorando, odio haber causado tantas molestias. Ella se sienta a mi lado, nos miramos por un rato en silencio, como si escogiera las palabras adecuadas antes de hablar.
—¿Cómo te sientes?
—Como si hubiera dormido por siglos.
—Solo fueron dos días…
—Mis abuelos, ¿cómo están?. La caseta, ¿pudieron recuperar algo?
La última pregunta suena absurda al mismo momento que deja mis labios. Aún tengo la esperanza de que siga allí, que algún recuerdo de mamá, de mi trabajo por todos estos años quede en pie. Ella niega, mira hacia el techo, en sus pupilas se refleja un brillo que asecha a la súplica. La conozco, todas mis alarmas se encienden; algo pasó, algo grave «¡Angelo!»
—¿Cómo está Angelo? ¿Le sucedió algo?
El corazón derrama miedo contra mi pecho. El incendio debió ser provocado, si él fue tras el culpable, si bajó sus defensas por mí, si cayó en una trampa. Si está…
—El señor Angelo está bien —dice, su tono tiembla. La sigo viendo esperando a que continúe—. Estuvo aquí por mucho tiempo, junto a ti. Ahora mismo está en la villa, todos lo están. Serra —ella traga en seco—, ha ocurrido algo, detesto ser yo quien te dé esta noticia. Girogio sufrió un infarto, no pudo rebasarlo, lo siento mucho, Serra.
El mundo deja de girar, todo se detiene, juro que hasta mi pulso lo hace. Las lágrimas comienzan a correr, Marie también llora. En la habitación se escucha el eco de mis sollozos cuando van en aumento. Ella me abraza, pero este dolor horrible no puede ser compartido, es mío, únicamente mío, ya lo viví una vez; me tomó desprevenida; debería saber cómo luchar contra él, cómo enfrentarlo, pero en estos momentos no puedo.
No sé cuánto tiempo transcurre, la agonía que ahoga mi alma únicamente permite tener una idea clara en la mente, y es ir a su entierro. Poco importan mis condiciones, lo menos que puedo hacer es despedirme del hombre que fue padre y madre cuando perdí los míos. Marie se encarga de todo, a pesar de la negativa de los doctores, los cuales cambian de opinión cuando Luca viene por nosotras y expone los hechos y responsabilidades que serán tomados conmigo. Después de curar las quemaduras, cambiar las vendas y mi ropa, partimos.
La tarde cae en los campos de la villa, el sol matizado se escurre entre las parras de uvas. El grupo de personas se encuentran reunidas en un punto medio; el lugar más sagrado de estas tierras. Luca lleva el sillón de ruedas donde me transporta, Marie va a nuestro lado, sosteniendo un ramo de flores. No comprendo qué hacemos aquí, se supone que mi abuelo deba ser enterrado en el cementerio. Sin embargo, todas las dudas se disipan cuando nos abrimos paso entre las personas. Quedo al lado de mi abuela, ella me abraza al instante, aguantando el llanto, demostrando esa fortaleza titánica que la caracteriza. En el centro está Angelo, lo acompaña el sacerdote de la iglesia, sostiene una urna blanca; cuando sus ojos chocan contra los míos siento las lágrimas caer, su verde destila un brillo con coraje forzado, con perdón, con súplica. Mi corazón se expande ahogado en la contradicción que su ser causa. Nada ha cambiado en lo que siento por él.
La ceremonia comienza, el sacerdote lanza sus rezos al aire que mueve las hojas de los cultivos. Limpia el alma de mi abuelo que baga entre cada uno de los presentes. Una mano me aprieta el hombro, es mi abuela, percibo el temblor que nace desde el centro de su ser. Mis dedos buscan los suyos, los aferro a su piel fina y arrugada; somos lo único que tenemos, lo que resta de una raza de esclavos. El silencio vuelve a invadir los campos cuando el sacerdote sede el turno al Angelo, quien alza el rostro para hablar.
—Cuando un apellido es preso de tradiciones la libertad se extingue; el deber dicta el camino a seguir en la vida. Los Vitale han estado atados a los Carosi desde el inicio de los tiempos. Cada gota del mosto salida de estas tierras llevan tanto de ellos como de los propios Carosi, sin embargo, ha sido la misma tradición quien no los han honrado como merecen. Hoy, yo he decidido cambiar ese estigma ridículo; sobre esta tierra descansan las cenizas de cada uno de mis antepasados; pero por algún motivo no los considero tan dignos como los restos del hombre que hoy sostengo. Giorgio Vitale, fue padre, abuelo y amigo, un ser con alma pura y dedicada a un legado que no lleva su nombre, pero que sentía suyo. Yo también lo siento suyo, es por ello que hoy, más que mancillar estas tierras, pretendo darle la bendición, el amor, la pureza de las que carecen; porque todo eso y más fue Girogio Vitale —él abre la urna y esparce las cenizas que el viento arrastra lejos de nosotros—. Descansa en paz, amigo mío, prometo cuidar de todo lo que has dejado, honrarlo tanto como tú, prometo estar a la altura de prevalecer tu legado.
Son sollozos ahogados los que se escuchan. La urna queda vacía, acto seguido pasan a Angelo una botella de vino, una de las de la colección privada y más añeja. La derrama a sus pies; hace los rezos correspondientes, esos que deberían alzar el espíritu de mi abuelo junto al descanso celestial donde están los otros Carosi. Sin embargo, no sé si debe a que el rito no está dedicado a un linaje de esclavos, o al vacío que siento dentro del pecho; la certeza de que él sigue con nosotros, no me abandona.
Estoy sentada en mi cama, la noche se escurre dentro de la habitación, hay una lámpara prendida, pero la oscuridad gana; o tal vez yo lo percibo de esa manera. Mi abuela me cepilla el cabello, no ha dicho palabra así como no ha derramado más lágrimas, se ha ocupado de mí como no lo hacía en años. Solo puedo sentir vergüenza; porque sé que es lo que causo en ella. Al terminar, ayuda a acomodarme, hace que tome los medicamentos correspondientes.
—Estos sedantes disminuirán el dolor que sientes —dice.
—No con todo… Lo siento mucho, abuela —la voz me tiembla, quiero llorar otra vez, pero ella levanta la mano con autoridad deteniéndome.
—A este mundo llegamos con una fecha y hora de muerte. Tu abuelo supo afrontar la suya con valentía y una gran sonrisa en el rostro. Nosotras debemos hacer lo mismo. Debes descansar.
Sus labios finos dejan un beso en mi frente. Va camino a la puerta, pero se detiene al contemplar la figura que aguarda en ella. Acaba de llegar, siento que los temblores atacan mi cuerpo. Ambos se miran fijamente, ella se echa a un lado permitiéndole el paso.
—La enfermera está abajo, Anna; espera que le muestre su habitación
—Gracias, señor Angelo. No demore mucho, por favor, ha tenido un día muy cargado.
Él asiente mientras ella se marcha. No puedo dejar de verlo, está exhausto, la mirada llena de preocupación no desvanece. Se arrodilla al lado de la cama, sus dedos me acarician las mejillas, la tibieza emanando de ellos reconforta mi alma. Las lágrimas caen suaves enredándose en sus yemas. Necesitaba tanto su cercanía, su compasión ante este daño áspero que amenaza a matarme.
—Gracias por permitirle descansar en los cultivos que tanto amó —murmuro.
—Siempre fueron más suyo que de cualquiera de mi familia, Serra.
—Has roto la tradición entre los Carosi.
—Los únicos que quedamos estuvimos de acuerdo. Las imposiciones de fantasmas no se escuchan; ellos no tuvieron respeto por estas tierras, ni mi padre ni mi abuelo merecían reposar sus cenizas allí. Tampoco yo lo merezco.
Niego tomando su mano, aunque el ardor de las quemaduras sea insoportable. La llevo a mis labios, dejo varios besos regodeándome con su aroma, con la calidez que desprende; ante tanto caos me causa tranquilidad. Estoy a punto de comentarle que sí merece estar junto a sus antepasados cuando él habla.
—Lamento mucho todo lo que has pasado; quiero disculparme por esta cadena de acontecimientos, fueron mi culpa, Serra. Fue Bianca quien incendió la caseta, si la hubiera puesto en su lugar antes, nada de esto hubiera ocurrido.
Asiento, aprieto mis labios mientras la ira baja por mi garganta como si estuviera hecha de espinas. Si antes la detestaba ahora lo hago más.
—Tengo la mayor culpa, Angelo, no debí entrar al lugar. Cuando llegué sabía que dentro no había nada que se pudiese salvar, pero aun así fui. Solo para ver como lo más valioso que tenía dejaba de existir. Fue una tontería.
—También lo hubiera hecho, aún conociendo el resultado hay “tonterías” que se tienen que hacer.
Su comprensión esconde una mueca que me gustaría poder descifrar. Quisiera seguir hablándole, pero los párpados me pesan, el medicamento está haciendo su efecto. Me aferro a su mano, no quiero dejarlo ir, es lo único que me reconforta, no quiero estar sola.
—Tienes que dormir, es hora de que me vaya.
—Quédate conmigo, por favor; hay sitio en la cama.
—Podría lastimar tus quemaduras, Serra, debemos ser cuidadosos para que sanes bien y rápido.
—Bésame entonces, lo necesito, te necesito, Angelo.
Él se acerca y cumple con la petición, sus labios alivian tanto el pesar, cargan ternura, amor, protección… pero hay algo más, hay una fuerza amarga oculta en este beso; algo cambió; y me asusta.
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Gracias por leer ♥️♥️♥️
¿Qué les pareció el capítulo?
No olviden recomendar la historia, serían de mucha ayuda.
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