Capítulo 16: Estrellas que manchan el cielo.
Luca
El decimoquinto día de vendimia termina. Veo los camiones salir hacia las bodegas. La cosecha ha abarcado más de un setenta porciento del campo. El aire ya no se tiñe de dulce, y no puedo negar que extraño el resplandor de las bayas negras en este. Entiendo que es parte del ciclo de transformación y mejora, pero también noto la soledad que desprenden las tierras. Es como si le hubieran quitado lo que las hacía valiosas y merecedoras de tanta atención.
Paso las manos por mis cabellos, y la acción desprende un corrientazo de dolor sobre mi hombro. A pesar del tiempo transcurrido, hay algunos gestos que me recuerdan que el músculo sigue dañado. No quise atenderlo, y aquí está el resultado: verme patético ocultando la mueca de dolor ante los empleados. Tengo que exigirme más si quiero llevar este negocio por mí mismo. Demostrarle mi valía a Angelo es lo único que me importa.
La noche cae, he terminado con el despacho de las finanzas. Me despido del señor Giorgio y voy a la mansión. Entro por la puerta de la cocina, y allí está ella, la pelirroja que me ignora como si fuera deporte. Mantiene una conversación acalorada con Anna Vitale, quien se yergue con cada palabra.
—¡Será solo por un día, señora!
—Envíalo con otra persona, no puedo prescindir de ti en estos días con la fiesta tan cerca.
—Hay más empleadas que pueden hacerse cargo de los preparativos, por favor —suplica—. Es muy importante que vaya con él.
—Tienes responsabilidades, Marie. Es cierto que hay más chicas, pero eres tú quien mejor lleva la cocina. Lo siento, y entiendo tu posición, pero la respuesta seguirá siendo: no.
El rostro se torna del color de sus cabellos, la furia embiste los ojos avellanados como un huracán. No han notado mi presencia, por lo que me mantengo en el mismo lugar, expectante.
—¡Si fuera su hijo el del problema no lo dudaría un instante, ni le importaría esta cocina ni una mierda!
Anna se tensa de tal forma que la chica se tapa la boca al notar la tontería que ha dicho.
—Lo siento, señora, disculpe... no quería...
La anciana alza la mano apretando su puño, y mi cuerpo reacciona de inmediato para ir donde ellas. Sin embargo, no lo demasiado rápido, ya que el amargor de aquellas palabras hacen que Anna eche al piso parte de la vajilla que reposaba en la encimera. El estruendo es inminente, Marie se separa pues estos caen cerca de sus pies. La señora Vitale queda paralizada, bufando como animal embravecido.
—¿Está todo bien? —pregunto acercándome a ellas— ¿Anna? —la llamo y se gira a verme.
—Todo bien, cariño.
Noto la opaques en su mirada, está perdida, no determina quien soy. Acaricia mi rostro y me sonríe.
—Necesito descansar. Marie, encárgate de recoger este desastre, y sé más cuidadosa con la losa la próxima vez.
Se aleja dejándome desconcertado «¿Qué carajos acaba de pasar?» Mi vista la sigue, ella sale del lugar. Intento procesar todo. Vuelvo a mirar a la pelirroja que aún está en la esquina. Ella limpia sus mejillas con el dorso de la mano, y da un suspiro cargado de resignación.
—La señora Anna sufre de ese tipo de episodios, pierde la noción de la realidad por momentos cuando se le habla de Bruno sin sutileza. Recordar que él no está vivo la desestabiliza.
—¿Esto sucede a menudo? —pregunto y ella niega.
Se agacha y comienza a recoger los pedazos de vidrio esparcidos por toda el área.
—Solo cuando una idiota como yo no se aguanta la lengua. Soy una estúpida.
Quiero preguntarle el porqué de la pelea, pero cuando vuelvo a verla, la imagen que tengo enfrente me deja estático. Su posición es muy sugerente, al punto de que el par de pechos que guarda bajo ese vestido barato quedan prácticamente a la vista. Son grandes y redondos; pecas rojizas resaltan sobre ellos como estrellas que manchan el cielo. Su blancura se acentúa, el caminillo entre ambos se vuelve casi imperceptible de lo bien formados que están esos montículos de carne. Los movimientos que realiza los hacen verse como una invitación a lanzarse sobre ellos y comerlos con ansias.
Mi respiración se torna pesada, hace tanto que no estoy con una mujer que la simple imagen, de esta simple sirvienta, me revuelve las ganas a un nivel desconcertante. Ella alza la mirada, los ojos avellanados chocan con los míos. Me imagino lo que percibe en ellos, ya que se reincorpora arreglándose el escote. Sus cachetes se sonrojan, y tengo que darme tres bofetadas mentales para salir del embeleso.
—¿Qué pasó entre ustedes? —pregunto.
—Pedía permiso para ausentarme por un día, nada más.
—¿El motivo?
—Necesito llevar a mi hijo al médico.
Su respuesta me vuelve a dejar en ascuas. La reparo de arriba a abajo, no aparenta lo que dice, es joven y se ve bastante inocente. Sé que son excusas estúpidas, pero una parte de mí se niega a creer que tenga cría y aparentemente pareja.
—¿Eres casada?
—No, soy madre soltera —contesta avergonzada.
Entiendo su pena, debe sentirse horrible criar a un hijo siendo tan joven y ser esclava de una cocina para mantenerlo. Aunque supongo que es normal, este tipo de cosas suele suceder a las personas de su clase.
—Ya veo...
Afirmo y se queda mirándome con súplica en los ojos. Me agacho junto a ella, sin ser consciente de qué carajos estoy haciendo, comienzo a recoger los trozos de porcelana. Mi nariz percibe su aroma, huele a estas cocinas, a especias con un toque dulce, como si de un plato exótico se tratase. Terminamos rápido, ella me mira aún con el rubor en las mejillas.
—Gracias, señor Luca.
Me limito a asentir, y como relámpago salgo del lugar. Voy directo a mi habitación, el corazón me bombea frenético contra el tórax, la excitación recorre la parte baja del cuerpo a la vez que la imagen pagana de aquellos pechos recorre mi mente. No puedo evitarlo, entro al baño y abro la regadera, tendré que calmar las tensiones por mí mismo, ya que es muy tarde para ir al pueblo y buscar alguien para saciar esto que me quema.
La bodega principal de nuestra propiedad me recibe en la mañana. La edificación de colores marrones y columnas de piedra son el soporte para la estructura de niveles descendentes donde se realiza todo el proceso de elaboración del vino. Llego a la primera planta, mi hermano se encuentra junto a Serra Vitale. La chica está con los demás trabajadores en la cinta transportadora realizando el control de calidad de los racimos. Separan los que no poseen los estándares exigidos.
—Fue una excelente cosecha —comento a Angelo que no aparta sus ojos de ella.
Ya lo he visto así, y aunque quisiera que mis sospechas ignoren su actitud, la forma en la que sigue y detalla cada uno de sus movimientos me lo impide. Reconozco esa mirada, solo que ahora deslumbra unos tintes de acecho que antes no tenía cuando gustaba de Bianca. Cada vez que lo pienso, este hombre a mi lado no es el mismo que nos abandonó hace doce años.
—Sí, lo fue. Las primeras toneladas están pasando a la máquina de despalillado —dice y dirige su atención a mí—. Según las estadísticas del señor Giorgio, la vendimia terminará en tres días. Los racimos que se están cosechando son los destinados al Tinto de Reserva, demás está decir el cuidado que se debe tener con ellos. Son nuestra carta de triunfo.
—Estoy al tanto de todo, descuida.
—Esas últimas toneladas pasarán por control de calidad y luego despalillado. Se prepararán para el prensado en la fiesta como se tiene previsto.
—Así será, ya los preparativos están listos. Bianca tiene al personal indicado para el trabajo.
Él asiente, su mirada vuelve a concentrarse en lo que hace la Vitale. Mantiene el ceño fruncido como si estuviera sopesando algo que no le agrada. Está así desde aquella noche en la que Serra llegó pálida a la tienda. Ese día lo seguí, creo que compartíamos el mismo presentimiento, sin embargo, cuando llegué a su lado, no vi más que arbustos ennegrecidos acompasados con la brisa nocturna. Él no dijo nada, pero miraba receloso el lugar, manteniendo el cuerpo tenso.
Angelo oculta tantas cosas, que por momentos, el temor a que algo pueda salir mal no me abandona. Tenemos diferencias, un universo cargado de secretos separa nuestros lazos fraternales, pero sigue siendo mi hermano, esa es la cadena que nos ata.
La mañana transcurre supervisando el proceso de estrujado de las uvas para el Tinto Joven. La prensa hace su labor retirando el mosto de las bayas. La jugosidad marrona se escurre en los barriles listos para su primera fermentación. La satisfacción me recorre el alma al ver que la primera parte del trabajo ha sido logrado y que soy parte de ello. Mi padre no me creyó capaz de nada, y aquí estoy a punto de crear el mejor vino que ha degustado Italia.
Paso el resto de los días pendiente de la culminación la vendimia junto al señor Vitale, mientras mi hermano y Serra se encargan del trabajo en bodegas. En las noches preparo las estrategias de mercado para la venta de nuestros productos. En mi cabeza no cave nada más que no sea sacar a flote la producción, y a ello le atribuyo el estrés del que es víctima mi cuerpo cuando se da por culminada la vendimia.
El día de la fiesta ha llegado, porto un traje blanco acorde a la ocasión. Las articulaciones me duelen, la sien me palpita como si una grieta se alojara en mi cerebro. Sé que mi semblante delata como me siento, pero lo disimulo sin reparos. Todos están en función de dar los últimos detalles para la celebración.
No veo a Angelo por ningún lado, pero a quien sí diviso es a Serra Vitale. La sigo con la intención de preguntarle por él. Entra a un cuartucho donde se guardan los utensilios de limpieza. Hago lo mismo y la encuentro sosteniendo las manos de la pelirroja.
—Hablaré con Angelo para que puedas marcharte —le dice y ella niega.
—No quiero más problemas con la señora Anna.
Escucho la aflicción en su voz y entonces me acerco a ver que pasa. Ambas se sobresaltan al presenciarme. Marie desvía su rostro evitando que lo detalle.
—¿Sucede algo?
—No es nada, señor Luca —musita ella.
—Sí pasa, pero no se preocupe —espeta Serra molesta—. En este instante iré a hablar con mi abuela y quiera o no te va a dar permiso.
Sale del cuartucho dejándome con la cocinera. Ella pasa las manos por su rostro limpiando las lágrimas. Suspira y se pone de pie, la vergüenza no la deja encararme, por lo que se queda allí cabizbaja esperando a que me mueva, pero no lo hago; mis ojos están anclados a su figura enfundada en ese vestido negro. El mandil blanco se ajusta a su pequeña cintura acentuando las curvas rebosantes en sus caderas. El escote me deja ver los firmes montículos que carga; suben y bajan por la respiración entrecortada. Sin saber cómo, me tenso, me alejo un poco y paso las manos por mis cabellos.
—¿Sucedió algo con tu hijo? —es lo que se me ocurre preguntar para disipar esta tensión.
—Su diagnóstico no fue el mejor... mi padre acaba de llamar, tendrán que dejarlo ingresado unos días.
Entonces, los iris avellanados envueltos en tristeza chocan con los míos. Sostengo su mirada y algo en mi corazón se encoge.
—Ve, yo te doy el permiso —digo y su rostro se llena de asombro—. Tómate el tiempo que sea necesario, yo hablaré con Anna.
De sus labios se escapa una sonrisa. Se acerca, me da un abrazo que dura segundos, pero lo suficiente para que un corrientazo me recorra el cuerpo y su aroma se impregne en mi nariz.
—Gracias, señor Luca, juro que le devolveré el favor.
Afirma con ilusión en la voz y sale corriendo. No sé qué mierda estoy pensando o cuándo me volví tan benevolente. De lo que sí estoy seguro es que necesitaré buscar una mujer en la fiesta, una de las que sí llaman mi atención y que no tenga nada en común con esa pelirroja.
N/A: Ay!!!! Merie no sabe q a los Carosi es mejor no deberles nada. ¿Qué les pareció el cap? No olviden seguir mi perfil y mi página: W.S. Alonso Escritos
Gracias por leer ❤❤❤
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