Capítulo 34: Quiero.
Serra.
La voz de Angelo hace estruendo en mis oídos, se funde en la frialdad que escurre la madrugada acompasándose a los latidos de mi corazón. En mi vida creí escuchar tal confesión de un hombre como él, alguien de su estirpe que cree que soy merecedora de compartir su mundo. Dice que soy más, aunque por momentos me siento menos. Miro a su pasado, a su presente y futuro; no creo ser la mujer que necesite en la vida. Alguien débil, que le ha causado problemas de mayor índole, y que siempre va a tener que proteger.
Me gusta, más que gustarme, me encanta de una forma tan arrebatante que mi cuerpo fantasea ansiando sus caricias a toda hora. Además, está todo lo que siento, pensar en él me calienta el alma, hierve con desenfreno; mi pecho se contrae cada vez que sale de la villa, el temor de que no vuelva araña en lo profundo de mi ser. Añoro su compañía, su voz, su aura sensual y misteriosa.
Es duro reconocer que estoy acabada por Angelo Carosi; que me he enamorado.
El verdor en sus ojos resalta entre la escasa luz que delinea las facciones de su rostro. Rastros de luna se esparcen en el semblante que con paciencia aparente aguarda mi respuesta. Quiero besar cada espacio de esa piel dorada de falso dios, la esencia pagana que me ha cautivado y me exige contarle que en estos momentos no soy más que otro ser que lo venera y desea suya.
—Eres merecedor de todo, Angelo Carosi. Sé que ignoro mucho de lo que ocurre a tu alrededor, pero no me cuesta ver a través de ti. Sin embargo, no creo ser suficiente para alguien como tú.
No aparta la mirada, sus dedos me recorren el mentón con parsimonia, como si fuera yo la diosa y él el simple mortal apegado a la divinidad de mi piel. Pasa la caricia a los labios; mi boca arde ante el gesto que me remueve las ganas.
—Míranos aquí, tú creyéndote inferior; yo temeroso de que mi suciedad me impida tenerte.
Sonrió, aunque lo que estamos viviendo, junto a este sentimiento me orillen al llanto. Sería ridículo pensar que él podría enamorarse de mí. Alguien que ha visto y vivido tanto, no va a llenar mis fantasías de ser amada. Quiero más que adornar sus noches en secreto, quiero escurrirme en el corazón de Angelo Carosi. Aunque, sería pretencioso en demasía, quererlo únicamente para mí, cuando soy una insignificante hoja flotando en toda la turbulencia que esconde su vida.
Paso las manos por su cuello, dibujando caricias entre el silencio que nos aqueja. Desabotono su camisa, deleito mi tacto con los músculos que palpo como si fuera la primera vez que los siento. Paseo mis yemas por el borde del pantalón, desasiéndome del cinturón y rozando la prominencia de su virilidad que ansia mis ganas. Él suspira, y no tardo en lanzarme a su boca. Dejo la respuesta que le debo atascada en mi lengua degustando la suya. Si de esta depende que continuemos juntos, o cómo se ha de definir nuestra relación, prefiero posponerla una y mil veces. Tengo muchos miedos, y uno de ellos es perderlo.
Me enredo en su cuerpo, lo recorro a base de besos que gritan lo que siento, mordidas demandantes, lamidas que quieren dejar el sabor de su esencia prohibida tatuada en mis papilas.
Es fuego desenfrenado lo que me avasalla cuando lo monto, indicándole dónde quiero que me toque, que se prenda de mis senos y marque la piel que desde el primer momento que rozó sabe que le pertenece. El ritmo aumenta entre mis jadeos y sus gruñidos, tomándonos toda la habitación como si no existiera nada más a nuestro alrededor; y es que en este momento no lo hay, a no ser nosotros dos envueltos en este vicio que a ojos ajenos sería sacrilegio.
No hablamos. Disfrutamos el uno del otro; tal vez, con miedo a que la respuesta pueda arruinar lo que tenemos. Temo que esta noche pueda ser la última. Estoy a expensas de confesarle lo que me está pesando dentro y que él no pueda darme más que esto.
Quedo dormida entre sus brazos que me aprisionan fuerte, quiero creer que le cuesta dejarme ir, pero no sería más que otro deseo propio; uno que fantasea conque Angelo Carosi me necesite; me añore como yo lo hago.
Antes del amanecer dejo su cama, me escabullo entre las sombras de la noche y voy directo a mi caseta de dibujo. Su retrato se ilumina cuando prendo las luces. Es imposible no pensarle a toda hora cuando trabajo en tal pintura donde su figura es una bendición prosaica a la vista, y a mis recuerdos. Falta poco para que lo termine. Creo que he ralentizado el proceso. Cada pincelada es rememorar la escena más erótica que he tenido. Es algo que quisiera conservar por siempre: Angelo Carosi, con el fuego en su verde, y el tono de sus labios a juego con el de su corona viril.
Cuando termino, voy directo a casa para comenzar mi día con la misma rutina. Bajo las escaleras trenzando el cabello a un lado. Escucho la puerta cerrarse y supongo que he quedado sola, pero la idea se disuelve cuando veo a mi abuela de pie en la sala. Su uniforme de servicio está impecable, el color negro resalta su piel pálida ya adornada con arrugas. Mantiene la mirada severa, cosa que es normal en su carácter. Desde que mi padre murió su vida se sume en la amargura.
—¿Dónde fuiste en la madrugada?
La pregunta me deja estupefacta. El susto no tarda en llegar, pero lo disimulo posándome frente a ella fingiendo tranquilidad.
—Sabes que me levanto temprano para pintar.
—No estoy hablando de ese pasatiempo bago que tienes. Saliste en la madrugada y regresaste hace media hora.
—¿Me estás espiando? —inquiero molesta.
—Estoy pendiente de todo lo que ocurre en mi casa. No es la primera vez que lo haces, y juro por dios que si es lo que me imagino estarás en serios problemas, Serra Vitale.
—No sé lo que te imaginas, pero estás herrada —la enfrento, aunque mis manos están heladas—. Fui a la caseta, pasé la noche pintando.
Ella alza más el rostro imponente, el gesto que hace con los labios me deja claro que no cree una palabra.
—Últimamente te ha tocado trabajar mucho tiempo a solas con el señor Luca, ¿no?. A pesar de ser un Carosi, no soy ajena a todo lo que se comenta sobre él y sus manías.
—¿Qué estás queriendo insinuar, abuela?
—Está bien que el señor Luca sea una pica flor, pero sería una desfachatez que mi nieta callera en sus redes.
El asombro no abandona mi rostro y es que me resulta estúpida tal acusación. «¿Con Luca? ¿En serio?». Sé que mi abuela no está del todo bien, pero esto me parece demasiado ridículo, a veces creo que no me ve como alguien de su sangre. El día que perdió a su hijo, se perdió a sí misma.
Está tensa, su respiración emana bravío. Creo que nunca la había visto tan molesta conmigo.
—No me veas así —regaña—. Imagina la vergüenza que pasaríamos con el señor Angelo si se entera de que mi nieta puede tener algo con su hermano.
—¡Por los dioses, abuela! ¡Basta ya! —espeto, la simple mención de Angelo en esta conversación eriza mi piel—. No hay otra cosa que un vínculo laboral entre Luca y yo. No sé de dónde sacas esas cosas.
—Más te vale, Serra, porque además de tu incompetencia sería lo último que nos podrías dejar como legado, ser el juguete de tu patrón.
—Utilizas un tono tan despectivo hacia mí, como si no valiera nada, como si no fuera más que un instrumento de trabajo para ti o para los Carosi.
—Lo quieras o no, es lo que eres. Nunca se ha visto ni se verá un Vitale fuera de su lugar. Entiende el tuyo, y no mires más allá, te prohíbo que rompas con la tradición que lleva siglos andando sobre esta tierra.
Pasa por mi lado rumbo a la cocina. Deja un amargor en mi pecho que me impulsa a salir de la casa. Cada paso que doy es más acelerado, tengo ganas de salir corriendo. Lo que ella se imagina solo tiene de incierto el nombre del protagonista. Si se escandaliza con imaginar que es Luca, no quiero pensar en cómo puede reaccionar al saber que es su dios, Angelo Carosi, a quien me entrego en cuerpo y alma. La vergüenza es lo que me golpea en estos momentos. No sé por qué la vida se empeña en alejarme de lo que quiero. Cada vez surgen más impedimentos que me gritan que mi lugar no es a su lado, que alguien como yo no se puede aferrar a un ser divino.
Entro a la cocina, permanezco un segundo en el limbo que acaban de crear mis propias angustias. Veo el panorama, Marie mantiene una conversación amena con Adler quien no deja de reír. Sus palabras no llegan a mis oídos, lo siento todo como un eco lejano afianzado a distraer mi realidad.
—¡Oh, Serra estás aquí! ¡Buenos días! —saluda mi amiga, haciéndome reaccionar.
—Madrugadora, ¿eh?; sin dudas las mujeres de esta villa son la fantasía de cualquiera.
El comentario del alemán nos hace sonreír a ambas. Me les acerco con ánimos de unirme a la plática, pero la persona que entra con cara de pocos amigos hace que me detenga.
—Lo son; una lástima que muchos carezcan de lo necesario para tenerlas —Luca se posiciona frente a Marie—. Se terminó el café en la mesa, llevo esperando más de veinte minutos.
—Imposible, mandé a una de las chicas a que llevara más —desafía ella.
—¿Por qué no fuiste tú? ¿Estás muy ocupada?
—De hecho sí, tengo mucho trabajo, además, estoy sirviendo al señor Graf.
El rostro de Luca se tensa, el disgusto se acentúa en el verde particular de su mirada. Mi amiga lo ve desafiante, el rojo en sus mejillas se acompasa con el cabello. Tal parece que una bomba está a punto de estallar entre ambos.
—Está bien, Marie, yo puedo atender al señor Adler.
—No es tu deber, Serra —replica ella.
—Si hablamos de deberes el tuyo es atenderme, que para eso te pago —reclama Luca—. Así que vienes conmigo.
No le da tiempo a responder, la toma del antebrazo y la arrastra fuera de la cocina. El silencio queda a la expectativa, pero no por mucho tiempo, ya que Adler lo rompe con una carcajada que me hace dirigir mi atención hacia él.
—¡Vaya dioses! ¡Juro que en mi vida jamás vi seres tan posesivos como los Carosi! Ese Luca es un gallito, pero tanta prepotencia no lo va a hacer llegar lejos.
Pasa las manos por su barbilla, permanece unos segundos pensativo y luego se pone de pie.
—¿Ya te vas? Puedo terminar de servir tu desayuno.
—Descuida, no quiero que Angelo me forme también una escena si me ve contigo. Ese sí es capaz de arrancarme la lengua y hacérmela tragar. Además, tengo trabajo que hacer —su sonrisa juguetona se borra—. Te aconsejo que no andes sola por lares desolados, serías blanco fácil.
Asiento y lo veo marcharse. Sus palabras me recuerdan que ni en este lugar estamos seguros. Lo que ocurrió con Fiore fue un desacato a la autoridad de Angelo y una advertencia a que en cualquier momento podrían venir por mí. Es otra razón para apartarme de él, para no darle esa repuesta pendiente. Los peligros, mi abuela, Bianca, su edad, mi libertad. Todo está en nuestra contra; pero se me hace tortuoso renunciar cuando mi corazón lo aclama.
Es tan confuso, y tan claro a la vez, que temo. Siempre supe lo que anhelaba para mí, por lo que lucharía una vez terminara mi carrera. Nunca conté conque alguien como ese Carosi vendría a poner mi mundo de cabeza.
Tal vez, si no fuera un a Vitale, si no estuviera atada a su legado, todo sería más fácil. Quiero, pero no puedo, no puedo abandonarme por él. Si lo hiciera; me queda la duda:
«¿Dejaría Angelo todo por mí?»
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Gracias por leer ❤❤❤
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