Capítulo 41: Fresas.
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Luca:
Los golpes contra el saco de boxeo resuenan en toda la habitación. Esta es la cuarta tanda de cien repeticiones que hago en la noche. Intento controlar la falta de aire, los músculos duelen ante el esfuerzo continuo, mas no me detengo. La mente destila rabia, así como el sudor que recorre mi cuerpo. Cada puñetazo es remembranza a la necesidad; sobrevivir sin estorbar es lo que importa. Detesto la idea de que Angelo sea héroe si algún día tuviera que salvarme la vida. «Es su culpa» Este estado de inconformidad constante que tengo, junto a varios de mis errores los debo a él.
Los últimos diez puñetazos los lanzo con más fuerza, imaginándome que van directo a su cara, y a la del arrogante que me observa desde una esquina. Adler está recostado a la pared cargada de grafitis donde el moho reluce. Se fuma el cuarto cigarrillo de la noche. Asiente con complacencia cuando termino. Tengo la respiración errática, su entrenamiento me pone al límite. Llevamos meses en esta rutina, he peleado con otros hombres, he ganado más de lo que he perdido, sin embargo, me jode aún no haberle atestado un buen puñetazo a este hijo de puta sínico.
-Deja de pensar en mi madre y sécate el sudor, gallito -me lanza una toalla-. Tenemos que irnos.
-¿Cómo me ves?
-Progresando, pero te falta acabar de entender de que esto no es pasatiempo o deporte.
-Lo tengo claro, lo hago por mí, por no ser un inútil.
-He ahí el problema, que lo haces por ti; alimentas tu ego. En este tipo de vida se necesita tener otros motivos aparte de los propios.
-¿Por quién más lo haría?
-Créeme, Luca, a veces la realidad aplasta tanto que rendirte es la mejor opción, pero en momentos críticos te llega la imagen de esa persona a la que te aferras, y decides vivir.
Hago una mueca de fastidio causado por sus palabras. «Hipócrita.» No concibo que un mafioso dé consejos sentimentales. Nunca le he preguntado cómo fue que llegó a ese mundo, o que papel desempeña en él. No me interesa su vida, por lo que me molesta que él se entrometa en la mía.
-No tengo a nadie.
Salgo antes que él, ignorando cualquier tipo de comentario de su parte.
Comienzo mi día con un café bien cargado. El cansancio intenta pasarme factura, pero no lo dejo. Mis músculos siguen doliendo ante cualquier gesto, lo disimulo bien, me he adaptado, ya no es tan desgarrador cómo al principio. Los desayunos en esta casa se están haciendo cada vez más engorrosos. Giuliana no está, comenzó el colegio hace semanas. Lo que nos deja a Bianca, Angelo, al alemán y a mí compartiendo la mesa como familia forzada y disfuncional. Se podría decir que mi único entretenimiento en este comedor es observar a la cocinera.
«Me hipnotiza absurdamente.»
Todavía me pregunto qué es lo que me llama tanto la atención en ella. Carece de lo que me gusta. Le sobran varias tallas, le falta clase, modales... Tal vez sea ese olor exótico dulce especiado que su piel no puede disimular, o el cabello rojo que le combina con las pecas. He evitado acercarme a ella, no cruzamos palabra, desde el incidente con Angelo, sin embargo, nuestras miradas sí chocan, sé que ella también le cuesta dejar de verme.
-Marie, más café.
Acata la orden, con sutileza vierte el líquido caliente en la tasa. No pierdo el tiempo para rozarle la cadera con el hombro, sentir que se tensa me gusta. Tal vez, algo en ella me gusta.
-Hablé con Joanne, Luca -suelta Bianca la ponzoña del día-. Está preocupada porque hace meses no sabe de ti.
-No es mi culpa que no sepa entender que todo tiene un límite. Así como a ti te cuesta dejar de meterte en mi vida.
-No seas malagradecido. Te ayudo a garantizar un futuro con una dama de bien. Lo último que necesita esta familia es que algún día una cualquiera toque la puerta con un Carosi bastardo en brazos.
Me dan ganas de echarle el café en la cara, y después gritarle que vigile el miembro de Angelo y no el mío. Hace meses no me acuesto con una mujer. No tengo tiempo para pensar en ello; entre el vino, la carga de trabajo que ha dejado la partida de Serra, el entrenamiento, más velar que no me den un tiro en la cabeza, hace que mi antigua vida de casinos y putas caras se vea como el capricho del niño que ya es hombre; uno que nunca pensó ser.
Cumplo con mis obligaciones, superviso los sembrados en la mañana y termino mi rutina en bodega. Chequeo los controles de temperatura de la nave donde reposa el Tinto Joven, en par de días se trasladará a botellas para que siga su proceso hasta el final. No cruzo palabra con mi hermano, últimamente es así. Está envuelto en sus propios pensamientos, los cuales le ensombrecen la cara; intimida, los empleados son capaces de notar que algo no anda bien con su patrón. Yo sé lo que le pasa, el pastelito se le fue, y por lo que veo no pretende regresar. No me era un secreto que él y Serra tenían algo, bastaba percatarse en cómo uno observaba al otro.«Los dioses me libren de atribuirle mi estado de ánimo a una mujer.»
Entrada la noche preparo mis pertenencias para ir a entrenar. El alemán espera en el club, hoy me enfrentaré a otro de sus hombres. Cada pelea es más ardua, así como el oponente; siempre a un nivel mayor que el anterior. Poco le importa si yo sigo estancado en el mismo. Soy sigiloso al dejar la habitación, saldré por la cocina, hay menos probabilidades de que alguien me vea.
Las luces están prendidas, justo donde no debería haber nadie está ella. Envasa unos tarros con mermelada, cuyo aroma a fresas se toma el lugar. Pasa la mano por su frente, se ve agotada, y no lo dudo, ya que hace tres horas que terminó su jornada. No puedo evitar acercármele, no sé si es el dulce o ella, pero juro que mi lengua exige probar algo.
-Se ve delicioso -susurro a sus espaldas.
El brinco que da hace que el bol de mermelada caiga al piso. Una parte de derrama sobre la superficie de losa, la otra queda bailando dentro del recipiente en el suelo. Me ha manchado los zapatos. Ella se gira asustada, al verme, noto cierto alivio en su semblante pálido.
-¡Señor Luca, casi me mata del susto! Pensé que era alguien más.
-¿Alguien cómo quién? -sonrío.
-Alguien... Olvídelo.
Humedece un paño y se agacha a limpiar el desastre. No es la primera vez que estamos en esta situación, yo de pie, ella abajo, balanceado los pechos adornados de pecas ante mis ojos con cada movimiento de las manos. Creo que lo hace inconsciente, pero me quedan dudas, debe saber que esos montículos de carne son una invitación a cualquiera, incluso para mí, que no me gustan las voluptuosas. ¿Entonces qué busca ella? ¿Tentarme? Me pongo a su altura, le tomo la mano deteniendo su acción.
-¿La hiciste tú? -asiente dándome su atención-. Huele exquisita.
-Gracias, señor, es una de las tantas recetas que hay en mi familia.
-Quisiera probarla.
-Claro, déjeme servirle un poco con...
-Puedo servirme yo mismo -la interrumpo. Mojo un dedo en el bol y lo llevo a sus labios.
-¿Luca, qué haces? -musita mientras pinto su boca.
Las mejillas hacen juego con el color del cabello, intenta echarse hacia atrás, pero la espalda le choca contra el gavetero de madera de la meseta. No puede impedir que saboree el dulce en la boca de ella, tampoco quiere evitarlo; lo sé por la forma en que se prende de mi camisa mientras mordisqueo los labios que me han servido mejor que cuchara. No pierdo el tiempo, tomo más mermelada, pero esta vez se la dejo caer entre los pechos. Siento como se tensa, pero la fantasía de comer de ellos vale más que el pudor que pueda tener ella y la honra que pueda fingir yo.
Mi lengua baja por su cuello, el sabor es una mezcla a su olor exótico junto al salado del sudor. «Me encanta.» Desabrocho los botones de la blusa dejando a vista un sujetador manchado de dulce que le cuesta cargar con ese par de esferas, se lo bajo sin escuchar su objeción en jadeo. Ahora mismo poco me importa que alguien pueda vernos, mi pantalón quiere reventar. Sus senos son libres; míos. Entierro la cara en ellos, la mermelada que lamo me parece poca; tomo más, la riego por la piel tersa empapando los pezones rojizos y erectos. Me prendo como poseso, que no puede con tanta abundancia; lamo, muerdo, la hago gemir, retorcerse en el lugar. Son tan perfectos que a mis manos les cuesta abarcarlos cada vez que los aprieto con el deseo que me causa esta mujer.
Vuelvo a su boca, callo los gemidos y sigo prendido de sus carnes. Me dan ganas de acostarla en el piso y tomarla aquí mismo. Ambos lo queremos, ella está tocando cada rincón de mi cuerpo con desespero. Llevo su mano a mi dureza, hago que la agarre con fuerza por encima de la tela. Mis dedos se escurren debajo de su falda, quiero comprobar que hay un río allí que también aclama mi lengua, pero ella me detiene. Nuestros ojos chocan, lo que reflejan me hace dudar si este momento estuvo correcto, si en verdad era lo que ella quería. Me pongo de pie, aliso mi cabello, la ropa, intento retomar la compostura. Ella hace lo mismo, un silencio incómodo asecha por varios minutos.
-Pensé que te causaba todo, menos asco -suelto al fin con la indignación que siento.
-No me das asco, no es por ti...
-¿Entonces qué es?
-Es... es complicado -mantiene la cabeza gacha, la voz le sale en un hilo.
-Con decir que te resulto repugnante hubiese sido suficiente no tienes que esconder la cara como una adolescente.
-No me lo pareces -alza la cabeza. La mirada cristalina arroja vergüenza y miedo. No la entiendo-. La verdad es que tú me gustas, Luca.
Lo suelta como si hubiera tomado valentía en vez de aire con la última respiración. Es aquí cuando me doy cuenta de lo imbécil que soy cuando actúo por impulso. Mi mente recrea todas esas ocasiones en las que he errado; esta es sin dudas una de ellas. Carezco de respuesta para este tipo de confesiones, más viniendo de alguien como Marie. No separa los iris avellanados de mí, espera que diga algo, pero mi lengua se ha atorado con un golpe de razonamiento. Aceptar tal confesión sería caer en el mismo error absurdo que Angelo, de tener una criada babeando por mí; distrayéndome con su aroma, con su cuerpo.
Doy media vuelta, me marcho sin decir palabra. No me pesa dejarla entre tal desastre, con la respiración entrecortada, mirándome con desilusión. Lo que pesa es mi propia idiotez de no poder arrancarme el deseo que provoca.
Llego al sótano treinta minutos después. La pelea de hoy un tanto "profesional". Voy directo a los vestidores, me cambio de ropa. Puedo escuchar la algarabía que proveniente del ring. Los gritos y abucheos de los espectadores simula una manada de salvajes, una a la que hoy voy a entretener. Comienzo a enrollar las vendas en mis manos; la puerta se abre, no me molesto en mirar, ya reconozco la cadencia de los pasos del alemán
-Llegas tarde, he tenido que posponer tu turno.
-Tuve complicaciones con el auto.
-Sí, con el auto... Eso explica claramente por qué hueles a fresas. Sería una excelente estrategia, tal vez tu oponente quiera comerte en lugar de romperte la boca.
Está frente a mí, olfateando el aire, enojado, en busca de una otra explicación que no pienso darle. Me he dejado arrastrar a este mundo por él. Cuando empecé a entrenar por supervivencia, nunca creí que terminaría en un ring donde llueven apuestas.
-Quería presentarte a alguien, pero esa indiferencia tuya me dan ganas de apostarle a tu contrincante.
-No seas duro con él, Adler.
Escucho una voz masculina. Alzo la vista, el sujeto que se pone a su lado me resulta conocido. La tez morena brilla debajo de la lámpara, la barba perfilada acentúa las facciones duras del rostro. Viste una chaqueta de cuero sobre una camisa blanca. El aire informal que lo rodea no camuflajea quién es, lo recuerdo ahora; este tipo es uno de los detectives que estuvieron en la villa. Me pongo de pie automáticamente, encarando a los dos hombres frente a mí. ¿Qué hacen juntos un policía y un mafioso? Por mi mente no pasa otra idea que no sea traición.
-Relájate, gallito. Él es Moritz Herzog, hermano del esposo de mi hermana, además de ser un gran aliado.
-Un gusto, Luca -extiende la mano en un saludo que tardo en corresponder-. Angelo es un buen amigo, y un líder fuerte.
-Entonces aquel día todo fue una farsa, un teatro para quitar sacar a Angelo de la lista de sospechosos -mi tono de voz delata la amargura que siento.
-Sí, en nuestra organización cada quien cumple con su papel -dice Adler.
-Ni en la ley se puede confiar -vuelvo a sentarme y sigo enrollando las vendas.
-Puedes confiar en que si no ganas esta pelea le deberás mucho dinero a un policía y a un mafioso -Adler sonríe sínico-. No querrás enfadar a quienes te van a enseñar a usar un arma. Te quiero listo en de tres minutos.
Ambos se marchan, «un arma», ya esto va más allá de simples peleas. Me entrenan para enfrentarme a lo que sea, me quieren entrenar para matar. Sé que puedo negarme, quedarme con lo que tengo, no evolucionar, pero no quiero, hoy demostraré que he dejado de ser el inútil de los Carosi.
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Gracias por leer ❤❤❤
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