Capítulo 30: Retrato.
Serra.
Cuenta la leyenda que un Carosi siempre obtiene lo que quiere, que en el verde de sus ojos se esconde ese hechizo que obliga a rendirte a sus pies en acto de sumisión; a agachar la cabeza; incluso si sabes que vas a ser decapitado, no se borrará la sonrisa de tu rostro ¿Por qué?, porque se tiene el privilegio de servir a un dios. Un ser supremo que camina entre mortales embriagando a todos con sus magníficas creaciones. Se dice que ellos nacen con ese don, sin embargo lo suprimen, pues su corazón benevolente les impide manipular a sus súbditos. En mi opinión son puras patrañas, y el hombre frente a mí lo demuestra; con la notable diferencia que no estoy siendo controlada por un ser de luz, no; he caído en las garras de una bestia que escurre oscuridad, poder y lascivia. Estoy a punto de servir a un monstruo sediento de mí, y no negaré que la idea me hace estremecer.
Angelo mantiene los brazos extendidos sobre el espaldar de terciopelo rojo; los músculos de estos sobresalen, haciendo que la impresión sea más impactante. Su pose luce relajada, como si el mundo se postrase a sus pies, siendo él quien controla y es capaz de obtener todo aquello que se proponga con un chasquido de dedos. No dejo de admirar su cuerpo, es una invitación a la lujuria y posarme entre sus atléticos muslos. No quiero sucumbir, quiero negarme a sus caprichos, pero pierdo el control de mí al fijarme en sus iris verdes; el cuerpo de Angelo es una invitación al descargue libidinoso, pero sus ojos son otra historia. No muestran las ventanas del alma, no; son las de un infierno envuelto en llamas, capaces de consumir todo a su paso. Lo exponen a él, y su mundo de sombras, me reflejan en ellos y lo que no puedo dejar de sentir por él. Quisiera negarme, pero retratar los iris que restan a su cuerpo esa divinidad pura que tanto le profesan, es un privilegio al que no me pienso a negar.
Me coloco frente al caballete, acaricio el lienzo con mis dedos como si tocara la piel más fina y sensible. No hay que ser experto para saber que cuento con los materiales de mejor calidad, aunque él no lo diga, sé que se ha encargado de que así sea. Tomo asiento, recojo mi cabello con uno de los pinceles y comienzo a mezclar colores para lograr los tonos que se ajusten al entorno. Organizo los materiales y mi cerebro se impacienta por trazar la primera línea.
Él no se mueve, mantiene la misma pose de brazos y muslos abiertos con la sábana blanca cubriendo su masculinidad. Es artístico, sensual e imponente, es lo que quiere que retrate y lo que voy a exponer en el cuadro.
El carboncillo se desliza por la blancura del lienzo estampando su figura, desde la primera línea hasta la última lo disfruto tanto que mi piel se eriza ante la sensación de hacer lo que me apasiona con la persona que prende mis más íntimas fantasías. Siento un torbellino de calor cuando dibujo cada músculo, imaginando que los toco y acaricio. Quiero plasmar todo lo que él me causa, que quede sellada en esta pintura cómo mi mente percibe a este falso dios que ha puesto mi vida de cabeza.
Angelo no aparta los ojos de mí, su pecho sube y baja apacible, pero su tono esmeralda me grita que está disfrutando esto tanto o más que yo. El dorado en su piel brilla más que nunca por la fina capa de sudor perlado que reviste sobre esta. El cabello húmedo cae despreocupado sobre su frente y los labios sonrosados delatan una sonrisa ladeada que me recuerda como los prendió de mi feminidad aquella noche veneciana y me llevó al cielo.
Mi pulso se acelera, es que nunca he vivido una escena tan erótica y mi cuerpo está empezando a reaccionar. Siento mis mejillas calientes. Los senos rozan con el satén de la bata y el tacto de esta los hace más sensible. Él tiene a la vista la mitad de mi cuerpo, ya que la otra queda tapado por el lienzo. No se mueve, pero sé que siente lo mismo, ya que su dureza se alza como barra delatora debajo de la sábana contra su abdomen. Mi respiración se corta...«Creo que no debería pintar eso en otro lugar que no sea mi mente»
-Quiero que lo retrates todo, Serra -exige con voz ronca, causando escalofríos en mi espalda.
-¿To... Todo...? -musito anonadada.
Él asiente removiéndose un poco, la sábana cae de un lado y deja a mi vista una escena digna de dioses.
Las horas pasan, continúo mi trabajo, cada pincelada es como si rociara mi fuego con algún néctar inflamable que exige querer más de él que una simple escena. En ocasiones no puedo evitar pasar mis dedos por mi cuello, boca y hombros, intentando disimular la incomodidad que entre mis piernas se aviva. El ambiente huele a pinturas y a él. Su aroma invade el lugar y es imposible no sentir que Angelo Carosi se ha apoderado de todos mis sentidos.
Sigo perdida en espacio y tiempo, vagando entre su cuerpo dorado y la mirada de bestia hambrienta que me consume en ganas. Su rigidez más que incomodarme me distrae, nunca había contemplado magnitud tan digna de admiración prosaica.
Suspiro de cansada cuando el cuadro está casi terminado. Mezclo los tonos más vivos para terminar de dar retoques luminosos. Antes de hacerlo me decido a admirar la obra, quedo extasiada ante el resultado, el objetivo está logrado, es un dios pagano de los mismos infiernos lo que se desprende entre los colores y trazos. Vuelvo mi vista a él, desborda satisfacción, y me gustaría pensar que es por la amplia sonrisa que se ha instalado en mi rostro.
-¿Puedo ver? -pregunta.
Asiento, y él se levanta dejando caer la sábana por completo. El cuerpo desnudo, con su rigidez alzada y palpitante, se acerca cortándome la respiración y violentando mi corazón a ritmo errático que creo me hará desfallecer. Se posa a mis espaldas, no soy capaz de girarme, aunque me encantaría contemplar la expresión en su rostro.
-Haces arte, Serra Vitale -dice posando sus manos en mis hombros, estremeciéndome al instante con el tacto caliente de su piel-. ¿Es eso lo que desprendo, o es así cómo me percibes tú? -acaricia la curva de mi cuello con parsimonia-. Me prende la idea de que me veas como tal poderío, con tanto deseo.
Se pega mi cuerpo, la barra caliente y gruesa se presiona contra mi espalda. Cierro los ojos de solo imaginar lo bien que se debe sentir tanta potencia en otros lugares.
-He pasado todas estas horas fantaseando contigo -admite-. Inventando situaciones y poses en las que me encantaría ser dueño de ti, de tu piel, de tus gemidos.
-Yo no tengo dueño, Angelo Carosi.
-Es lo más justo, Serra, ya que hace mucho tú eres la dueña de mi mente y mis ganas. Te quiero para mí, quiero que me des el consentimiento para hacerte mía y saciar esta sed que me trae loco por tus mieles.
-¿Qué pasa si no lo quiero así? Si no quiero pertenecerte, si no quiero ser la otra en tu vida.
-Eres la única, Serra. Eres el motivo por el cual he derrumbado mi muro de apariencias sin importarme nada más que tú. Me niego a perderte, has prendido mi vida de tal manera que no creo soportar más tiempo sin sentirte mía.
-Lo haces todo por tu propia conveniencia, como si yo fuera un objeto para saciar tus ganas -retiro sus manos de mis hombros y me pongo de pie quedando frente a él.
-No eres eso para mí, pensé que te lo había dejado claro hace mucho -siento el enojo en su voz, y me gusta, me enciende.
-Es mi turno de ser egoísta, Angelo -bajo los tirantes de la bata haciendo que la prenda caiga dejando mi cuerpo desnudo ante él-. Sin importarme lo que sientas, quien eres, tus verdades y tus mentiras, quiero saber lo que es que una bestia coma de mí.
Tomo sus manos y la coloco en mis pechos que exigen desesperados su tacto. Angelo los aprisiona con fuerza atrayéndome más hacia él y apoderándose de mi boca en un beso salvaje donde su lengua ataca la mía como si me reprochara que estoy haciendo lo que se me antoja con él. Me sabe a ganas, a los impulsos que hemos aguantado para no sucumbir uno ante el otro por este tiempo. Me sabe a necesidad de mí, de él, de ambos.
Recorro su piel y sus músculos con mis uñas, como si marcara que esta divinidad de hombre me pertenece, que esta hambre que siente es solo mía y que soy yo la que lo enciende al punto creer que su miembro puede partirse en dos. Estamos urgidos, envueltos en un deseo que parece tener siglos junto a nosotros y demanda ser saciado cuanto antes.
Angelo tomo una de mis piernas y la cuelga en su cintura. Hago presión con esta sobre sus férreos glúteos y enrollo mis manos en su cuello. No tarda en dirigir su erección candente a mi feminidad, se toma su tiempo dibujando mis labios chorreantes con su virilidad, como si el artista fuese él y quisiera untar su pincel con mi humedad. El movimiento es una tortura, ya que juega con mi botón de placer enviando corrientazos a mi cuerpo. Gimo extasiada sobre su cuello, saboreo su tez dorada grabando en mi lengua su gusto.
De una fuerte estocada nos une como si fuéramos uno solo ser al cual los cuerpos fueron divididos y encajan perfectamente uno con el otro. Lo muerdo ante la repentina invasión que me extasia al sentirme tan llena de él.
-Estás hecha para mí, Serra.
Comienza a moverse lento y duro, soltando gruñidos guturales cargados del placer que siente y me está dando a una cadencia arrebatadora que cada vez se hace más rápida y destructiva. Se aferra a mis nalgas y las mueve, creando un compás que me hace temblar la pierna con la que me sostengo. Angelo lo nota y no duda en subirla también a su cintura cargándome por completo. La acción me hace sentir pequeña y manejable ante su grandeza. No detiene las estocadas en ningún momento, las vuelve más salvajes y divinas, justo como él, que me está tomando en los aires demostrando su poderío; y que estar con Angelo Carosi no es estar con cualquiera.
Bajo ese pensamiento, el orgasmo avasallador me toma, mi cuerpo se tensa y grito su nombre para que toda Verona escuche cómo esta bestia en piel de dios me dio la mejor sensación de mi vida.
Una sonrisa satisfecha se dibuja en sus labios, la cual borro con besos. Sigue dentro, fundido en mí, dejando que lo sienta duro como titán que me hace querer más. Deshago el amarre de mis piernas y nos movemos hacia otro espacio, intenta dejarme sobre la sábana que está en el suelo, pero soy yo la que se sube demostrándole que también quiero y puedo darnos placer.
-Serra... -gime cuando me le hundo encima. Echa su cabeza hacia atrás preso del éxtasis que le causo.
Me siento sensual, reina lasciva que tiene a un monstruo a su merced aferrado a mis pechos y nalgas; sabiéndome suya y de nadie más. Lo someto bajo mi baile de caderas, porque es lo que se merece, que dé todo de mí. A un hombre como Angelo Carosi se le disfruta, se degusta, se tatúa en la mente cada segundo y es lo que hago todo este tiempo mirándolo a esos ojos que han sido mi perdición desde el primer momento.
Entre jadeos y palabras obscenas nos toma el orgasmo que más que placentero es devastador. Colisiono bajo su mirada y su tacto; sobre su cuerpo de dios que con fuerza de bestia se tensa y se libera en mis adentros.
Los rayos de sol se escurren por las gruesas cortinas. Él se empeña en dejarse grabado en mi piel, yo en perdurar este recuerdo en mi mente por siempre. Me acorrala entre sus brazos pegándome a su pecho. Cierro los ojos embriagándome de su aroma junto al mío. Siento que besa mi cabello y el acto me desarma más que los previos orgasmos.
-Si antes no te pensaba dejar ir, ahora menos. Puedes darte por atada a mí de por vida, Serra -acaricia mi espalda.
No respondo, porque en momentos como este las palabras están de más. Hace mucho me preguntaba si lo que sentía por Angelo, a pesar de todo, era suficiente; hoy, soy yo la que tiene claro que de este hombre no hay salida.
••••
Bueno; hace calor, ¿no?
¡No me canso de decirlo! Este Angelo es un jodido dios.
Comentarios por favor, el capítulo lo merece.
Gracias por leer ❤❤❤
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