Capítulo 15: Colmillos escondidos.

Serra.

El trabajo es extenuante, los días pasan lento y siento que toda la responsabilidad que se me ha otorgado pesa demasiado sobre mis hombros. La vendimia se puede considerar uno de los procesos más importantes en la elaboración del vino, es donde se recolecta el fruto y se definen los racimos de mayor calidad. Soy encargada de uno de los puntos de control donde se pesan los cestos antes de ir a las bodegas.
Llevo cuentas, la calidad del producto y que este no sea maltratado a la hora de transportarlo. Estoy agotada, y aún no se cubre ni la mitad del campo. Mi abuelo estipula unos veinte días para terminar, es la mitad de lo que tardaría un proceso normal, sin embargo, la labor se ve inacabable.

Limpio las manos en el mandil y vuelvo a ajustar mi pañuelo. El conductor del camión me hace una seña pidiendo permiso para avanzar y se lo concedo, es el quinto cargamento del día. La noche comienza a caer, lo que da por finalizada la jornada.

Voy a la tienda a hacer las sumas correspondientes. Los demás trabajadores se marchan, sé que me estoy tardando un poco, pero el agotamiento me resta agilidad. Siento pasos pesados acercarse, alzo mi vista y veo al mismo hombre que estaba en las caballerizas con Giuliana. Carga un cesto repleto de uvas y mira a ambos lados como si esperase encontrar a alguien más.

—Llegas tarde, el camión salió hace media hora, ¿no escuchaste la orden de retirada?
No puedo evitar el enojo, son unos quince kilos de uvas que se echarán a perder.

—Lo siento, estaba muy lejos.
Coloca el cesto sobre la mesa y mi molestia crece al mirar las bayas, están arruinadas. La pulpa les escuece por el maltrato que deben haber sufrido.

—¿Qué les sucedió? —espeto—, este producto es inservible.

—Lo lamento, es que corrí para llegar a tiempo y me caí con todo y canasta —su voz se escucha afligida, por lo que intento controlarme.

Niego y paso las manos por mi rostro. No nos podemos permitir este tipo de pérdidas con dos planes de producción por realizar. Solo de imaginar la reacción de Angelo un escalofrío me recorre el cuerpo.
Desde la ceremonia no he tenido más contacto con él que el necesario. Nuestros encuentros se han reducido a entregar mi reporte y nada más. Pasa los días en el campo y las noches en su oficina. Ni siquiera me determina, a duras penas alza la vista para verme.

—Fue un accidente, no hay problema —termino por decir y él relaja su cuerpo.

—¿No eres muy joven para tal responsabilidad?

—Soy una Vitale, hago lo que me corresponde.

Vuelvo mi vista a los apuntes, y él se mantiene estático. No deja de repararme, su mirada se siente pesada, como si buscara algo en mí que no está a simple vista.

—A veces lo que corresponde hacer no es lo que nos apetece.

—No es mi caso —miento y escucho su risilla.

—Sé leer a las personas mejor de lo que te imaginas, pequeña... ¿Qué tan importante eres para Angelo Carosi?

Su tono de voz ha cambiado. Ya no es la del mismo hombre que llegó sudoroso y preocupado, ahora se siente como agujas de hielo. Vuelvo a verle y noto lo serio en su semblante. Dejo el bolígrafo sobre la mesa y yergo mi espalda.

—No soy importante para él, solo soy una trabajadora más.

—Lo he percibido de otra manera —se acerca—, pero si tú lo dices, no soy quien para refutarte.

—No, no lo eres, no entiendo a qué vino esa pregunta; o qué haces aún aquí si ya tu turno terminó.

—Estoy cuidando que nada malo te pase, estás sola en medio de este campo, cualquier persona podría llegar y de repente hacerte daño —pasa su dedo por el borde la mesa con lentitud—. No se sabe quién es quién o las intensiones que guarda. Tómalo como una disculpa por arruinar las uvas.

—Nunca hemos tenido ningún tipo de incidente en las cosechas, así que no tienes que preocuparte.

Él no me mira, continúa paseando el índice por el filo de la madera. Sus ojos negros siguen el movimiento lento y preciso del dedo. Es extraño, pero esa simple acción me da escalofríos.

—Eres como una oveja, linda e inocente. El prototipo perfecto para que los depredadores se lancen sobre ti ¿Sabes?, deberías cuidarte, no de quien te muestre los colmillos, sino del que los esconde.

Mi rostro dibuja un gesto de confusión absoluta. Él me mira serio, se quita su sombrero para hacer un leve reverencia y luego se va. Poso la mano en mi pecho, su actitud me resultó inquietante. Por un momento me asusté, creí que podía hacerme algo. De una forma u otra, encendió mi paranoia al punto de tomar los apuntes con rapidez y salir corriendo de la tienda.
Las botas repiquetean contra la tierra, sigo el camino escasamente iluminado por farolas de aceite. Los ruidos que oigo detrás me hacen reafirmar la carrera, el sudor corre por mi frente y el nudo en el estómago se tensa más. La próxima tienda que está detrás de los establos se hace visible. Entro a ella con tal agitación que los presentes detienen sus acciones para repararme.

—Serra, cariño, ¿estás bien? —mi abuelo se acerca preocupado—, ¿sucedió algo? Justo el señor Luca iba a buscarte.

Asiento, el corazón me araña el pecho. Tal vez esté sobreactuando, pero juro que alguien me seguía. Miro a mis espaldas, busco alguna silueta en la oscuridad, pero no hay nada.

—Estás segura, te veo un poco pálida —comenta Luca.

—Sí, no es nada.
Intento acompasar la respiración y calmarme. Dirijo mi vista a otro punto en la tienda, y me encuentro con los ojos de Angelo. Está serio, sé que advierte la mentira; por alguna razón se me hace difícil ocultarle lo que me muerde dentro. Él no dice nada, deja los papeles sobre la mesilla y sale de la tienda. Lo veo alejarse por el mismo surco que vine, su hermano lo sigue.

—Dame las notas y ve a casa —dice mi abuelo.

—Pero aún no terminamos...

—Por hoy sí, has hecho un buen trabajo, mi niña, descuida.

Besa mi frente, pero su actitud no me convence. Lo conozco, y por la forma en la que me sonríe sé que algo no anda bien. Sin embargo, le hago caso, si hay algún problema no creo ser la indicada para resolverlo.

Antes de que amanezca ya estoy pintando; es una costumbre que por más exhausta que esté no puedo saltar. Mis retratos son el espejo de mis emociones; en estos momentos, los rasgos de la mujer a la que le acentúo las sombras se ve perdida en sí misma. Así me siento, vagando por un laberinto de sentimientos encontrados. Queriendo huir de él, de lo que me remueve cada célula del cuerpo cada vez que lo tengo cerca, pero me es imposible; ya que cuando creo haber encontrado la salida, solo se trata de una pared más alta y firme.

Escucho la puerta cerrarse, alguien ha entrado. Me volteo confundida y la persona que yace allí me hace tirar parte de los materiales que carga la mesilla a mi lado.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con el susto asaltándome el pecho.

—Tenemos que hablar, Serra.

—No tengo nada que tratar contigo, Carlo. Tienes prohibido entrar en la villa, ¡largo!.

Mis palabras no surten efecto, ya que él se aproxima más. La iluminación de la lámpara me deja verlo completo. Noto la frustración y prepotencia en su rostro. Sus ojos están apagados como nunca los había visto; eso hace que la pena me recorra.

—Sí tenemos, por ti perdí el trabajo de toda una vida. Sabes que lo necesito.

—¿Por mí?, fuiste tú quien se sobrepasó, ¡casi me forzas!
Él baja la mirada, los rizos le caen la frente en un intento de ocultar su vergüenza.

—No sabes cuánto lo siento, lo arrepentido que estoy —musita—. No sé qué pasó; me conoces, Serra, sabes que no soy así. Discúlpame y créeme, por favor. Mi intención no era dañarte. Entiende; no puedo asimilar que todo haya terminado de un momento a otro.

—Tampoco me es fácil creerlo, pero pasó. Se acabó, no siento nada por ti y tienes que aceptarlo.

Digo firme, a pesar de que mi mente se pasea los momentos lindos que vivimos, no voy a flaquear. Me niego a volver a ese círculo denigrante donde solo recibía las migajas de su tiempo.

—Lo hago, me costó mucho, pero respeto tu decisión. Si no quieres nada conmigo está bien, pero el trabajo lo necesito, y tú me puedes ayudar a recuperarlo.

—Yo no puedo hacer algo así, Carlo.

—Habla con tu jefe, Serra, explícale que fue un malentendido, por favor. Hazlo por lo que tuvimos, por lo que un día dijiste sentir por mí. Si lo logras juro que nunca más te molestaré.

Paso las manos por mi rostro, la culpa arremete contra mi conciencia haciendo que articule las próximas palabras.

—Lo pensaré —él asiente, en sus ojos noto dolor y arrepentimiento.

Sale de la caseta y me permito respirar. La vida tiene la costumbre de jugar conmigo bajo los hilos de lo incierto, justo cuando pensaba que no podía tener otra carga pasa esto. No sé cómo voy a pedirle a Angelo algo así. Es imposible que lo acepte, y capaz de echarme también del proyecto. Lo peor es que me siento responsable, conozco la situación de Carlo, y soy consciente de que necesita recuperar su puesto.

«No sé que hacer»

Otra ola de incertidumbre me aqueja, mi vida se ha vuelto esto un devenir de sensaciones encontradas que giran alrededor de ese Carosi.

Al salir de mi refugio me fijo en su ventana. Las cortinas están cerradas como en los días anteriores. Tal vez no está durmiendo allí, o está ocupado con su esposa. De solo pensarlo el desagrado me pincha el estómago, y algo más que no quiero admitir, porque desde el ángulo que lo mire me sigue pareciendo imposible. Camino hacia mi puesto de trabajo mientras como una manzana, admiro la parte del campo que aún mantiene sus frutos para guardarme el recuerdo pues pronto no estarán.

Nunca había presenciado La Corvina tan viva, reluciendo su negrura al parejo, apetecible, y jugosa. Es un espectáculo para quien la contempla, uno que parece obra divina. Algo en mí lo niega, pero una parte ya tiende a creer que sí es gracias a la llegada de los falsos dioses.

Entro en mi tienda y me sorprendo al no encontrarla vacía. Angelo Carosi limpia el filo de un corquete con un pañuelo. La forma en la que mueve sus manos y lo frío en su postura resaltan una actitud que nunca le había visto. El aura que lo rodea en estos momentos emana peligro y oscuridad. No retrocedo, aunque la mancha carmesí que asoma en la tela blanca me remueve el instinto de alejarme.

Él nota mi presencia, sus ojos tocan los míos; un brillo tenebroso se pasea por su verde. Con cautela, guarda el pañuelo en su bolsillo y luego desecha el corquete en una de las cajas de herramientas. Se acerca, posándose frente a mí. Las palabras se traban en mi garganta. Angelo mantiene el mismo estado sombrío que vi cuando me salvó de Carlo. Aprieta los labios como si le costara decir algo. Sin previo aviso pasea sus dedos por mi mandíbula. El tacto de sus yemas se siente frío, en estos momentos, todo en él lo es.

—Disculpa si ayer algo te asustó —susurra.

—Nada pasó.

—Odio que me mientas, Serra. Tranquila, otro trabajador se encargará de esto.

—¿Tan inútil me crees que delegas mi tarea a alguien más? —pregunto y él sonríe.

—Para nada, Serra, simplemente intenté alejarte como si yo no hubiera sido el que te ancló a mi lado —sostiene mi mentón y lo alza—. Ya te lo dije, tu deber es estar conmigo en todo momento.

No lo entiendo, pero me trago los reclamos. Sus ojos se posan en mis labios por unos segundos; luego suelta un suspiro y se aleja. Pasa la lengua por un colmillo y niega saliendo de la tienda.

—Vamos, Serra.

Exige, y antes de abandonar el lugar vuelvo a fijarme en el corquete. Está limpio, pero algo me dice que Angelo no lo está del todo.

N/A: Gracias por leer!
Corquete: es una herramienta en forma de hoz que se utiliza para la cosecha de las uvas.
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