Capítulo 47: La sombra de la desgracia.

Angelo.

Siento la carcajada de la muerte en los oídos, áspera, burlona. Niego una y una otra vez mientras estaciono frente al hospital. «No tenía que haberme marchado sin ella». Corro por los pasillos blancos, el corazón quiere salirse del pecho. Ignoro a las enfermeras que intentan detenerme, poco importa que me crean loco «No debí darle ese tiempo que pidió para hablar con sus abuelos después de la encerrona de Bianca». Voy directo a la sala de espera, necesito saber que ella está bien. Antes de entrar Adler me intercepta; ejerce presión sobre mí intentando apartarme de la puerta. Huele a humo; me percato de su aspecto, sudado, con los ojos enrojecidos, las marcas de ollín le surcan la piel y ropa.
—No es momento de actuar como animal, Angelo; allí dentro está su familia.
—¡Necesito verla!
—Nadie puede, está en la sala de emergencias. ¡Cálmate! —vuelve a empujarme lejos de la puerta—. No nos conviene más escándalo, menos delante de sus abuelos.
Intento respirar profundo como si el olor antiséptico en el entorno pudiera calmarme. Miro a Adler y asiento; fue quien llamó para avisarme del incendio. La descuidé medio día; ¡solo por medio día, carajo!. No sé cómo las ratas se atrevieron a llegar tan lejos, cómo sabían de la caseta de dibujo de Serra.
—Bien, vamos —digo controlando el volcán que estalla dentro, poniéndome la máscara fría que todos conocen.
Entramos al lugar, hay varias personas; los Vitale están al fondo; junto a Marie, quien camina de un lado al otro, mordiéndose las uñas; no tarda en percatarse de mi llegada.
—Señor Carosi, ya está aquí —me mira esperanzada; es la primera vez que lo hace desde el incidente de la caja.
—Señor, no era necesaria su presencia —dice Anna.
Está pasando su mano por la espalda encorbada de su esposo, quien mantiene los brazos apretados contra el pecho en gesto de rezo.
—No podría dejar de venir, señora Vitale. ¿Cómo está? ¿Qué sucedió?
Ella endereza cada músculo de su cuerpo, mi relación con su nieta no le gusta, lo sé; lo concidera una ofensa a lo que la tradición entre ambas familias dicta; a lo que ella cree con tanta devoción. No he tenido oportunidad de expliacarle que lo nuestro no es ni capricho, ni adulterio, ni sacrilegio, que amo a Serra y haré lo que sea para mantener intactos su honor e integridad como mujer. Sin embargo, me frena ese mirar duro y adolorido al que guardo respeto.
—El olor a quemado se sintió desde la cocina; Serra estaba conmigo —explica la pelirroja—, fuimos a ver de dónde provenía, era la caseta de su madre; salió corriendo hacia ella y yo fui a pedir ayuda. No debí dejarla sola.
—Hiciste bien —admite Anna—. No sabemos cómo ocurrió el incendio, señor. Cuando llegamos, en la caseta las llamas crujían. Nadie podía entrar, pensé que mi nieta no saldría de allí, hasta que Carlo la sacó en brazos, los dos con quemaduras y ella inconciente.
—Los hombres que estaban de guardia y el señor Adler lograron controlar el incendio hasta la llegada de los bomberos y paramédicos; no se extendió mucho por el pasto —continúa Marie—. Solo queda esperar el diagnóstico de Serra. Carlo está bien, tiene quemaduras de primer grado, pero nada grabe, le están administrando oxígeno por el humo que inhaló.
Asiento, el nudo amargo se agranda en mi garganta. El momento es desesperante a la par de deprimente. Giorgio no ha levantado la cabeza desde que llegué, el silencio deja audible su súplica envuelta en murmullos. No sé si los dioses sean capaces de resolver algo, si su fe sea más grande que la realidad que nos hunde; pero por lo menos él hace algo; en cambio yo; no he hecho nada.
Los minutos nos toman, los siento eternos, punzantes. Un doctor azoma por el pasillo poniendo a todos alerta.
—¿Acompañantes de Serra Vitale?
—Nosotros —digo y él se acerca
—La paciente presenta quemaduras de segundo grado en antebrazos y manos; solo una es de tercer grado en la pierna derecha; las curas se han aplicado. El mayor daño está en las vías respiratorias; la pasiente inhaló mucho humo con toxinas peligrosas, dado a la pintura que había en lugar. Lamento comunicarles que no ha salido del estado de inconciencia; la entubamos y le estamos proporcionando oxígeno para limpiar dichas toxinas. El daño pulmonar no es severo, sin embargo, no se puede estimar el tiempo que pase en coma.
—¿Coma? —se levanta Giorgio encarando al doctor—. ¡No, qué dice, doctor, mi niña no puede estar en coma!.
—Su estado no llega a ser crítco, señor, pero si delicado. Es normal en pasientes que se exponen a tanta cantidad de humo.
No puedo pensar en otra cosa que no sea el escenario en el que se vio envuelta. La caseta no tiene el techo muy alto, es una habitación pequeña, las pinturas y lienzos deben haber ardido rápido. Tuvo que ver su arte, su libertad, sus recuerdos, consumirse sin que pudiera hacer nada. Giorgio sigue exigiendo al médico que haga algo, contrae su brazo izquierdo contra el pecho cada vez con más fuerza, la cara se le transforma en una mueca de dolor que lo hace soltar un quejido.
—¿Se siente bien, señor Vitale? —pregunta el doctor antes de que el anciano caiga al piso.
Las convulciones no tardan en sacudirle el cuerpo. Todos vamos hacia él para ayudarlo pero el doctor pide que nos apartemos. Un equipo no tarda en llegar, está sufriendo un infarto. Marie socorre a Anna que se derrumba entre soyosos, esta situación va de mal en peor. Adler me mira, pasa las mansos por su rostro, en gesto de desesperación. Los doctores logran estabilizarlo, segun ellos, a tiempo; se lo llevan a emergencias en una camilla.
No puedo dejar de verla, de sentir la sombra de la desgracia cerca de los Vitale; otra vez.

El amanecer nos toma en la misma sala; Giorgio está conciente, pero su estado es delicado, el infarto fue agresivo, maltrató partes motrices del cerebro y dejó el corazón más débil, sigue en observación, estará el tiempo que sea necesario; teniendo también en cuenta su diabetis avanzada, las palabras del doctor no son alentadoras. El incidente de Serra fue mucho para él que ya tenía varias restricciones por su débil estado de salud. El diagnóstico no es gratificante; en estos momentos nada lo es.
Marie vuelve a traernos la tercera ronda de café, Anna está en la habitación con su esposo desde hace par de horas. Adler la bebe de un solo sorbo; yo quisiera que le líquido llegase a quemar mi lengua para sentir algo más que esta angustia y esta rabia afixiantes. El móvil del alemán suena, no tarda en apartarse para contestar la llamada. Deben ser respuestas sobre el sabotage, ¡tienen que serlo! Tengo a mis hombres en busca del hijo de perra que se atrevió a tanto. Juro que lo voy a descuartizar vivo en cuanto tenga un nombre.
Los ojos de la cocinera chocan con los míos, me ha estado obsevando con cautela toda la madrugada, como si quisiera figurar algo en mí. Creo escuchar sus pensamientos, en los que me juzga como el único culpable de lo sucedido, y es que lo soy; sin embargo, en los iris avellanados hay algo más, algo que me cuesta creer viniendo de alguien como ella.
—Angelo, tenemos que hablar —susurra Adler. Vamos a la otra esquina de la habitación.
—Dime quién fue —exijo sin preámbulos.
—No lo sabemos —bufo y él me frena agarrándome del hombro—. Escuha, las cámaras de seguridad de la villa no captaron ningún movimiento extraño, nadie entró o salió.
—La caseta está en un espacio donde las cámaras no tienen alcanse.
—Sí, pero uno de los caminos que dan a ella está vigilado, y en ese Luca encontró esto.
La imagen que me muestra delata par de figuras que huyen; una haciendo reaccionar a la otra. Una resguardando a la otra. Una se marcha corriendo, la otra arregla su ropa y su cabello con la maña que la caracteriza. La verdad es repugante, asquerosa como los responsables de este desastre. Es la muestra de que nunca llegas a conocer a alguien completamente, que siempre hay algún punto de sorpresa donde lo peor de cada ser sale a flote.
—Mátalos a ambos.
—No estás pensando bien, Angelo.
—Verdad, mejor los desaparezco y los dejo en el foso a manos de tu hermana.
—No, Angelo, ¡no! —reprende arrinconándome contra la pared—. Piensas en ti; no en el apellido que cargas, o en nuestra organización. Escucha, ya Luca se enfrentó a la prensa, andan como buitres por la villa, acosando a trabajadores y preguntando todo. Saben sobre la muerte de la yegua, y quieren relacionar el primer incendio, el que tú probocaste, a este. La policía no se queda atrás.
—Espero que Moritz esté en el caso.
—Lo está, planta pistas falzas y mentiras a ojos de todos; pero el otro detective, Roddrigo; no se está tragando nada quiere ir a fondo, ¿qué crees que pase si aparece el cadáver de tu esposa o desaparece de un momento a otro?
La pregunta flota en la superficie de mi mente con lentitud donde la idea de asesinar a Bianca se hace cada vez más tangible. La he protegido todos estos años, por ser la madre de mi hija, porque sé que me robé su vida y su juventud para mantener mi juego de aparencias. Sé que no es un alma inocente, parte del poder que tiene también es mi culpa, pero nunca sospeché que pudiera llegar a tanto, no por mí. Adler sigue exponiendo argumentos que no carecen de razón, está manejando el papel que debería de tener yo a la perfección. No puedo pensar en más, tengo que calmarme, recordar porqué no debería dar riendas sueltas a mi sadismo, rememorar porqué la vida no debería darme igual.
—Necesito verla —digo y él calla—. Tengo que verla, o no responderé por lo que haga, Adler.
Media hora después estoy frente a su puerta. Hay silencio en todo el corredor, como si en este hiciera la muerte sus paseos regulares. Entro, la penumbra y el frío me reciben. El pitido incesante de las máquinas a las que está conectada, las que la mantenien viva; retumban en la habitación donde la única respiración que se siente es la mía. Pálida, como la bata que trae puesta, como un cádaver que se mantiene aferrado a este mundo por voluntad de otros. Las quemaduras, un espectáculo horrendo que transgrede su piel. «No puedo más» Me dejo a cear a su lado, las rodillas mordiendo el suelo, aguantando el nudo en mi garganta, el yanto que tanto pide salir.
—Lo siento tanto, Serra —murmuro—. Soy quien debería estar allí. Perdóname por no protejerte como prometí, por causarte tantos problemas. A veces me pregunto que hubiera ocurrido si desde el principio hubiera aceptado mi destino… Serías feliz; lo sé. Soy el responsable de cada carencia en tu vida; esa es la verdad, pero el destino es un hijo de perra que nos unió en vez de alejarnos como tenía que ser. Sí, Serra, porque yo no debería tener el valor de mirarte a la cara, menos de desearte, o de amarte como lo hago —sostengo su mano—. Pero aquí estoy, afrerrado a ti, no sé dónde estás, o si puedes escucharme, pero aún así tengo el descaro de robar parte de tu fuerza, de tu ímpetu, de exirte que vuelvas a mí. Sí, soy un egoísta de mierda, y por eso te lo demando, ¡regresa a mí, Serra! ¡Vuelve, Vitale!, vuelve… porque este Carosi te ama.
Beso sus dedos, los acaricio, recuesto mi frente conta ellos y dejo pasar los minutos, tal vez horas, pero ella no responde.

***
Gracias por leer ♥️♥️♥️
¿Qué les pareció el capítulo?
Recomienden, por favor!!!♥️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top