Capítulo 14: Ceremonia.

Serra.

Las luces violáceas invaden el cielo antes teñido de naranja, se empiezan a divisar las primeras estrellas y la brisa se torna más fresca. Los trabajadores se marchan, dejando los surcos llenos de cajas y cestos que le avisan a la vid que pronto van a recolectar sus frutos. Se ve majestuosa, las bayas negras de las uvas resaltan con un brillo que invita a tomarlas. Suelto un suspiro que delata el cansancio que tengo. He pasado el día recorriendo un amplio perímetro de las tierras y supervisando las tiendas creadas para controlar el pesaje de los cestos. Ha sido una tarea ardua, y todavía no hemos comenzado con la vendimia.
Debo darle reporte a Angelo de los resultados, pero me abstengo de hacerlo.

Lo he evitado en todo el día, y pienso seguir así. Estoy molesta conmigo misma, con mi actitud sin sentido y la forma de actuar tan estúpida cada vez que lo tengo acerca. Es como si no me pudiera controlar, su fragancia me embriaga y el timbre fuerte en su voz me hace vibrar algo dentro. Voy directo a mi casa, mi abuela está preparando la mesa y al notar mi presencia me mira extrañada.

-¿Qué haces aquí tan temprano? -pregunta cruzándose de brazos.

-Son más de las siete, ya terminé mis labores y quiero descansar.

-Giorgio está haciendo su despacho con los señores Carosi, y tú deberías estar allí con ellos, Serra -habla con tono severo-. Hasta la señora Bianca ha estado trabajando todo el día para organizar la fiesta. Todos se esfuerzan menos tú, es una vergüenza para nuestro apellido.

«Bianca»

Escuchar su nombre me da náuseas sobre todo después de haberla visto esta mañana en la ventana de Angelo, supongo que los lazos matrimoniales se arreglaron.

-Ellos lo deben tener todo resuelto, no hay necesidad de que me convierta en la sombra de ese Carosi.

-¡Las responsabilidades son tuyas y no estás para suponer nada! -espeta- ¿Qué diría tu padre si viera la forma en que rebajas a los Vitale?

Con lo que dice, mi mundo se desequilibra, me gustaría que mi mente evocara algún regaño o queja proveniente de mi padre para este tipo de situaciones, sin embargo, no llega ninguna, él nunca me reprochó nada, porque creyó que iba a ser una gran pintora y no tendría que trabajar bajo el sol siendo esclava de nadie, porque nunca pensó que la muerte se lo llevaría tan temprano y que las cadenas que lo ataban a estas tierras me harían su prisionera.

-Voy a bañarme.

Es lo único que le contesto antes de subir e ir a mi habitación. Recordar mis carencias era el detonante que necesitaba para sentirme peor, nunca supliré su puesto ni seré suficiente. Al parecer no lo soy para nadie, ni para mis abuelos; ni para Carlo, que a pesar de haber estado juntos por dos años no fue capaz de dejar a su prometida; ni para Angelo Carosi, ya que hoy le fallé.

«Sí, tal vez si papá hubiese estado vivo, también lo hubiera decepcionado»

Preparo la bañera, echo los aceites y sales aromáticas en el agua tibia. Me sumerjo en ella dejando que la sensación cliente que me recorre la piel relaje cada músculo. Cierro los ojos en busca de paz, pero los pensamientos intrusos se pasean por mi mente haciendo que lo evoque a él, al color indescriptible de sus ojos, a sus labios cargados de comentarios punzantes, al dorado de la piel de falso dios que presume con presunción. No sé cuánto tiempo transcurre, pero me pierdo en su limbo hasta que fuertes golpes en la puerta me hacen reaccionar.

-¡Serra! ¡Serra! -es mi abuela- ¿Estás allí?

-¡Sí!, ¿qué sucede?

-El señor Angelo espera por ti, no tardes.

Lo que escucho me hace querer hundirme en el agua como si así fuera a escaparme de la reprimenda. Salgo de la bañera bajo un suspiro de resignación. Me coloco el albornoz y voy directo a mi cuarto. La puerta está entreabierta, el aire que se cuela por el ventanal hace hondear las cortinas, y la luz de la lámpara lo ilumina a él.
Está aquí, sostiene uno de los portarretratos de mi mesa de noche y lo mira concentrado. El vuelco que da mi corazón me deja estática, se ve impecable, como de costumbre; y yo aún mojada con el cuerpo desnudo bajo esta tela.

-Pensé que esperarías en la sala -reprocho entrando al lugar.

-Ya me cansé de esperarte por el día de hoy -voltea a verme y el tono que usa delata su enojo- ¿Qué parte de que tienes que estar asistiéndome en todo momento no entiendes?

-Hice todas mis tareas...

-Sí, y también fuiste a llorar al antiguo puesto de trabajo de aquel fantoche, ¿es que el estar pensando en él no te deja cumplir con tus labores?

-¡No fui a llorar a ningún lado y no paso el tiempo pensando en él! -espeto y él deja la fotografía donde estaba.

Me repara de pies a cabeza y se acerca. La lentitud con la que marca sus pasos me hace pensar en los de una bestia que mide sus movimientos antes de atacar a su presa. Mi cuerpo se tensa e intento mantener la mirada altiva.

-¿Ah, no? Y cómo me explicas la rabieta que acaba de montar mi hija por ese imbécil.

«Dios, había olvidado lo afectada que se veía Giuliana»

-Yo solo le aclaré que ya no trabaja con nosotros, nada más...
Él suspira, pasa las manos por sus cabellos y el brillo que me dedican sus ojos me dice que me está culpando de algo.

-¿Entonces lo dedujo sola? ¿Y vino directo a mí, a abogar por ese mal nacido?

Está enojado, y todo es mi culpa, por haberlo metido en ese problema que era solo mío.

-Te estoy diciendo la verdad, ¿por qué se te hace tan difícil confiar en mí?

-Supongo que por el mismo motivo que a ti se te hace seguir mis órdenes al pie de la letra.

-Yo no soy tu esclava.

-Y yo no comparto secretos con nadie.

Me mira serio, y demasiado cerca. Una gota de agua corre por un costado de mi barbilla y se pierde en mi pecho. Él estira su mano, haciendo que sus dedos recorran el mismo camino, deslizándose por la curva de mi cuello hasta llegar a la clavícula.
Su toque repentino estremece, la respiración se me acelera, mientras él se muestra pensativo cazando las gotas furtivas que se escurren sobre mi piel. Quisiera detenerlo, decirle que está sobrepasando los límites, pero no puedo, ya soy presa del hechizo en sus iris esmeraldas.

-Supongo que ya falté a ese principio, ¿no? Tenemos un secreto en común, Serra Vitale -vuelve a mirarme-, uno que te obliga a seguirme a donde sea, y a mí a confiar en tus palabras.

-Yo no preví que esto te fuera a causar tantas molestias...

-Yo sí, pero no por los mismos motivos -interrumpe y acaricia mi mentón-. Si lo piensas, tu favor hacia mí se va multiplicando, y ya voy a exigirte la primera parte del pago.

-¿Me piensas volver a chantajear? -suelto con un hilo de voz, y él sonríe.

-No me importa cómo lo veas, pero espero que cumplas lo que te vengo a pedir...

Sus dedos alzan más mi rostro y él acerca el suyo. Siento la tibieza de su respiración, su aroma avasalla mis sentidos, y juro que los labios me hormiguean como si estuvieran a la espera. De repente, se separa, haciendo que busque la forma de recomponer el desborde de sensaciones agridulces que me acaba de provocar.

-Mañana haremos la ceremonia para iniciar la vendimia. Decidimos que tú ocuparás el lugar del señor Giorgio.

-¿Yo?, pero...

-Si hubieses estado presente habrías podido refutar. Ya la decisión está tomada. Tu abuelo está muy feliz al respecto, es un honor, y no le puedes fallar. No nos puedes fallar.

Se aleja y se dirige a la puerta dando por hecho que asumiré la tarea. Vuelve a mirarme buscando confirmación y el asentimiento dudoso que le doy lo hace desaparecer de mi vista.
Quedo sola, las sábanas azules me abrazan cuando caigo en el lecho. Me pierdo en madera oscura que reviste el techo, sopeso todo lo que acaba de suceder, lo que pudo haber pasado y lo que sucederá en la mañana. Cierro mis ojos y me dejo ir ante la interrogante de si en verdad estoy lista para esto.
La ceremonia de inicio de cosecha es sin duda uno de los rituales más importantes que unen a los Carosi y los Vitale. Reafirma las creencias que ambas familias han defendido desde épocas remotas y da la seguridad de que su esfuerzo será bendecido.

Seguir las tradiciones es ley, engrandece la fe de quienes trabajan de sol a sol en estas tierras. Yo lo sé, tanto como el hombre frente a mí. La luz de la mañana nos baña las pieles de tonos distintos. Su mirada está anclada en la mía, mientras los rezos que dicta mi abuelo son escuchados atentamente por todos los trabajadores que nos rodean. Estamos al inicio del viñedo, es tradición agradecer a la tierra antes de arrancar sus frutos. Luca se acerca a nosotros, trae el corquete de acero con empuñadura dorada, el cual se dice fue un regalo del propio Baco, dios del vino, para realizar el distintivo ritual. Él corta el primer racimo de Corvina Nera, la trae a nosotros y le da el cuchillo a Angelo. Este pide mi mano, la cual extiendo temerosa, sé que nota mi temblor por lo que la sujeta con firmeza. Me acerca a él, y une nuestras frentes.

-... sudor con sudor, vida con vida, sangre con sangre... -escucho como las palabras de mi abuelo se alzan y me tenso.

-No temas -susurra Angelo-, mírame a los ojos y todo saldrá bien -vuelve a alejarnos y aproxima la hoja afilada a mi mano.

Le hago caso y me pierdo en sus iris de verde mítico cuando clava la punta curva del corquete en mi piel y abre la herida en la palma. Hace lo mismo en la suya, y luego une nuestras manos haciendo que la sangre se entrelace, así como el pacto de vida que tienen nuestras familias. Luca sostiene el racimo sobre nosotros, lo exprime sacando el primer mosto de esta cosecha. La pulpa chorrea sobre nuestras manos fundiéndose con la sangre que destilamos y cae a la tierra como gotas gruesas de rojo y marrón.

-... Nos debemos a ti, y agradecemos tus frutos, recibe nuestra ofrenda en tu fértil manto. Nuestra promesa honra y nuestra vida sirve -termina y todos vitorean.

El ardor me recorre la palma, intento disimular la mueca que lucha por asomarse en mi rostro. Angelo suelta su agarre, le traen un pañuelo blanco para cubrir su herida, él lo toma y lo coloca en mi mano haciendo presión en esta.

-Gracias -musito.

-Lo hiciste muy bien, Serra, eres una gran Vitale.

Me sonríe y anuda la tela para que el fluido cese. Quisiera decirle más, pero se aleja, va donde su hermano quien le sonríe satisfecho. Los trabajadores comienzan a armarse con sus herramientas, listos para comenzar la cosecha. Decido reaccionar y también poner manos a la obra.

Miro por última vez los restos de nuestra sangre fundida en la tierra. La vendimia ha comenzado; y ahora, a Angelo y a mí, nos une más que un simple secreto.

N/A: ¿Qué les pareció el capítulo? ¡Qué pacto han hecho esos dos! ¿Es que no miden consecuencias?
Gracias por leer ❤❤❤

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