Capítulo 27: Decisiones.

Angelo.

Los gritos hacen un eco ahogado en la cámara de torturas. La rata se retuerce, los fuertes amarres lo anclan a la silla mientras saco con lentitud el cuchillo de su hombro. Los dientes afilados del arma rasgan sus músculos, por mis guantes chorrea el líquido con cadencia de melodía mortal. A pesar del calvario que sobreviene sus ojos negros desprenden odio «Estas escorias están bien entrenadas»

—Me aseguré de que tus articulaciones no vuelvan a funcionar. Tu brazo derecho no servirá para nada —vuelvo a encajar el acero hasta el mago y él grita—. Dime quién de los míos colaboró con Raffa Capola.

El sudor escuece por su frente pálida. La respiración se acelera, suelta lágrimas resignadas y no dice una maldita palabra.

—Tendré que hacerte lo mismo en el otro —le saco el cuchillo rápido arrancándole más lamentos—. No sé que va a ser de ti sin tus manos. Sabemos que quien no es útil para los tuyos lo desechan. Puedes olvidar tu rol de matón.

—No voy a caer en tus juegos de mierda, Verdugo —contesta con voz quebrantada—. No me vas a dejar vivir, todo el que entra al foso sale en bolsas negras.

—Podría hacer una excepción contigo, si colaboras.

—¿Tanto te jode que mi primo marcara a tu puta? —ríe mostrando sus dientes sucios de sangre—. La tenemos fichada, sabemos que la escondes en Rusia, pero tranquilo, te vamos a enviar lo que dejen los perros de ella.

Le hago añicos la nariz con tres puñetazos «Imbécil de mierda» Lo que persiguen con tanto afán es un señuelo que me costó medio millón. No obstante, estoy conforme con su respuesta, era lo que necesitaba saber.

—En realidad sí haré esa excepción contigo. Volverás con los tuyos y les serás útil en su mejor negocio; el tráfico de órganos.

Sus ojos mantienen el mismo brillo sombrío que los caracteriza. Ni se asusta, ni replica, sabe que sí lo enviaré a su abuelo en una nevera, que lo venderán y ni sabrán que se trata de él. Esto es lo que pasa por ser uno más en una colonia de alimañas repetitivas, todos son iguales, todos valen lo mismo; nada.

Salgo de la cámara dejándole el espacio libre a mis carniceros. Camino por los túneles conformados de ladrillos. El olor a humedad ya me es costumbre, conozco este laberinto subterráneo al punto de que puedo orientarme a oscuras. Aquí aprendí todo lo que sé, comencé como el peón que venía a saldar una deuda y en un año me gané el respeto de todos. En dos asesiné a uno de los más grandes enemigos del clan al que sirvo. En tres tomé el control del foso, donde soy el verdugo que contratan para desaparecer y eliminar gente poderosa. No voy a permitir que par de sádicos de pacotilla se atrevan a jugar con lo mío.

Llego al salón de descanso, Adalia reluce su vestido de cuero negro sentada en la barra del bar con un cigarrillo entre sus labios. Su hermano rueda los dados en una mesilla de cristal mientras habla por teléfono. Paso al baño, necesito refrescarme antes de volver a casa. Lavo mis guantes quitando la sangre que los mancha. Me miro al espejo, Luca dejó par de moratones en mi rostro. No sé qué hacer para mejorar nuestra relación, cada vez que chocamos la soga se tensa y temo que en cualquier momento reviente. Echo agua en mi cara y nuca intentando disipar mis ansias y el cansancio que a cada momento intenta derrumbarme.

—Aún no creo que tu hermano, "el esnob", te haya partido el mentón —se burla el alemán desde la puerta.

—Tiene un carácter de mierda parecido al mío. Era de esperarse que actuara así, me guarda rencor desde lo de su bodega.

—Yo diría que hace doce años, recuerdo como te enviaba cartas los primeros meses pidiendo que regresaras.

—Desconocía en lo que estaba; ahora sospecha de mí.

—¿Y si se entera qué harás? ¿Lo matarás?

—Es mi familia, Adler, deja de presionar —espeto.

—Lo hago para que no cometas el mismo error que con Serra. Si tienes personas importantes en tu vida, es mejor que las tengas preparadas a lo que pueda suceder.

—Yo puedo con esto. ¿No solucioné lo de ella?

—Por ahora, Angelo, los Capola persiguen una puta sin esperanzas de vida a la que pagaste medio millón para que hiciera lo que le dé la gana. Si la encuentran, y te la envían en pedazos poco nos va a importar. Los engañaste, sí, pero si sigues haciendo carnicería con los suyos te la van a cobrar con alguien más.

—Las ratas que escojo no son nadie para Mariano, de eso me cuido. Hasta que no tenga el nombre del traidor no voy a parar.

—Adalia se está encargando.

—En tu hermana no confío y tú tampoco deberías —él niega.

—Siempre creeré en ella, sabes que se entregaba al cerdo de mi padrastro para que no me... —suspira al recordar las lúgubres vivencias por los que pasaron ambos— tocara un pelo. Le debo mi integridad, y te aseguro que ella no fue, a pesar de que su amor por ti la deje en evidencia.

—No lo sé, Adler... —replico. Estoy desgastado, desconfío de todo lo que respira a mi lado.

—Piensa que no estás solo, Angelo, que a quienes quieres proteger tienen derecho a elegir si quieren defenderse o no. No alejes a los que quieres, si algo nos llegara a pasar, Giuliana necesita una familia.

Quedo inmóvil ante sus palabras, él es el único que tiene potestad para hablarme así, por eso lo tengo como mi mano derecha y mejor amigo. Lamentablemente, sé que tiene razón, pero me cuesta quitarme la máscara frente a los demás «¿Quién aceptaría a su lado a un asesino?» Los Carosi nacimos para brillar, pero a mí me obligaron a hundirme en la inmundicia. Es por eso que quiero levantar el imperio de vinos, porque siento que es lo único que puede limpiar mi apellido ante los dioses.

Después de varias horas de viaje llego a la villa, aún no amanece, mis pasos se escuchan pesados sobre el sendero de tierra que tomo para entrar por la cocina. Me detengo cuando la veo salir de su casa «Otra noche que no duerme». Va en dirección a esa caseta que visita frecuentemente. Hace mucho siento curiosidad por lo que hace allí, y hoy la voy a saciar.

Dejo que la brisa nocturna me envuelva en su manto por unos minutos antes de ir al lugar. La luz se refleja por debajo de la puerta que abro sin hacer ruido. El olor a pintura es lo primero que avasalla mis sentidos, luego es mi vista quien es presa por el encanto de los cuadros que cuelgan en las paredes. Debí suponerlo, heredó el talento de Rossi, su madre. Avanzo detallando los paisajes del viñedo, reflejan cosechas que, por estar ausente, no pude apreciar. Son buenos, pero no se comparan con los retratos de las personas; en ellos puedo empatizar con la emoción que se plasma en cada facción de sus rostros y gestos, me transmiten mucho, sobre todo, tristeza.

—¡Por dios! ¿Qué haces aquí? —su reclamo exaltado junto a la caída de varios objetos me hacen fijarme en ella.

—No era mi intención asustarte.

—¿Cuál era? ¿Inmiscuirte en mi privacidad?.

—Hemos tenido momentos más privados que este —admito y ella se sonroja—. No sabía que pintabas.

—Es un pasatiempo, nada más.

—Uno que se te da de maravillas, podrías montar una exposición con varios de estos trabajos.

—No es a lo que estoy destinada, ¿recuerdas?

Una sonrisa triste se instala en sus labios. Entonces, recuerdo esas ansias de libertad con las que me hablaba al principio de conocernos, esa fuerza de animal salvaje que solo quiere recorrer el mundo a su antojo. Serra anhela ser artista, no me hace falta ver mucho más para descifrar lo que ansía su alma; supongo que me provoca tanto que he aprendido a leerle mejor que a mí mismo. Saber que de cierto modo es infeliz y que la mantengo atada a mis cadenas de sangre y vinos, me hace sentir que no merezco más que la indiferencia con la que me trata.

—El destino es un hijo de perra que hace con la vida de los demás lo que le place —me agacho a recoger lo que tiró—. Mírame a mí, estaba destinado a ser un Carosi en todo su esplendor y terminé siendo una bestia.

Ella ancla sus ojos a los míos, algo en su marrón se suaviza. No me agrada, detesto que me compadezcan.

—Ahora lo estás siendo, estás levantando la gloria de tu apellido —suspira—. Marie me comentó que golpeaste a Luca. Supongo que después de escucharnos no le fue difícil sacar conclusiones.

—Sospecha, nada más, no te preocupes.

—¿Piensas seguir mintiendo a todos? Es tu hermano, viven juntos, trabajan codo a codo, y te cuesta tanto contarme la verdad, al menos con él sí deberías abrirte.

—No es tan sencillo, Serra.

—Nada lo es, Angelo, pero tal vez así puedas dormir en paz por una noche.

—Lo hago.

—No lo haces, hueles a sombras, a dolor. Creo que siempre lo has hecho y ahora es que me doy cuenta...

—No arrastraré a nadie más.

—Ya nos hemos despeñado por ti, Angelo.

No sé cómo tomar su confesión por lo que me pongo de pie y dejo los pinceles sobre una mesa. Ella sigue de rodillas, el mandil pintoresco le envuelve la sensual figura de la que soy esclavo desde aquella dulce noche veneciana. Nadie me había hecho dudar tanto en mi vida como lo ha hecho Serra Vitale. «¿Despeñada por mí?» Soy yo el que me tengo que morder las ganas de no secuestrarla y guardarla en una maldita jaula de oro para tenerla a salvo y conmigo.

Las dudas me enferman porque la estoy poniendo ante mis deseos. No la quiero asustar, o presionar, porque si sospechara que el hambre de ella no se me desprende del cuerpo y que estoy dispuesto a mutilar al que se atreva a hacerle daño; se asustaría, me vería por lo que soy, un asesino, y ella; el mayor vicio que he sufrido.

—Lo dices como si no tuvieras salida de mí o de mis mierdas, ¿o es que no quieres tenerla?

Ella no responde, me siento ridículo sintiendo tanto por esta niña a la que le he quitado demasiado. Probar su luz fue nuestra perdición. Serra es la tentación en piel humana que me enviaron a esta tierra, la que ya quiero y siento mía. Me da rabia que no entienda que mis ansias gritan su nombre, y por más que me obligue no puedo ponerle frenos a esto.

—Tomaré tu silencio como una afirmación.

—No lo hagas, entre tú yo no hay más que secretos. Lo dejaste claro.

—Como digas —doy media vuelta—, si estás tan segura, te aconsejo que comiences a enterrarme con ellos, porque si me dejas brecha abierta, Serra Vitale, juro que voy a tomar posesión de tu cuerpo y alma, y créeme, se sale más fácil de la mafia que de las garras de un Carosi —la miro de reojo, su cuerpo se estremece víctima de mis palabras—. Depende de ti.

Salgo de la caseta con aire tranquilo, pero por dentro mi conciencia se revuelca en la idea de que son mis propias acciones las que imposibilitan tomar decisiones definitivas. No quiero volver a equivocarme con ella, o alejarla. No quiero alejar a nadie a más. Por lo que, sin sopesar futuras consecuencias, cambio mi rumbo, ya es hora de que cuente parte de mi verdad a Luca.

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Gracias por leer  ❤❤❤

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