Capítulo 40: Madre e hija.
Carlo.
Cargo otro saco de heno, es media mañana y las gotas de sudor corren por mi espalda. Estoy acostumbrado al trabajo forzado. Este establo es como mi segunda casa lo conozco de una punta a la otra. El olor que a otros les puede resultar desagradable a mí se me hace limpio. El relinchar de los caballos es mi música cotidiana, a veces los prefiero antes que a las mismas personas.
No sé si pueda amar algo a la par de lo que se odia, no sé si el sentimiento nace de uno mismo o es creado. Solo sé que en estos momentos, amo y odio tantas cosas a la vez que mi nivel de tolerancia me asombra. Lo primero es este lugar; "La Ville di Carosi", donde juego a ser esclavo de los dioses magnates del vino. Ridículo, así se siente, mientras más escucho como ovacionan a esos creídos que lo único que han tenido en la vida es un buen monto de efectivo y tierras. Mi familia ha trabajado para ellos por años. Nunca me exigieron nada más que llevar dinero a casa, mis padres no insistieron para que estudiara, o para que fuera algo diferente a lo que ellos eran. Mi destino estaba escrito, trabajaría en la villa, en lo que pudiera encontrar, si con el tiempo me ascendían sería perfecto, si no lo hacían, daba igual; para mi padre podría limpiar mierda de caballos por siempre, que estaría bien. Lo otro era casarme con Nicole, la hija de uno de los amigos de mi padre, un compromiso fijado desde que tenía dieciocho años. Aún no me caso, ya que sus problemas de salud y nuestra economía han impedido la boda, pero sigo allí, siendo el galán perfecto de una mujer a la que se le estima que muera antes de cumplir los treinta años. A ella también la amo, a la par de lo que la odio.
Esos sentimientos encontrados están presentes en este establo. Recuerdo cómo me echaron por culpa de Serra, esa Vitale me las va a pagar algún día, a ella no la amo, no; nunca lo hice. Serra fue un escape a mi realidad, una que siempre pensé que iba a estar dispuesta para mí. Pero en esta vida nada está seguro, quería más de lo que podía darle. Con la llegada de los Carosi todo se agravó, quedó hechizada por el patrón, y me desechó como si la basura, entre los dos, fuera yo. La llegada de los hermanos Carosi solo tuvo una cosa buena, y es quien se acerca casi que corriendo con su sombrero en la mano, agitándolo como si no pudiera percatarme de su llegada.
-Siento la demora, Carlo. No me odies, por favor.
-Tranquila, Giuliana; aunque te confieso que ya te extrañaba.
Sus mejillas se encienden ante el comentario, esta niña es adorable. Es enérgica, habladora, y una gran amiga que me ayuda a amenizar la carga laboral.
-Tuve que probarme mi nuevo uniforme. Pronto comenzaré en el nuevo colegio -suspira-. Ya la pesada de mi madre me advirtió que a nuestras cabalgatas les queda poco.
-No te aflijas por lo que aún pasa. Disfruta el presente, el futuro es incierto.
Le regalo un guiño y ella me premia con su amplia sonrisa. Juntos ensillamos los caballos, la he enseñado bien, y es capaz de hacer mi trabajo en los establos. También es una excelente jinete. A pesar de que la muerte de Fiore la afectó, muestra el mismo ímpetu y fuerza cada vez que monta. Salimos al campo a trote suave, el viento fresco hace que la coleta rubia ondée en el aire. El campo está lleno de flores silvestres donde predominan el amarillo y el azul, estas eran del tipo que solía regalarle a Serra.
-Dices que no deje que me afecten las cosas que aún no han pasado... ¡Es difícil!.
-Ajá, en la vida hay cuestiones que no dependen de nosotros. Sé que no quieres ir al nuevo colegio, así como no querías venir a Verona.
-¿Qué hay de las que sí dependen de nosotros?
-Pues con esas hay que llenarse de valor, si en verdad deseas que pasen.
Sus ojos conectan con los míos. Los rayos de sol que traspasan las alas del sombrero los hacen parecer de un verde sobrenatural. Ese es el sello de los Carosi, y a ella le lucen de maravilla, me queda claro que es una niña muy hermosa. Aparta la mirada como si estuviera avergonzada, no niego que a veces me cuesta descifrar ciertas aptitudes en ella.
-¿Una carrera hasta aquel árbol? -pregunta.
-No creo que se sea prudente.
-¡No me consideras capaz de nada!
-No es eso, si algo llegara a pasarte...
-¡No soy una niña, Carlo, ya tengo dieciséis!
Sin más arrea el caballo que sale disparado y yo detrás de ella. No la dejo que corra porque no sé cómo puede tener el día el animal. El tronar de los cascos en el campo hace eco, aunque le grito que pare, más azota a la bestia. Mi respiración se acelera, el pulso se eleva, juro que esta vez sí me enojó. Logro llegar a su lado y tomo las riendas, freno poco a poco. Ella se tira del caballo, sin darme tiempo a bajarla.
-¡Estás loca! ¿Qué es lo que te pasa hoy, Giuliana?
La regaño mientras camina a paso fuerte delante de mí. La adrenalina corre por mis venas así como el enojo se refleja en el andar de ella. La tomo de brazo y la giro a la fuerza.
-¡Tú eres lo que me pasa! -grita y sin más se arroja a mi boca.
Sus manos se aferran a mi camisa. Los labios torpes y exigentes se ciernen sobre los míos a un ritmo que no estoy dispuesto a seguir. Esto está jodidamente mal. Si Angelo Carosi casi me rompe un brazo por su empleada, no sé lo que me haría si se llega a enterar de que me ha besado su hija. La aparto lentamente.
-Giuliana, estás confundido las cosas -suelto porque en realidad no sé qué más decir.
-No he confundido nada, me gustas. Desde el primer día en que te vi, me enamoré. Pensé que lo sabías, que era obvio lo que me haces sentir.
Sus ojos me acusan, haciéndome sentir estúpido, creí que era así con todos, tan dulce y espontánea. Es imposible suponer que una niña rica se fije en alguien como yo que no le llego ni a los talones sucios de las botas que calza.
-En tu edad es normal que te creas enamorada de alguien cuando no lo estás...
-¡No pienses por mí! No intentes descifrar mis sentimientos; ¡yo te amo, Carlo!
Intenta besarme otra vez, pero la aparto. No quiero romperle el corazón, le tengo mucha estima. Tampoco es una mujer de la que me pueda aprovechar para obtener algún beneficio, nunca lo haría con ella. Buscar las palabras correctas resultan un verdadero dilema. Me quito el sombrero, paso las manos por mi pelo. Cuando vuelvo a mirarla veo sus ojos rebosantes en lágrimas.
-Giuliana, no llores por favor.
Trato de acercarme a ella, pero esta vez es ella quien me rechaza. Intenta controlar el llanto, borrarlo limpiándolo con el dorso de la camisa.
-Yo no valgo la pena, Giuliana. No soy lo que crees. Eres una chica maravillosa, necesitas alguien acorde a tu posición y a tu edad -digo mientras ella toma varias inhalaciones profundas.
-Quiero irme a casa.
La voz le sale en un hilo, tiene las mejillas y la nariz rojas. Pensé que no tendría el valor para verme a la cara, pero lo hace, su gesto es duro, cargado de reproche; tal vez hasta rencor. Asiento, no digo más en todo el camino, porque no hay nada que decir. Ella lidia con el que debió ser su primer rechazo; yo con el cargo de conciencia al saber que probablemente Giuliana sí puede amarme como dice, que esta vez yo la haya situado en el mismo limbo en el que estoy, donde el odio se mezcla con el amor.
-Olvida lo que te dije, fue una estupidez.
Es lo último que suelta antes de irse corriendo a la mansión.
Los días pasan y no la veo, la culpa es demasiado grande. «No quería lastimarla.» Negar que no la extraño aquí en las mañanas sería mentirme; hasta los caballos sienten su ausencia. Creo que Giuliana es la primera y única amiga que he tenido, un sentimiento muy diferente a lo que ella dice sentir por mí. Tal vez esa es la razón por la que no me mido a la hora de escoger un lindo ramillete de margaritas e ir a llevárselas.
Tomé precauciones, su padre acaba de irse a la bodega. Pregunto por ella a una de las empleadas, no puede evitar su asombro al ver que soy quien busca a la señorita de la casa y lo que llevo entre las manos, aun así dice que le avisará. Al regresar pide que la acompañe, subimos a la segunda planta, abre la puerta de una de las habitaciones y se echa a un lado para que entre.
La recámara está decorada en blanco y dorado, el perfume que flota en el ambiente lo conozco muy bien y su portadora no tarda en encararme.
-¿Qué demonios quieres con mi hija, Vece?
Bianca, ¡el verdadero demonio en piel de hembra de esta villa!. Mantiene sus palmas en la cintura. Trae puesto uno de esos vestidos de dama de alta alcurnia color amarillo. La tela se le pega a las curvas y le realza las tetas. No puedo evitar verla por lo que es, una mujer cuyo cuerpo pide a gritos la atención de un hombre.
-Vine a traerle estas flores -se las muestro. Ella las toma y sin preámbulos las arroja al suelo.
-Giuliana puede ser muy tonta, pero yo no, Carlo. Si lo que buscas es enamorarla para sacarle dinero, te puedo ahorrar el trabajo si decides trabajar para mí.
Vuelve a hacerme la misma propuesta. Bianca quiere que participe en la cacería de brujas contra su marido, que haga su trabajo sucio en caso de ser necesario. Le he proporcionado bastante información sobre Serra. Le conté de lo nuestro por un buen precio, pero quiere más; es que ese aire egoísta se le nota por encima de la ropa; esta mujer es insaciable.
-Le he dejado claro que mis intenciones con su hija no son esas. La considero una amiga.
-No me trago tus palabras, sé lo que ella siente algo por ti, y tú solo estabas esperando el momento oportuno para dar el golpe de gracia. Por mucho que Giuliana llore ni Angelo ni yo vamos a permitir que un simplón como tú la corteje.
Su tono es de asco; esto es lo que odio de los ricos, que ven a los demás como gusanos. Pero sé cómo me percibe ella, por más gestos de desagrado que haga su mirada no me engaña. La forma en la que me come con la vista me dan ganas de demostrarle que aquí todos nos revolcamos en el mismo charco.
-No me gustan las niñas, señora, prefiero a las mujeres hechas y derechas -me le acerco-. Mujeres necesitadas que llevan un volcán entre las piernas y buscan que alguien las haga estallar. Mujeres como usted.
Quedo a centímetros de ella, su rostro es una mezcla entre la indignación y el asombro.
-¿Quién te dijo que estoy necesitada, imbécil? -grita.
-Todo en usted me lo dice.
Poso mi mano en su muslo, comienzo a subirla por debajo del vestido. Mi agarre es fuerte, aunque hace el esfuerzo por separarla no se lo permito. Me da una buena cachetada, como si así pudiera esconder la manera en la que su cuerpo reacciona a mi toque. Enredo las hebras de pelo rubio en la aspereza de mis palmas, un contraste perfecto para quien se cree emperatriz y sea un mozo de cuadra quien le erice la piel.
-Puede gritar si no quiere más, señora -susurro y me voy contra su cuello.
Mi lengua se pasea por todo el lugar mientras los dedos se empapan de ella. Sus caderas se mueven sobre mi mano que se empeña en hacerla jadear más. No pierdo tiempo, me voy contra sus tetas antes de que llegue al clímax, las marco dejándolas impregnadas de mi olor a heno, sudor y caballos. En una subida a la autoestima y al cinismo que Bianca Carosi tiemble aferrada a mis hombros, que el placer no la haya dejado articular palabra, que sus ojos me miren pidiendo más de lo que su marido no le da. Pero hoy no lo va a conseguir, aunque me tiente a saciarme con ella.
La dejo en el lugar sin importarme mucho si le tiemblan las piernas. Levanto el ramillete de margaritas del suelo, escojo las que no se estropearon; las marchitas se las arrojo a la señora en su cama
-Esta falta de respeto te va a costar caro -amenaza.
-Cuando quiera más, búsqueme -sonrío-. No se preocupe por su hija, le daré las flores a la cocinera para que se las alcance, pero no crea que va a joder mi amistad con ella. He dejado claro que quien me prende es usted, señora Carosi.
La cara de asombro junto al sonrojo no se escapan de su rostro. Salgo del cuarto y voy camino a la cocina. No me arrepiento, Bianca es una buena hembra, sé que pronto la tendré en las cuadras buscándome. Aunque le haya mentido un poco, por ahora solo quiero recuperar mi amistad con Giuliana. Es una espiral peligrosa esto que ahora me envuelve, madre e hija, debo de ser cuidadoso. No hay dudas; estos Carosi llegaron para acabarme la vida.
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Gracias por leer ♥️♥️♥️
Espero sus comentarios sobre este capítulo.
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