Capítulo 35: Maldición en piel de mujer.
Serra.
La duda abarca mi pecho, y el momento en que mi dedo chocan con la madera de la puerta de su oficina es algo que quisiera revertir. Jugar a que soy su sirvienta, y él mi señor, hace que recuerde porqué en ocasiones lo odio a la par de lo que me hace sentir. Su voz permite que avance. Está sentado en el trono de cuero hojeando ese diario que carga las reliquias de su familia. Pasa las páginas con lentitud. Me le acerco, pero no dice nada. Su ceño está fruncido, parece molesto; ese es el problema con Angelo Carosi, es una bomba de soberbia arrogante que cuando no está en cuenta regresiva, estalla.
Intento mantenerme apacible, que su estado no me afecte; por lo que detallo la decoración del lugar. «Lúgubre, triste, insípida». Parece que los dioses solo le dieron el don del color en los ojos y la magnificiencia de su piel. A pesar de destellar luz donde quiera que van, no es secreto para mí que el rastro que dejan los Carosi es de sombras.
-Estás muy callada -dice, y vuelvo la vista hacia él-, distraída.
-Espero sus órdenes, señor.
-Bien, toma asiento -cierra el libro de golpe-. ¿Por qué te marchas antes de que amanezca?
La pregunta sale con tono hosco, me resulta absurdo creer que ese sea el motivo de su enfado. No me siento, yergo mi cuerpo y lo encaro.
-Para evitar que me vean, es algo obvio, Angelo. Lo menos que queremos es un escándalo, si alguien se llega a enterar...
-¿Qué? -se pone de pie molesto-. Me vale mierda lo que piense la gente, Serra. Te lo dije ayer; todavía espero la respuesta.
-No quiero que me vean como la amante del patrón. Sería lo último que podría hacerle a mi familia.
-Dejé claro que estoy dispuesto a todo por ti. Tampoco te quiero como una amante.
-Sigues casado.
-Eso pronto no será un problema.
-¿Qué hay de lo demás? ¿De tu apellido y el mío? ¿De mis abuelos? ¿Del mundo en que te escurres?
Queda en silencio, sabe que mis palabras son ciertas. Bianca, a pesar de ser un huracán, es un problema ínfimo teniendo en cuenta todo lo que nos absorbe. Sobre todo su mundo de sombras, donde se viste de asesino y el aura de dios se la mancha de los gritos de sus víctimas.
-Pensé que lo que sientes por mí era más fuerte que el hecho de lo que soy -cruza sus brazos y endurece más las facciones.
-Me gustas, Angelo, pero no quiero pasarme la vida huyendo; temerosa de que en cualquier esquina puedan reventarme la garganta a tiros.
La imagen de lo vivido en Venecia vuelve a arañar mi subconsciente. Es algo que no me abandona, juro que aún puedo sentir como las gotas de sangre caliente de aquel sujeto corren por mi cuello. Él rodea el escritorio, se me acerca y toma mi rostro entre sus manos. Las siento frías, firmes; hacen un contraste con mi piel recalcándome lo diferente que somos.
-Nunca voy a permitir que te hagan daño, Serra. Aunque tenga que dar mi vida para ello.
-Ese es el problema, Angelo. Estás dispuesto a morir, pero no a abandonar toda esa mierda ¿Es que no lo ves? No quiero perderte, no así.
La aflicción en mi voz hace que él cierre los ojos, como si lo que martillase sus pensamientos en estos momentos pesara demasiado. La debilidad puede conmigo; esa que me reprocha a diario que alguien como yo no es mujer para él. Lo abrazo, dejo que mi nariz se regodee con ese aroma camaleónico que tanto enloquece. Me imita, aprisiona mi cuerpo contra el suyo; dejándome caricias en la espalda como si intentara reconfortar mi alma.
-Es la única manera de protegerlos.
La respuesta queda tan clara como el verdor de sus ojos «No lo dejará, no por mí» Me aparto de golpe, contengo las lágrimas que se asoman ante la desilusión que me causa. Sostiene mi mirada, espera que le dé la respuesta. Sé que percibe que lo que emitan mis labios definirá lo nuestro.
-No. Si no estás dispuesto a dejar ir ese mundo, yo tampoco dejaré mi libertad, ni mancharé mi apellido. No viviré a tu sombra sabiendo que te juegas la vida para protegerme.
Exhala, suelta un aire tan pesado como el amargor que recorre mi cuerpo después de lo que he dicho. Retrocede dos pasos, sonríe de lado y pasa la lengua por un colmillo. Sus iris se oscurecen, entonces lo noto, he encolerizado a un dios pagano.
-Siempre me he arriesgado, Serra, hace doce años que vivo con la muerte pegada a mis hombros. Pero nada se compara con el riesgo que he corrido contigo; con lo que me he dejado llevar y las decisiones apresuradas que he tomado para tenerte y demostrar que te quiero -vuelve a sonreír y niega-. ¿Manchar tu apellido? Los Vitale están atados a los Carosi; eso nos hace lo mismo. ¡Despierta de una vez, deja de lado esa niña insegura con ansias libertinas y entiende que te enamoraste de mí! ¡De un asesino, un sádico, un hombre! Yo no tengo miedo a arriesgar por ti, pero si a ti te cuesta mostrarte a los demás como eres; lo mejor es que cada quien siga su camino.
No me gusta nada de lo que dice, está comparando a los míos con los suyos. Nosotros que siempre hemos estado bajo su yugo, lamiendo sus pies, trabajando su tierra, dedicando todo a ellos. La rabia me inunda, se pasea por mí como centella. «¿Qué me quiere?» No me conmueve, porque yo hace mucho dejé de quererlo, yo siento más por él que un simple querer. Sentimiento que ahora se materializa en el odio.
-Sí, estoy enamorada de ti -espeto-, no me da miedo decirlo; pero no te equivoques, Angelo Carosi. No voy a permitir que uses lo que siento como arma para tus caprichos.
-Si actuara como un caprichoso ya te estuviera embistiendo sobre ese escritorio y tus gemidos se escucharían por toda la mansión, Serra Vitale.
Siento mi cara arder, él toma mi barbilla y la alza, pasa el pulgar por mis labios y juro que la lucidez se me nubla. Los seres humanos somos tan patéticos, tan débiles ante el deseo carnal, que siento vergüenza cuando una sonrisa mancha su rostro gritándome que por más que lo intente sigo siendo inferior a él y sus deseos. «Angelo tiene el poder de hacer de mí lo que quiera»
-¡Aléjate! No me subestimes, Carosi. No pienses que par de caricias van tambalear mi decisión.
Mi demanda lo hace retroceder, percibo como su molestia se prende; y sin decir nada más vuelve a su buró. Comienza a acomodar los papeles encima de este, mientras yo siento que mi corazón quiere salirse del pecho. Intento permanecer fuerte, pero las palabras de la discusión previa me hacen temblar. ¿Por qué todo con él tiene que ser así?; difícil, turbulento, impredecible.
-Los meses que el vino debe de estar en barrica, se aligerará el trabajo en bodegas -emite con tono frío e indiferente-. Giorgio y sus hombres ya están preparando la tierra para cultivar la Corvina. Tus labores además de llevar mi itinerario, se distribuirán en el campo, la bodega. Siempre conmigo, porque aunque no desees tener ningún vínculo con este mafioso, sigo siendo tu patrón, tu señor. Tu apellido está atado al mío; y nuestra sangre comparte el mismo legado.
-No lo olvido, a pesar de todo sigo siendo tu herramienta.
-Sí, una que me ha ayudado a obtener lo que quiero y lo seguirá haciendo.
Las frases cargan un grado de amargura que ambos se nos hace palpable. Desconozco qué piensa él al respecto, pero para mí, es como si clavasen fierros ardientes en mi ilusión. Evito su mirada, no quiero contemplar más ese semblante soberbio contra el que me dan ganas de estampar algo.
Tocan la puerta y quien asoma me obliga a hacer un esfuerzo sobrehumano para tragarme el desagrado.
-¡Estoy cansada de perseguirte como perra faldera por todos los lugares, Angelo!
Los gritos de Bianca imponen. Pasa por mi lado como reina que emana llamas de desespero y bravío. Él se toma asiento en su buró, pasa las manos por su cabello y sin gesto perceptible, me mira.
-Encárguese de supervisar la siembra, señorita Vitale. El reporte me lo dará en bodegas después del almuerzo. Ahora retírese, necesito que me deje a solas con mi esposa.
Las palabras son una bofetada a la realidad que por más que quiera no se puede maquillar. Soy yo quien sonríe y dispuesta a alejarme doy media vuelta.
-Espera, niña -me llama Bianca-. Dile a Carlo Vece que quiero verlo esta tarde.
Asiento y continuo mi camino con la rabia y la decepción mezcladas a partes iguales. «Mi esposa... eres tan falso, Angelo» Todo en él lo es, y a pesar de eso soy yo la que lo obvia cada vez que lo tengo cerca y sucumbo ante su cuerpo.
Llego a las plantaciones; la tibieza del aire se matiza con los tintes fríos del próximo invierno. La tierra se viste con un manto marrón desolado que pide a gritos que vuelvan a vestirla con la Corvina. Los camiones con posturas recién traídas del invernadero resaltan entre el grupo de hombres que las cargan y las llevan a los surcos con sumo cuidado. Mi abuelo dirige la labor, me acerco a él; por más que intenta disimular su cansancio, para mí no es un secreto que el esfuerzo le pesa. La persona que más amo en este mundo se está desgastando ante mis ojos por algo que no le pertenece.
-Buenos días, cariño -seca el sudor en su frente con un pañuelo-. ¿Has venido a supervisar la labor de este viejo?
-Sí, el señor Carosi está... ocupado.
-No sabes lo feliz que me hace que mi descendiente esté por encima de mí. Es un logro, tu padre era agrónomo como yo; y así lo sería su hijo y los hijos de sus hijos. Pero llegaste tú, una niña hermosa rompiendo tradiciones, enviada por los mismos dioses.
-Una maldición en piel de mujer -contradigo-. He escuchado las historias de la abuela.
-No, un regalo para estas tierras. Una esperanza a nuestro apellido, ya que tus conocimientos, pronto estarán a la altura de los mismos Carosi. Una tentación...
Deja la frase a medias, y me avergüenza pensar que puede sospechar algo. Mantengo silencio, él toma mi mano, nos dirige por los sembradíos a paso lento, revisando todo.
-No tienes idea del orgullo que siento por ti, Serra -continúa-. Si sigues así, regarán tus cenizas en el viñedo cuando mueras, junto a los Carosi. Sería un honor.
-Eres quien merece ese honor abuelo. Tú y todos los Vitale que estuvieron antes de ti. Mucho más que los mismos Carosi.
Su risa se esparce como eco por toda la parcela, da dos palmaditas en mi mano y niega con la cabeza.
-Creo que por esos comentarios es que entre el señor Angelo y tú saltan chispas cada vez que están cerca.
Le huyo a su mirada; ya que si a alguien se me hace difícil ocultarle las verdades es a mi abuelo. Me conoce como la palma de su mano, cosa que aviva mi vergüenza; por lo que me excuso diciéndole que iré a supervisar a los viveristas en las distintas extensiones.
El trabajo es arduo bajo los rayos del sol. Mis botas se llenan de barro, el sombrero me incomoda. Los cabellos sueltos se me pegan al rostro. Aprovecho un espacio de tiempo y voy a uno de los posos. Hay dos hombres en la misma labor; me saludan y espero que terminen. Una ancha canoa de madera, a la altura de las rodillas contiene el agua. Tomo la jarra y lavo mi cara, me quito la camisa y el sombrero para refrescar mi cuello. Disfruto el momento, es un alivio a la piel.
-Desde que llegaron los Carosi trabajan como mula.
-Hago lo que me toca -me giro a verle aún pasando una mano por mi hombro.
-Tu adorado patrón te explota según como tenga el día.
-No siento nada de adoración por él, Carlo. A diferencia de los demás nunca lo veo ni lo veré como un dios.
-No me refiero al papel de dios, me da la impresión de que lo ves como algo más -se me acerca-. Noto cómo lo miras, y la idea de que él te parezca lo mismo que yo hace años me repugna, Serra.
-Estás equivocado. Ten, toma un poco de agua y refréscate para que dejes de ver ilusiones.
Él toma la jarra que le extiendo y sin pensarlo me arroja el agua sobre el pecho. La tela de mi blusa se pega a mi pecho, el contacto frío hace que mi piel se erice.
-¡Eres un imbécil!
Le grito oprobios, mientras paso mis manos por la prenda intentando quitarle el exceso de agua. Oigo su risa, y cuando vuelvo mi vista a él, lo noto detallando el espectáculo que le están dando mis senos mojados. Me pongo la camisa con prisas y tomo el sombrero.
-Nunca has sido tan pudorosa. Recuerdo cuando te dejabas hacer lo que yo quería en estas plantaciones o en las caballerizas.
-Sí; pero eso fue antes, cuando me tratabas como una amante de esquina a la que te llevabas a revolcar a cualquier lado. Merezco más; y eso no eres tú. Súperalo de una maldita vez.
-¿Piensas que con él lo vas a conseguir? Yo en verdad te amaba, Serra.
Angelo viene a mi mente. Me enerva que Carlo esté tan seguro de que entre ambos hay algo.
-Debo regresar al trabajo -corto el tema con tono cansino-. Por cierto, la señora Bianca desea verte esta tarde.
-Vaya, quién lo diría -dice alzando sus cejas-. Parece que no vas a ser la única participante en el juego.
Cada quien se va por su lado sin decir nada más. La curiosidad me arde por saber qué desea la señora Carosi con Carlo, o él con ella. Mientras más lo pienso la idea se me hace turbia y descabellada.
«Sería demasiado»
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¡Gracias por leer!❤❤❤
Con este cap ya estamos al día de como estaba en Dreame.
¿Qué les pareció el cap?
¿Dejará Angelo las cosas así con Serra?
¿Y Carlo y Bianca?
No olviden dejarme su voto y comentarios.
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